Cuando familia y sociedad no creen a las víctimas: la violencia sexual dentro de la pareja no es 'Querer'

2

Miren (Nagore Aranburu) está recogiendo sus pertenencias cuando inesperadamente regresa a casa su marido, Iñigo (Pedro Casablanc). El temor se hace físicamente real y se convierte en terror ante sus ojos. Tiene que aparentar normalidad, que todo está en el mismo sitio en el que estaba la última vez que se vieron, antes de que saliera de viaje de trabajo. Pero están en un lugar distinto hacia el que ella ha partido ya y él, cabeza de una familia vizcaína acomodada, no tiene ni la más remota idea: su esposa le acaba de denunciar por violación continuada después de treinta años de matrimonio y dos hijos en común. 

Soledad, incomprensión, desamparo, miedo, estigma, abandono de amigos y conocidos, confusión en sus propios hijos. Todo eso está en Querer, la serie de Movistar Plus+ dirigida por Alauda Ruiz de Azúa que nos muestra cómo el mundo de Miren se desmorona después de esta grave acusación que obliga a los hijos a elegir entre creer a su madre o apoyar a un padre que defiende su inocencia (y que busca en ellos, ambos varones, una complicidad de género a la vieja usanza). Un viaje familiar con mucha pendiente de desnivel que ascender y demasiadas curvas como para llegar a destino sin daños, que avanza en paralelo al proceso judicial con un único mismo objetivo: conocer la verdad.

"Cuando estás en una relación de muchos años que aparentemente empezó desde el sitio del amor, es muy difícil asumir de repente que la persona que tú querías, o que te decía que te quería, no te está tratando con respeto o directamente te está tratando de manera violenta, aunque sea una violencia más invisible y sofisticada", plantea a infoLibre Ruiz de Alauda. "Cuando no te quieren o no te respetan, y eso viene de la persona que se supone que te iba a querer y respetar, te empiezas a preguntar qué es el amor, qué es tratar bien a alguien y donde estás", apostilla.

Esa es la premisa de partida de esta serie de cuatro episodios, con guion de la propia cineasta junto a Eduard Sola y Júlia de Paz, que se adentra en un caso de violencia sexual dentro del matrimonio nada fácil de "juzgar a primera vista" y que pone en la pantalla "violencias más sofisticadas, más invisibles y difíciles de detectar" sin caer en nada "morboso" o "sensacionalista", sino hablándolo desde un sitio político, judicial y humano con mucha "sobriedad".

"Los productores, a los que les había gustado mucho Cinco lobitos, me proponen desarrollar una serie que hable del consentimiento o no consentimiento dentro del matrimonio a partir de una mujer que denuncia a su marido. La idea me atravesó por muchísimos sitios. Recuerdo estar tiempo después pensando en cómo se puede denunciar y juzgar eso, cómo puede ser la narrativa en una pareja que ha estado muchos años junta, y en qué momento se pasa de una relación consentida a la violencia sexual, cómo ocurre eso que luego se mantiene en el tiempo. Entré porque fue un flechazo, sobre todo con muchísimas preguntas para las que no tenía respuestas fáciles", explica la cineasta.

Que el matrimonio tenga dos hijos jóvenes pero ya adultos —-interpretados por Miguel Bernardeau e Iván Pellicer— abre el conflicto a la manera en que las familias enfrentan una situación de este tipo. "La presencia de los dos hijos me parece un hallazgo dentro de la serie, porque de alguna forma estamos viendo en ellos dos a los herederos de esa generación, de esa manera de comportarse, a los herederos de esa educación. Uno de ellos más fluido o directamente bisexual y el otro, más mayor, el heredero de la violencia machista de la sociedad", apunta a infoLibre Casablanc, quien da vida al esposo denunciado, un personaje "muy potente porque es el acusado de malos tratos y de violación en el seno del matrimonio, pero a su vez es un tipo que tiene sus matices porque ama a su familia, quiere a su mujer y a sus hijos, pero de pronto se ve que le han quitado la tierra bajo los pies y su mundo se derrumba".

De esta manera, la trama se desarrolla en torno a los distintos puntos de vista de los cuatro protagonistas principales, que se construyen "a través de la mirada y el juicio de los otros", en palabras de Ruiz de Azúa. "En ese sentido, había un viaje importante que intentar ofrecerle al espectador, porque partíamos de la consciencia de que la mayoría de las víctimas de violencia sexual suelen encontrarse con una resistencia social y familiar para ser creídas. Automáticamente se las cuestiona o se las justifica de otra manera", remarca la directora, recordando asimismo que cuando una mujer empieza un proceso de denuncia y de intentar buscar una reparación "nunca sabe cómo va a ser", pues "es muy difícil imaginar qué onda expansiva puede tener eso en una familia". 

"Así sale el sentimiento de 'igual no tenía que haber denunciado', aunque también hay otras que encuentran reparación en la denuncia", añade, insistiendo en que en cualquier caso lo cierto es que "ninguna sabe cómo va a ser ese proceso y lo tienen que ir descubriendo poco a poco y gestionando como pueden". "Queríamos mostrar ese viaje, en el que lo económico es también importante, porque la violencia de género es transversal, pero que hubiera de repente una diferencia económica entre ambos nos permitía hablar de esa violencia económica, que vuelve a ser otra más difícil de detectar, aunque cuando pones en contexto las cosas y analizas los comportamientos también se puede llegar a ver", reflexiona la realizadora.

Siempre va a haber mujeres que sigan sufriendo el patriarcado por más que diga otra parte de la sociedad que estamos entrando en el 'feminazismo'

Es por ello que Querer "nos pone delante de un espejo de una manera muy cruda", en palabras de Casablanc, "ante una realidad que no hemos visto o no hemos querido ver durante mucho tiempo", lo cual nos puede hacer "reflexionar" y "cuestionarnos muchas cosas y tener cuidado con otras, para comportarnos de una manera diferente". "El sistema patriarcal está muy arraigado, el hombre siempre entra en el coche por la puerta delantera izquierda sin plantearse nada más", apunta a modo de ejemplo, añadiendo a partir de ese gesto tan rutinario que "todavía nos queda mucho para que ese patriarcado se difumine o se convierta en otra cosa".

Y todavía continúa el actor: "Siempre va a haber madres, mujeres, que sigan sufriendo el patriarcado por más que diga otra parte de la sociedad que estamos entrando en el feminazismo. ¿Quién desmonta los cimientos de algo tan patriarcal o tan machista como el fútbol o el deporte masculino? No hay ninguna figura femenina que gane el dinero que ha ganado Cristiano Ronaldo, no existe, y así se empodera a estas figuras del deporte masculino. Mientras eso no cambie seguimos en una sociedad absolutamente patriarcal. Y no le estoy echando la culpa al deporte, es una manera de ver el machismo en la sociedad, también cuando a los jóvenes se les inculca esa idolatría al triunfo del macho, ya sea en el deporte, en la guerra, en las películas o donde sea".

Me gustaría que todos nos planteásemos nuestras relaciones en términos de poder y de privilegio

"Me gustaría que todos nos planteásemos nuestras relaciones en términos de poder y de privilegio", tercia Ruiz de Azúa, para quien ese es un "buen ángulo para pensar cómo de equilibrada está de fuerzas esa relación, y si no se trasgrede ninguna línea que no se deba transgredir". "Al final, esto que señala Pedro muy lúcidamente con esa acción cotidiana es cómo funciona la estructura de poder que tenemos totalmente integrada", subraya la cineasta, para quien en cualquier caso estamos en un "buen momento" para debatir sobre el consentimiento porque Querer también habla de eso, de "levantar la moqueta de repente y enfrentar lo que hay debajo".

"Es complejo y duro, pero creo que está empezando a pasar, estamos empezando a levantar la moqueta y viendo la necesidad de hablarlo, de repensarlo. También de asumir con cierta humildad a veces que no sabemos juzgar las cosas, que nos faltan determinadas herramientas y pedagogías para entender cómo funcionan realmente los procesos de una víctima. Estamos en un momento bueno porque estamos empezando a hablar y eso es lo primero que hay que hacer para poder repensarnos y también para que las mujeres víctimas de violencia se sientan más acompañadas, que sientan que es algo que existe y ocurre", asevera.

'Las abogadas', cuando Manuela Carmena y Cristina Almeida eran la pesadilla de los tribunales franquistas

Ver más

Porque, de hecho, la sensación de la realizadora después de todo el proceso de investigación y documentación es que "muchas víctimas sí que reclaman un mejor acompañamiento en estos procesos judiciales". "Hemos querido ser muy rigurosos, hemos intentado documentarnos lo más posible y retratar cómo es un juicio de la manera más realista y cotidiana posible. En esa cotidianeidad sí que se puede adivinar que hay margen de mejora en cómo acompañamos en este proceso a las víctimas a nivel de las estrategias judiciales, de cómo se coacciona, de cómo se pone el foco en ellas", asegura, explicando que para todos los implicados en el proceso creativo era muy importante "generar empatía con Miren" precisamente para "acompañarla y entender qué significa llegar a denunciar algo así y enfrentarte a ello".

Habla la directora de generar esa "empatía" hacia la protagonista, a pesar de que no siempre se comporte de la manera "más idílica", y también de empatía habla Casablanc a la hora de construir a su personaje como un hombre "amable, buen padre, apegado a una serie de costumbres o tradiciones, que de pronto descubre que todo lo que ha estado haciendo hasta el momento no estaba bien hecho". "Algo que está ocurriendo en la sociedad, porque damos por sentado y por buenos comportamientos que a lo mejor no lo son", alerta. "Lo que tiene esta serie es que abre ese melón a la discusión, el debate y la reflexión", agrega.

Coincide además el actor con Ruiz de Azúa en la pertinencia de levantar la moqueta para acabar con ese viejo refrán de "en cosas de marido y mujer nadie se debe meter". "De pronto, Alauda se mete hasta el fondo con elegancia, con un bisturí muy afilado", recalca, antes de rematar: "El objetivo principal es ponerse en su lugar y empatizar con la víctima, que veamos a través de sus ojos cómo es ese sufrimiento, ese miedo, y cómo al no estar apoyada por el hombre económicamente, ni de ninguna forma, se ve abocada a buscarse la vida de una manera nueva. En el momento que sale de la protección del enemigo se le vuelve enemiga la sociedad entera y todo es nuevo para ella".

Miren (Nagore Aranburu) está recogiendo sus pertenencias cuando inesperadamente regresa a casa su marido, Iñigo (Pedro Casablanc). El temor se hace físicamente real y se convierte en terror ante sus ojos. Tiene que aparentar normalidad, que todo está en el mismo sitio en el que estaba la última vez que se vieron, antes de que saliera de viaje de trabajo. Pero están en un lugar distinto hacia el que ella ha partido ya y él, cabeza de una familia vizcaína acomodada, no tiene ni la más remota idea: su esposa le acaba de denunciar por violación continuada después de treinta años de matrimonio y dos hijos en común. 

>