En este país de no-lectores, circulaba un chiste:
—¿Has leído la última novela de…?—No, esperaré a que salga la película.
La broma, que algunos letraheridos consideran de mal gusto, tiene una vertiente catódica: "Esperaré a que estrenen la serie". Porque la tele se ha convertido en el último refugio de algunas novelas y sagas: multiplica su repercusión e, incluso, hay quien las tiene por el sustituto perfecto.
No es una novedad absoluta, la pequeña pantalla y el libro siempre han hecho buenas migas. Por no aburrir, recordemos esas sobremesas de la TVE en blanco y negro, cuando cada tarde nos ofrecían una novela troceada en capítulos de menos de media hora y en capítulos que siempre eran múltiplos de cinco. Los adaptadores (por ejemplo, los de Crimen y castigo, en 1970) tenían mérito…
En tiempos más recientes, la tele pública se atrevió con El Quijote, La barraca, Celia, La Regenta, Fortunata y Jacinta, Los gozos y las sombras, Los jinetes del alba… no me entretengo enumerando, porque la nómina es exuberante. Y las teles privadas también han recurrido a ese pozo sin fondo de argumentos que es el acervo literario. Eso sí, el lapso de tiempo transcurrido entre el lanzamiento de una obra literaria y su conversión al catodicismo cada vez es más escaso. Recuérdese a este respecto el exitazo de audiencia del bestseller El tiempo entre costuras, de María Dueñas, estreno reciente de La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, o el anuncio del rodaje de El día de mañana, a partir de la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón.
Subrayo lo evidente: antes, los escritores convertidos al catodicismo estaban muertos, y no podían protestar por las simplificaciones, omisiones y traiciones. Ahora suelen estar vivos, y tienen opiniones.
A veces buenas: "Si se adaptaba al audiovisual, no quería una película porque no quería recortar nada", declaró María Dueñas, feliz con su destino televisivo; los guiones "respetan el espíritu de la novela, el público la va a reconocer enseguida. Para mí todo esto es un sueño", explicó Falcones. Otras, no tanto: Arturo Pérez-Reverte calificó de "bazofia" la adaptación que Antena 3 había realizado de La Reina del Sur. (Añado que ese "bazofia" es un título que el escritor concede con generosidad: requerido para calificar las versiones cinematográficas de sus novelas, aseguró que la "más infame es La tabla de Flandes, una bazofia de película que no hay por donde cogerla").
Un fenómeno mundial
Lo evidente es que las series televisivas, antes denostadas, son tenidas ahora en la más alta consideración. Fenómenos como Juego de Tronos tienen mucho que ver en ese prestigio.Juego de Tronos
Pero eso no impide que los viejos debates sigan vigentes. Por ejemplo: la versión televisiva de la obra de George R.R. Martin evolucionó al margen de la obra misma. Adquirió vida propia. Y aunque el escritor siempre ha defendido la serie, no ha podido o querido dejar de lamentar algunos cambios: "En el libro, los personajes pueden resucitar. Cuando Catelyn Stark resucita como Lady Corazón de Piedra, se convierte en una asesina vengativa y despiadada. En el sexto libro, todavía continúo definiendo el personaje. Es importante en el conjunto de libros. [Mantener su personaje] es el cambio que más me gustaría hacer [en la serie] ".
Mucho más descontenta con su suerte televisiva se mostró Ursula K. Le Guin. Extraordinariamente crítica con la adaptación que Sci-Fi Channel hizo de su obra, denunció que la serie Earthseawhitewashed (blanqueó) el texto original. Blanqueaba a los protagonistas. "La raza, que ha sido un elemento crucial, ha sido eliminada de mis historias. En la miniserie, Danny Glover es el único hombre de color entre personajes principales (…) Muy lejos de la Earthsea que imaginé".
Al cabo, todos se dan cuenta de que (salvo excepciones), cuando vendes los derechos de tu novela, vendes su alma. Y sólo algunos creen que eso no es necesariamente malo.
Margaret Atwood, por ejemplo, acaba de admitir que no tiene ninguna influencia sobre el desarrollo de El cuento de la criada, y no le incomodaEl cuento de la criada, . "Creo que habría sido tremendamente estúpido estar resentido por ello, porque las cosas podían haber sido mucho peor. (…) Las actuaciones son estupendas, se han mantenido fieles al meollo de las premisas". De hecho, Atwood sabe que perdió control mucho antes, cuando vendió los derechos para una película que se rodó en 1989. En aquella época, las ficciones televisivas eran otra cosa (tipo Dallas), nadie prensaba en la posibilidad de una serie, y los derechos emprendieron un camino tortuoso en uno de cuyos recodos, MGM se los vendió a Hulu. "Nada de esto está de ninguna manera bajo mi control. Incluso si hubiera pillado un berrinche y hubiera dicho ‘no pueden hacer esto’, no habría tenido soporte legal".
Un largo aprendizaje
Lo que Atwood constata es algo que muchos saben. "Si algo aprendí del rodaje de El maestro de esgrima —escribió el ya mentado Pérez Reverte—es que los autores sólo servimos para incordiar en los rodajes, salvo que sea expresamente requerido para resolver tal o cual situación. Hasta tal punto llega la desconfianza de los directores respecto al padre de la criatura, que algunos incluso ven con malos ojos que sus actores lean el texto original".
Teorías al respecto hay muchas. Pío Baldelli, autor de El cine y la obra literaria (1966), dijo hace ya medio siglo que al adaptador de una obra literaria se le presentan cuatro posibilidades: 1) Saquear la obra literaria. 2) Poner el cine al servicio de la novela. 3) Completar el texto con añadidos cinematográficos. 4) Hacer una obra cinematográfica autónoma, independizada del texto que la inspira.
Cada cual tiene su punto de vista. Juan Marsé (escritor siempre descontento con la suerte cinematográfica de sus novelas) dijo que "cuando una película es buena lo es siempre por la bondad narrativa cinematográfica, no literaria". Una convicción que puede expresarse con la fórmula generosa atribuida a Antonio Muñoz Molina: "Cuando me adaptan un libro, quiero sobre todo que salga una buena película". Pero no todos están por la labor. Así, cuando Salinger se negó a ceder los derechos para la adaptación de El guardián entre el centeno, se justificó diciendo al frustrado director: "Agradezco y aprecio su entusiasmo, pero veo mi novela como una novela y solo como una novela".
No es el único, ni será el último, que cree que el trasvase es imposible. "American Psycho es el tipo de libro que no era necesario convertir en película", sostuvo Bret Easton Ellis. En su opinión interesada, el problema era que había sido concebida como obra literaria que, además, era contada desde la perspectiva de un narrador poco fiable.
El colmo de la desesperación llega cuando la película, además de ser poco fiel, populariza una novela que el autor desprecia. "El libro por el que más se me conoce, o el único por el que se me conoce, es una novela que estoy dispuesto a repudiar: escrito hace un cuarto de siglo en tres semanas, un jeu d'esprit acabado en tres semanas por dinerojeu d'esprit, se hizo popular como materia prima de una película que parecía glorificar sexo y violencia. La película facilitó que los lectores del libro malinterpretaran de qué trataba, y el malentendido me perseguirá mientras viva. No debería haber escrito este libro por ese malentendido". Son palabras de Anthony Burgess referidas a La naranja mecánica.
Por lo demás, hay traiciones menos evidentes que la desaparición de un personaje o el cambio de raza de un protagonista. Cuando Stanisław Lem manifestó sus reservas sobre la adaptación que Tarkovsky hizo de Solaris, criticó, entre otras cosas, que "en ningún caso hizo Solaris, hizo Crimen y castigo".
Al contrario, Donn Pearce, que antes de escribir Cool Hand Luke (La leyenda del indomableLa leyenda del indomable) había sido ladrón de cajas fuertes y falsificador, criticó lo finolis que se habían puesto los guionistas, usando por ejemplo el sintagma "What we got here is failure to communicate" ("Lo que tenemos es un fallo de comunicación", número 11 en la lista de citas cinematográficas más famosas de todos los tiempos). En su opinión, un despropósito: un funcionario de prisiones, denunció, jamás utilizaría la palabra "comunicar". Tampoco la elección de Paul Newman le pareció acertada: "El tipo era muy guapetón. Era demasiado delgado. En la calle no habría durado ni cinco minutos".
Y el vil metal
Cuentan que cuando se encendieron las luces tras la première de Mary Poppins, los 1.200 asistentes aplaudieron en pie durante cinco minutos. La película había gustado a todo el mundo… excepto a la autora de la novela original, P. L. Travers, que permaneció sentada, llorando. Cualquiera podría haber pensado que sus lágrimas eran producto "del placer artístico o del éxtasis financiero", escribió Caitlin Flanagan en el New Yorker, la película la hizo rica. Pero no: Disney había violentado su trabajo.
No hemos hablado de él, pero en muchas ocasiones es la razón que lo explica todo. "Considero las películas que se han realizado a partir de mis novelas como una actividad complementaria y lucrativa del libro —dijo hace años Pérez Reverte—. Es una forma estupenda de promoción y de ganar más dinero con la cesión de los derechos".
Claro, que no son los únicos… Michael Ende dijo que La historia interminable (la película, claro) era "repugnante". Peor aún: "Los creadores de la película simplemente no entendieron nada del libro. Sólo querían ganar dinero".
En este país de no-lectores, circulaba un chiste: