El 18 de junio de 1815, Waterloo, una ciudad de (entonces) 2.000 habitantes a 16 kilómetros de Bruselas, amaneció nublada, con una fina lluvia. En torno a ella se agrupaban 250.200 soldados de tres ejércitos (el francés, el prusiano y el británico, integrado también por holandeses y belgas), y, entre ellos, dos hombres que se disputarían, hasta el anochecer, el destino de Europa: Napoleón y Wellington.
Dos siglos después, la guerra no asola Europa, Waterloo amanece más despejado y la Historia es más consciente de las consecuencias de aquella jornada. El definitivo final del Emperador, la muerte de la Revolución Francesa, el triunfo del Antiguo Régimen. Mientras, los historiadores siguen tratando de esclarecer el caos de la batalla. A ellos se suma ahora Bernard Cornwell, novelista británico y autor de la exitosa saga de novela histórica protagonizada por Richard Sharpe, que con Waterloo (Edhasa) se lanza por primera vez a la no ficción.
"Las batallas de los días 16 y 18 de junio de 1815 ofrecen material más que suficiente para elaborar un magnífico relato. Es raro que la historia se muestra propicia a los escritores de novela histórica (...)", confiesa Cornwell. "Sin embargo, cuando escribí Sharpe en Waterloo [una de las aventuras del soldado de su invención], el argumento que construí quedó desvanecido bajo el peso de la batalla misma. [Waterloo] es un acontecimiento perfectamente literario".
El caos y el detalle
El 16 de junio, 337.000 hombres comenzaron a luchar en el campo belga (dos días más tarde, ya habían muerto 90.000). Por eso, Cornwell no se conforma con relatar las grandes líneas de la batalla, la dirección de los ataques o el relato de los altos mandos militares. En la explanada, cientos de miles de seres humanos trataban de vencer y evitar la muerte, pero, mientras, vívían. "A los hombres que intervinieron [en la batalla] no les pareció en modo alguno simple, ni explicable, así que una de las razones que me han impulsado a escribir el libro ha sido la de tratar de transmitir al lector la sensación que debieron de tener ese confuso día todos cuantos se hallaban en el campo", explica el escritor.
En Waterloo está Rifle, el perro del batallón de fusileros británicos que durante las escaramuzas "solía correr de un lado a otro, ladrando y expresando su alegría como el más feliz de los canes". Están las órdenes de Napoleón, tan confusas que algunos de sus subordinados ni siquiera las entendieron. Está la última carta de amor del comandante Arthut Heyland a su esposa: "No podemos, amor mío, morir juntos. Uno u otro ha de ser testigo de la pérdida de lo que más amamos en el mundo. Que nuestros hijos sean tu consuelo, mi amor, mi Mary".
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Ida y vuelta a Santa Helena
Pero si hay una historia en la contienda es la de la derrota de Napoleón Bonaparte. El general corso dejó su exilio en la isla de Elba en 1815 con la intención de ocupar su espacio frente a la monarquía, encarnada en Luis XVIII, "un hombre tremendamente obeso" que representaba a una estirpe "tan codiciosa como impopular". Las mujeres solían vestir el violeta napoleónico (el Emperador se había casado con Josefina portando ella un ramo de estas flores). Y el milagro se obró: Napoleón desembarcó en la costa cercana a Cannes y reunió a algo más de 1.000 soldados. "La mayor parte de la gente tenía la esperanza de que el ejército monárquico lograra derrotar con rapidez la cómica pequeñez de las fuerzas napoleónicas. Pero lo que ocurrió fue que las tropas del rey desertaron en masa para echarse en brazos del reencontrado Emperador", explica Cornwell.
Las escaramuzas belgas comenzaron, además, con victorias para el corso. Wellington temía a su enemigo y Napoleón pensaba que podía salir airoso pese a la desigualdad numérica (las fuerzas aliadas le superaban en 90.000 combatientes). Pero la táctica del inglés derrotó al Emperador, encabezando finalmente el ataque "a la desesperada" de su propia Guardia, la única que aún daba guerra a los aliados. No salió bien. París se rendía el 4 de julio y Napoleón marchaba a Santa Helena el 15 de octubre, donde permanecería seis años hasta su muerte. La memoria, sin embargo, permanece. El próximo viernes y sábado, más de 6.000 voluntarios representarán en Waterloo el episodio que sigue fascinando a Europa como un punto de inflexión en la historia. Como explica Cornwell: "Hay batallas que no cambian nada, pero Waterloo lo modificó prácticamente todo".
El 18 de junio de 1815, Waterloo, una ciudad de (entonces) 2.000 habitantes a 16 kilómetros de Bruselas, amaneció nublada, con una fina lluvia. En torno a ella se agrupaban 250.200 soldados de tres ejércitos (el francés, el prusiano y el británico, integrado también por holandeses y belgas), y, entre ellos, dos hombres que se disputarían, hasta el anochecer, el destino de Europa: Napoleón y Wellington.