La novia llega con el vestido blanco ensangrentado a rendir cuentas ante la madre del novio. El paisaje (el desierto) es una pura nube de polvo. Las familias esperan ante una casa derruida de la que apenas queda la fachada. Inma Cuesta recita: "Porque yo me fui con el otro, ¡me fui!". Tras un minuto escaso de metraje, el espectador sabe que la directora Paula Ortiz no ha preparado una adaptación de Bodas de sangre que beba del lenguaje teatral, como aquella Yerma de 1998. Sabe que tampoco le espera la sobriedad de Carlos Saura y su versión flamenca. La novia, dice la realizadora, es una acumulación de excesos que quiere recrear el universo lírico de Lorca: "La luna, la tierra, el polvo, los cristales, la sangre, los cuchillos, la boda, la fiesta…".
Por ahora, no parece que nadie haya puesto el grito en el cielo ante esta adaptación voluntariamente alejada del realismo y sin temor a entrar en lo simbólico. La película, que se estrena el viernes en los cines, opta a nueve categorías en los premios Feroz, entregados por los periodistas y críticos cinematográficos, lo que la sitúa en los primeros puestos de la carrera hacia los Goya. En su estreno en el festival de San Sebastián muchos se cuestionaron por qué no estaba en la sección oficial. Ortiz explica parte de su éxito con una especie de termómetro emocional: "Nos dábamos cuenta de que la sensibilidad de los tiempos sí era lorquiana, estamos en un momento hambriento de grandes relatos que lancen preguntas, que abran las grietas del alma". Han pasado 82 años desde que se se estrenó la obra y 28 desde que murió la novia del crimen de Níjar que inspiró al poeta.
Afortunadamente, cuenta la realizadora, los tiempos y las ganas coincidieron. Ella soñaba con adaptar Bodas de sangre al cine desde que era una adolescente. Siguió alimentando el sueño —era lejano: la familia de Ortiz no tiene nada que ver con la gran pantalla y ella misma una de las primeras directoras aragonesas— durante sus estudios de Filología Hispánica y su doctorado en Historia del Arte. Ambos surcos de su biografía pueden rastrearse fácilmente en su cine. De tu ventana a la mía (su ópera prima, estrenada en 2011) era, para el crítico Jordi Costa, el "quivalente cinematográfico de un libro de relatos entretejidos". Tanto aquel filme como este exhiben una fotografía especialmente cuidada, pictoricista, a cargo en ambos casos de Miguel Ángel Amoedo. El "anhelo íntimo" de Ortiz se convirtió en realidad por mero sentido práctico: "Siempre tienes la sensación, o al menos yo, de que la siguiente película va a ser la última. Quieres hacer aquella en la que verdaderamente crees".
Ella creía en que aún había algo que decir sobre aquella novia almeriense que escapó con su amor de juventud, marido de su prima, la noche de su boda con otro hombre. Lo ha hecho rodeándose, en parte, de los que ya le acompañaron en aquella primera película. Repiten Leticia Dolera (esposa de Leonardo), Luisa Gavasa (madre del novio) y Carlos Álvarez-Nóvoa (madre de la novia, fallecido el pasado septiembre y honrado póstumamente con una candidatura a los Feroz). Se suman Asier Etxeandía (el novio) y Álex García (Leonardo). La directora es consciente del peso del casting: "Se les exigía esa presencia icónica, lorquiana". Una novia que sea todas las novias, a caballo entre el fuego y el agua; un novio bueno y fresco como un "riachuelo"; un amor prohibido como un "río oscuro". Pero estaba también el texto, que les exigió intensos ensayos y un trabajo de semanas para eliminar "las distancias teatrales" pero "sin banalizarlo". "Este texto no se puede cotidianizar", reivindica Ortiz. En su versión, las palabras de Lorca quedan intactas entre un mosaico de desierto, coronas de flores, hogueras, coplas populares y puñales (literalmente) de cristal.
"Lo afrontamos desde la conciencia absoluta del riesgo y el privilegio de la palabra", dice Inma Cuesta, vestida con un traje blanco que bien podría haber sido el de la novia. Pica un sándwich en medio de la intensa jornada de promoción de una película que puede valerle la nominación al Goya. Asegura que sentía cercano el texto, que había memorizado mil veces "cuando soñaba con ser actriz" y que puebla el imaginario andaluz. La directora le dijo: "En ti hay algo del que siempre lo ha tenido cerca y le late dentro". Y ella buceó aún más para encontrar la raíz de "la pasión, la tragedia, la muerte, el destino". "Te llegan historias cuando puedes contarlas. Cuando tienes herramientas para hacerlo. Yo me encontré con culpas, me perdí en laberintos complejos y dolorosos. Para mí ha sido un viaje bastante catártico", dice, misteriosa. Su mayor miedo era que el público viera a la novia como una "caprichosa". Cree que lo ha evitado.
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La actriz habla de fatum, de destino, de "fuerzas enfrentadas" y de algo que se escapa a la razón. Pero Lorca culpaba de las muertes y del sufrimiento también a las afiladas lenguas del pueblo, la pesada vigilancia de la sociedad. La novia real, Francisca Cañadas, fue apartada de la vida pública y mantenida en silencio por su familia hasta su muerte en 1987. "Hay un momento en que ella dice: 'Me consumiré aquí como nos consumimos todas'. Es esa visión del papel que tenía la mujer y que sigue teniendo en muchos sitios", recuerda Cuesta nombrando la película Mustang, sobre la situación de las mujeres en Turquía, que ha visto hace poco junto a Ortiz.
Esta profundiza. Su anterior película retrataba las vidas de encierro y sacrificio de tres mujeres, en los años veinte, cuarente y setenta, en una especie de hilo temporal de la liberación femenina. "No solo no se han contado estas historias, sino que se han silenciado. Parte de las violencias implícitas y explícitas que hay hoy en la sociedad en cuestiones de género vienen de no haber explorado todo esto", dice, recordando el reducido número de directoras y mujeres guionistas en el cine español. Y recalca: "En España hemos avanzado mucho a nivel objetivo, pero no tanto en lo latente y en lo sutil".
Continúa hablando de las mujeres lorquianas, "grandes diosas" que encarnan "la creación y la destrucción, el deseo y la muerte, el odio, la venganza, el amor, la tierra, la fecundidad y a la vez toda la violencia". No tiene miedo de haber entrado, precisamente, en ese universo mítico que aleja su obra de la mayor parte de las que llenan la cartelera. "Teníamos voluntad de abandonar el realismo. Es un código más. Parece que en el cine actual para ser más verdad tiene que ser realista, social. No tiene por qué ser más real una emoción en un código realista que simbólico, poético, fantástico…", reivindica. La novia recorre indistintamente los paisajes de la Capadocia turca y del desierto aragonés. Combina ropas de jornaleros y elegantes trajes de ayer mismo, tradiciones de antaño y gestos de esta mañana. Se trenzan acentos de una región y otra. No hay tiempo ni espacio reconocibles. De nuevo, Paula Ortiz dice que no tiene miedo. Y que ya prepara la que espera sea su siguiente película junto al dramaturgo Juan Mayorga. La novia está lejos de ser la última.
La novia llega con el vestido blanco ensangrentado a rendir cuentas ante la madre del novio. El paisaje (el desierto) es una pura nube de polvo. Las familias esperan ante una casa derruida de la que apenas queda la fachada. Inma Cuesta recita: "Porque yo me fui con el otro, ¡me fui!". Tras un minuto escaso de metraje, el espectador sabe que la directora Paula Ortiz no ha preparado una adaptación de Bodas de sangre que beba del lenguaje teatral, como aquella Yerma de 1998. Sabe que tampoco le espera la sobriedad de Carlos Saura y su versión flamenca. La novia, dice la realizadora, es una acumulación de excesos que quiere recrear el universo lírico de Lorca: "La luna, la tierra, el polvo, los cristales, la sangre, los cuchillos, la boda, la fiesta…".