Cuando Justa Montero dio el paso de organizarse con sus compañeras, sin mucho ruido y no sin cierto temor, Yolanda Díaz Serra no había nacido y a Jesse García le quedarían décadas para llegar al mundo. Este viernes, las tres mujeres saldrán a la calle, movidas por el mismo motor y de la mano de otras muchas. Es 8M, Día Internacional de las Mujeres. Y son las feministas quienes toman las calles y la palabra, en un momento especialmente convulso debido a la reacción machista. Los derechos conquistados, recuerdan ellas, no pueden darse por sentados.
Justa (69 años) coge el teléfono decidida a conversar, pero sin mucho afán de protagonismo. "Es importante que hablen las jóvenes", se apresura a decir. Durante los últimos años, la activista no ha dejado de estar en las asambleas feministas, pero con una vocación distinta a la que tenía cuando empezó a dar sus primeros pasos. Ahora observa con orgullo, sostiene, cuida, aconseja, pero no agarra el megáfono en primera fila.
El puente que la llevó al feminismo fue el movimiento estudiantil, allá por los años setenta. Entre los pasillos de la facultad de Ciencias Económicas de la Complutense de Madrid, empezaba a eclosionar la organización juvenil que miraba hacia el fin de la dictadura con esperanza. Ahí estaban, claro, las mujeres. "Empecé a darme cuenta no sólo de la falta de libertades y de las injusticias que generaba el franquismo, sino también de las desigualdades". Hoy Justa mira satisfecha lo que se ha conseguido, pero sobre todo observa cómo lo que entonces era cosa de una minoría, hoy interpela a la mayoría. "En ese momento el feminismo ni siquiera para la izquierda era una cosa que se aceptara fácilmente, se pensaba que lo fundamental era la conquista de la democracia y a partir de ahí vendría dado lo demás".
A pesar de las sombras, la activista madrileña lo recuerda como un "momento de mucha pasión y vitalidad", tal vez por su carácter iniciático: "Trabajábamos y pensábamos qué sociedad queríamos construir". Tenían las herramientas para construir el cambio, estaba todo por hacer: "Era un estallido vital y político muy fuerte, un momento de muchísima efervescencia, ilusión y entusiasmo porque apostábamos por otra vida".
Aquella ilusión –quizá propia de quienes empiezan a implicarse en un movimiento político– no se ha esfumado entre las chicas que hoy se acercan al feminismo. El momento es otro, los derechos conquistados han servido para ir anotando tantos, pero las mujeres no terminan de respirar aliviadas. Las posibilidades de cambio no son nítidas y la reacción machista ha comenzado a calar también entre los chicos más jóvenes.
Contra la reacción
Lo sabe bien Jesse (18 años). Este es su primer año en la Comisión 8M de Madrid, pero no la primera vez que pisa las calles vestida de morado. Lleva haciéndolo desde que tiene memoria, dice al otro lado del teléfono, agarrada siempre a la mano de su madre, quien milita junto a ella en la misma organización. "Desde bien pequeñita lo tenía en casa". Los primeros pasos de Jesse fueron en el seno de la organización Euforia Familias Trans-Aliadas, como chica trans. A partir de su implicación en el activismo, reparó en que "no quería sólo ir a la manifestación del 8M, sino formar parte".
La joven sí percibe "una oleada de machismo creciendo" entre los chicos de su generación, pero lo encaja como la reacción ante el hecho incontestable de que las feministas están haciendo bien las cosas. "El feminismo lo que hace es deconstruir estructuras patriarcales, patrones que se llevan años repitiendo, destapar situaciones de violencia y al desmontarlas puede haber una parte de reacción negativa", reflexiona sin ningún atisbo de duda. El feminismo "te hace replantearte muchas cosas" y eso a veces también desencadena una "reacción negativa".
Jesse no necesita ninguna encuesta ni ningún estudio para constatarlo: convive con ese porcentaje de chicos jóvenes que miran de reojo el avance feminista. "Esto no es una guerra, no estamos luchando contra los hombres: el patriarcado es un problema sistémico, nuestro enemigo es el sistema y todos somos víctimas", expone con entusiasmo. A pesar de su edad, tiene ya tablas: "He tenido que explicarlo muchas veces", asiente con cierta complicidad. "Cuando participas en activismo sucede una cosa: hay un cuestionamiento constante, cualquier conversación se convierte en un debate y la persona que tienes enfrente cree que su deber es desmontar tus argumentos. Todas las feministas hemos vivido eso".
También Yolanda (46 años) tuvo que dar alguna explicación cuando, en sus primeros trabajos en hostelería, le dio por decir en voz alta que aquello de cobrar menos que sus compañeros no era justo. "Eso me hizo abrir los ojos", así que agarró las que serían sus armas: en una mano, la hoja de afiliación al sindicato UGT; en la otra, el libro de Nuria Varela Feminismo para principiantes.
La primera gran marcha que impactó en Yolanda fue aquella que se hizo llamar Tren de la Libertad, hace exactamente diez años. Las mujeres salieron entonces masivamente a las calles para defender el derecho a un aborto libre y accesible para todas. Exigían la retirada del anteproyecto de ley que modificaba la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo y también la dimisión del entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón. Consiguieron ambas cosas.
Yolanda recuerda el trayecto en tren desde Alicante hasta Madrid, recuerda una Atocha abarrotada, recuerda los chalecos, los lazos morados y la emoción. "Hablo y se me ponen los pelos de punta, no se puede explicar". Lo que se consiguió después es historia. La perspectiva ofrece también algunas lecciones: los derechos son reversibles. Hoy la extrema derecha "quiere tutelar a las mujeres, quitarnos derechos", clama la activista, quien ha visto cómo en Alicante PP y Vox han pactado una oficina antiaborto. "Cada vez que la derecha gobierna tenemos que estar mucho más atentas, nuestros derechos son una conquista social que se defiende cada día".
Un horizonte esperanzador
Pero el entusiasmo de las activistas se ve interrumpido por una realidad: la división actual del movimiento feminista. "Lamento la división, creo que tendría que haberse podido mantener un diálogo dentro de la diferencia, aunque sea un debate apasionado como siempre lo ha sido", lamenta Justa. Para ella, el feminista es un movimiento que "no puede renunciar a la interseccionalidad" a la hora de plantear "la complejidad de lo que es el sujeto mujeres". Para Yolanda, en cambio, "la agenda feminista es una: la que lucha y defiende que no es posible que en pleno siglo XXI exista un sistema prostitucional, vientres de alquiler y brechas salariales en un mundo que nos dice que somos iguales".
En la memoria de Justa anidan momentos de gran tensión, pero reconoce que ninguno como el actual. "En 1979 hubo una división en las propias jornadas de Granada. Tuvo sus repercusiones y derivaciones organizativas distintas, con cierta confrontación". Pero el cisma se fue enyesando. "Poco después se organizó la lucha por el derecho al aborto, en defensa de las once de Basauri y ahí volvimos a confluir todas", recuerda la activista. El feminismo, se ha dicho siempre, avanza en base a consensos.
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A lo largo de estas décadas ha habido conquistas, ha habido desilusión, desencanto y voluntad de recuperar las calles. "Con las huelgas de 2018 y 2019 llorábamos de emoción viendo la importancia de la fuerza colectiva y la potencia que genera", celebra Justa. Todo movimiento social, matiza, tiene sus ciclos. Pero hoy el relevo generacional es sólido. "Hay un liderazgo joven que es muy crítico y que se gesta en un momento de crisis, con una visión muy global y estructural de los problemas".
Es precisamente la capacidad de ampliar la mirada la que expresa Jesse: "Con el feminismo empiezas a entender de dónde vienen las cosas, que los problemas no son circunstanciales, sino sistémicos y que vienen desde hace años". Ese aprendizaje colectivo que concede la militancia, observa la joven, aporta a las feministas algo muy valioso: la tranquilidad de saberse acompañadas. "Identificas de dónde nacen las violencias, las estructuras de poder que no comprendes. Se te enciende la bombilla, abres los ojos y empiezas a buscar lo bonito dentro de todo el desastre".
Por eso Justa se mantiene firme cuando dice que "hay muchísima esperanza". Incluso en las situaciones más difíciles, a pesar de las brechas internas, los altibajos y la reacción machista. "Si algo representa el feminismo es un principio de esperanza", zanja.
Cuando Justa Montero dio el paso de organizarse con sus compañeras, sin mucho ruido y no sin cierto temor, Yolanda Díaz Serra no había nacido y a Jesse García le quedarían décadas para llegar al mundo. Este viernes, las tres mujeres saldrán a la calle, movidas por el mismo motor y de la mano de otras muchas. Es 8M, Día Internacional de las Mujeres. Y son las feministas quienes toman las calles y la palabra, en un momento especialmente convulso debido a la reacción machista. Los derechos conquistados, recuerdan ellas, no pueden darse por sentados.