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Ramón Lobo: “La educación autoritaria del franquismo machacó a todo el país”

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Ramón Lobo necesitaba a sus 60 años hacer las paces con su padre, fallecido en 1983 y con el que mantuvo frecuentes broncas, tanto ideológicas como afectivas. Como tantos otros jóvenes rebeldes de su generación, Ramón se enfrentó al autoritarismo de su padre y desafió constantemente las órdenes del que llama en su libro Generalísimo Lobo en una alusión muy directa a los evidentes paralelismos, durante la dictadura, entre las microhistorias personales y la macrohistoria de todo un país. “Creo sinceramente”, confiesa el autor de Todos náufragos (Ediciones B), “que la anécdota de mi vida puede elevarse a la categoría de símbolo de una generación.Todos náufragos De hecho, la educación autoritaria del franquismo que sufrimos machacó a todo el país durante décadas”.

Tiene claro este veterano periodista, curtido literalmente en mil batallas, corresponsal de guerra de El País durante 20 años hasta su salida por un ERE, autor de una novela y de varios libros de periodismo narrativo, que necesitaba firmar la paz con la memoria de su padre. “Ansiaba meterme en los zapatos y en la piel de mi padre para intentar comprenderlo y para declarar el final de la guerra interior que mantuve con él. Quizá mi padre murió demasiado pronto, cuando yo tenía 28 años, y esa circunstancia impidió una reconciliación entre los dos”. Falangista furibundo, voluntario en la División Azul y firme defensor del franquismo, el padre de Ramón Lobo aplicó también los métodos de la dictadura en su propia casa y allí se encontró con la resistencia de su hijo primogénito y único varón.

Como tantos y tantos hijos de aquellos vencedores de la guerra, que en general no contaron sus experiencias a sus familias, el hoy periodista se pasó al campo de la oposición antifranquista, la individual y la colectiva. De hecho, Todos náufragos alterna con mucho ritmo el paso del tiempo, desde los años cincuenta hasta la actualidad, a través de la familia de Ramón Lobo y de la evolución del país.

Aunque el deseo de escribir un libro autobiográfico a modo de catarsis rondaba la cabeza de Ramón Lobo desde su juventud, algunos detonantes lo impulsaron en fechas recientes a investigar en la historia familiar con la técnica de una crónica periodística, de un periodismo narrativo. Así las cosas, Lobo se vio empujado por unas memorias que comenzó a redactar su anciana madre, por una complicada relación de pareja y por consejo del psicólogo al que acude.

“En realidad”, señala, “he abordado una investigación histórica a partir de entrevistas con muchos familiares, a algunos de los cuales apenas conocía; a partir de lectura de libros; e incluso de charlas con historiadores. Entre otras cosas quería descubrir la curiosa historia de mi familia desde un bisabuelo ilustrado, médico y amigo de Manuel Azaña y de Cipriano Rivas Cherif, hasta un padre facha e intransigente que marchó de voluntario a la División Azul”. Como en todos los relatos memorialísticos del siglo XX, la alargadísima sombra de la guerra civil se proyecta sobre el presente, sobre el día a día de los hijos, los nietos o incluso los bisnietos de los que protagonizaron la contienda.

“La guerra civil destrozó a mi familia, como a tantas otras. Más tarde, la dictadura fue el fijador, la laca de todos los males”, afirma Lobo con esta metáfora muy gráfica sobre el franquismo. Además, en el caso del autor de Todos náufragos, el contraste entre su padre español y su madre inglesa todavía acentuó más las diferencias en su educación sentimental. “Siempre me han comentado los amigos”, explica, “que cuando me refiero a mi familia española aparece la guerra y, por el contrario, cuando hablo de mi familia inglesa no mencionó ningún conflicto, todo es paz”.

No obstante, la escritura de este libro autobiográfico le ha servido a Ramón Lobo para una segunda transición personal, “más generosa y menos dogmática”. “En mi transición del postfranquismo”, añade, “a todos mis parientes republicanos los colocaba en el cielo y a los familiares franquistas los enviaba al infierno. Algunas de esas opiniones las he relativizado y no todos los republicanos merecían el cielo solamente por el hecho de serlos”.

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Colaborador en la actualidad de varios medios, entre ellos infoLibre y tintaLibre, Ramón Lobo sostiene que en las familias de los vencedores se habló mucho menos de la guerra y de la posguerra que en los hogares de los vencidos. En definitiva, entre los perdedores funcionaba una memoria de resistencia que resumió Julia Conesa, una de las 13 rosas, las jóvenes fusiladas en Madrid al comienzo de la posguerra, en una escalofriante carta escrita poco antes de morir: “Que mi nombre no se borre de la Historia”. Después de tres años de investigación y escritura del libro, de inmersión en su propia vida, en la de su familia y en la de su país, Ramón Lobo tiene claro que resulta necesario perdonar, pero que no se puede olvidar.

“Las víctimas del franquismo”, manifiesta, “nunca han podido hablar en España, nunca han tenido voz. Resulta increíble que más de 100.000 desaparecidos sigan enterrados en fosas comunes o en las cunetas de las carreteras. Es todo un símbolo de la desmemoria de España y de lo averiado que está nuestro país”. Desde la perspectiva de un corresponsal de guerra que ha visto el horror de los conflictos en muchos lugares, desde Bosnia a Afganistán pasando por varios países africanos, este periodista y escritor reclama un diálogo entre españoles. “Nunca es tarde para ese diálogo”, subraya, “y para abrir los ojos. España se ha convertido desgraciadamente en un país ciego, sin ojos”.

Se resiste a juzgar conductas, pero no rehúye opinar y, en esa línea, responsabiliza a los colegios e institutos, a los medios de comunicación y a la actitud ocultadora de muchas familias de que España no haya asumido su pasado histórico reciente. “Nos falta un sentido ético colectivo para superar con diálogo nuestros enfrentamientos”, concluye Lobo.

Ramón Lobo necesitaba a sus 60 años hacer las paces con su padre, fallecido en 1983 y con el que mantuvo frecuentes broncas, tanto ideológicas como afectivas. Como tantos otros jóvenes rebeldes de su generación, Ramón se enfrentó al autoritarismo de su padre y desafió constantemente las órdenes del que llama en su libro Generalísimo Lobo en una alusión muy directa a los evidentes paralelismos, durante la dictadura, entre las microhistorias personales y la macrohistoria de todo un país. “Creo sinceramente”, confiesa el autor de Todos náufragos (Ediciones B), “que la anécdota de mi vida puede elevarse a la categoría de símbolo de una generación.Todos náufragos De hecho, la educación autoritaria del franquismo que sufrimos machacó a todo el país durante décadas”.

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