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El triunfal fracaso de Elena Fortún

"Si dices que era una triunfadora, tienes que desdecirte. Si dices que era una fracasada, tienes que desdecirte. Si dices que no tuvo reconocimiento, tienes que desdecirte, porque mira lo que está pasando. Intentas atraparla, pero no se deja". María Folguera, dramaturga y directora, echa las manos al aire como si quisiera abrazar un fantasma escurridizo. Es el fantasma de Elena Fortún, seudónimo de María de la Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses de Urquijo, más conocida por ser la creadora de Celia, uno de los personajes infantiles más relevantes de nuestra literatura. En estos días, Folguera lleva a la escena Elena Fortún, la segunda obra del ciclo Sendero Fortún tras Celia en la revolución, que dirigió ella misma con un texto de Alba Quintas que versionaba la novela del mismo nombre. 

La pieza, que se estrena el 18 de febrero en el Centro Dramático Nacional, recorre la biografía de la escritora a partir de sus novelas, de sus cartas y de las investigaciones sobre su figura. La vemos descubrir la escritura, alcanzar el éxito editorial, perder a un hijo, cuestionarse la relación con su marido y su propia identidad sexual, la vemos liberarse con la República y sufrir la Guerra Civil, partir al exilio, regresar. Era imposible construir un relato unívoco; con ella todo son evasivas. "Se mueve entre el triunfo y el fracaso", continúa María Folguera, " muere con mucho sentimiento de culpa, pero desde el exilio sigue publicando en España, consigue que perviva su obra hasta hoy, deja pistas escondidas para el futuro, pero pide que se destruyan… Es muy contradictoria". Eso no la hace, desde luego, menos interesante: "Aceptar esa contradicción es entender mejor nuestra historia, nuestra genealogía oculta, entender mejor las estrategias de supervivencia de las generaciones pasadas…". 

Eso hizo Fortún: sobrevivir. Sobrevivir a la pérdida de su madre, de su hijo Bolín, el suicidio de Eusebio de Gorbea y de su hijo Luis. Sobrevivir a un sistema cultural machista que relegaba a la mujer a los márgenes, hasta el punto de obligarlas a firmar con el nombre de sus maridos —así fue para su amiga María Lejárraga, que atribuyó a su esposo, Gregorio Martínez Sierra, algunas de sus obras—. Sobrevivir a la guerra. Sobrevivir a la homofobia, la bifobia y el nacionalcatolicismo que la hicieron sufrir culpa durante toda su vida, sentirse enferma, que le alejaron de una felicidad posible, quizás con la grafóloga Matilde Ras, una realidad amarga reflejada en Oculto sendero, novela escrita en el exilio y que se publicó por primera vez en 2016. Pero esa ha sido, precisamente —exceptuando esta última parte— la imagen construida a lo largo de las décadas para ella. Una imagen de la que Folguera quería huir: "Soy muy contraria al martirologio de las autoras", dice. "Tenemos esta tendencia a sacralizarlas, a idealizarlas y a contarlas como mártires. Por supuesto que a ellos también les idealizamos, pero les concedemos la dimensión de héroes".

Por eso es incómoda la figura de Fortún: no sirve como figura trágica —ahí está su éxito, la larga saga de Celia, Cuchifritín, Matonkikí y Mila; ahí está la serie de Televisión Española— pero tampoco como heroína. Peleó por su independencia económica, sí, pero resistió en un matrimonio desgraciado durante décadas. De hecho, la figura de Eusebio fue de las más duras para la dramaturga. "Me costó mucho escribirlo", cuenta, "porque si una toma Oculto sendero como la experiencia de Elena, que hay motivos para tomarlo así, el marido es tremendamente antipático. Pero hay que pensar que esa novela está escrita en un momento de su vida tras muchos años de matrimonio, mucha revisión personal y mucho rencor también". De Gorbea no era solo el militar amargo y posesivo, era el actor amateur de las obras de Lorca, el encantador conversador de las noches madrileñas y bonaerenses, quien creó nombres geniales para Cuchifritín y Matonkikí, e incluso para la misma Fortún. 

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Tanto él como el editor Manuel Aguilar están muy presentes en la obra, como la ya mencionada Matilde Ras, o Inés Field, a quien podríamos definir como su amor platónico, o las amigas del Lyceum Club, esa asociación protofeminista impulsado por María de Maeztu que resistió desde mediados de los veinte hasta 1939. Allí estuvieron Lejárraga, Fortún, pero también la escenógrafa y figurinista Victorina Durán, que vivió libremente —o libremente para la época— su lesbianismo. "Tenemos está concepción occidental del héroe y lo individual", dice la dramaturga, "pero en realidad las trayectorias de los creadores son colectivas. Ella siempre vivió en tremenda conexión con los grupos que las rodeaban". Ahí están, por ejemplo, sus cartas intercambiadas hasta el momento de su muerte con Carmen Laforet. 

Los personajes —interpretados por Julia de Castro, Montse Diez, Irene Martín Guillén, Ana Mayo, Luis Moreno y Javier Pérez-Acebrón, y a los que habría que sumar aquellos ficticios ideados por Fortún que también aparecen por ahí— sañen y entran de la escena un tanto circense construida para quien también es directora del Circo Price. El pequeño escenario es también un armario. Y esto, la identidad y el amor de la escritora, ha sido otro de los desafíos del elenco. "Hemos querido, en términos de representación, dejarlo en un lugar fronterizo siempre", explica la directora. "Solo sabemos lo que han dejado las cartas, y podemos decir que Elena adoraba a Inés Field y que Matilde y ella vivieron una amistad muy, muy intensa. No sabemos más". Es difícil afirmar que fuera lesbiana, porque ella no usó nunca esa palabra para definirse, aunque quizás de haber nacido hoy pudiera haber usado esta palabra para sí. Queda "lo oculto, lo espiado, lo cómplice". Así ha debido construirse en gran medida la historia del colectivo LGTBI

Y así ha llegado gracias a investigadoras que aparecen homenajeadas explícitamente en la obra. Está Marisol Dorao, la gran redescubridora de Elena Fortún, que recibió los manuscritos de Celia en la revolución y Oculto sendero de manos de Ana María Hug, nuera de la escritora, a quien a su vez se los había legado Inés Field. Y están María Jesús Fraga, y Nuria Capdevila-Argüelles, sus discípulas y continuadoras, que han ahondado en el estudio de la autora y han llevado hasta los lectores dos manuscritos terminados pero que la propia Fortún sabía peligrosos. Ella misma le pidió a Field que los guardara tras su regreso, que no los enviara a España. Ella misma le pidió, en los últimos años, que los quemara, cosa que su amiga no hizo. "A mí me sorprende que todavía la desconozcamos tanto", comenta Folguera, "pero tenemos que pensar que Oculto sendero se edita hace tres años, que Celia en la revolución se encuentra en los ochenta; que ahora la revisión de Nuria y María Jesús sobre Celia se casa o Celia institutriz nos permiten comprender muchas cosas". Las tres forman parte de una cadena que lucha contra "un profundo poso de desconocimiento" y que continúa hoy, con otras investigadoras. Y con este obra. Y, quizás, con el público. 

"Si dices que era una triunfadora, tienes que desdecirte. Si dices que era una fracasada, tienes que desdecirte. Si dices que no tuvo reconocimiento, tienes que desdecirte, porque mira lo que está pasando. Intentas atraparla, pero no se deja". María Folguera, dramaturga y directora, echa las manos al aire como si quisiera abrazar un fantasma escurridizo. Es el fantasma de Elena Fortún, seudónimo de María de la Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses de Urquijo, más conocida por ser la creadora de Celia, uno de los personajes infantiles más relevantes de nuestra literatura. En estos días, Folguera lleva a la escena Elena Fortún, la segunda obra del ciclo Sendero Fortún tras Celia en la revolución, que dirigió ella misma con un texto de Alba Quintas que versionaba la novela del mismo nombre. 

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