Teatro del Barrio, una idea peregrina de Alberto San Juan en la cocina de su casa que ya es Premio Nacional

De la (más o menos) misma manera que U2 nació en la cocina del batería Larry Mullen en el Dublín de mitad de los setenta, el Teatro del Barrio surgió en la cocina de la casa madrileña de Alberto San Juan hace poco más de una década. Corría el año 2013, aún ardían los rescoldos del 15M y el actor estaba empeñado en hacer realidad su sueño, empujado por aquel espíritu colectivo, asambleario y transformador que tomó las calles y las plazas. "Era una idea totalmente peregrina", concede divertida Paloma Domínguez, su pareja, rememorando para infoLibre aquellos días: "Intentó buscar cómplices para la aventura entre compañeros de la profesión, porque surgió que estaba en alquiler la Sala Triángulo, pero nadie le hacía mucho caso". 

El empeño parecía quizás demasiado etéreo, pero el empuje terminó provocando el incendio. "El Teatro del Barrio nació en una cocina, Alberto San Juan, Paloma Domínguez y yo nos empezamos a inventar esta receta. Después le gustó a mucha gente y de golpe han pasado diez años y el fuego sigue encendido", escribía en Twitter esta semana la actriz y dramaturga Vanessa Espín, justo después de que recayera sobre el Teatro del Barrio el Premio Nacional de Teatro 2024, poco más de una década después de su apertura en diciembre de 2013.

"Veníamos con todo el impulso del 15M y se juntaron muchas cosas en la tormenta perfecta, era de alguna manera el momento, así que nos lanzamos en un primer momento con un equipo de diez personas, sin saber ni la forma jurídica que teníamos que tener, ni cómo sacar todo adelante, pero salió. Al principio trabajando todos gratis, claro, y luego poco a poco se fue profesionalizando un poquito más", relata Domínguez, más que contenta por el reconocimiento recibido después de tanto esfuerzo (aunque ella ya no esté vinculada de la misma manera que antaño y Alberto, después de dedicarse en cuerpo y alma hasta 2017, sea desde entonces un socio más).

Con una dotación económica de 30.000 euros, este galardón recae sobre la sala madrileña -ubicada en la calle Zurita 20, en el madrileño corazón de Lavapiés-, según el jurado, “por su amplia y variada programación, su concepción de teatro como hogar y espacio de proximidad con el territorio en el que se integra y su apuesta por la descentralización, programando a artistas de todo el territorio nacional y fomentando la movilidad de sus producciones”. Asimismo, el jurado ha destacado “su labor pedagógica en el ámbito de las artes escénicas y de democratización del saber a través de su escuela y del proyecto Universidad del Barrio”.

"Es muy simbólico que esté en Lavapiés. Alberto tenía claro que quería ser el teatro del barrio y que quería ese nombre, no solo por lo que barrio significa como espacio físico, sino por lo que significa como lugar de juntarse, compartir y solucionar", destaca Domínguez, mientras Ana Belén Santiago, directora artística desde 2017, habla de "alegría inmensa" no ya por la distinción, sino por "sentir el calor de la comunidad artística, de todas las asociaciones" con las que trabajan y de "todo el vecindario". "'Os lo tenían que dar, este premio es nuestro también'", nos decía la de la tienda de enfrente. Nos sentimos más multitud que nunca y está siendo muy hermoso sentir de pronto este premio que se da a un espacio que irriga a toda la comunidad que se siente parte de este espacio", destaca a infoLibre.

Y echa también Domínguez la mirada atrás, buscando la esencia primigenia con la que se materializó el Teatro del Barrio: "Cuando Alberto San Juan, Paloma Domínguez y Vanessa Espín idean este proyecto lo hacen con la energía de las asambleas que poblaban nuestras plazas. Estamos hablando de 2013 y ya casi no nos acordamos porque ha cambiado mucho el tiempo político y social de este país, pero en ese momento lo político era sexy e ilusionante. Algo que convocaba a la gente a juntarse para ver de qué manera podían mejorar su vida y vivir en común de forma más cercana a la felicidad. Esa cercanía les inspira para esta intuición de hacer un teatro político del siglo XXI, y con ese encargo estamos más allá de que ahora lo político parezca colonizado por la confrontación y el insulto. Nosotras reivindicamos que lo político es apasionante porque es pensar en cómo construir en común. Y si este teatro nacía de un hambre de realidad, yo creo que ahora mismo está en un hambre de imaginar futuros mejores".

"No es que el Teatro del Barrio tenga una relación directa con el 15M, pero sí que era un momento donde existía ese impulso. Había una inquietud y unas ganas de continuar esa sensación de 'sí se puede' más allá de estar vinculado a ningún ente en concreto", asegura Domínguez, asegurando que inicialmente el espacio tenía un "componente ideológico más que político, y aunó a gente que quizás sí que se había quedado con ganas de más, con ganas de continuarlo de una forma diferente". Eso provocó que, a pesar de las dificultades lógicas de los primeros pasos, luego rápidamente muchísima gente quisiera participar en este teatro que defendía y defiende la propiedad colectiva de los medios de producción, culturales en este caso.

Al principio también era un sitio muy ligado a la fiesta, porque empezaron a llegar socios amigos y vecinos del barrio, por lo que había mucho cachondeo

Una forma de entender el ser y estar en el mundo que tiene sus evidentes complicaciones inherentes -el propio San Juan acusó el desgaste cuando se echó a un lado-. "Puedes montar una SL y seguramente sea más fácil en muchas cosas, pero eso hubiera roto el espíritu y la vocación de lo que queríamos hacer", asegura Domínguez, quien reconoce dificultades añadidas a la "gestión" y en la "toma de decisiones". "Pero así lo hicimos porque quisimos con todas las consecuencias, y ahí sigue", añade, recordando por ejemplo cómo en la pandemia el Teatro del Barrio organizó un banco de alimentos junto a la organización Dragones de Lavapiés, y cómo en las olas de calor de estos últimos años fue de los primeros sitios en abrir como "refugio climático para la gente que trabaja en la calle" soportando temperaturas insalubres. "No solo es de boquilla que somos del barrio", recalca.

El Premio Nacional de Teatro caído del cielo ha desatado un júbilo renovado que, salvando las distancias, recuerda al de sus primeros pasos. Siempre hay regocijo alrededor de un bebé que consigue avanzar poniendo un pie delante de otro entre vítores, sonrisas y aplausos emocionados. Exactamente eso pasaba una década atrás, cuando se encadenaron "muchos meses de trabajo y alegría porque a todo el mundo le entusiasmó el proyecto". "Ahora todos hemos crecido, pero también era un sitio muy ligado a la fiesta, porque empezaron a llegar socios amigos, vecinos del barrio y gente de todo tipo, por lo que había mucho cachondeo", admite sin entrar en más detalles y dejando el siempre necesario espacio para la imaginación.

Si este teatro nacía de un hambre de realidad, yo creo que ahora mismo tiene hambre de imaginar futuros mejores

Entre los artistas "conocidos de Alberto que se apuntaron sin pensarlo" cita Domínguez a Miguel Ríos o Santiago Auserón, pero por su escenario han terminado pasando ilustres de la talla de José Sacristán, Nuria Espert, Juan Margallo, Sergi López, José Sanchis Sinisterra, Aitana Sánchez-Gijón, Natalie Pinot, Andrés Lima, Will Keen, Juan Cavestany, Luis Bermejo, Pilar Gómez, Leo Bassi, Pablo Remón, Pepe Viyuela, Gabriela Weiner, Malena Alterio o Pedro Casablanc. La lista es ciertamente interminable y da una idea del calado en la profesión de este lugar tan profundamente dinamizador de nuestra vida cultural, política y social.

"Esta temporada se llama Imaginación radical, así que el premio nos ha superado, parece que estamos invocando eficazmente. Para nosotros es importante activar el músculo de la imaginación y que el futuro nos pertenece y es cosa de todas construirlo. Si este teatro nacía de un hambre de realidad, yo creo que ahora mismo tiene hambre de imaginar futuros mejores", tercia Santiago. Por eso sus líneas actuales de programación busca que "aquellos cuerpos y voces más silenciadas en los espacios de poder sociales" conquisten su escenario y la atención del público. Un espacio antirracista y feminista donde la paridad es "fundamental" y que libra también otras "batallas pertinentes del tiempo presente que tienen que ver con reconocer y dar voz a personas trans o con que las personas con discapacidad sean reconocidas y tengan su espacio para crear su propio talento y su propio discurso". "Siempre manteniendo la vista puesta en una memoria, porque nos interesan otros discursos y otros relatos sobre nuestra historia para poder entendernos y construirnos de otra manera", apostilla.

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Con sus 131 butacas y 680 socios, es el Teatro del Barrio por todo ello barricada, trinchera, parapeto y muro de contención frente a los discursos de odio lanzados contra todos por una ultraderecha montaraz que grita más que habla. "En este tiempo hay de pronto una falta de pudor en ideas que por nuestra historia bajo una dictadura parecía que se decían bajito, y ahora de pronto campan a sus anchas", lamenta Santiago, argumentando que justo por eso reivindican que "la cosa pública, que es lo político, es un espacio de conversación y de intercambio, en el que las y los artistas tienen muchas cosas que decir". Y ahí están para demostrarlo montajes como No solo duelen los golpes o Arrancamiento, de Pamela Palenciano; Infiltrado en Vox, con Moha Gerehou; o Soy tu gitana, con Silvia Agüero. Temáticas diferentes con perspectivas diversas.

Pero hay muchísimo más y, así, entre sus producciones más celebradas, que han girado por festivales y teatros nacionales e internacionales, se encuentran El pan y la sal, Mundo Obrero, Ruz- Bárcenas, El Rey, Las guerras correctas, La sección, la trilogía Mujeres que se atreven, Feminismo para torpes, Los que hablan, Homenaje a Billy El Niño o Cómo hemos llegado hasta aquí. Además, la temporada pasada estrenaron en la sala Cuarta Pared, en el marco del Festival de Otoño, La gran cacería, con autoría y dirección de Juan Mayorga, una obra que ha contado con una gira internacional que la llevó el pasado febrero a la Academia de España en Roma con el propio Alberto San Juan. "Somos un teatro pequeño con aspiraciones grandes. Proponemos una panorámica sobre la creación escénica muy efervescente. Hay muchísima gente creando para la escena y aquí podemos tener unas quince funciones a la semana en una programación que ofrece obras para muy distintos intereses", destaca Santiago, mientras Domínguez afirma que la idea peregrina que surgió en una cocina se hizo realidad, por supuesto que sí, pero nunca estará completa del todo porque "este es un proceso que va con la sociedad, que está siempre en movimiento". "Eso es lo que mantiene vivo al proyecto, que va con la gente", remata.

Y sirva, a modo de epílogo, lo que San Juan escribió en el primer programa de mano de presentación del Teatro del Barrio en diciembre de 2013: "La voluntad con que abrimos el Teatro del Barrio es abiertamente política: participar en el movimiento ciudadano que ya está construyendo otra forma de convivir. Este teatro nace del hambre de realidad. La realidad tiene siempre algo maravilloso: por terrible que sea, puede ser transformada. Si se conoce. Y esta es la vocación del proyecto: saber qué está pasando aquí, porque no nos gusta y queremos cambiarlo. Este teatro presente ser una asamblea permanente donde mirar juntas al mundo para imaginar otro donde la buena vida sea posible. Nuestros medios para hacer política son la cultura y la fiesta".

De la (más o menos) misma manera que U2 nació en la cocina del batería Larry Mullen en el Dublín de mitad de los setenta, el Teatro del Barrio surgió en la cocina de la casa madrileña de Alberto San Juan hace poco más de una década. Corría el año 2013, aún ardían los rescoldos del 15M y el actor estaba empeñado en hacer realidad su sueño, empujado por aquel espíritu colectivo, asambleario y transformador que tomó las calles y las plazas. "Era una idea totalmente peregrina", concede divertida Paloma Domínguez, su pareja, rememorando para infoLibre aquellos días: "Intentó buscar cómplices para la aventura entre compañeros de la profesión, porque surgió que estaba en alquiler la Sala Triángulo, pero nadie le hacía mucho caso". 

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