Stonewall, medio siglo de revuelta

En la madrugada del 27 al 28 de junio, en Christopher Street, la calle más antigua del West Village neoyorquino, alguien arrojó una piedra. Pudo ser una mujer trans, pudo ser un chico homosexual, pudo ser una butch, pudo ser una drag queen, pudo ser cualquier miembro del heterogéneo grupo de personas queer que se congregaba, a la una y veinte de la madrugada, en torno al bar Stonewall, el epicentro de la noche gay en esta entonces zona marginal de la ciudad. Quizás nunca se sepa quién, en medio de aquella redada, se agachó, encontró un guijarro y la arrojó con todas sus fuerzas contra el coche de la policía. En ese gesto —o quizás en otro: la mujer que se resistió a ser detenida, aquel que propuso volcar el vehículo— prendió algo. La revuelta. El acto fundacional sobre el que se construiría el movimiento LGTBI estadounidense, un movimiento que se contagió con rapidez al resto de Occidente. Hace medio siglo de esa mano, de esa piedra, de ese cristal roto. 

Las marchas del Orgullo, celebradas en todo el mundo entre finales de junio y principios de julio, conmemoran aquella respuesta. Y lo cierto es que la comunidad LGTBI vio muy pronto el potencial de aquella noche. Un año después, se celebró en Chicago la primera manifestación conmemorativa, el 27 de junio. Las organizaciones de Nueva York consideraron que asistiría más gente si lo organizaban en domingo, así que esperaron al 28 de junio, convirtiendo esa fecha en la referencia del colectivo con lo que entonces se llamó Christopher Street Liberation Day —de hecho, en ciudades como Berlín o Zúrich, mantuvo el nombre de Christopher Street Day—. Pese a la dictadura franquista, la oleada llegaría también a España, que celebraría la primera marcha de este tipo, ya con la nomenclatura de Día Internacional del Orgullo Homosexual, el 26 de junio de 1977, domingo. La organizaba el Front d'Alliberament Gai de Catalunya, cuyo líder, Armand de Fluvià, debía mantenerse aún en el anonimato. Acudieron, según las crónicas, unas 5.000 personas. Ninguna agitaba una bandera arcoiris aún: este símbolo sería creado un año más tarde por el activista Gilbert Baker, en San Francisco. 

La prensa neoyorquina cubrió la revuelta desde su inicio, aunque no pudiera prever aún su relevancia. The New York Times le dedicó, por ejemplo, menos de media columna en la página 33 en su número del 29 de junio. "Cuatro agentes heridos en una redada en el Village", titulaba el diario, que hablaba de que "cientos de jóvenes" se habían levantado contra la policía después de que esta llevara a cabo una redada en el Stonewall Inn, un bar "conocido por su clientela homosexual". Según el artículo, estos chicos "lanzaron ladrillos, botellas, basura, monedas y un parquímetro contra la policía". Trece de ellos fueron detenidos. Al día siguiente, los disturbios del Village volvían a figurar en el diario, pero esta vez en la página 22, de nuevo a media columna, que informaba de que la policía había vuelto a necesitar refuerzos después de que los agentes de la comisaría cercana fueran incapaces de "controlar una muchedumbre de unos 400 jóvenes, algunos de los cuales estaban arrojando botellas y encendiendo pequeñas hogueras". En la fachada del Stonewall habían aparecido grafitis: "Apoya el poder gay", "Legalizad los bares gais". 

Otras coberturas periodísticas, a lo largo de los siguientes días, fueron deontológicamente peores. El 6 de julio, The New York Daily News publicaba un artículo sobre los disturbios sucedidos a lo largo de la última semana. Su titular: "Redada en el nido homo, las abejas reinas pican con rabia". El artículo, escrito con un tono despreciativo que se hizo habitual en la cobertura de la revuelta, se burlaba de las mujeres trans y llamaba "niñitas" a los clientes gais del Stonewall. Los periódicos de la época no dudaban en referirse a los participantes en la protesta como queers, faggots o queensqueersfaggotsqueens —que podrían traducirse como invertidos, maricones y reinonas—. Y, en el caso de Stonewall, las noticias a menudo criminalizaban a los manifestantes y disculpaban las redadas policiales, muy frecuentes en el barrio.

Aunque la homosexualidad se había descriminalizado en 1962, comportamientos como besarse, bailar o tratar de ligar podían considerarse "disorderly conduct"disorderly conduct, algo así como "escándalo público". Por otra parte, la legislación de algunos Estados negaba la licencia para servir alcohol a los locales que permitieran el escándalo público o que permitieran la entrada de "imitadores de mujeres" o "personas de mala reputación". El colectivo LGTBI, en la práctica, no podía comportarse libremente en los bares y discotecas. Conociendo esto, la mafia decidió sacar tajada y puso en pie una serie de locales considerados clubes privados, en los que supuestamente no se podía servir alcohol —por lo que debían, en teoría, librarse de los estrictos controles policiales— y que suponían un refugio para las personas queer. Pero de esta forma, el colectivo se vio atrapado en la persecución entre la mafia y la policía: cuando los sobornos no eran suficientemente altos o las bandas iban un poco más allá en sus actividades criminales, las redadas se hacían más frecuentes. Al entrar en los bares, y siguiendo la ley, los agentes detenían a cualquier persona que no tuviera al menos tres prendas que se correspondieran con su sexo. 

Stonewall fue, en palabras de Eric Marcus, historiador que ha dedicado toda su carrera a documentar la memoria del movimiento LGTB en Estados Unidos, "un punto de inflexión". Pero esto no significa que no hubiera habido revueltas similares con anterioridad. En agosto de 1966, en la cafetería Compton's de San Francisco, un grupo de hombres gais y mujeres trans arrojaron botellas contra la policía cuando esta se aprestaba a hacer una de sus redadas, según cuenta Carlos J. Valdivia en Stonewall. El primer orgullo fue una revuelta, editado por Egales. En la noche de fin de año de 1967, un grupo de agentes de paisano se infiltró en la taberna The Black Cat de Los Ángeles y esperó a la medianoche para detener a quienes celebraron el año nuevo con un beso. Unas 200 personas se manifestaron frente al local durante toda la noche. Si esas respuestas organizadas tuvieron lugar, fue porque ya existían asociaciones como The Mattachine Society, fundada en 1950, o Daughters of Bilitis, grupo de mujeres lesbianas creado en 1955. 

En 1969 la lucha era, desde luego, necesaria. Durante la caza de brujas anticomunista del macartismo, el Gobierno estadounidense desarrolló también una serie de leyes que buscaban perseguir a las personas homosexuales y alejarlas de la escena pública, una estrategia conocida como Lavender scare, frente al Red scare que criminalizaba las ideas de izquierdas. En 1953, la Orden Ejecutiva 10450 prohibió a los homosexuales trabajar para el Estado federal, algo que afectó a unos 5.000 empleados. Con esta estrategia, se consideraba a los comunistas y a la comunidad LGTB como elementos subversivos peligrosos para la seguridad de los Estados Unidos, una suerte de quintacolumnistas de la Guerra Fría. La película propagandísticaPerversion for profit, estrenada en 1965, da una idea de la concepción que la sociedad americana tenía de la homosexualidad. En ella, se escuchaba al periodista George Putnam decir cosas como: "Debemos salvar a nuestra nación de la decadencia, y alejar a nuestros hijos de los horrores de la perversión. (...) ¿Quiere que su hijo sea seducido por el mundo de los homosexuales? ¿O que su hija sea atraída hacia el lesbianismo?".

'Homintern'

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Pero la revuelta de Stonewall agitó con fuerza y eficacia la sociedad estadounidense. Eric Marcus cuenta en su podcast Making gay history que, si antes de Stonewall había una 700 personas que militaban activamente por los derechos de las personas LGTBI, a finales de 1970 se podían contar unas 1.500 organizaciones en todo el país, 2.500 a finales de 1971

Pese a los enormes esfuerzos realizados por los colectivos queer y la historiografía del movimiento, algunos detalles fundamentales de la revuelta de Stonewall han sido reivindicados solo en los últimos años. Es el caso de la presencia, en ese grupo fundacional, de mujeres trans racializadas como Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, o la figura de Stormé DeLarverie, una mujer lesbiana afroamericana muy combativa que también estaba en la taberna y podría haber sido, de hecho, aquella mujer esposada que se resistía a entrar en el coche policial. En los años ochenta y noventa, mientras parte del movimiento se desplazaba hacia posiciones ligadas a lo institucional, otra parte recuperaba el espíritu de aquella protesta. En 1987, una chapa distribuida por el partido Freedom Socialist Party  rezaba: "Stonewall fue una revuelta... ¡ahora necesitamos una revolución!". 

 

En la madrugada del 27 al 28 de junio, en Christopher Street, la calle más antigua del West Village neoyorquino, alguien arrojó una piedra. Pudo ser una mujer trans, pudo ser un chico homosexual, pudo ser una butch, pudo ser una drag queen, pudo ser cualquier miembro del heterogéneo grupo de personas queer que se congregaba, a la una y veinte de la madrugada, en torno al bar Stonewall, el epicentro de la noche gay en esta entonces zona marginal de la ciudad. Quizás nunca se sepa quién, en medio de aquella redada, se agachó, encontró un guijarro y la arrojó con todas sus fuerzas contra el coche de la policía. En ese gesto —o quizás en otro: la mujer que se resistió a ser detenida, aquel que propuso volcar el vehículo— prendió algo. La revuelta. El acto fundacional sobre el que se construiría el movimiento LGTBI estadounidense, un movimiento que se contagió con rapidez al resto de Occidente. Hace medio siglo de esa mano, de esa piedra, de ese cristal roto. 

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