Muchas y, por fin, visibles

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Como tantas historias de hoy, esta que voy a contarles empezó en Twitter.

Confieso que llamaron mi atención. Cierto, el ensayo es un género muy masculinizado, pero la presencia de mujeres ya no es anecdótica, ¿o sí? ¿Se está fraguando algo parecido a una revolución, como sostienen algunos? ¿O el término resulta exagerado?

"El problema no es si parece 'exagerado' hablar de revolución, sino que esa manera de expresarse sirve a los intereses del patriarcado", contesta Michelle Roche, autora reciente de la novela Malasangre y, en 2016, de un ensayo titulado Madre mía que estás en el mito.

Las mujeres, prosigue, hemos escrito de los más diversos temas durante toda la historia, el problema es que esos trabajos no han llegado hasta el presente debido a los prejuicios con los que se trata a la intelectual. "Decir que hoy se vive una revolución de las mujeres que escriben ensayos desconoce a las miles de ellas que han estado escribiendo a lo largo de todos estos años y desmerece el trabajo de académicas en todas partes del mundo, quienes han estado trabajando por recuperar la obra olvidada de muchas escritoras". Pensar, concluye, que las escritoras de ensayo hoy son más numerosas que antes equivale a "verlas como una anomalía en el oficio literario y eso contribuye a asegurar la marginalidad de todas nosotras". En definitiva, cuando aceptemos que son muchas las mujeres que escriben ensayos, y que lo han hecho durante siglos, podremos orillar "la molesta discusión sobre la relación entre la condición femenina y la escritura y comenzar a centrarnos en sobre qué escribimos las personas (mujeres y hombres) cuando escribimos".

"Las mujeres nos estamos pensando. Nos pensamos todas, de un modo intergeneracional. Nos miramos de frente y no con el rabillo del ojo. Fuera rabillos. Fuera desconfianzas", escribió Marta Sanz en Tsunami. Miradas feministas. Se me ocurre que esa afirmación enlaza con procesos reflexivos no sé si superados, pero sí antiguos. La filósofa Teresa López Paradina escribió que, con El segundo sexo, Simone de Beauvoir aspiraba a hacer una obra-confesión sobre sí misma, pero se topó con la cuestión de que su primer rasgo diferencial era el de su condición de mujer. Y, ¿qué ha representado para mí el hecho de ser mujer? "Cuando se puso a investigar, empezando por los mitos, se dio cuenta de que había sido educada en un universo en el que los valores masculinos no sólo eran predominantes sino también instrumentos de dominación", cuenta López Paradina. Y entonces abre el foco: ¿en qué consiste ser mujer en una sociedad patriarcal? "La pregunta se convierte en una cuestión universal precisamente porque quien se la hace es una filósofa. Lo que empezó siendo un deseo de hablar de sí misma se convierte en una investigación sobre las condiciones que posibilitan el ser mujer en una sociedad como la suya."

Pensarse, pensarnos

Con la cita de Sanz en mente, contacto con una de las ensayistas citadas en el intercambio tuitero, Menchu Gutiérrez, además por la novela, la poesía y también las composiciones audiovisuales.

Empieza mencionando un libro, La pasión de la mente occidental, de Richard Tarnas, donde se nos propone "una reflexión de gran calado sobre la importancia del feminismo y sobre cómo los análisis de algunas estudiosas han supuesto una profunda revisión de toda la producción intelectual contemporánea. Al reabrir lo que podríamos llamar casos cerrados de teorías, comportamientos, multitud de áreas del conocimiento como la ética, la economía, la epistemología o la antropología (ninguna disciplina escapa a este análisis) no sólo se produce una revalorización de la importancia de la mujer creadora en todos los órdenes, sino que también, y esto me parece lo más importante, se abren multitud de puertas interpretativas, que por haber estado orientadas en todo momento por una visión masculina excluyente, cobran ahora nuevos valores y enriquecen cualquier visión".

En su opinión, no se trata sólo de polemizar eternamente sobre el desequilibrio, "aunque desgraciadamente éste exista y la denuncia deba continuar", es preciso trabajar también para evitar la polarización, para aunar, para incluir. "Hay una cosa muy inteligente que dice Tarnas al final de este libro y con la que no puedo estar más de acuerdo: 'El hombre es algo que debe ser superado… y completado, en el abrazo con lo femenino'".

Vuelvo, con Gutiérrez, al término "revolución". Ella admite que hay un cambio, lo ha comentado al mencionar ese tutelaje masculino, y una clase de revolución que se originaría en revisiones fundamentales de asuntos que parecían archivados. Pero cree que la revolución del ensayo se produce tanto en hombres como en mujeres, y lleva bastante tiempo en marcha. "En las últimas décadas se ha escrito con mayor libertad y se ha abierto el abanico de aquellos temas que parecían susceptibles de ser pensados. Y no sólo porque estos se hayan restringido por la superabundancia y el cansancio que nos produce el comentario del comentario del comentario. Ahora, las cosas no sólo son pensadas, también son sentidas, y recreadas".

En su caso (y sí, la experiencia es un grado), ella aborda el ensayo también como una obra de creación literaria, con un compromiso esencialmente poético. "No necesito un andamiaje de solidez clásica. Si escribo un ensayo sobre la nieve en la literatura, no me interesa la nieve como escenario, sino como materia de la escritura. Si escribo un ensayo sobre el paso del tiempo, lo cuento como si el reloj fuera un órgano alojado en nuestro interior, como el corazón, los riñones o el intestino.

Un largo viaje

Caemos en lo obvio cuando afirmamos que "a las mujeres les ha constado más trabajo conseguir legitimidad como ensayistas, pues el estereotipo señalaba a las mujeres como dicharacheras, chismosas, con facilidad para hacer historias, son cuenteras, pero no reflexionan. Las mujeres han tenido que demostrar su capacidad de discutir, de analizar y de ensayar ideas". El entrecomillado pertenece a Iliana Olmedo, ensayista y doctora en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona que se manifestó en esos términos preguntada por el diario El Universal. En la misma conversación, otra ensayista, Liliana Pedroza, doctora en Filología Hispánica por la Universidad Complutense, aseguró que, para muchas mujeres recurrir a un seudónimo masculino sigue siendo práctica habitual. "Yo también lo he hecho y he ganado, pensando el jurado que le otorgaban el premio a un hombre. Eso ya te marca el contexto social en el que seguimos trabajando por hacernos un hueco en los espacios públicos. A veces tenemos que viajar de trampa, sin pasaporte, para poder llegar a donde queremos. Y aquí estamos pese a todos los obstáculos. Pero también muchas no llegan por muchos prejuicios que seguimos manteniendo".

Roche no discute ("¡faltaría más!") que hay muchos hombres que leen ensayos escritos por mujeres, como también leen sus novelas, poemas y cuentos. Pero, añade, nuestra preocupación no debe estar allí, todo el mundo es libre de leer lo que quiera, el problema es otro, el problema es que "la mayoría de las veces leemos lo que podemos y es allí donde las mujeres están en desventaja. Nuestra preocupación debe enfocarse en cómo lograr que las escritoras estén representadas en igualdad de condiciones que los escritores en la cultura: que tengan la misma oportunidad de acceso a actividades, becas, premios o instituciones de prestigio. Y ya que estamos hablando de igualdad de oportunidades no estaría mal pensar en la manera como se leen a las escritoras hispanoamericanas en España y a las españolas en Hispanoamérica".

Hay muchos hombres que leen lo que las mujeres escriben, pero otros muchos no; Menchu Gutiérrez apunta que las personas que manejan esas estadísticas dicen que estamos muy lejos de la igualdad. "Los ensayos de mujeres que superan las antiguas suspicacias son, generalmente, de una erudición incontestable, y de forma llamativa están avalados por firmas masculinas de gran prestigio." Afortunadamente, añade, el número de hombres que lee libros de cualquier género escritos por mujeres es creciente. "Hace unos días leía una gran entrevista a Javier Montes, sobre su recién publicada novela Luz del Fuego, que gira en torno a la fascinante bailarina brasileña, y cuando le preguntan si había tenido alguna dificultad en entrar en la cabeza de una mujer, contestaba que no de forma particular. 'Yo soy y quiero ser muy mujer también, como todo el mundo, lo sepan o no'. Me pareció una respuesta extraordinaria."

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¿Leen las ensayistas a las ensayistas?

"Yo no creo que lea de una manera distinta a un ensayista o a una ensayista, salvo si aquello que leo se titula La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, de Siri Husvedt ―responde Gutiérrez-. Evidentemente, en ese caso estoy buscando una reflexión que tiene que ver con el género y con preguntas que yo misma me hago a menudo. Leo bastante ensayo, y en general, mis búsquedas versan sobre temas muy amplios. Ahora mismo, estoy leyendo un ensayo sobre teología política medieval que se titula Los dos cuerpos del rey, y que me interesa, entre otros motivos, por la mezcla que existe en toda naturaleza. También sería posible introducir aquí esta eterna dualidad hombre y mujer".

Este texto termina; antes, pido a Roche que nos oriente. ¿A quién hay que leer? "A todas las que podamos. En especial, aquellas voces que, por prejuicios raciales, nacionales o de edad, no hemos conocido hasta ahora."

Como tantas historias de hoy, esta que voy a contarles empezó en Twitter.

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