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La pandemia ha empujado al paro a 2,14 millones de trabajadores. Es la cifra que arroja la estadística del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) para los últimos 18 meses. Son el 59,4% de los 3,61 millones de desempleados registrados. De ellos, se pueden considerar ya parados de larga duración, por llevar más de seis meses sin trabajo, 1,21 millones, más de la mitad –el 56,67%–. Aunque en España se consideran parados de larga duración quienes permanecen un año o más sin empleo, en otros países como Estados Unidos el umbral se acorta a los seis meses. El mercado laboral español siempre ha sido infortunado líder en desempleados crónicos, con una cifra que suele rozar la mitad del número total de parados. No obstante, desde que la economía empezó a recuperarse tras la crisis financiera, el paro de larga duración no había dejado de reducirse –aun manteniendo una bolsa muy resistente integrada por quienes superan los dos años sin trabajo–. Hasta que llegó el coronavirus. Desde marzo de 2020, el paro de larga duración se ha disparado un 59%, un repunte de 997.000 personas inscritas durante más de seis meses a las listas del SEPE.
De hecho, no ha habido un aumento de ímpetu semejante desde 2009, cuando según los registros del SEPE experimentó un alza del 58,96%. Las cifras de la Encuesta de Población Activa muestran un paisaje similar: tras explotar en 2009 y 2010, y continuar creciendo los siguientes años en lo peor de la crisis, empezó a bajar a partir de 2014. Comparando las cifras del primer trimestre de 2020 y las del primer trimestre de 2021, son 1,85 millones los trabajadores que llevan más de seis meses en el paro.
Es más, el número de parados que no superan los seis meses registrados en el SEPE ha descendido durante estos meses de pandemia e incertidumbre económica, un 40,3%, pero el resto, los que van acumulando antigüedad en el desempleo, destrozan la estadística. Quienes se quedaron sin trabajo al principio de la pandemia parecen ser los que más difícil lo tienen para volver a la actividad: con el coronavirus casi se ha duplicado la cifra de los trabajadores que llevan entre un año y 15 meses en el paro. Y casi se ha triplicado, hasta alcanzar los 366.739, el número de quienes superan los 15 meses sin trabajar.
Pero la crisis poscovid también está dificultando el regreso al trabajo de los que perdieron su empleo antes de la irrupción del virus. De forma que los parados que llevan entre 18 meses y dos años registrados en el SEPE han aumentado un 138% hasta junio.
Más mujeres, con título de ESO, en ocupaciones elementales del sector servicios
¿Quiénes son estos trabajadores atrapados en el paro cronificado por el coronavirus? Para empezar, hay 597.038 mujeres más que hombres, pero el aumento ha sido más violento para ellos, un 68% respecto a febrero de 2020, que para ellas, un 54%. El número de los varones que llevan entre 15 y 18 meses en el paro incluso se ha triplicado en lo que dura la pandemia. Con respecto a la edad, hay una diferencia clara según el tiempo que lleven sin trabajar. El 30% de los que llevan entre seis y 12 meses en el paro son jóvenes de 20 a 29 años, según la última EPA. Pero, en la bolsa donde ha quedado atrapados quienes superan los dos años sin empleo, la mayoría –el 43,8%– tiene entre 45 y 59 años. Aunque entre los jóvenes esa cifra es el resultado de un aumento de casi el 55% respecto a febrero de 2020, mientras que los mayores sólo han crecido un 0,7%.
Además, un 38,4% de los parados de larga duración de la pandemia sólo ha estudiado la ESO o posee una formación equivalente. Pero el segundo grupo más representado son los universitarios, cerca del 27%, y su número se ha elevado más este último año y medio que el de quienes poseen únicamente estudios básicos: un 36% los primeros frente a un 28% los segundos.
Si se pone la lupa sobre sus ocupaciones, 250.500 son trabajadores con ocupaciones elementales, revela la EPA, y 232.400 estaban empleados en la restauración, el comercio, eran vigilantes jurados o auxiliares de enfermería. Pero como la crisis está impactando sobre todo en la hostelería, el turismo y el comercio, el paro de larga duración se ha cebado con los asalariados de estos servicios de cara al público, cuyo número ha subido un 44,6% en 12 meses, mientras que el de los englobados en la categoría de ocupaciones elementales –peones, personal de limpieza, barrenderos–, se ha elevado mucho menos, un 17,8%. Una señal clara del daño que las restricciones están infligiendo a esa parte sustancial del sector servicios es que, a pesar del colchón de los ERTE, la cifra de los empleados de restauración y comercio que llevan entre seis y 12 meses en el paro –147.200– se ha disparado nada menos que un 74,6% entre el primer trimestre de 2020 y el de 2021. Es lo que ocurre con quienes no consiguen reengancharse a la actividad con el comienzo del verano y la temporada alta del turismo, a diferencia de lo que les ocurría en los años sin pandemia: terminan convirtiéndose en parados de larga duración si se pasan los tres meses estivales sin trabajar.
Lógicamente, pues, los servicios acaparan casi el 24% de los parados de larga duración de la pandemia, unos 508.700 de acuerdo con los datos de la EPA. Pero su número ha crecido respecto al primer trimestre de 2020 un 13,5%, menos que los de la industria, con un alza del 29,7%, y muy por detrás del fuerte aumento de la construcción, un 94,5%. Quizá es uno de los efectos de los ERTE, que han sido aplicados de forma mucho más masiva en el sector terciario y muchísimo menos en la construcción y la industria.
Como el covid persistente
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Los expertos advierten de que, cuanto más se alarguen las incertidumbres sanitarias y económicas y más lenta sea, por tanto, la recuperación, mayor será la duración del paro entre quienes pierdan su empleo. Un efecto que se prolongará incluso cuando ya se haya solventando la crisis. De forma que el paro de larga duración puede convertirse en una especie de covid persistente: aunque ya no existe la infección, las secuelas acompañan al enfermo mucho después de haber recibido el alta. Y, como el covid crónico, el paro de larga duración no tiene un remedio rápido. Básicamente, se trata de poner a estos trabajadores en el centro de las medidas de reorientación y recualificación profesionales, que siempre han sido un punto débil de las políticas activas de empleo españolas.
El paro de larga duración se produce por un desajuste entre las competencias profesionales de los trabajadores y las que demandan las empresas. Así, los jóvenes que abandonan el sistema educativo antes de tiempo son candidatos perfectos para quedar atrapados en la bolsa del paro prolongado, mientras que la demanda de trabajos cada vez más cualificados expulsa del mercado laboral a los individuos menos preparados. Pero también ocurre que personas con educación secundaria o universitarios carezcan de la formación que exigen las empresas y afronten serias dificultades para encontrar un empleo en mucho tiempo.
La pregunta es si eso puede cambiar ahora con las medidas incluidas en el Plan de Recuperación y Resiliencia, que se marca como uno de sus objetivos reducir el número de desempleados generados por la pandemia mediante su “capacitación y reorientación”. En concreto, destina 235 millones de euros hasta 2023 para financiar al menos dos proyectos por comunidad autónoma destinados a “colectivos especialmente vulnerables”, que incluyen a los parados de larga duración. El plan habla de becas de cursos de formación, itinerarios personalizados para devolver a estos desempleados al mercado laboral y ayudas a su contratación, que deben traducirse en una inversión media de 6.000 euros por persona.
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