Estos primeros días de septiembre, el escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979) tiene la agenda de un ministro: salta de entrevista en entrevista, de la radio a una sesión de fotos, de ahí a una presentación y vuelta a empezar. Tal expectación se debe a que Del Molino es el responsable de uno de los mayores éxitos literarios de 2016, La España vacía (Turner), un ensayo sobre la despoblación en la meseta española que han leído 80.000 personas –en un país donde la tirada media es de 2.800 ejemplares-, según su editorial. Aprovechando la estela que ha dejado esta publicación, presenta su octava obra: La mirada de los peces La mirada de los peces(Literatura Random House), novela en la que vuelca de manera honesta e impúdica su adolescencia en un barrio obrero de Zaragoza, se reconcilia con algunas heridas de aquella etapa y ofrece una visión particular de toda la cultura popular que nació de la rabia juvenil de los noventa.
San José, un barrio con zonas sin asfaltar, es el escenario de esta reflexión sobre el paso del tiempo y la conciencia que se adquiere de ese pasado. Allí, y en aquella época, crecían como setas centros de ocupación juvenil y de Formación Profesional para evitar que los chavales no fueran más allá del tonteo con los porros. Pero Del Molino sabe –ahora que roza los 40- que la adicción comienza devorando bolsas de pipas mientras ves pasar las tardes. Todo ese universo que berreaba con ironía La Banda Trapera del Río en Venid a las cloacas: “¡Vivís en la ciudad satélite! La gente a todo confort”.
Este viaje del escritor y periodista al pasado adquiere forma de flashbacks y toma como eje central a quien fuera su profesor de Filosofía en el instituto: Antonio Aramayona, un tipo carismático y provocador, defensor de la educación pública, de la eutanasia, del laicismo y orgulloso defensor de la etiqueta maniquea de “perroflauta”. Vamos, la izquierda-izquierda. Escribe Del Molino: “La izquierda-izquierda de España se compone de directores de institutos públicos. Por eso saca tan pocos votos (…) porque no hay tantos directores de institutos públicos”.
“Siempre había querido escribir sobre la figura de Antonio Aramayona, especialmente a partir de que su escrache se convierte en un símbolo fugaz del 15-M, y así, recuperar a través de él la historia de mi adolescencia. Pero cuando Antonio me llama y me dice que ha decidido finalizar su vida, con esa expresión además tan rara, realmente algo de desborda. Siento la necesidad de escribir y me doy cuenta de que el libro, de cierta manera, ya lo tenía escrito”, expone Del Molino en la enésima entrevista de la jornada.
Aramayona anunció su suicidio cuando ya era un personaje conocido, colaborador de varios periódicos, símbolo de una época que buscaba mitos de dignidad. Pero también, un profesor prejubilado, con una discapacidad el 65%, una pierna varias veces amputada, que había sufrido un par de infartos, entre otras complicaciones. Paseaba por Zaragoza en una silla de ruedas motorizada. Cuando decidió poner fin a su vida, llamó a sus más allegados y dejó clara su voluntad acerca de su despedida. Quería que su muerte fuese su último acto político y diese pie a un debate sobre el derecho a la muerte digna. Todo aquello, que tenía su parte de escenificación, hizo clic en el Sergio del Molino escritor y se planteó esta novela –“pero si nos ponemos más exquisitos, y aunque no me gusta poner etiquetas, diríamos que es un libro confesional”- donde abunda en la relación entre maestro y discípulo y su evolución según avanza el tiempo.
Su último acto político
Si en La España vacía Sergio del Molino se volcó en el mito sobre la tierra, en La mirada de los peces lo hace sobre el hombre. Aramayona tenía fama de coherente, y disfrutaba de esa leyenda. En un momento de la novela, el autor se plantea si su gesto suicida, un acto de libertad en el caso del profesor, no lo convierte también en víctima de su propia coherencia ideológica. ¿Y si finalmente no lo hubiera hecho? ¿Decepcionaría a su público? “La muerte nos incomoda muchísimo y la hemos ido apartando. Es un grave problema cultural en las sociedades de occidente. Y el suicidio, en concreto, es un apéndice especialmente problemático, pues aunque la muerte no es un tabú, el suicidio sí que se acerca a ello”, opina el escritor. “Resulta normal que en una sociedad que no quiera ver la muerte, el suicidio suponga un problema filosófico. Ya lo decía Albert Camus: no hay ningún problema filosófico más serio que el del suicidio. Que alguien que todavía puede vivir muchos años y bien decida quitarse del medio, nos perturba, incluso entre los que decimos que lo entendemos hay un fondo de incomprensión”.
Ver más"¡Imbécil, ese nunca fue tu mundo!"
Del Molino explora en los pliegues de su figura de activista, mientras salpica el relato de sus líos de juventud, de referencias filosóficas, de música... “A mí, me provocaba cierta desazón que el Antonio Aramayona público, militante, que estaba convirtiéndose en una especie de santo, no se correspondiese en muchas cuestiones con el Aramayona amigo. Le faltaba el humor, la ironía, parte de la inteligencia socarrona que tenía. El Antonio cercano, el que yo conocía, era mil veces más interesante y admirable que el santo que estaban construyendo”. Aramayona pertenecía a ese género excepcional de profesores que incitan a pensar, a hacerse preguntas, a que un grupo de chavales en plena explosión hormonal se planteen sus primeros dilemas.
¿Cuántos Aramayonas se han quedado y se quedarán sin su homenaje? “La vocación docente y los profesores extraordinarios como Aramayona, capaces de ganarse y de enamorar a sus alumnos, son castigados por el sistema", responde rápido Del Molino. "Incluso cuando ya estaba jubilado y se puso a luchar por la educación pública y laica, con su larguísima performance del escrache que le hace a la consejera de Educación de Aragón, incluso ahí, su entrega a la educación pública tampoco obtuvo recompensa. No cambió sustancialmente la situación y su salud se resentió muchísimo más". "Por lo cual -sintetiza el escritor- su historia es la de una entrega hacia un sistema y un modelo de enseñanza que sólo le devolvió cosas malas, y que tiende a premiar más al conformista y al mediocre”.
Estos primeros días de septiembre, el escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979) tiene la agenda de un ministro: salta de entrevista en entrevista, de la radio a una sesión de fotos, de ahí a una presentación y vuelta a empezar. Tal expectación se debe a que Del Molino es el responsable de uno de los mayores éxitos literarios de 2016, La España vacía (Turner), un ensayo sobre la despoblación en la meseta española que han leído 80.000 personas –en un país donde la tirada media es de 2.800 ejemplares-, según su editorial. Aprovechando la estela que ha dejado esta publicación, presenta su octava obra: La mirada de los peces La mirada de los peces(Literatura Random House), novela en la que vuelca de manera honesta e impúdica su adolescencia en un barrio obrero de Zaragoza, se reconcilia con algunas heridas de aquella etapa y ofrece una visión particular de toda la cultura popular que nació de la rabia juvenil de los noventa.