Desde los tiempos del teatro en Grecia, los cómicos siempre han sido irreverentes con el poder. En realidad se trata de una de las características de esa profesión cuando se ejerce con honradez y coherencia y cuando se tiene en cuenta que los actores se deben al público. En épocas dictatoriales y despóticas, las gentes de la escena han pagado incluso sus atrevimientos con la cárcel, el exilio o incluso la muerte. Afortunadamente esas prácticas represivas están prohibidas en una democracia, pero los poderosos no dejan de intentar acallar las voces críticas de la cultura con impuestos, leyes, subvenciones interesadas o favores pagados.
Fieles a la tradición rebelde de su gremio, los cineastas españoles dieron una nueva lección de irreverencia hacia el Gobierno de turno y convirtieron la gala de los Premios Goya en una elegante, pero firme reivindicación de sus aspiraciones. Motivos, desde luego, no les faltan. El IVA cultural más alto de Europa (21%), las pérdidas por una piratería desbocada y sin reglas o el deterioro de la televisión pública gravitan como una losa sobre el futuro del cine español, que el presidente de la Academia de Cine, Enrique González Macho, califica como “una cuestión de Estado”.
Los gestos reivindicativos en favor de una industria y una cultura del cine amenazadas salpicaron toda la gala desde los chistes de la presentadora, Eva Hache, (“Hay gente que no entiende ni su letra, ¿verdad Mariano?”) hasta las referencias a que el toro más peligroso era Mon-toro pasando por una Maribel Verdú que recordó a desahuciados y parados al recoger su premio a la mejor actriz protagonista. Pero el momento más desgarrador de la gala, por su crudeza y sinceridad, fue la breve intervención de Candela Peña, mejor actriz de reparto. Es difícil relatar los efectos devastadores de la crisis con menos palabras y más rabia. Esta magnífica intérprete, premiada por su pequeño papel en Una pistola en cada mano, lleva tres años en paro y ha visto morir recientemente a su padre en un hospital público “sin mantas ni agua” mientras teme un negro futuro para su hijo recién nacido. Fue un grito desgarrador, lanzado al cerebro y al corazón de los asistentes a la gala y de los millones de espectadores que seguían la entrega de los premios por Televisión Española.
Ver másUna 'Blancanieves' en blanco y negro triunfa en los Goya
Peores pronósticos para 2013
Lejos de la abierta indignación en escena por el No a la guerra en Irak, que marcó la gala de 2003, o de la impresionante imagen de José Luis Borau con las manos teñidas de blanco en contra de ETA en los noventa, los Premios Goya 2013 han puesto de relieve, con una fuerza tranquila, que las gentes del cine suelen estar a la vanguardia de la protesta social. Tanto los consagrados, como Javier Bardem o Maribel Verdú, como técnicos o especialistas sin apellidos populares, desgranaron sus reproches contra los causantes de la crisis en sus intervenciones desde el escenario. En cualquier caso, el pasado año fue la mejor temporada del cine español en casi tres décadas, como se encargó de recordar González Macho, pero matizó que se han recogido ahora los frutos de 2011. Así pues, habrá que esperar al año próximo para calibrar el termómetro cinematográfico de la política cultural del PP. Ahora bien, los cineastas españoles no se muestran optimistas al margen de las inevitables defensas gremialistas.
Si las perspectivas económicas aparecen muy sombrías para el cine, no parece que la capacidad creadora haya mermado a la vista de los cuatro filmes que optaban a mejor película. Cuatro géneros muy distintos, cuatro enfoques radicalmente distintos de la narración y cuatro producciones que no tienen nada que envidiar a lo mejor de otras cinematografías europeas. Es más, se trata en dos casos (Lo imposible y El artista y la modelo) de películas con una gran proyección internacional al contar con actores y técnicos de varias nacionalidades. En las otras dos candidatas (Blancanievesy Grupo 7) el riesgo de filmar cine puro en blanco y negro o de rodar un brutal thriller de denuncia se ha visto recompensado con unas críticas muy elogiosas y un aceptable éxito de público. Para aquellos falsos cosmopolitas, que se jactan de no ver películas españolas, el talento del cine nacional goza de buena salud. A pesar de los pesares, Buñuel, Berlanga, Saura o Almodóvar tienen dignos seguidores.
Desde los tiempos del teatro en Grecia, los cómicos siempre han sido irreverentes con el poder. En realidad se trata de una de las características de esa profesión cuando se ejerce con honradez y coherencia y cuando se tiene en cuenta que los actores se deben al público. En épocas dictatoriales y despóticas, las gentes de la escena han pagado incluso sus atrevimientos con la cárcel, el exilio o incluso la muerte. Afortunadamente esas prácticas represivas están prohibidas en una democracia, pero los poderosos no dejan de intentar acallar las voces críticas de la cultura con impuestos, leyes, subvenciones interesadas o favores pagados.