Con el mundo asomado al borde de una recesión y una guerra enquistándose en las fronteras europeas, el economista José Moisés Martín (Madrid, 1973) se ha atrevido a publicar un libro optimista sobre el presente y futuro del planeta. El autor, ahora miembro del consejo asesor económico de Moncloa y con una amplia experiencia en el mundo de las políticas públicas, ha ampliado la mirada sobre los problemas globales a una distancia a la que los titulares del día a día quedan muy pequeños y pierden relevancia. “Por debajo del radar de los titulares hay una sociedad y una política que se mueven y que ofrecen indicios prometedores sobre nuestro futuro inmediato”, expresa en su obra.
El futuro de la prosperidad (Ariel, 2022) es un ensayo que describe con sencillez los grandes problemas que atraviesan el mundo. Estos son los que provocan, a su juicio, polarización y pesimismo en la clase media. Los resume en cuatro brechas: la laboral, la generacional, la de género y la fiscal. El autor tira de los hilos de cientos de referencias de académicos y organismos solventes para tejer un relato económico ordenado y sólido sobre cómo abordar dichos retos, con el mérito adicional de que además resulta comprensible para el común de los mortales. Martín ha recibido a infoLibre en su despacho de la consultora Red2Red. Antes de la entrevista, es advertido de que las preguntas quizás le parezcan pesimistas. Pese a la claridad de las conclusiones de su obra, anticipa que no cree que tenga en su bolsillo las soluciones a los problemas globales.
¿Le ha resultado difícil hablar del futuro de la economía global con optimismo?
Bueno, yo creo que hay que esforzarse un poco. Porque si solo te fijas en los informes de los próximos tres meses, o de los próximos tres años, pues efectivamente la situación creo que hunde el ánimo de cualquiera. Lo que vemos es una serie de retos que tienen que ver con la digitalización, con los efectos del cambio climático o con la quiebra social. A bote pronto, lo que te dice el cuerpo es que no se puede ser muy optimista. Pero lo cierto es que, al mismo tiempo que vemos estos problemas, a la vez estamos construyendo las herramientas para solucionarlos. El libro parte de esa contradicción, de que tenemos más herramientas que nunca para abordar esos retos pero, sin embargo, tenemos la percepción de que estamos paralizados por el miedo. El objetivo del libro es ese: si activamos estas palancas de cambio con las que contamos, yo creo que podemos tener un futuro muy próspero.
Usted afirma que, tras la crisis financiera, España es un país “peor”. Ahora mismo nuestros indicadores están por debajo de la media europea, más deuda pública, más déficit, más paro, peores resultados educativos… ¿Qué particularidad tiene España para ir siempre por detrás de las métricas europeas?
Bueno, es así porque nuestro proceso de desarrollo empezó más tarde. Esto también hay que tenerlo en cuenta. En los años 60, España vivió un milagro económico, pero partió de un nivel mucho más bajo respecto al resto de países. Esto hace que cuando nos comparamos con las medias europeas, pues tenemos la percepción de que estamos todavía lejos. También es cierto que en los últimos años hemos estado estancados, pero es fundamentalmente porque entre 2010 y 2013 se tomaron una serie de decisiones de política económica muy equivocadas. Debió haberse hecho un ajuste para preservar el empleo y la cohesión social. No se hizo y la consecuencia es que hemos tenido una década perdida. Si miramos cómo salimos de la crisis financiera y cómo hemos salido de la pandemia, vemos que hemos aprendido mucho, tanto a nivel de la Unión Europea, como de España.
Nuestro sistema financiero es más sólido ahora en el caso de que las cosas se pongan feas
¿No cree que estos indicadores que tenemos ahora, como el de la deuda pública, hacen de España un país más vulnerable ante esa recesión de la que alertan todos los organismos?
Es cierto que España tiene una deuda pública alta y unos ingresos insuficientes. Tenemos un déficit estructural desde siempre, no está resuelto. Si suben mucho los tipos de interés, probablemente las cuentas públicas se van a ver en ciertos apuros. Pero también hay algunas fortalezas, no vamos a mirar solo las debilidades. La primera es que, de momento, nuestra dependencia del gas ruso es muy pequeña. La causa principal de la recesión va a ser esa y España no es un país que esté expuesto a eso de manera tan determinante, como Alemania. Eso sería por la parte positiva. Otra fortaleza es que el sistema financiero ahora mismo es muchísimo más sólido que en 2005. Eso significa que tiene más capacidad de aguante si la cosa se pone fea. Otra de los elementos que suponen hoy una fortaleza son herramientas como los ERTE, que pueden atenuar los efectos sociales de una crisis más grave.
Usted sostiene que el crecimiento económico ya pasa por una necesidad de mejorar la capacidad de innovación, ¿en qué punto ve a España en este sentido?
España es un país “innovador moderado”. Los polos de innovación competitivos de España a nivel europeo están en dos comunidades autónomas: Madrid y el País Vasco. Son las únicas comunidades que, aunque no son líderes, se pueden considerar innovadoras. Podríamos decir como de segunda división, siendo el resto de tercera y más atrás. Tenemos dos problemas fundamentales: el primero es que España dedica poco dinero público a la innovación. Somos uno de los países que estamos más lejos en inversión en innovación. Luego tenemos un sistema de investigación muy poco ágil, muy poco flexible. Hay muchos requisitos burocráticos, como el hecho de tener que justificar hasta el último tornillo… Esto hace que cueste mucho usar los fondos. Ahora mismo España, dentro de la Unión Europea, no está en la Champions de la innovación, ni mucho menos.
Usted no cree que la robotización deba asustar a los trabajadores. De hecho defiende que el riesgo no está en la robotización, sino en la “no robotización”, ¿a qué se refiere?
Esto es una conclusión más o menos reciente. Teníamos la percepción de que los robots y la automatización nos iban a quitar el empleo. Luego, analizando datos, descubrimos que la robotización quita el empleo de aquellos que no se automatizan. Es una cosa un poco rara. Si yo tengo dos empresas y una se robotiza y la otra no, los empleos que se pierden son de la compañía que no se robotiza. El riesgo no está en la digitalización de las empresas sino en no hacerlo, porque los competidores se adelantan. La evidencia para España en concreto es que las empresas que han automatizado procesos han conseguido ser más productivas y han acabado generando empleos. En ese sentido, han sido las competidoras las que han terminado echando a trabajadores, porque se quedan sin mercado.
Si hace cinco años hubiéramos hecho los deberes en materia de eficiencia energética, probablemente no habría guerra en Ucrania
Desde el punto de vista de la transición energética, a corto plazo viene un invierno bastante sombrío, ¿cómo ve la situación de España y Europa?
España, aunque no dependa del gas ruso, sí se ve afectada por el aumento de precios, en el caso de que se dispare la demanda alemana por falta de suministro. Si hace cinco años hubiéramos hecho los deberes en materia de eficiencia energética y de energías renovables, probablemente no habría guerra en Ucrania. No estaríamos ni en esta situación, ni en esta crisis. Las medidas de transición energética llevan tiempo, en el mejor de los casos algunas estarán listas para diciembre de 2023. Este invierno vamos a pagar el coste de la imprudencia de no haber invertido en una mayor eficiencia energética. España, aún así, está mejor situada. No solo por el clima: nuestro mix energético está mejor. Creo que las medidas que se están tomando para contener el precio del gas están funcionando. Pero lo urgente está tapando lo importante. Este invierno lo damos por perdido, porque no va a ser fácil solucionar el problema, pero tenemos que pensar en los próximos 30 inviernos, no solo en este.
En su análisis no obvia que las energías verdes son menos eficientes que los combustibles fósiles y que dependen de materias primas que son escasas, como el litio o el telurio… ¿No cree que existe un riesgo de que acabemos siendo más dependientes de los países más exportadores de estas materias primas, como China?
Sí. Pero tenemos que ser realistas. Con las tecnologías actuales no podemos cubrir el 100% de la energía que necesitamos. Es cierto que la innovación que se está produciendo en el ámbito de las energías renovables, hace que podamos esperar resultados buenos en poco tiempo. Estamos hablando de acabar con el consumo de petróleo más allá de la década de los 30. Esperamos que muchas tecnologías que están en fase de prueba sean viables comercialmente. La más importante es el hidrógeno verde. Eso sí, hay que meter mucho dinero en innovación. Para generar un megavatio de energías renovables hace falta invertir mucho más que en el caso del petróleo. Por otro lado, la energía más renovable es la que no se usa. Esto implica mayor ahorro energético en las ciudades, en los edificios, usar menos el coche… Toda esa revolución nos puede llevar a estar en línea con los objetivos climáticos.
¿España está bien posicionada en el desarrollo de tecnologías de hidrógeno verde?
Yo creo que sí. Hay una hoja de ruta, que está recién aprobada. El problema son las interconexiones con Europa. Desarrollar una tecnología solo para satisfacer a un país para España es complicado. Hacen falta interconexiones, porque va a ser más fácil invertir en hidrógeno verde si desde España va a poder venderse energía a Alemania. Pero bueno, creo que en términos de tecnología, ecosistema y de apuesta pública, estamos en una buena posición.
Los servicios públicos no deben ser solo para los pobres, sino para la gran mayoría de la población
¿Cómo cree que va a concluir el debate global que hay sobre los impuestos?
Mal.
¿Por qué cree que se ha generalizado ahora este debate? Se da entre comunidades autónomas, entre países...
Yo creo que hemos entrado en una dinámica que se retroalimenta. Lo que hay que hacer es romperla. Es la dinámica de: ‘Si nadie hace nada por mí, ¿por qué tengo yo que contribuir?’. Es el pensamiento que se está generando en las clases medias, que yo creo que es un peligro que puede desintegrar sociedades. Si fuéramos capaces de darle la vuelta, en el sentido de crear un círculo virtuoso… Es decir: ‘Construyamos este pacto social, que no va a permitir que te quedes descolgado. Pero en reciprocidad, tú tienes que contribuir’. Lo que pasa es que la cohesión social se está quebrando y cada vez hay menos incentivos para contribuir. Los impuestos no se pueden quedar para pagar servicios para los más vulnerables. Desde luego, hay que priorizar a los más vulnerables. Pero no solamente. Los servicios públicos no deben ser solo para los pobres, sino para la gran mayoría de la población. Es así como funcionan los Estados de bienestar potentes. El apoyo a los impuestos no se pueden fundamentar solo en la solidaridad, debe haber un acuerdo de reciprocidad.
¿Qué cree que ha pasado en Reino Unido? ¿Por qué cree que han presentado un plan de recorte de impuestos tan intenso, para luego retractarse de algunos puntos apenas dos semanas después?
Es muy sencillo. Está basado en una teoría económica que ya nadie se cree, y es que los recortes de impuestos se autofinancian. No hay evidencia que lo contraste. Es la famosa curva de Laffer. Los mercados financieros no son tontos. Han dicho: “Oiga, que esta señora va a producir tal agujero fiscal que va a poner la deuda pública británica en peligro”. Y se han puesto a vender deuda pública como locos. Eso es lo más interesante. No han sido los sindicatos, ni las movilizaciones sociales. Ha sido el mercado financiero el que ha dicho: esta estrategia fiscal es suicida y lleva al Reino Unido al desastre. Han sido los mercados los que han obligado a la primera ministra a retractarse.
¿Cree que, frente a esto que vemos en Reino Unido, España está intentando mostrarse en Europa como un modelo antagónico?
Con este Gobierno, sí. Solo hay que ver los resultados de los resultados de la gestión del COVID en términos sociales. El escudo social funcionó, desde los ERTE, los bonos eléctricos y de calefacción, el descuento de la gasolina, el ingreso mínimo vital… Da la sensación de que viendo la caída de PIB que se produjo en la pandemia, el impacto social ha sido mínimo. Yo creo que estamos jugando a plantear un modelo propio, de mayor cohesión social. Creo que hay un gran consenso sobre los efectos. Nadie va a decir que los ERTE fueron una mala idea.
Creo que tarde o temprano se logrará un acuerdo para tener un impuesto mínimo internacional
¿Ve usted plausible, en pleno retroceso de la globalización, un acuerdo internacional para lograr un impuesto mínimo para las empresas tecnológicas?
Va a depender mucho de cómo avancen las cosas en Estados Unidos. Si los demócratas se ven fuertes yo creo que es bastante factible. Al final, el problema fundamental que tenemos no es que la globalización se esté encogiendo, sino que está cambiando su naturaleza. Vamos hacia una globalización diferente. Hemos pasado de una globalización de intercambio de bienes a una de intercambio de servicios. Y ahí es muy difícil establecer bases impositivas si no hay un acuerdo global. Se ha enfriado un poco el tema, pero creo que tarde o temprano el acuerdo llegará.
Volviendo a España, ¿cree que va a salir adelante el pacto de rentas?
[Resopla] Yo lo veo muy difícil. Lo veo imprescindible, pero es tan necesario como difícil. Por una sencilla razón: creo que el pacto de rentas implica un pacto social con una duración de tres o cuatro años y el problema que tenemos es que el año que viene hay elecciones generales. Si estuviésemos al inicio de la legislatura yo creo que se podría alcanzar más fácilmente, pero hay gente que podría no tener incentivos para llegar ahora al pacto de rentas, porque es posible que el año que viene el Gobierno resuelva a su favor. Esto hace que sea muy difícil que haya incentivos para sentarse.
Veo muy difícil lograr un pacto de rentas, sería más sencillo si fuese el inicio de la legislatura
Uno de los factores que generan más frustración es la dificultad de acceder a una vivienda en precios asequibles, tanto en compra como en alquiler, ¿cuál cree que es el camino?
Creo que hay un problema grave con la generación más joven. No hay expectativa de crecimiento económico, por lo que las expectativas de progreso se paralizan. A fecha de hoy, el mercado de la vivienda está en máximos históricos otra vez. Así es muy difícil acceder. La única solución es construir más vivienda pública. Tenemos un parque de vivienda público ridículo, de menos del 1%. En los Países Bajos es del 25%. Con un parque de vivienda pública tan ridículo no puedes intervenir en el mercado. Así, los precios están disparados y se gentrifican zonas.
Ya hace seis años que publicó su otro libro, España 2030, en el que planteaba una estrategia a largo plazo de crecimiento sostenible… Nos vamos acercando a 2030, ¿qué conclusiones saca?
España 2030 planteaba un programa de país basado en tres principios: digitalización, sostenibilidad y cohesión social. Me siento satisfecho, porque si uno mira, por ejemplo, los fondos Next Generation, esos principios están recogidos ahí. ¿Dónde no estamos avanzando? El sistema educativo sigue sin estar bien encajado. Quizás lo que más me apena. Yo pensaba que íbamos a ser capaces de reconstruir este pacto, casi generacional, con una mayor presencia de los partidos políticos. Eso se ha desintegrado. Lo que se ha avanzado en políticas públicas, se ha estancado, incluso retrocedido, en materia de política, de liderazgos, capacidad de llegar a acuerdos. Cuando salió el libro, en 2016, PSOE y Ciudadanos habían llegado a un acuerdo para gobernar este país y se estaba negociando con Podemos. Hoy es absolutamente impensable. Creo que estamos en peores condiciones para alcanzar pactos de Estado. Veremos si con la vuelta del bipartidismo esto es más sencillo.
Si construyes tu identidad política sobre una bandera que debería ser de todos, acabas generando rechazo
En el libro critica que los partidos políticos usen la polarización para llegar a los ciudadanos.
Claro. Lo pienso mucho con medidas de sentido común. Medidas que, llega algún partido, las coge de bandera, y genera el efecto contrario. La lucha contra el cambio climático debería ser un elemento transversal en nuestro país. Lo que pasa es que cuando usas una bandera para agitársela al que está enfrente, el otro va a reaccionar en contra. Hoy es bastante probable que, habiendo más conocimiento sobre el cambio climático, es al mismo tiempo cuando más polarizado se está sobre el tema. Si construyes tu identidad política sobre una bandera que debería ser de todos, acabas generando rechazo. Es que estamos viendo que hay debate sobre algo como comer carne roja. Todos los gobiernos del mundo medianamente responsable dicen a los ciudadanos que no se deben poner ciegos a chuletones, que no es buena para la salud. Menos en España. Aquí lo hacemos, y tenemos el festival del chuletón.
¿Se refiere a la oposición? ¿Considera que está siendo populista para criticar al Gobierno?
Totalmente… Están contradiciendo sus propias políticas públicas. Se hizo una campaña contra el azúcar. Un señor del Partido Popular se hizo una foto con la mesa llena de donuts, cuando él mismo había puesto un tuit semanas antes diciendo que determinados productos tenían demasiado azúcar. Están hablando de "PIN parental", cuando se habla de darle a los niños información nutricional. Yo soy del 73. A mí me enseñaron hace más de 40 años la pirámide alimentaria, esto de que tienes que comer mucha fruta y poca carne. Si esto ahora es motivo de debate, es evidente que estamos sacando las cosas de quicio.
Si somos sabios, creo que en 2030 tendremos una España en la que nos gustaría vivir
Dice usted que adivinar el futuro es un ejercicio vacío… No obstante, me gustaría conocer su pronóstico de la España de 2030.
Pues mira, la veo bien [se ríe]. A partir de dentro de dos o tres años, vamos a empezar a ver los efectos de los fondos de Next Generation. Vamos a ver cómo se están transformando cosas importantes en nuestro país. En materia industrial, en digitalización... Estamos experimentando en políticas públicas y creo que estos avances son tremendos. Creo que la vocación que tenemos en España por mantener un mínimo de cohesión social hará que aguantemos los envites de esta crisis. Tendremos un país donde la desigualdad será menor de lo que lo es ahora. Creo que los planes de la mitigación del cambio climático, aunque no cumplan en el 100% de los objetivos, van en la buena dirección. Y creo que España, si juega bien sus cartas, puede tener una influencia creciente en la Unión Europea. La estamos teniendo ya. Somos uno de los motores de la integración. Si somos sabios, creo que en 2030 tendremos una España en la que nos gustaría vivir.
Con el mundo asomado al borde de una recesión y una guerra enquistándose en las fronteras europeas, el economista José Moisés Martín (Madrid, 1973) se ha atrevido a publicar un libro optimista sobre el presente y futuro del planeta. El autor, ahora miembro del consejo asesor económico de Moncloa y con una amplia experiencia en el mundo de las políticas públicas, ha ampliado la mirada sobre los problemas globales a una distancia a la que los titulares del día a día quedan muy pequeños y pierden relevancia. “Por debajo del radar de los titulares hay una sociedad y una política que se mueven y que ofrecen indicios prometedores sobre nuestro futuro inmediato”, expresa en su obra.