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La otra Tercera Vía, entre el taquillazo y la denuncia social

“[Intentamos] romper la idea clásica de cine comercial y cine no comercial, sino hacer un cine digno en que cada español se pueda encontrar en esos personajes”. Podrían ser declaraciones de un cineasta español cualquiera, formuladas antes de ayer, pero es la voz del director Roberto Bodegas la que crepita en una entrevista de Radio París en 1970. Se refiere a la película Españolas en París, un drama que abordaba la emigración a Francia protagonizado por Laura Valenzuela y Ana Belén. Pero estaba inaugurando, sin saberlo, una corriente cinematográfica de vida breve llamada “Tercera Vía” que, en el tardo franquismo, trataba de encontrar un equilibrio entre el cine popular y el de autor haciendo películas taquilleras que tuvieran, sin embargo, cierto contenido social. No anda muy lejos de lo que reivindica parte del cine español actual, y la Fundación SGAE ha decidido recuperarlo en un ciclo que reúne hasta el 14 de enero en la sala Berlanga de Madrid filmes y directores de aquellos años y sus posibles herederos actuales.

En 1970 se estrenó No desearás al vecino del quinto, culmen del landismo, en el que el ubicuo Alfredo Landa se hace pasar por homosexual para ligar con tostadas azafatas suecas. La ocurrencia de Tito Fernández se convirtió en la película española más vista hasta la fecha. En el otro extremo de la taquilla estaba Tristana, después de que Luis Buñuel convenciera personalmente a Manuel Fraga, por entonces Ministro de Información, de sus buenas intenciones (que, con su sutileza y su acidez, no lo fueron en absoluto). Y en algún punto medio pretendía estar Españolas en París, de la que un balbuceante Bodegas decía que era un intento, no de denunciar “los problemas que en España están latiendo”, porque eso era “demasiado”, pero sí “ponerlos en pantalla”. “Pero que la gente vaya a verlos”, apostillaba, conociendo el corto recorrido del cine de autor. Lo consiguió. Españolas en París fue un inesperado éxito de taquilla del que el productor José Luis Dibildos tomó nota para sacarse de la manga esa teorización a la que llamó Tercera Vía y bajo cuyo ala produjo un buen puñado de filmes.

Alberto Úbeda-Portugués, periodista cinematográfico coordinador del ciclo, ve una actualidad en esta tensión entre contenido y taquilla. Junto a filmes como Vida conyugal sana (1974), Mi querida señorita (1971) o La mujer es cosa de hombres (1975), proyectará Perdiendo el norte (2015), Embarazados (2016) o Una pistola en cada mano (2012). “Es evidente que hay ciertos problemas sociales que con la crisis han llegado al cine. Y que hay una conciencia de que el cine no puede vivir sin la comercialidad”, defiende. Por mucho que, con la llegada de la democracia, la Tercera Vía quedara eclipsada “por la nueva comedia generacional y por las películas que revisaban la historia ya sin cortapisas de la censura”, el dilema que quería resolver se mantiene. Eso defiende Fernando Colomo, director de Rivales, que se proyectó el miércoles junto a Mi mujer es muy decente, dentro de lo que cabe, de Antonio Drove: “Ahora hay películas que, sin perder de vista su voluntad de comercialidad, tienen una vocación de hablar de historias reales”.

 

Mi mujer es muy decente dentro de lo que cabe (presentación)

Es el caso de Juana Macías, cuya película Embarazados (2016), en la que Alexandra Fernández y Paco León se enfrentan a un proceso de fecundación in vitro, se proyecta junto a Vida conyugal sana, de Roberto Bodegas (1974). “La propuesta de la Tercera Vía”, defiende, “está bastante de actualidad, ahora que el cine español tiene esta reconexión con el público, que tiene que ver con la diversidad de géneros y conceptos que ha hecho que se amplíen los prejuicios que sufría”. Su película aborda, defiende, “cuestiones cercanas”, “generacionales”, en una comedia que busca más “que pasar el rato y ya”. Una definición que sirve también para el filme de Bodegas, que parodia la irrupción de la publicidad en la vida de los españoles, además de los conflictos en torno a la educación sexual tan presentes en la época. Pero Macías también señala que la Tercera Vía fue "una propuesta de un productor creativo": "El problema que sigue habiendo es que que las películas sean comerciales o no no está tanto en su vocación sino en quién apuesta por ellas y en qué carril, digamos, van a competir". 

Un productor "listo"

"Dibildos era un hombre listo y tenía un poco más de luces que el tono medio de los productores de entonces. Era más fino, más educado, pero lo que quería era ganar dinero", dice con socarronería Jesús Yagüe, director de La mujer es cosa de hombres, que se proyecta el jueves junto a Una pistola en cada mano. Recuerda que su productora, Ágata Films, funcionaba entonces con un sistema similar al de Hollywood: José Luis Garci estaba contratado como guionista fijo, función que también ejercía el productor, de la misma manera en que a algunos actores (como José Sacristán, muso de Dibildos) se les contrataba por un paquete de películas. En su opinión, la Tercera Vía fue una manera también de publicitar sus obras: "Nunca se habló de nada. Hicimos juntos el guion durante tres meses y me enteré de que la película era de la Tercera Vía por los críticos". Aunque el movimiento contribuyó, en general, a aumentar la calidad de la industria, Yagüe afirma implacable: "Mi película está muy pasada. La hice para comer, es lo que los directores llamamos cine comestible". 

 

Vida conyugal sana

Dibildos buscaba también a una clase media creciente, pese a la crisis de 1973, que no encontraba personajes con los que identificarse ni en las comedias absurdas del landismo ni en el riesgo formal del cine de autor, poco interesado en el realismo. En Sacristán, a quien Dibildos veía como el "españolito medio" se veían a sí mismos sin sátira y sin glorificación, enfrentándose a las cuestiones más sociológicas que políticas que les ocupaban: el cambio en el papel de la mujer, la influencia de la Iglesia, la renovación de los patrones morales. El verdadero cine social, por otra parte, resultaba imposible mientras durara la censura, y la Tercera Vía disfrazaba su crítica en la comedia, con la que el franquismo era mucho más permisivo, y detrás de caras conocidas y alguna escena picante. "Las películas de Dibildos solían pasar la censura", recuerda Yagüe, "No sé si él tendría amigos, porque en muchas otras me encontré con problemas". 

"Quizás haya que volver a plantear ese modelo, aunque no tenemos ahora mismo un productor como Dibildos, que daba mucho trabajo", bromea Colomo. Observa una "polarización excesiva" entre los taquillazos (en los últimos años habría que citar a Ocho apellidos vascos o Villaviciosa de al lado, con Torrente como fundador), que a veces reciben "unas críticas terribles" y un cine de autor que ve lo comercial como "denigrante". "Que una película buena sea comercial supone elevar el nivel de la cinematografía en general, no tiene que dar miedo", defiende el cineasta, que se lamenta, a la vez, de que es muy difícil que un filme obtenga buenas cifras sin el apoyo de una televisión. 

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Otra cuestión es que la Tercera Vía resulte o no un modelo ideológico válido. Lo advertía el propio Sacristán: “No se pretendió tomar el Palacio de Invierno”. Y, en aquel marco político, el mismo nombre de la apuesta tenía unas connotaciones precisas. "En más de un aspecto anticipó premonitoriamente el pactismo sobre el que se asentaría el consenso de nuestra transición política", ha escrito el historiador del cine Agustín Sánchez Vidal, "Parecería como si cine y política coincidieran en rechazar sus manifestaciones más rupturistas, marginando a los realizadores y partidos más radicales, concentrando a su parroquia en las posiciones centristas y socialdemócratas, que se traducirían en un cine liberal y de clase media".

Aunque Francisco Umbral lo dijo aún más claro y con menos clemencia en 1976, cuando la vía parecía cerrarse: "La Tercera Vía del cine español consistía en el glúteo de María Luisa San José, pero a lo metafísico. O sea un glúteo con contenido. Era una cosa entre Dibildos y el género de los calzoncillos blancos. La tercera vía de la política española que ahora se insinúa entre la izquierda y la derecha, tentadora como un glúteo y hortera como un calzoncillo blanco, es la que no lleva a ninguna parte o lleva directamente a la derecha". 

 

“[Intentamos] romper la idea clásica de cine comercial y cine no comercial, sino hacer un cine digno en que cada español se pueda encontrar en esos personajes”. Podrían ser declaraciones de un cineasta español cualquiera, formuladas antes de ayer, pero es la voz del director Roberto Bodegas la que crepita en una entrevista de Radio París en 1970. Se refiere a la película Españolas en París, un drama que abordaba la emigración a Francia protagonizado por Laura Valenzuela y Ana Belén. Pero estaba inaugurando, sin saberlo, una corriente cinematográfica de vida breve llamada “Tercera Vía” que, en el tardo franquismo, trataba de encontrar un equilibrio entre el cine popular y el de autor haciendo películas taquilleras que tuvieran, sin embargo, cierto contenido social. No anda muy lejos de lo que reivindica parte del cine español actual, y la Fundación SGAE ha decidido recuperarlo en un ciclo que reúne hasta el 14 de enero en la sala Berlanga de Madrid filmes y directores de aquellos años y sus posibles herederos actuales.

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