'Contra el Tiempo y el Poder'

Agustín García Calvo

infoLibre publica un extracto de Contra el Tiempo y el Poder y otras intervenciones políticas, una compilación de textos del escritor y filósofo Agustín García Calvo (Zamora, 1926-2012), recopilados por Luis Andrés Bredlow y editados por Pepitas de Calabaza. García Calvo se configuró como referente intelectual cuando fue expulsado de su cátedra en Filología Latina en 1965, por haber participado en la revuelta estudiantil. Regresó del exilio parisino en 1976 a su empleo como profesor y a su escritura, tanto en lo filosófico como en la poesía y la dramaturgia, y fundaría luego una conocida tertulia en el Ateneo de Madrid que se mantuvo prácticamente hasta su muerte. 

El fragmento seleccionado pertenece a una entrevista con Josan, Tomás Mata y Jaume Reselló publicada en Integral en 1985. De ella se nos dice que "tuvo lugar en Barcelona un sábado por la tarde, en un bar de la plaza Real" y que "no se empleó casete, lo que permitió conversar más despacio y con mayor precisión". 

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—Cada vez hay más distancia entre la alta tecnología y la vieja sabiduría popular. La tecnología "punta" queda en manos de una gente y todos los demás sólo pueden aplicar diseños sencillos. Eso se ve con alarma, pero quizá sea también una buena señal...

—También por mi parte, hace mucho tiempo, ante el horror y la vaciedad del desarrollo técnico, de las máquinas, la informática y demás, tendía a adoptar una actitud de rechazo en bloque de estos adelantos de nuestro Progreso. Y acudía a las costumbres, a los ingenios elementales, de los campesinos de mi tierra, de los artesanos que quedaban y en general a esa sabiduría popular de que hablas. Pero me he venido dando cuenta de que tal vez en esto también conviene ser más precisos y cautelosos: que aunque es verdad que las promesas del Progreso de nuestros abuelos, según las cuales la máquina primero y el autómata después venían a liberarnos del trabajo y con ello a devolvernos un tiempo libre, están, desde su nacimiento mismo, falsificadas y manejadas por el Poder, como lo muestra el hecho palmario de que esos adelantos no han liberado a nadie del trabajo, sino que han aumentado el trabajo y han hecho del tiempo libre un tiempo tan esclavo, vacío y trabajoso como el del trabajo mismo, sin embargo, por aquello que antes decíamos de que Ellos no son perfectos, vale más reconocer que algunos o algo de esos adelantos pueden servir, en contra de sus intenciones, para algo de lo que decían sus hipócritas promesas. Por eso no me siento animado a imitar de una manera indistinta aquella revolución contra las máquinas que aparecía ya lúcidamente descrita en la novela Erewhon, de Samuel Butler, sino más bien a distinguir un Progreso progresado (máquinas no nacidas para satisfacer demandas palpables previas, sino por explotación de la idea de progreso para la creación de nuevas necesidades) frente al Progreso sin más, a reconocer que hay implementos como la televisión o el automóvil o la mayor parte de los chismes informáticos, que, por su estructura misma como frutos de un Progreso que se ha erigido a sí mismo en idea y fatalidad, no pueden servir más que para lo que sirven y merecen por tanto la crítica sin reparos y la destrucción que los dejara reducidos, como en el Museo de Erewhon, a piezas destinadas a recordarnos los extremos de la locura y la equivocación; mientras que otros muchos, como en primer lugar el ferrocarril, que fue el prototipo y promotor del Progreso de nuestros abuelos, y seguramente telares mecánicos, hasta lavadoras (más bien comunitarias que de ama de casa), y con más distingos cosas como telégrafo, teléfono, hasta la radio y otros muchos, se encuentran en tales condiciones que no puede desconfiarse sin más de su posible utilidad verdadera, por lo que merece tal vez la pena intentar rescatarlos de las manos (manos abstractas siempre) que los manipulan u ocasionalmente los destituyen (como en el caso del ferrocarril, destituido ante el automóvil), en virtud de intereses ajenos a los de utilidad. 

Lo que importa pues es acertar a reconocer, en medio de la confusión impuesta desde arriba, qué es lo más práctico, lo más útil, lo más placentero en cada caso particular, de aquello otro que es únicamente "necesario" por necesidad impuesta desde arriba, que se quiere y gusta sólo porque Ellos necesitan vender y saben cómo se crean los gustos y las voluntades personales. Esa distinción, por difícil y dudosa que sea, que condena para siempre a ese ten con ten y a esa renovación del cálculo cotidiano que antes decíamos, es, con todo, la manera más eficaz de evitar equivocarnos y adoptar posturas ante el Progreso demasiado simples y radicales, que por ello mismo son muy fáciles de clasificar y acabarían sirviendo también a la confusión y al sometimiento a las ideas del Poder constituido, y por ello, y en cuanto constituido, destinado a un futuro previamente trazado, a un tiempo vacío, al que trata de condenar igualmente a la gente de acá abajo.

La pasión de Agustín García Calvo

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—¿No podrías definir un poco eso del "tiempo vacío"?

—Más de una vez he descrito la producción del tiempo vacío empezando por la cadena del Trabajo, donde, al encargársele al obrero la reproducción de una pieza previamente ideada, que se le impone como modelo y por tanto futuro de su actividad, se consigue, desde el momento de imposición del modelo hasta su realización, un tramo de tiempo en que, salvo accidente, no puede hacerse ni suceder nada (es decir, nada más que lo que ya está sucedido y hecho), un tiempo vacío, que, como veis, es primariamente Futuro, la única forma de reducción del tiempo, en contra de su pretensión de "ser algo que pasa", a una idea de sí mismo, a Tiempo. Ahora bien, ese tiempo ideado y vacío es el único tiempo manejable para el Estado y el Capital; y así he mostrado que esa t que surge en la cadena del Trabajo, en la que (con una fidelidad algo extremosa al esquema de Marx) está vendida, convertida en tiempo, la fuerza de trabajo o posible vida del trabajador asalariado, es la misma t que aparece en las fórmulas de interés de la Banca, dándole al dinero la vida que los hombres han perdido, convirtiéndolo en Capital, de tal manera que, con el progreso, en la forma más perfecta de Capital, el dinero no es más que ese Tiempo (siempre vacío, siempre futuro, crédito bancario, que es pura fe), y que es a la vez lo único que se produce en la fábrica o la oficina: Tiempo, y aquello con que se le paga al trabajador y al oficinista: Tiempo. Así que literalmente "se gana tiempo" (pues también la t de las fórmulas de la velocidad de la Física es la misma t y hace falta la Aceleración, como progreso de la Velocidad, para mantener el engaño y ocultar la evidencia de que no pasa nada ni se hace nada), y ya se entiende entonces cómo el "tiempo libre" con que el sistema premia a sus funcionarios no puede ser heterogéneo con el del tajo o el de la Banca, sino el mismo tiempo vacío, que ahí se trata sólo de llenar (para escapar de esa aparición psicológica del Caos que es el bostezo del aburrimiento) por medio del consumo y de las diversiones ("hacer tiempo", en efecto, se dice bien para eso, cuando no se dice "matar el tiempo", que propiamente quería decir matar el vacío y el futuro, a ver si resucitaba, vano intento, algo del vivir que no era tiempo), diversiones que, como complemento del mismo Sistema (la esfera del Consumo) no podrán menos de ser lo mismo que el Trabajo y, con el Progreso, tomar formas cada vez más parecidas, como en el cuarto de hora del café dedicado por la secretaria a la máquina tragaperras, casi idéntica con la computadora que maneja en la oficina, o en los dos días y medio de week-end del funcionario, que entre el engrase del auto, la visita al chalé de la sierra en construcción, el seguimiento de la producción de la quiniela por la radio del mismo auto y el regreso con el mismo al embotellamiento de los suburbios de la metrópoli, resultan más llenos de trabajo, de obligación, previsión y cálculo de futuro, que los cuatro y medio de la oficina. Pero todo antes que sentir directamente abrirse las fauces del vado, del Futuro al que se sabe condenado.

En fin, que aparte de ganar tiempo y hacer tiempo, quede, como decís, alguna posibilidad de perder el Tiempo, esto es, de vivir (si supiéramos lo que quería decir esa palabra), eso es lo que seguimos tal vez deseando de lo más hondo, por acá abajo, que no vemos razón (salvo el Interés de Ellos o de Él) para declararlo imposible, pero que es imprudente tratar de saberlo y de decirlo: no: el sentir, el hablar y razonar, no están para proclamar lo posible, sino para descubrir y cantar lo que lo hace imposible.

infoLibre publica un extracto de Contra el Tiempo y el Poder y otras intervenciones políticas, una compilación de textos del escritor y filósofo Agustín García Calvo (Zamora, 1926-2012), recopilados por Luis Andrés Bredlow y editados por Pepitas de Calabaza. García Calvo se configuró como referente intelectual cuando fue expulsado de su cátedra en Filología Latina en 1965, por haber participado en la revuelta estudiantil. Regresó del exilio parisino en 1976 a su empleo como profesor y a su escritura, tanto en lo filosófico como en la poesía y la dramaturgia, y fundaría luego una conocida tertulia en el Ateneo de Madrid que se mantuvo prácticamente hasta su muerte. 

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