CINE

La rebelde manchega

Sara Montiel.

Directa, provocadora y sensual, como muchos de sus personajes en el cine y como sus canciones más famosas, Sara Montiel siempre plantó cara a la vida. Genio y figura hasta la sepultura, nunca mejor dicho, la artista fallecida este lunes seguía fumando puros habanos, recordando a sus amantes o expresando sus opiniones políticas. Todo ello con absoluta libertad, una libertad muy difícil de ejercer cuando esta mujer triunfó en el cine, allá por las décadas de los cincuenta y los sesenta, en una España que dormitaba en medio de una dictadura provinciana y moralista.

Alcanzó Sara Montiel la cumbre cuando llegó a Hollywood, rodó con mitos como Gary Cooper, Burt Lancaster o Ernest Borgnine y se casó con Anthony Mann, uno de los directores más prestigiosos de la época. Sin embargo, la manchega no se resignó a los papeles de india o de latina, rechazó millonarias ofertas y regresó a España. María Antonia Abad, que era su verdadero nombre, no estuvo nunca dispuesta a que le dictaran condiciones. Ni siquiera los magnates de la industria del cine.

La misma libertad que practicó en su profesión la aplicó a su vida privada. Tres matrimonios e innumerables amantes dieron testimonio de que ella marcaba las reglas. Escritores como Miguel Mihura, intelectuales como León Felipe, actores como Maurice Ronet o científicos como Severo Ochoa perdieron la cabeza por una mujer bella, atrevida y lista, una combinación explosiva. Le gustaron los hombres mayores que ella, siempre que fueran inteligentes y cariñosos, como confesó a este periodista con motivo de la publicación de sus memorias Vivir es un placer en el año 2000. “Por suerte o por inteligencia, he procurado aprender en cabeza ajena y superar mis orígenes humildes”, comentaba entonces la artista en el salón de su casa madrileña, un inmenso ático en el centro de la capital convertido en un santuario de cuadros, fotografías, muebles, objetos y recuerdos de todo tipo y donde Sara Montiel vivió los últimos años.

"Proclamé que me consideraba socialista"

Fiel a sus orígenes de hija de un agricultor manchego, que tuvo que emigrar a Orihuela en la posguerra, el personaje de Sara Montiel nunca llegó a devorar a María Antonia Abad, una mujer que no ocultó sus simpatías por la izquierda en pleno franquismo. “Yo he tenido que vencer muchas dificultades”, señaló en la citada entrevista, “desde un parto difícil y complicado, según mi madre. He pertenecido a una familia de republicanos represaliados y he padecido mucha pobreza. Triunfé en mi país, donde me pagaron millonadas por mis principales películas, y fui respetuosa con la dictadura porque Franco, al fin y al cabo, era el jefe del Estado. Pero nunca oculté mis ideas y en 1963 proclamé que me consideraba socialista”.

Fallece Sara Montiel a los 85 años

Fallece Sara Montiel a los 85 años

Después de rodar medio centenar de películas (algunas llegaron a ser éxitos de taquilla sin precedentes como El último cuplé o La violeteraEl último cuplé La violetera), la Montiel abandonó el cine cuando llegó la democracia y ella ya rondaba los cincuenta años. A partir de entonces se dedicó a grabar discos y realizar algunas giras y a participar en programas de televisión. Como ocurre con tantos iconos sexuales, Sara Montiel derivó en una cierta caricatura de sí misma, una tendencia alentada también por una legión de travestis que imitaron a la inimitable Sarítisima en cabarés y garitos de toda España.

Inconformista e irrepetible, Sara Montiel ya había pasado a la historia grande del cine mucho antes de morir en su apartamento del barrio de Salamanca de Madrid. Fue la primera española que cobró un millón de dólares por una película; una actriz pionera en llegar a Hollywood décadas antes que Antonio Banderas, Penélope Cruz y Javier Bardem; una cantante descarada que sorteó a la censura; un mito en tiempos de hambre y cartillas de racionamiento; y un espíritu libre que predicó con el ejemplo sobre la igualdad entre hombres y mujeres en tiempos difíciles.

Ahora bien, por encima de todo, Sara Montiel fue una rebelde apasionada que llegó a romper los platos en un lujoso restaurante de Nueva York, allá por los años cincuenta, porque prohibieron la entrada por normas racistas a su acompañante que era, nada más y nada menos, que la cantante de jazz Billie Holiday.

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