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El difícil encaje de las mujeres trans en el deporte de élite: "Hay que llegar a consensos sin hacer un daño innecesario"

Laurel Hubbard, Lia Thomas e Iszac Henig, deportistas trans.

El debate sobre la participación de las personas trans en las competiciones deportivas suele estar ligado a nombres propios. Laurel Hubbard, por ejemplo, primera persona trans en competir en unos Juegos Olímpicos, en Tokio 2020. O también Lia Thomas, nadadora trans que está batiendo récords en Pensilvania y que ha despertado no solo el recelo de sus compañeras, sino también la crítica explícita de deportistas de la talla de Michael Phelps. La inclusión de las personas trans en el deporte es un debate de matices. Quienes más de cerca han observado la evolución del deporte, son precisamente quienes de manera más honesta admiten no tener respuestas categóricas para una realidad compleja.

Las reglas en torno a la división sexual del deporte tienen una larga historia a sus espaldas. En el libro Corres como una niña (Dos Bigotes, 2021), David Guerrero regresa a 1966, año en que la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) decide imponer a todas las deportistas pruebas de verificación de género. La razón, señala el autor del libro, no era otra que la excelencia soviética: la organización justificó la decisión "en las sospechas, todavía sin pruebas a día de hoy, de que algunas de las mejores atletas de la Unión Soviética y otros países comunistas eran en realidad hombres". Dos años después, aquellos certificados de feminidad fueron asumidos también por el Comité Olímpico Internacional (COI) como obligatorios para la participación de todas las mujeres en los Juegos Olímpicos, relata el escritor y presidente de la asociación Deporte y Diversidad.

En aquellos primeros años, las pruebas no se caracterizaban precisamente por su rigor ni mucho menos por el respeto a las mujeres: consistían en que las deportistas "desfilaran desnudas ante un panel de médicos para verificar su género". Entonces, el objetivo que perseguían las entidades internacionales era identificar hombres haciéndose pasar por mujeres o lo que dieron en llamar hermafroditas. Con el paso de los años, las dinámicas han ido evolucionando. Aquel rudimentario examen dio paso a pruebas basadas en cromosomas, pero el caso de María José Martínez Patiño provocó la revisión de la normativa. La atleta gallega vio cómo su carrera se truncaba por completo, después de haber sido expulsada del atletismo por tener un cromosoma masculino. A partir de entonces, el criterio más extendido se basa en medir el nivel de testosterona en sangre. Pero no es ni mucho menos el paso definitivo.

El Comité Olímpico Internacional (COI) acaba de consolidar su apuesta por la inclusión, después de que en 2015 eliminase para las personas trans el requisito de pasar por una operación quirúrgica. La entidad ha decidido ahora conceder todo el poder de decisión a las federaciones internacionales y priorizar la no discriminación, siempre que no exista una ventaja desproporcionada. ¿Qué significa o en qué se traduce esa ventaja desproporcionada? Ahí está ahora el reto: las federaciones tendrán que definir los criterios que justifiquen sus decisiones.

España y la nueva legislación

En diciembre del año pasado, el Consejo de Ministros aprobó la futura Ley del Deporte. Según la nueva norma, queda reconocido el derecho de las personas deportistas a la igualdad de trato y oportunidades, sin discriminación por razón de sexo, identidad de género, expresión de género o características sexuales, entre otras. 

El próximo sábado, 19 de febrero, diversas plataformas organizan la I Conferencia Internacional en Defensa de las Categorías Deportivas Femeninas. Detrás de la iniciativa, entidades como la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), la Asociación de Mujeres paa el Deporte Profesional (AMDP) y la Real Federación Española de Atletismo, además de organizaciones feministas. Las ponentes buscan poner de relieve, precisamente, el riesgo que entrañan proyectos como el de la Ley del Deporte y la Ley de Igualdad LGTBI, anteproyecto que permite la libre determinación de género sin requisitos médicos. Sobre esta cuestión habla María José López, abogada especialista en Derecho Deportivo y miembro de la comisión jurídica del Comité Olímpico Español (COE). Al otro lado del teléfono, recalca que "todas las personas tienen derecho a hacer deporte sin que pueda darse ninguna discriminación por ninguna causa". Sin embargo, la ley estatal, que regula el deporte profesional, "introduce elementos que pueden crear inseguridad jurídica", en tanto que es necesario "aclarar y matizar conceptos". 

López González se pregunta por las implicaciones de la autodeterminación de género: "¿Qué puede entrañar la autoafirmación como mujer? Si supone una ventaja competitiva puede ser injusto". Más, abunda, cuando se trata de mujeres y deporte, un terreno tradicionalmente hostil para las profesionales, quienes todavía pelean por convenios propios, terminar con la brecha salarial y aplacar las muchas discriminaciones que sufren. 

Seguridad y ventaja

Hace mucho que las llamadas pruebas de feminidad quedaron atrás, pero permanecen algunos exámenes que buscan garantizar la igualdad y la seguridad en la competición. Alberto Carrio, profesor de Filosofía del Derecho en la Universitat Pompeu Fabra (UPF), recuerda que los marcadores que indican sesgos biológicos están pensados fundamentalmente para las mujeres, algo que en ocasiones resulta "despectivo para aquellas que tengan un desarrollo sexual diferenciado". Ocurrió con María José Martínez Patiño, pero también más recientemente para Caster Semenya, la dos veces campeona olímpica que inició una batalla mundial para que mujeres como ella, intersexual y con altos niveles de testosterona, puedan competir en las competiciones deportivas, después de que la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) impusiera límites a las mujeres de sus características. En realidad, en este y otros casos similares, "lo que se pone en duda es que sean mujeres", reflexiona Carrio.

Ahí está el primer pero. "La testosterona no es tan determinante, si lo fuera también habría que tenerlo en cuenta en el caso de los hombres, pero eso nunca se ha medido. Es despectivo porque atenta contra la dignidad y la privacidad de las mujeres", sostiene el docente. ¿Qué ocurre con las mujeres trans? Es complejo, admite el profesor. "Si aceptamos que son mujeres, también tenemos que aceptar que son mujeres deportistas", asiente, pero introduce un matiz: la distinción entre deportes. "No me parece mal que las federaciones prioricen la seguridad del juego", admite. 

Por ejemplo, la Federación Internacional de Atletismo permite competir a mujeres trans siempre que hayan reducido su nivel de testosterona en sangre y la federación de rugby directamente ha prohibido la participación de las mujeres trans, excepto aquellas que se hayan sometido a tratamientos desde la pubertad. "En función de qué deporte y de la peligrosidad que pueda comportar su participación", el profesor de Filosofía del Derecho lo entiende como una buena solución. "¿Es justo?", se pregunta y él mismo da la respuesta: "Puede parecer que no. Pero en determinados deportes en los que la masa muscular puede conceder una ventaja desproporcionada o poner en peligro a las compañeras, podríamos valorarlo", siempre desde la base de "ser respetuosos con la dignidad de estas personas y tratar de ser equitativos".

Para la abogada López González, la clave está ahí, en la ventaja. "Por supuesto que se puede analizar caso por caso, pero es importante establecer unas normas", reitera, "no tenemos por qué ser excluyentes, pero sí poner sobre la mesa el debate". Martínez Patiño, hoy profesora en la Universidade de Vigo y asesora del COI, coincide en que hay "especialidades deportivas donde hay que tenerlo en cuenta", siempre desde "la prudencia, el respeto y la precaución con qué se dice y cómo se actúa".

Sobre el posible riesgo que entraña para las mujeres la participación de personas trans, Patiño cree que depende del deporte y la especialidad. "Entiendo la postura de una mujer a la que cueste mucho mejorar, lo comprendo. Pero no considero que lo que pueda acontecer vaya a ser una debacle del deporte femenino", reflexiona. A su juicio, es necesario "legislar muy fino, ir a la letra pequeña, al deporte y la especialidad concreta, a los antecedentes del deportista". Insiste, además, en que "no va a haber tantos casos como para no poder ir uno a uno para ser lo más justos posible".

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¿Y dónde quedan las mujeres trans que no puedan entrar en las categorías femeninas? Las modalidades basadas en características como la altura o el peso podrían ser una alternativa. También competiciones mixtas, señalan las voces expertas, pero lo cierto es que esta modalidad no está tan desarrollada ni integrada en el deporte de élite. Las respuesta, por el momento, no parece clara.

Aprender a base de errores

Volvemos a Pensilvania y a Lia Thomas. Las voces que se oponen a su participación en las competiciones aducen, entre otras razones, que su pasado en las competiciones masculinas y el entrenamiento como hombre han dejado huella. El cuerpo, argumentan, tiene memoria. "Es así. El desarrollo muscular, toda la capacidad atlética, permanece", sostiene Carrio, "nadie es deportista de un día para otro". Es importante estudiar la repercusión que puede tener ese pasado, pero no por ello "negarse de antemano". Al fin y al cabo, razona, "no haríamos lo mismo si hablamos de profesores, periodistas o violinistas". Carrio cree importante equilibrar y contextualizar: "Estamos hablando de una minoría y además, los deportistas trans pasan por una transición" en ocasiones muy dura en la que "no tienen un elevado rendimiento". Lia Thomas, por cierto, acaba de ser superada por un hombre trans, Iszac Henig, quien todavía compite en la categoría femenina por no haber iniciado su tratamiento hormonal. El caso ha llevado a la federación estadounidense de natación a endurecer su reglamento.

Patiño recuerda los aprendizajes cosechados a lo largo de los años: "Se han cometido muchísimos errores en la normativa que ha afectado a las mujeres", lamenta, casi en una implícita primera persona. "Tenemos que abrir el camino, pero no puede ser a costa de error tras error. A veces hay que esperar un poco, estudiar la situación y hacer una normativa seria, pero sobre todo llegar a consensos y no hacer un daño innecesario".

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