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"Este año y hasta dentro de otros cien preguntarán si es necesario salir y tristemente la respuesta será que sí"

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Rebeca se levanta con la estridencia del despertador y el peso de lo que otros han dado en llamar carga mental. Tareas para hoy: preparar desayunos, en plural, poner una lavadora, recoger la casa, llevar a los niños al cole. Entretanto, reserva un hueco para arreglarse –curioso concepto– con el único objetivo de estar presentable a los ojos de los demás. A media mañana corre, diligente, a su centro de trabajo, una oficina en la que solo está de manera parcial: parte de su día tiene que reservarlo al cuidado de su madre dependiente. Su vida laboral es necesaria, pero su carrera es también sacrificable. Es martes y ha decidido que esta vez ella también saldrá a gritar este 8M. Pero, ¿por qué se manifiesta, si ya hay igualdad?

Rebeca es un personaje ficticio, pero bebe de otras muchas mujeres. Eso de salir a la calle, la perseverancia en la protesta permanente, ¿para qué? ¿Por qué insisten las mujeres en manifestarse cada año? La pregunta sobrevuela con especial tesón a medida que se acerca el 8M, Día Internacional de la Mujer. Las activistas y militantes feministas lo saben bien. Y tienen la respuesta. La consecución de la igualdad tiene muchos matices y todos plantean preguntas: ¿qué tipo de igualdad tenemos y a cuál aspiramos? ¿Qué hay más allá de la igualdad formal? ¿Qué ocurre con las mujeres que se quedan en los márgenes?

Blanca Cañedo descuelga el teléfono al final de la tarde. Deja a un lado la pancarta que está preparando para reflexionar sobre los motivos que le llevarán a sostenerla este martes. Son años de militancia en el movimiento feminista asturiano, pero si algo le impulsa a salir a la calle este año es precisamente "conocer la fuerza que tiene el feminismo". Está expectante, reconoce. El mismo entusiasmo lo mantiene intacto la portavoz de la Plataforma Feminista de Alicante, Yolanda Díaz. "Este año y hasta dentro de otros cien preguntarán si es necesario salir y tristemente la respuesta será que sí", dice la activista.

Ambas ponen el acento en un rasgo irrenunciable para el feminismo: su internacionalismo. Quienes salen no solo lo hacen por la igualdad formal estampada en el papel de las leyes españolas, sino también por las colombianas que pelean por el aborto, por las afganas que huyen del terror y por las africanas víctimas de la mutilación genital.

Pero dentro de las fronteras los retos no son pocos. Las feministas hablan de "feminización de la pobreza", de la tediosa pelea y la resistencia tenaz de las trabajadoras domésticas, a quienes la justicia europea acaba de reconocer el peso de la discriminación que soportan por no tener derecho a prestación por desempleo. A quienes sostienen el servicio a domicilio sacrificando sus derechos laborales, "sin que les reconozcan enfermedades profesionales, a través de subcontratas y con trabajos que agotan", reza Cañedo. 

Vicky García, portavoz de la Comisión 8M de Madrid, lo resume a través de una fórmula que todo el mundo entiende: "A nosotras nos siguen matando, seguimos teniendo miedo al volver a casa, seguimos cobrando menos, siendo las que tenemos más contratos parciales y son ellos los que ocupan los puestos de poder". Entonces, se pregunta, "¿a qué llamamos igualdad". 

Los datos le dan la razón. Ya son 1.132 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas varones desde que en 2003 las instituciones iniciaron el recuento oficial. Un total de 235 sí habían dado el paso de denunciar. Recientemente, la revista científica The Lancet revelaba que una de cada cuatro mujeres ha sufrido violencia machista. En la esfera laboral, el porcentaje de mujeres que se acogieron en 2021 a jornada parcial por cuidado de familiares ascendió al 16,29%, según datos publicados por el sindicato Unión Sindical Obrera (USO). Además, eran mujeres el 95% de las personas que redujeron su jornada por cuidados, un porcentaje que escala al 97% en el caso de las excedencias. La universidad permanece impregnada por una evidente segregación de género: a mayor categoría profesional, menor participación femenina. Las catedráticas solamente suponen el 25% del total y ellas son el 23% del rectorado, según datos de la Fundación CYD.

Es de justicia reconocer los avances. Los más importantes, plasmados en leyes consolidadas como la Ley contra la violencia de género y la Ley de Igualdad, pero también otras en trámite como la Ley de libertad sexual. Y hay más: un paquete de medidas urgentes contra la violencia machista, impulsado el verano pasado, la ampliación del teléfono 016 a todas las violencias, el recuento estadísticos de cinco tipos de feminicidios y un plan de corresponsabilidad en alianza con las comunidades. Los logros están ahí, fundamentalmente gracias a que otras muchas mujeres salieron antes a la calle: en defensa del aborto o llamando violación a la agresión sexual de los Sanfermines. 

Las mujeres llevan por bandera los derechos conquistados, pero son conscientes de su fragilidad. "Hemos recibido una sociedad que no es la que estamos dejando, eso es irrefutable", añade Cañedo. En parte por eso también salen a la calle este martes. "Sabemos que la lucha es eficaz porque nos recuerda que no estamos solas", clama convencida.

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Pero queda mucho. "La mayor parte de los desahucios son contra familias monoparentales llevadas por mujeres" y en la esfera laboral la precariedad lleva nombre de mujer: "Ahí está la lucha de las kellys y de las jornaleras", recupera García. "Todo nos ocurre por ser mujeres". Amnistía Internacional ha denunciado que son las mujeres las personas "más desprotegidas" ante los desahucios. El Instituto de las Mujeres recalca que la tasa de riesgo de pobreza de los hogares monoparentales encabezados por mujeres alcanza el 52%, más del doble que aquellas familias con un varón al frente.

Es el gran año de las feministas o al menos así se presupone: la pandemia por fin parece haberles dado una tregua y las activistas siguen unidas. "Hay mucha ilusión en volver a encontrarnos", enfatiza García. "Al final nos han llamado asesinas, nos han prohibido las manifestaciones, la pandemia nos ha pasado factura. Estamos muy agotadas pero muy contentas de volver a juntarnos y construir un proceso juntas", abunda.

Merece la pena, asienten, salir también por eso. "Hay mucha gente que te da las gracias", presume la activista madrileña. Cree que los cambios no son formales, sino cotidianos: están en las conversaciones, en los bares, en la salida de los colegios, en los centros de trabajo. Más de siete de cada diez mujeres considera que las desigualdades de género son demasiado altas y desde desde 2017 hasta 2021 el porcentaje de mujeres que se consideran feministas ha pasado del 46,1% al 67,1%, según el barómetro Juventud y Género del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD. "Sabemos identificar las violencias, visibilizarlas, dejar de sufrir solas". Ahora, completa Díaz, las feministas tienen la responsabilidad de "dejar el huerto cultivado para las que vengan, porque los derechos pueden desaparecer".

Rebeca se levanta con la estridencia del despertador y el peso de lo que otros han dado en llamar carga mental. Tareas para hoy: preparar desayunos, en plural, poner una lavadora, recoger la casa, llevar a los niños al cole. Entretanto, reserva un hueco para arreglarse –curioso concepto– con el único objetivo de estar presentable a los ojos de los demás. A media mañana corre, diligente, a su centro de trabajo, una oficina en la que solo está de manera parcial: parte de su día tiene que reservarlo al cuidado de su madre dependiente. Su vida laboral es necesaria, pero su carrera es también sacrificable. Es martes y ha decidido que esta vez ella también saldrá a gritar este 8M. Pero, ¿por qué se manifiesta, si ya hay igualdad?

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