DÍA DEL PADRE
El 16% de las excedencias y la mitad de tiempo para cuidar: los padres no saben ser corresponsables

Los hombres que fueron padres allá por los ochenta tenían derecho a ausentarse del trabajo y cuidar del recién nacido... durante dos días. Tuvieron que pasar décadas hasta que el legislador reparara en que en realidad aquellos dos días eran no sólo del todo insuficientes, sino casi indignos. No fue hasta el año 2007 cuando el número de días experimentó un aumento para los progenitores varones, y lo hizo de la mano de una norma clave: la Ley de Igualdad. Empezaba entonces a calar la idea de que aquello tenía mucho que ver con la corresponsabilidad entre hombres y mujeres. Este Día del Padre, la escena es radicalmente distinta… o quizá no tanto.
Actualmente, la prestación cumple con esa proclama histórica abanderada tradicionalmente por sectores hegemónicos del movimiento feminista: permisos iguales e intransferibles. No se trata de un logro perfectamente asentado y blindado por el paso de los años, sino que es una victoria relativamente joven. Desde el año 2021, tanto los hombres como las mujeres cuentan con dieciséis semanas de permiso. Las seis primeras han de disfrutarse de forma obligatoria tras el nacimiento del bebé, las restantes cuentan con cierto margen de maniobra para su disfrute a lo largo del primer año de vida del recién nacido.
Sobre el papel, la cosa está clara: tanto ellos como ellas cuentan con los mismos derechos. Pero las diferencias se hacen notables con la forma de ejercerlos y cuando la letra pequeña hace acto de presencia. Algunos datos: a lo largo del año pasado, 222.784 madres y 250.717 padres disfrutaron de la prestación de nacimiento y cuidado del menor. En cuanto a su duración, la media fue de 102,7 días para las mujeres y 92,5 días para los hombres.
La periodista Diana Oliver, autora de Maternidades precarias (Arpa, 2022), recuerda que el aumento progresivo de los permisos de paternidad choca con la congelación de aquellos que disfrutan las madres: desde 1989 la baja de maternidad no ha experimentado ningún tipo de evolución. "Es injusto y además mantiene una situación de desigualdad, pese a pretender lo contrario, porque en ocasiones el hecho de que las familias no puedan decidir cómo organizarse en función de sus necesidades, capacidades y contextos es perjudicial".
Coincide María José Burgos, portavoz de la plataforma PETRA Maternidades Feministas, quien defiende una suerte de "fórmula mixta" en la que cada familia pueda decidir "cómo organizar los permisos". En esta defensa, cita el estudio ¿Iguales e intransferibles? Preferencias por el sistema de permisos por nacimiento, cuyas autoras concluyen que sólo el 10,4% de las encuestadas son partidarias de un sistema de permisos iguales e intransferibles, mientras que el 89,6%, especialmente las madres, se inclinan por un sistema diferente que ponga en el centro permisos más amplios para ellas. Pero además, apostilla la activista, el hecho de que un padre sea corresponsable no guarda una relación intrínseca con su prestación laboral. "Un padre puede ser corresponsable por otros muchos motivos, tenga o no permiso", abunda.
Y ahí es donde entra en juego la letra pequeña. El pasado mes de octubre, varios economistas se preguntaron cómo usaban exactamente el tiempo los padres de baja por paternidad. "¿Cuidado de niños u ocio?", deslizaban. Las respuestas se plasmaron en un estudio publicado en The Working Papers Series de la Barcelona School Economics (BSE). El informe revela que un número nada desdeñable de padres hicieron uso del permiso durante el Mundial de Fútbol de 2022.
Concretamente, los economistas examinaron lo que sucedía con los permisos entre el 20 de noviembre y el 18 de diciembre de 2022, coincidiendo con el gran evento futbolístico, comparándolo con momentos previos y posteriores. El resultado: una leve desviación del 1,3% al alza, algo más de mil hombres al día disfrutando del permiso durante la competición. Una variación que no se visualizó en el caso de las mujeres. Según la investigación, además, las madres tienden a tomar su permiso de forma continuada tras el parto, mientras que los varones se incorporan antes al trabajo y optan por dividir la baja en varios periodos a lo largo del primer año. Un apunte: en este reparto, también se constató un aumento de los permisos masculinos notable en verano.
Más allá de los permisos
Pero las brechas emergen no sólo en el cómo se ejercen los derechos, sino también en las muchas ramificaciones de la crianza y los cuidados. PETRA Maternidades Feministas sugiere un ejercicio: desviar la mirada hacia los permisos que no son retribuidos. Entrarían en juego aquí las excedencias para el cuidado de menores y las reducciones de jornada. ¿Y qué ocurre? Si en los permisos de maternidad y paternidad los hombres se sitúan en un mismo plano que las mujeres, la tendencia se invierte en estos dos apartados.
Según la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística, correspondiente al último trimestre de 2024, el 93,3% de las personas que trabajan a tiempo parcial por cuidado de menores son mujeres. La misma encuesta revela, en cuanto a inactividad, que mientras 68.100 mujeres dejaron su trabajo para cuidar a niños, adultos, enfermos, incapacitados o mayores –un 82,4% del total–, sólo hicieron lo propio 14.400 hombres. El año pasado, además, se registraron 53.471 excedencias por cuidado de hijo: un 84,4% fueron solicitadas por mujeres y un 15,6% por varones.
Más datos: una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), realizada en enero del año pasado, recogió que ellas dedican casi siete horas de media al día para el cuidado de los hijos. Ellos, en cambio, emplean menos de cuatro horas diarias.
Repensar el sistema
En abril del año pasado, el futbolista Alexander Sørloth, delantero del Villareal, dedicó el gol de la victoria contra el Almería a su primera hija. La niña estaba naciendo en ese preciso instante, en un hospital noruego a miles de kilómetros del estadio. El jugador "tenía permiso para quedarse por su inminente paternidad", pero prefirió viajar, señalaba entonces su equipo en redes sociales, revistiendo su decisión de una épica que hacía de su conducta un ejemplo admirable. "Historión, ¿eh?", añadía el tuit a modo de colofón.
El ejemplo pone de manifiesto lo que es en realidad una conducta generalizada: ellos son ejemplares por renunciar a sus derechos como padres y promocionar en sus carreras. El hecho de que las excedencias y las reducciones de jornada sean eminente femeninas, se explica por dos fenómenos que interseccionan entre sí. Por un lado, la evidencia de que un permiso de maternidad de dieciséis semanas es del todo insuficiente para las madres. Por otro, la posición de las mujeres en el mercado laboral hace más fácil su expulsión: si una pareja debe renunciar a un sueldo, probablemente renunciará al más precario.
"No se tiene en cuenta qué es lo que necesitan y quieren las madres, nadie se ha puesto a pensar cuáles son las condiciones de las mujeres" durante el embarazo, el parto, el posparto y la lactancia, introduce Oliver. Una reflexión que comparte Burgos. Las diferencias se explican al mirar hacia un "permiso de maternidad insuficiente" que obliga a las mujeres a tener que solicitar reducciones o excedencias para extender el tiempo con sus bebés. "Si el permiso de maternidad fuera digno y más amplio, las excedencias bajarían", pronostica la activista. Ambas expertas conceden peso a las cuestiones biológicas del cuidado en las etapas más tempranas: "Tiene que ver con las necesidades de las criaturas en la crianza temprana, que es cuando las madres cogen estas excedencias y reducciones", insiste Burgos.
Oliver conjuga la noción de que muchas madres "prefieren estar en la primera etapa, por cuestiones biológicas", con otro elemento más cultural: "Ellas tienen empleos peor remunerados, así que en muchas familias la elección es que la mujer coja la excedencia para no renunciar al salario de su pareja".
El jurista Octavio Salazar, autor de Yo, nosotros. Diario de masculinidades por desarmar (Cántico, 2024), se detiene en este punto. "Las leyes no cambian por sí solas todo un orden cultural y unos hábitos que durante siglos" han servido para socializar a los hombres en la "desresponsabilización de lo privado, de los cuidados y de los vínculos". El problema central, a su juicio, es que sigue existiendo una "cultura en torno al trabajo, una forma de organizar la vida que es absolutamente patriarcal y que no favorece la dedicación a la esfera privada".
Todo lo contrario, agrega, "el sistema económico te empuja a ser productivo, a estar hiperpresente en lo laboral y a medir tu realización personal en función de su desarrollo profesional". Por eso, cualquier análisis que deje a un lado una crítica consciente del sistema será estéril: "Me temo que mientras que no le demos la vuelta a este sistema, las leyes solo estarán poniendo algunas tiritas pero no estarán transformando la realidad".
Hacia otros modelos
Así que la pregunta es obligada: más allá de las políticas públicas para mejorar la conciliación y la corresponsabilidad, ¿es posible un cambio cultural hacia otros modelos?
A esa dirección apunta Burgos. "Para fomentar la corresponsabilidad hace falta un cambio cultural y en el sistema educativo, a todos los niveles, para educar en feminismo y en corresponsabilidad y revisarlo absolutamente todo". Y la coeducación, abunda, es clave para ello. Las medidas laborales que faciliten la organización de una crianza respetuosa pueden ser positivas, pero "no es la condición única para que un hombre sea corresponsable", alerta.
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Una advertencia que es compartida por Oliver. "Todavía falta conciencia de lo que es cuidar. Hablamos más de los hombres que cuidan, se ven más, les hacemos más visibles, pero lo cierto es que los cuidados siguen recayendo en las mujeres porque no se trata sólo coger permisos de paternidad mientras lo dedicas a otra cosa: implica presencia constante y una demanda enorme, se necesita un sostén". Y eso, coincide con la activista feminista, "no se va a conseguir ampliando permisos", sino que "conlleva tiempo, recursos y que los cuidados sean un valor social".
Para Salazar, "ha ido calando, con la ayuda inestimable del mercado, una concepción de las paternidades como un nicho nuevo de consumo, como una manifestación más de nuestro ego narcisista, y que ahora expandimos en las redes sociales, pero no se ha traducido en una revisión radical de la división entre lo público y lo privado, y por tanto entre lo masculino y lo femenino, que es la que sostiene el patriarcado". Los hombres, añade, se han incorporado en todo caso "a las tareas más gozosas, pero aún lo que se llama ‘conciencia parental’ es patrimonio de las mujeres". Ellos, lamenta el también docente, están más en el "yo ayudo a mi pareja" que en el "yo soy responsable de lo que ocurre en mi casa".
Partiendo de esa base, ¿hay posibilidad de construir modelos alternativos? Salazar defiende que "uno de los avances más evidentes en las últimas décadas es que muchos hombres" que se han ido convirtiendo en padres se han negado a "reproducir los patrones" de las generaciones anteriores. Pero, al tiempo, se han visto huérfanos de modelos alternativos. "Tal vez porque no los haya", reflexiona, "quizás porque ser padre es siempre una tarea imperfecta y de continuo aprendizaje, para lo que no hay manuales". Es, en definitiva, "habitar de forma permanente la duda y la inseguridad, algo que casa muy mal con una masculinidad tradicional habituada a representar el rol de sujetos que lo controlan todo y que tienen respuesta para todo".