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El 40% de quienes se consideran "de clase media" declaran rentas muy lejanas a esa definición

Dos trabajadores con ordenadores, en las instalaciones del Centro Logístico de Amazon.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha ido virando su discurso hacia la izquierda tras las pasadas elecciones andaluzas, que consolidaron la solidez electoral del bloque de la derecha y evidenciaron el bajo entusiasmo de los votantes progresistas a la hora de acudir a las urnas.

La lectura que hizo el partido socialista fue clara: había que movilizar a las bases. A partir de ahí, el Presidente del Gobierno ha ido incorporando nuevos registros a su discurso público. Crítica velada a los poderes económicos, un tono notablemente más duro con el principal partido de la oposición y referencias constantes a las “clases medias y trabajadoras”, entre otras cuestiones.

Pero ¿a quién se dirige cuando habla de clases medias? ¿Cómo es este grupo de votantes?

Según la reciente encuesta del CIS, publicada esta misma semana, casi 1 de cada 2 personas se considera de clase media y aproximadamente 2 de cada 10 de clase media-baja o clase trabajadora. Esto significa que en estas tres categorías cae el 70% de la ciudadanía, por lo que, de pronto, parece evidente que este podría ser uno de los motivos detrás del cambio discusivo de Sánchez.

Otro motivo sería el bajo rendimiento electoral que los partidos que conforman el Gobierno de coalición han mostrado durante la primera mitad de la legislatura entre aquellos ciudadanos que se autoidentifican como clase media en las encuestas. Si observamos la diferencia neta de la intención de voto de la clase media comparado con la intención de voto de todo el conjunto de la población, los resultados no son halagüeños para la izquierda.

Ambos partidos, con tendencias inversas, obtienen peores resultados entre este grupo de votantes que entre la población total. El PSOE, por ejemplo, según una estimación propia a partir de los microdatos del CIS, consigue el 26,1% de los votos totales, mientras que no supera el 25,7% entre aquellas personas que se identifican como clase media. Por tanto, tiene un rendimiento neto de -0,4 puntos porcentuales. Si bien parece una diferencia especialmente pequeña —sobre todo si atendemos a los errores muestrales de las encuestas—, hay que destacar que el partido socialista comenzaba la legislatura con un rendimiento negativo de 3,5 puntos.

Además, su principal rival en las próximas elecciones, el Partido Popular, ha visto cómo crecía su diferencia neta de +1 puntos en enero de 2020 a +3 puntos en julio del ’22. Siendo un grupo de votantes tan numeroso —no los votantes de clase media en sí, sino los que se identifican con esa clase— es comprensible el giro de guion del Presidente, porque, además, estos apoyan las políticas públicas que está llevando a cabo el Gobierno.

Entre las nuevas medidas anticrisis aprobadas en el Congreso, aquellas que regulan el consumo energético en edificios administrativos y espacios comerciales gozan de bastante popularidad entre las personas que se autoidentificación de clase media. Por ejemplo, 3 de cada 4 de estos votantes consideran que cerrar las puertas de los locales cuando el aire acondicionado o la calefacción está en marcha es una medida positiva, según los datos de la encuesta de septiembre de 40dB/El País. 2 de cada 3 opinan lo mismo con la obligación de apagar las luces de los escaparates en los comercios cerrados a partir de las 22h y a casi 6 de cada 10 les parece buena medida limitar las temperaturas máximas y mínimas en los interiores de los edificios.

Entre otras medidas aprobadas a lo largo de la legislatura, según la misma encuesta del mes de enero, el reconocimiento del derecho a la eutanasia, la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) o los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTEs) son las que gozan de más apoyos: por encima del 60% de la población considera que las medidas son buenas o muy buenas. Todo ello, en un contexto electoral donde los partidos de Gobierno en su conjunto no superan el 38% los sufragios, lo cual significa que estas medidas rompen, de alguna manera, la dinámica de bloques.

Lo que ocurre es que identificarse a uno mismo como clase media no significa que pertenezcas a dicha clase, al menos comparando con las definiciones oficiales con los que contamos.

Este fenómeno se ve con claridad en los datos que ofrece el CIS. Según los barómetros del primer trimestre de 2020 —los últimos disponibles—, el 24% de los votantes que se consideran de clase media declaraban unos ingresos netos mensuales de entre 1.200 y 1.800 euros, el 19% entre 900 y 1.200 euros y un 14% entre 1.800 y 2.400 euros.

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Esto quiere decir que cerca del 60% de las personas que se consideran de clase media podrían pertenecer a esa misma clase basándonos en la renta declarada de los propios entrevistados. Lo que denota que el 40% restante tendría unos ingresos superiores al 200% de la renta mediana o por debajo del 75% de la misma.

Entre este último grupo, destacan aquellos que declaran no tener ningún tipo de ingreso al final de mes (18%), pero siguen considerándose de clase media. Esto pone de relieve la diferencia entre la clase a la que uno pertenece según los criterios establecidos y la autopercepción de la ciudadanía, lo cual apunta a la idea que escribía Owen Jones en su libro Chavs: la demonización de la clase obrera: todos somos gente de clase media.

En consecuencia, se puede inferir que Pedro Sánchez, en aras de movilizar a su potencial votante, ha incorporado a su discurso un registro que alude a una buena parte de la población —y el electorado—, pero que en realidad, va mucho más allá.

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