No queda tan lejos la época en los que, cada cierto tiempo, se repetían en los telediarios noticias del tipo “probador de videojuegos: la profesión que no te creerás y que todos los jóvenes desean”. Pese al crecimiento de un campo de creación tan artístico como cualquier otro, y a su posterior implantación y desarrollo en el terreno del online, el tratamiento informativo de todo lo relacionado con los videojuegos continuó siendo hasta mucho más tarde de lo razonable demasiado condescendiente, frívolo y alejado de su realidad. Lo mismo puede decirse de otras figuras relativamente recientes vinculadas a las nuevas tecnologías, véanse los youtubers.
No es que estas áreas merezcan un análisis acrítico, ni mucho menos (la industria de los videojuegos, por ejemplo, lleva años lidiando con el problema de la explotación laboral 0 ‘crunch’). Sin embargo, va siendo hora de acercarse a ellas en toda su dimensión y complejidad. Especialmente cuando continúa expandiéndose y encontrando nuevas formas de comunicación y entretenimiento. Formas capaces de crecer y redefinirse (eso sí, en gran medida gracias a su inherente carácter digital) en contextos tan adversos como el provocado por la pandemia de coronavirus, que ha puesto en jaque otras manifestaciones culturales y lúdicas. Una de estas (ya no tan) novedosas maneras de comunicar es el ‘streaming’, palabra que solo entrecomillaremos en este primer uso ante su enorme implantación en el argot de una parte no desdeñable de la población (no en vano un vasto vocabulario propio domina estos círculos online y ha sido incorporado por millones de personas también a su vida diaria).
Este término remitirá a algunos a las plataformas de vídeo bajo demanda, como Filmin, Netflix, HBO o Prime Video. Muchos otros, en cambio, pensarán inmediatamente en Twitch o Mixer. El streaming no es otra cosa que la retransmisión en continuo de un contenido online. Este carácter de continuidad implica, en el caso de la visualización de películas o series en plataformas, que es posible disfrutar de sus contenidos sin necesidad de descargarlos. En el caso de las dos últimas páginas la emisión de contenidos no solo se realiza manera continuada, también tiene lugar en directo.
Carisma y eclecticismo
¿Y cuáles son estos contenidos que enganchan a millones de espectadores de todo el mundo a diario? Pues lo más habitual es que estén relacionados, efectivamente, con los videojuegos. Twitch y Mixer han heredado (y multiplicado) de YouTube el enorme peso de los ‘gameplays’, es decir, la grabación y emisión de partidas a un determinado videojuego. Normalmente acompañada de los comentarios de la persona que juega, unas apreciaciones que permiten conocer a estos streamers en uno de los momentos que más a las claras dejan la verdadera personalidad de una persona: cuando nos dan una paliza en el juego de turno. De este modo, en un streamer de videojuegos, en cualquier streamer, es imprescindible la capacidad comunicativa y el carisma. La interacción con los seguidores y los suscriptores, que comentan constantemente y en directo, resulta también vital.
Quizá esto explica porque algunos streamers de videojuegos han conseguido tal repercusión mediática. Es el caso de Ibai Llanos. Este bilbaíno de 24 años fue adquiriendo reconocimiento como comentarista o ‘caster’ de la Liga de Videojuegos Profesional (LVP) hasta convertirse en una figura seguida mucho más allá de este campo. Le debemos memes como esta maravillosa charla motivacional para estudiantes de Selectividad. En Twitch juega a League of Legends o Valorant, pero durante el confinamiento se le ha podido ver clasificando las series españolas en las tan de moda ‘tier lists’, así como comentando vídeos de YouTube, entregas de Pesadilla en la cocina o críticas de sus archienemigos: los expertos de El comidista. Es parte del equipo español de G2 Esports, comandado por Carlos ‘Ocelote’ Rodríguez, que reúne a varios streamers del país en una casa de Barcelona, donde empezaron a convivir apenas un mes antes de la declaración del estado de alarma.
Como puede verse con este breve recorrido por los contenidos de Ibai Llanos, los creadores de estas plataformas suelen tener también una importante presencia en YouTube. Normalmente suben a sus canales distintos extractos, ya editados, que sintetizan lo más destacados de sus directos (no olvidemos que estos suelen suponer varias horas, en ocasiones incluso días). Así, de un mismo directo de Ibai podría salir varios vídeos de YouTube, desde un gameplay de Grand Theft Auto V a una partida al Risk online pasando por la reacción al mundial de tortazos en Rusia.
Esto no quiere decir que no haya contenidos “estrella”. Los gameplays dominan con claridad en el streaming. Dentro de estos, eso sí, hay una gran variedad. Poco tiene que ver un directo redecorando la isla de Animal Crossing con otro en el que pegar unos tiritos al Fortnite, por citar dos de los juegos más populares y lucrativos del momento. Una modalidad que cada vez suma más adepto es la de los ‘speedruns’: competiciones entre jugadores con el objetivo de terminar un videojuego en el menor tiempo posible. Su crecimiento ha sido tal que ya cuenta con una página propia.
Monetizar el talento en los mandos y la pantalla
Todo lo anterior está muy bien, pero es de recibo preguntarse cómo generan ingresos estos creadores. El sistema de monetización de Twitch o Mixer es sensiblemente distinto al de YouTube. En estas dos plataformas de más reciente creación podría decirse que el pago de los usuarios a los streamers se ejecuta de manera mucho más directa. Así, cuando un usuario alcanza los 50 seguidores en Twitch y cumple una serie de requisitos durante 30 días, se convierte en afiliado. Con esta condición adquirida, se presentan varias fuentes de ingresos. La principal son las suscripciones, que a diferencia de la gratuidad de YouTube tienen un coste de 5€ (de los cuales el streamer recibe alrededor de la mitad). La donación de bits es una segunda fuente. A continuación, estaría la comisión por la compra, a través de la propia retransmisión (y siempre que estén a la venta en Twitch), de juegos a los que el streamer juegue.
Las grandes personalidades de la página, no obstante, se acogen a una figura que va un paso más allá que la de los afiliados: son partners. La principal diferencia es que estos reciben una parte de los ingresos que genera la publicidad. Los partners determinan además la frecuencia y duración de los anuncios en su canal. A todo esto, y ya independientemente de cada figura, hay que tener en cuenta las posibles donaciones o patrocinios a través de sitios como Patreon. Por último, las verdaderas estrellas cuentan con contratos millonarios que les atan a una u otra plataforma. Así ocurrió con Ninja, que dejó Twitch por Mixer después de que el gigante informático Microsoft (dueño de Mixer) le ofreciese un contrato que reporta a este streamer de Fortnite entre 6 y 10 millones de dólares al año.
Unos números que podrían parecer desorbitados, pero que no lo son tanto si atendemos al tráfico de sitios como Twitch. Según datos de la propia compañía, el promedio de espectadores mundiales en un momento determinado es de 1,5 millones. El número de visitantes al día asciende a 17,5 millones, mientras que cuenta con más de 4 millones de streamings al mes realizados por creadores únicos. El sitio da empleo a 1.500 personas en todo el planeta. Y, como colofón estadístico, en 2019 se vieron más de 600 millones de minutos en la web, o lo que es lo mismo, 10 millones de horas. Se espera que, con el confinamiento, los datos de 2020 pulvericen esa marca.
El fútbol se va de streaming
Este aislamiento también ha dado pie a que, ante la mayor disposición de tiempo libre y la imposibilidad de llevar a cabo actividades fuera de casa, muchas personas pasen más horas en el universo del streaming. Consumiéndolos, pero también compartiéndolos. Hecho este al que no son ajenas figuras públicas que se han convertido en auténticos streamers. El humorista y presentador David Broncano, por ejemplo, ha creado su propio canal de Twitch tras ser pertinentemente instruido por Ibai Llanos.
Ibai también ha actuado como profesor de las grandes revelaciones del streaming durante esta crisis: los futbolistas. Sergio Reguilón (Sevilla Fútbol Club), Achraf Hakimi (Borussia Dortmund), Borja Iglesias (Real Betis) o el mismísimo Thibaut Courtois, portero del Real Madrid (club que ya cuenta también con su propio canal en Twitch), han recibido clases de League of Legends para convertirse en grandes jugadores y mejores streamers. El guardameta belga, sin embargo, no atendió a la lección sobre lo delicado de mostrar ciertas intimidades en una emisión en directo. Para lo que no necesitaban guía alguna es para dominar juegos de fútbol como FIFA 20. El madridista Marco Asensio se proclamó vencedor de un torneo en el que participaron distintos jugadores profesionales, que alivió (y animó) las primeras semanas sin fútbol. Además, la iniciativa impulsada por Llanos sirvió para recaudar 142.000€ destinados a UNICEF.
No todos necesitaban de los consejos de Ibai, eso sí: el delantero del FC Barcelona Antoine Griezmann se desenvuelve en el League of Legends igual de bien que en el área (o mejor, según la partida y el partido). Por su parte, el también exjugador del Atlético de Madrid Sergio el ‘Kun’ Agüero está arrasando con la “arrolladora” personalidad que demuestra en su canal, en el que juega a Fortnite, Call of Duty, GTA V y especialmente FIFA 20.
No solo videojuegos: clases, críticas, vidas y hasta silencio
Como comentábamos, pese a que los gameplays triunfan en estas páginas, es posible encontrar diversos contenidos de otro tipo. Es lo que ofrecen youtubers como Isaac Sánchez ‘Loulogio’ o Jaime Altozano. El primero en ocasiones juega en sus directos (especialmente a la saga Dark Souls, junto al también youtuber Outconsumer), pero también da clases de dibujo, opina sobre películas y cómics o simplemente conversa con sus seguidores. Altozano, conocido por sus análisis musicales, ha destacado en su canal de Twitch por impulsar recientemente una sala de trabajo virtual: fija una hora en su streaming en la que se dedica a distintas tareas en silencio, animando a hacer lo mismo a sus espectadores. Para otorgar dinamismo a la propuesta realiza parones y charla con sus seguidores al inicio, al final y en determinados puntos del directo.
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A veces, directamente, los streamers no tienen eje temático alguno. Especialmente con el desarrollo de contenidos IRL (siglas de ‘in real life’), en los que conocemos a estos creadores en sus rutinas. Es el caso de Rania Hatzi y Kripparrian. Este matrimonio afincado en Toronto narra en gran parte de sus directos y vídeos de YouTube su día a día. Desde conversaciones intrascendentes o sobre la actualidad política estadounidense en el sofá de casa hasta un viaje a Nueva Zelanda en el que se adentran en Hobbiton. Claro que ambos producen otro tipo de contenidos. Kripparrian es uno de los más destacados streamer del famoso juego de cartas coleccionables en línea Hearthstone. Hatzi, además de llevar el canal conjunto, realiza directos enseñando a utilizar programas de edición con los que edita vídeos de su pareja.
Este recorrido por una pequeña parte de todo lo que representa el mundo de los y las streamers evidencia la heterogeneidad y el eclecticismo de una modalidad de comunicación que, todo parece indicar, se halla lejos de tocar techo. Sin embargo, al igual que apuntábamos al inicio, no conviene idealizar estos microcosmos. Todavía debe afrontar múltiples desafíos. Es el caso de la problemática de los horarios: pese a la pujanza de ciertas figuras españolas, las grandes estrellas se concentran en Estados Unidos, y sus emisiones tienen habitualmente lugar durante horarios que en España son intempestivos. Muy vinculada a esta diatriba horaria está la cuestión de los menores de edad y del uso excesivo de las plataformas virtuales. Desde la ONG Educo ya publicaron una guía sobre Twitch para padres en la que explican su funcionamiento, la edad de uso mínima o la posibilidad de un control parental.
A esto hay que sumar debates de índole económica sobre la apropiada monetización de los contenidos, aunque en este caso parece que los creadores lo tienen mucho más fácil y existe una mayor transparencia en la procedencia de los ingresos si lo comparamos, por ejemplo, con lo que sucede en YouTube. Otros usuarios se quejan de que Twitch es una de las plataformas en las que más complicado resulta crecer (especialmente si no se posee un estatus previo en otra red social) y, por tanto, obtener beneficios del trabajo dedicado. Porque muchas cosas cambian, pero otras se mantienen inamovibles. Es el algoritmo, amigo.
No queda tan lejos la época en los que, cada cierto tiempo, se repetían en los telediarios noticias del tipo “probador de videojuegos: la profesión que no te creerás y que todos los jóvenes desean”. Pese al crecimiento de un campo de creación tan artístico como cualquier otro, y a su posterior implantación y desarrollo en el terreno del online, el tratamiento informativo de todo lo relacionado con los videojuegos continuó siendo hasta mucho más tarde de lo razonable demasiado condescendiente, frívolo y alejado de su realidad. Lo mismo puede decirse de otras figuras relativamente recientes vinculadas a las nuevas tecnologías, véanse los youtubers.