Un hombre en zapatillas y albornoz intenta serrar una columna griega, una pareja bebe la enésima copa de la noche, otra chica rompe un jarrón de porcelana lanzándolo contra el suelo, un pintor realiza un cuadro abstracto a base de grandes brochazos y mientras toda esta locura sucede, en ese mismo lugar, una mujer rubia se viste para sumarse a la fiesta. Esta escena, a priori sin ningún tipo de sentido ni de razón de ser más allá del total surrealismo, pertenece a la película Días de viejo color (1967) y marca uno de los primeros hitos de la representación trans en el cine del franquismo.
Esa mujer rubia que se prepara para bailar es Coccinelle, una popular vedette francesa trans de los años 60 que con su cameo en esta escena supone, en opinión de Santiago Lomas, autor de Creadores queer en el cine español del franquismo: subcultura homosexual y género (Laertes, 2022) y doctor en Investigación en Medios de Comunicación, la primera representación intencionada y clara de una persona trans en el cine durante el franquismo.
Ni siquiera se menciona la sexualidad de Coccinelle, pero su mera aparición ya era toda una revolución en un régimen que dejó a las personas trans completamente fuera de la esfera pública. Además de la estrella francesa, en Días de viejo color también aparece otro personaje trans pero, en este caso, con un tratamiento bastante tránsfobo. “Un hombre sale con una mujer muy atractiva que, luego, para su sorpresa, resulta ser trans y eso le genera muchísimo rechazo, es algo muy repetido en los siguientes años”, explica Lomas. En este caso, la actriz no es trans, sino que es María Martín, una de las intérpretes más populares del franquismo sobre todo por sus papeles de femme fatale. Ella también aparece en la escena de la fiesta, conversando con un hombre antes de que este se lance también a romper jarrones.
Después de este hito, en los años finales de la dictadura, la representación de las personas trans se encuentra asociada sobre todo al humor, al hombre afeminado y a conductas excéntricas y excesivas asociadas a la sexualidad que son objeto de burla. Asier Gil, profesor e investigador de la Universidad Carlos III sobre cine queer, explica que en el franquismo esas representaciones solían ligarse al paradigma “del invertido, del mariquita o incluso del travesti, y aunque sí había personas que transicionaban, no había como tal una identidad trans presente en la sociedad”.
De esta época es una de las películas más impactantes en relación a la transexualidad, Mi querida señorita (1972) dirigida por Jaime de Armiñán y protagonizada por José Luis López Vazquez . Pese a que no trata el tema trans directamente, sí que vemos en ella cómo el personaje principal masculino, educado como mujer en un recóndito pueblo de la España franquista, tiene que aprender a ser un hombre.
Lomas piensa que la película es interesante porque “habla de la falta de educación sexual, de la ignorancia y la represión sobre la sexualidad durante el franquismo e involuntariamente nos enseña un proceso de transición. Muestra como hay tanto tabú social que el personaje tiene que llegar a la edad adulta para que alguien le diga ‘no estás enfermo, eres un hombre’, y ahí vive su proceso de transición para aprender a serlo y a enamorarse por primera vez”.
El cambio en la transición
Ya en la Transición aparecerán, con la supresión de la censura, películas con mayor calado social que mostrarán cada vez más a personas trans, tomando como referente el teatro de variedades realizado, por ejemplo en el Paralelo de Barcelona. Dos de los ejemplos más importantes son El transexual y Cambio de sexo, ambas del año 1977. La primera mezcla escenas morbosas y sórdidas, con el testimonio de Yeda Brown, una vedette trans, musa de Dalí y actriz en varias películas de la Transición.
Cambio de sexo por su parte, no cae tanto en el sensacionalismo y muestra una representación mucho más humana y compleja de las personas trans, aunque introduciendo una de las formas de representación más recurrentes a lo largo de los siguientes años: el fatalismo. Esta corriente las mostrará como “figuras solitarias y atormentadas, sobre las cuales parece que existe una maldición, cuando verdaderamente lo que sucede es la existencia de una sociedad que aparta a las personas diferentes y donde no existe ningún cuestionamiento de sí misma”, explica Lomas, añadiendo que es un fenómeno aún recurrente en la actualidad.
En los años 80 la representación avanza, ya que se comienza a ver la consagración de actrices trans como Bibiana Fernández y además sucede el estreno del documental Vestida de Azul (1983), de Antonio Giménez-Rico, que retrata la vida de diferentes mujeres trans del Madrid de la época. "Obviamente hay cosas que quedan caducas, pero es una película muy importante para su época", concluye Gil.
Durante estos años aparece la figura de Pedro Almodóvar, que también contribuirá a renovar la representación de las personas trans en películas como La ley del deseo (1987) o Todo sobre mi madre (1999). El director abandona ese fatalismo, y prescinde de lo trans como parte fundamental del conflicto de los personajes. Las películas de Almodóvar normalizan estas realidades, algo que, para Lomas, fue enormemente importante en un cineasta tan galardonado y con tanto impacto social. “Para muchas personas sus películas son las primeras ocasiones en las que conocen la realidad trans”, opina.
El cine de Almodóvar es enormemente transgresor y moderno para los estándares de la España de ese momento y por ello, cree Gil, incluye personas trans como incluía a otras que no habían tenido esa presencia hasta entonces, estableciendo así una gran ruptura con el pasado. Esa libertad de la que hace gala el director también se escenificó en el fenómeno cinematográfico conocido como el destape, donde comienza a aparecer, después de décadas de censura, el cuerpo desnudo, sobre todo el de las mujeres, como símbolo de liberación. “Fue un arma de doble filo para las personas trans, ya que abrió una nueva ventana para mostrar realidades distintas, pero aprovechándose de ellas de una forma completamente comercial, para generar un efecto de shock, de que estás viendo algo prohibido o raro. De hecho, la integración es casi completamente de mujeres trans y no tanto de hombres”, añade.
La representación en la actualidad
En la actualidad, la representación trans ha evolucionado, pero según Anna de Nicolás, coordinadora de políticas trans de la FELGTBI+ (Federación Estatal LGTBI+), aún falta mucho trabajo por hacer. “La evolución en la representación es clara, hemos cambiado y avanzado mucho en contraposición a los inicios más sensacionalistas de la transición y al destape. Ahora se ha pasado a una concepción un poco ambivalente, hay series y películas respetuosas, pero otras no lo son tanto. No hay una posición dominante, pero se ha avanzado”, opina.
De Nicolás cree que el siguiente paso en la representación es que los personajes trans no tengan como eje principal su sexualidad, sino una vida más allá, otras motivaciones y una una personalidad compleja. Series como Todo lo otro (2021), dirigida por la directora trans Abril Zamora siguen este paradigma ya que se ve como la transexualidad no vertebra todo el eje argumental de los personajes. Además, De Nicolás piensa que es muy importante como la representación trans ha ido abandonando, poco a poco, las referencias a la prostitución o a la historias fatalistas para que las nuevas generaciones puedan construir su identidad con una expectativa de vida mucho más positiva.
Ver más'Veneno', 'Élite', 'Drag Race' y otros fenómenos televisivos que han revolucionado los referentes LGTBI en España
Precisamente, una de las series más populares de los últimos años está protagonizada por un personaje trans, Veneno (2020), dirigida por Javier Calvo y Javier Ambrossi. En ella los directores cuentan la historia de Cristina Ortiz, La Veneno, que además está encarnada, en las diferentes etapas de su vida por actrices trans como Daniela Santiago, Jedet e Isabel Torres. “Creo que es un enorme paso adelante”, opina Gil. El experto pone el foco precisamente en lo difícil de llevar a la pantalla un personaje tan “problemático, con comentarios tan políticamente incorrectos hechos desde la homofobia y transfobia interiorizadas y con una historia tan dramática”. Sin embargo, Gil cree que Los Javis consiguieron aprender de sus anteriores experiencias y acertaron dando visibilidad a actrices trans combinando humor, dramatismo y también la parte más activista de La Veneno “donde se explica como Cristina Ortiz sirvió para visibilizar a las mujeres trans”.
En la misma línea se ubica Lomas, que pone en valor la imagen de la televisión “salvaje” de los últimos años 90 y 2000, donde se usaba la explotación de la diferencia para atraer audiencia, pero que, según el experto, también abrió la puerta para la entrada de personas como La Veneno.
De Nicolás sin embargo se muestra más crítica con la serie. “Es una historia que está bien que se cuente, pero no podemos hacer que el público la piense como la única historia válida de las personas trans. Los espectadores se pueden quedar con La Veneno como referente y sacar la conclusión de que la persona trans sigue siendo alguien excluido a todos los niveles, perpetúando roles sexualizadores relacionados con el mundo de la noche y la prostitución que queremos dejar atrás”, opina, y añade la necesidad de contar la historia de otros referentes “aunque no vendan tanto” porque contribuyen a la normalización y al abandono de esos roles tan fatalistas.
Un hombre en zapatillas y albornoz intenta serrar una columna griega, una pareja bebe la enésima copa de la noche, otra chica rompe un jarrón de porcelana lanzándolo contra el suelo, un pintor realiza un cuadro abstracto a base de grandes brochazos y mientras toda esta locura sucede, en ese mismo lugar, una mujer rubia se viste para sumarse a la fiesta. Esta escena, a priori sin ningún tipo de sentido ni de razón de ser más allá del total surrealismo, pertenece a la película Días de viejo color (1967) y marca uno de los primeros hitos de la representación trans en el cine del franquismo.