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'Reformar el sistema electoral'

Reformar el sistema electoral, Jorge Urdánoz y Enrique del Olmo.

Jorge Urdánoz | Enrique del Olmo

infoLibre publica un extracto de Reformar el sistema electoral, de Jorge Urdánoz y Enrique del Olmo, un título en el que el catedrático en Filosofía del Derecho y el sociólogo analizan la organización del voto en España. El primero se encarga de identificar "el modelo y sus males" —capítulo del que sacamos este fragmento—, mientras el segundo analiza las distintas vías de reforma posibles y los mecanismos que paliarían las deficiencias del actual sistema. 

El libro, editado por Gedisa, forma parte de una nueva colección de títulos breves y divulgativos llamada Más democracia, que se propone explicar de manera accesible algunas de las claves de nuestro sistema representativo y está dirigida por la politóloga —y colaboradora de infoLibre— Cristina Monge y el propio Urdánoz. Además del primer volumen, Comprender la democracia, de Daniel Innerarity, ya publicado, la serie  abordará en los próximos meses asuntos como la democracia interna de los partidos (Joan Navarro y José Antonio Gómez Yáñez) o la corrupción (Manuel Villoria).

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Libertades desiguales

 

La división de gente que define por encima de cualquier otra cosa a nuestro sistema electoral no sólo afecta a la igualdad política. Afecta también a algo muy parecido, si no idéntico, a la libertad. La libertad tiene muchas, muchísimas facetas. Es un concepto extremadamente complejo. Una de esas facetas puede denominarse «libertad electoral». La mejor manera de acercarnos a la misma es ponernos en la piel de un simpatizante de IU que viva en Teruel desde 1977. IU, en Teruel, jamás ha conseguido un escaño. Es imposible que lo consiga, porque en Teruel se eligen sólo tres escaños, y el apoyo electoral de IU en Teruel, supongamos, ronda siempre el 10% (repito que es un supuesto: lo interesante es la idea, no los datos).

Supongan que son ese simpatizante de IU, y que votan en Teruel desde 1977 hasta 2011 (en 1977 IU se llamaba PCE, pero da igual). Si votan a IU, que es el partido que más les gusta, saben que tiran su voto. Es como si no se acercaran a votar, porque jamás uno de los tres escaños puede ser para un partido con un 10% del voto. Sin embargo, si votan por su segunda preferencia, que lo lógico es que sea el PSOE, su voto puede hacer algo. Si usted —y muchos simpatizantes de IU— votan al PSOE, le ayudan a que gane al PP. Y así, de los 3 escaños de Teruel, el PSOE se lleva 2 y el PP 1. Pero si votan IU, es probable que el PP se lleve 2 y el PSOE 1. Es decir, que si votan IU, en realidad ayudan al PP.

Ahora supongan que son el mismo simpatizante de IU, pero en Madrid. ¿Qué hacen? Votan IU, desde 1977, sin demasiados problemas. En Madrid se eligen 36 escaños. Por tanto, un sencillo cálculo les dice a todos los simpatizantes de IU madrileños que, dado que las encuestas les dan un 10% de votantes, si votan sincero, ganan 3,6 es caños. Por tanto, esos votantes no tienen ninguna necesidad de cambiar su voto y votar al PSOE. ¿Para qué? Ni se les pasa por la cabeza.

Volvamos a la idea de libertad. Resulta que un simpatizante de IU, en Teruel, acaba votando al PSOE. Y, en Madrid, vota IU. ¿Cuál es más libre? Desde luego, en cuanto a su autonomía a la hora de votar o no sin interferencias, parece claro que hay más libertad —electoral, repito— en Madrid. Los politólogos, a esto que yo denomino «libertad», lo llaman de otra manera. Una manera también muy intuitiva: «efecto psicológico». O, también, «voto útil». En determinadas circunscripciones, como Teruel, hay un efecto que incide en la psicología de ciertos votantes y que les dice algo así como «no seas idiota, cambia tu voto». Esto es, hay mucha más presión para votar «útil». Aunque los nombres son muchos, parece evidente que el valor involucrado tiene que ver con la libertad.

Alguien, aquí, podría replicar: «oiga, no. Son igualmente libres el turolense y el madrileño. Ambos pueden votar por IU si quieren. La libertad es la misma, nadie les hace nada. Nadie les pone una pistola en la sien». Pero algo chirría en esa argumentación, porque lo cierto es que sí vemos un «efecto psicológico», un efecto que en un caso aparece con mucha intensidad y en el otro no hace siquiera acto de presencia.

De hecho, esta idea de libertad involucrada aquí es muy parecida a la que, en economía, fundamenta nada menos que la ley de la oferta y la demanda. Si vendo por 200 euros alfombras que compro a 100, mi libertad de seguir con ese modelo de negocio no será la misma antes que después de que un competidor me abra, pared con pared, una tienda en la que vende mis mismas alfombras por 150. Tendré que bajar el precio, y no lo haré libremente, sino contra mi voluntad. Todo muy psicológico, la violencia no aparece por ningún lado, de acuerdo… pero la libertad de poner un precio un otro no es la misma que antes. Se ha reducido.

Siendo ello así, cuesta poco ver que esa libertad electoral se mide por el número de escaños que elegimos. Cuantos más escaños pueda elegir en mi circunscripción, más libre seré de votar por mi primera opción, esto es, de votar sincero. Porque, si de lo que se trata es de representarnos… ¿qué menos que poder votar con sinceridad? Por eso la Tabla 1 es también una «tabla de libertades». En ella se refleja la mayor o menor libertad electoral que se les otorga a unos u otros ciudadanos, dependiendo del lugar en el que estén censados. Unos son, en definitiva, más libres que otros. 

  La minoría al poder

Uno de los principios fundamentales del ideal democrático es que gobierne la mayoría. La minoría —que aunque sea una minoría tendrá garantizados constitucionalmente sus derechos— ha de estar en la oposición. Y, desde ahí, podrá convencer a los electores de que cambien de opinión y de que en las próximas elecciones la conviertan en mayoría. Y vuelta a empezar. 

Esto, que es como el abc de la democracia, tampoco se cumple en España. En España, por raro que les suene, lo normal es que gobierne la minoría y que los representantes de la mayoría estén en la oposición. Colomer utiliza, con mucho acierto, la expresión «democracia minoritaria» (Colomer, 2018). Ya sé que es algo que choca, que repele al sentido común democrático. Pero también es algo empírico e irrefutable. En el Gráfico 1 se reflejan los votos populares que han respaldado a los diferentes gobiernos desde 1982, así como los escaños logrados con tales votos.

  Gráfico 1: La democracia minoritaria

 

Fuente: elaboración propia.

Como puede verse, lo normal en España es que el gobierno no se encuentre respaldado por una mayoría de votantes. De hecho, lo normal es que, aunque los diputados elegidos por una mayoría de votantes se unan… sigan siendo minoría en el Congreso. Es como el mundo al revés. En palabras de Colomer (2018: 212): «España es el único país de Europa donde, en más de cuarenta años de democracia, siempre ha habido, a nivel estatal, gobiernos controlados por un solo partido, nunca se ha formado un gobierno de coalición, y todos los gobiernos se han basado en una minoría de votos populares».

'Un fin del mundo'

'Un fin del mundo'

Como se observa en el gráfico, en 2016 ocurrió que un partido minoritario no alcanzó, gracias a la sobrerrepresentación en escaños que tradicionalmente le otorga el sistema, los escaños suficientes para formar gobierno. Ya había ocurrido en 2015, unos meses antes, y por eso las elecciones tuvieron que repetirse. Puede decirse —muchos lo dijeron— que en esas dos convocatorias el sistema electoral «fracasó», en el sentido de que no otorgó el poder al partido más votado, con independencia de que fuera o no apoyado por una mayoría real de votantes. Los que así piensan lo dicen claro (Wert, 2010): lo importante no es tanto que el gobierno esté respaldado por una mayoría de votantes como que haya gobierno. Esa pejiguera de «la mayoría» es un molesto asuntillo menor. Como, por descontado, lo son otros derechos, como la igualdad de voto, al lado de cierta «eficacia» que ha de garantizarse incluso al precio de pisotearlos. Nuestro sistema electoral, como puede verse, está configurado a la manera de quienes así piensan. No es un sistema electoral mayoritario, sino más bien minoritario.

Nosotros, aquí, discrepamos. Respetamos demasiado el viejo y honorable principio de mayoría como para sacrificarlo por un plato de lentejas sobrerrepresentadas. No creemos, por lo demás, ser los únicos en sostener la extravagante tesis de que esto de que nos gobiernen siempre minorías, y además por mayoría absoluta, no parece la mejor de las ideas.

 

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