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Más paro, más contratos temporales y más trabajo parcial: "A las mujeres nos sobran motivos para salir"

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Sheila Encinas coge el teléfono llena de orgullo: es el primer día de huelga en la empresa donde trabaja. Es, también, víspera del Primero de Mayo y las razones para agarrar el megáfono no son pocas. No sólo para ella, sino para la clase trabajadora en general y para las mujeres en particular. Más paro, más trabajo a tiempo parcial, más contratos temporales y, en definitiva, más precariedad que sus compañeros. "Los motivos para salir siempre sobran", exclama Cristina Antoñanzas

Antoñanzas, vicesecretaria general de UGT, ultima los preparativos para salir a las calles este miércoles y desbordarlas. En conversación con este diario, la sindicalista recita con precisión todos los indicadores que explican la precariedad laboral que atraviesa a las mujeres. Según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), correspondientes al primer trimestre del año, la tasa de paro femenino asciende al 13,73%, frente al 11% del masculino. El esquema es siempre el mismo: ellos, están hasta diez puntos por encima en cuanto a actividad y empleo.

Antoñanzas insiste en aproximar más la lupa para entender las particularidades del mercado laboral y la inequidad entre géneros. En el primer trimestre del año, el 72,6% de la ocupación a tiempo parcial tenía rostro de mujer. Y son ellas quienes ostentan el 55,7% de los contratos temporales, según los datos correspondientes al último trimestre del año anterior. El resultado de este desequilibrio tiene un nombre: brecha salarial. Según el último informe confeccionado por UGT, en 2021 las mujeres ganaron 5.212,74 euros menos que los hombres, una brecha del 18,36%. Y entre los tres millones de personas que menos cobran –un máximo de 965 euros–, el 69% son mujeres.

La sindicalista habla también de las especifidades de los sectores feminizados e introduce la constatación de que es en estas esferas donde las condiciones materiales se precarizan. A más mujeres trabajadoras, peores condiciones. Antoñanzas cita, casualmente, dos sectores concretos: servicios y cuidados. Y sobre ellos pueden hablar en primera persona Sheila Encinas, cajera en la empresa Áreas S.A.U; y Concepción Real, auxiliar de ayuda a domicilio en un municipio madrileño.

Encinas lleva toda su vida laboral en la misma empresa. No es una forma de hablar: suma ya veintitrés de sus cuarenta años trabajando para el mismo empleador, primero como camarera y ahora como cajera en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid. Su sindicato, Comisiones Obreras, ha convocados dos jornadas de paros parciales para reivindicar "un sistema de incentivos justo", después de que las negociaciones con la empresa quedaran paralizadas. 

Real conoció las singularidades del servicio a domicilio allá por 2007. En sus carnes experimentó momentos de alivio, incluso algo parecido a la vocación, ciclos de crisis económica y confrontó cara a cara con un virus desconocido que amenazaba con llevarse todo por delante. A ella y a sus compañeras las llamaron esenciales, pero hoy no queda nada de un reconocimiento que sólo aspiraba a reproducir aplausos en los balcones. "Fuimos esenciales, nos enfermamos y tuvimos reuniones con distintos ministerios. Pero no ha cambiado nada".

Cuidar y organizarse

Al otro lado del teléfono se impone el silencio. Real parece exhausta de enumerar ni se sabe cuántas veces la cantidad de dolencias que acumula. Ninguna, eso sí, considerada enfermedad profesional. "No nos las reconocen", lamenta. Lumbares, cervicales, rodillas. Eso, claro, en el plano físico. La salud mental es otra historia. "Al final, la mayoría de compañeras prefieren ir infladas a pastillas antes que coger la baja".

Real no puede evitar pasar de lo particular a lo colectivo: habla en primera persona del plural y recuerda los problemas de sus compañeras, especialmente las migrantes y aquellas que desconocen sus derechos. "Hay muchos contratos en fraude de ley porque muchas ni siquiera saben que las están engañando". Otras, sencillamente no reúnen las condiciones para organizarse y protestar. La mayoría compagina dos trabajos –uno, casi siempre, empleo sumergido– y asume la carga de la doble jornada: cuidar a los demás y cuidar a los suyos. "No tenemos ni tiempo, ni dinero, ni ocio y al final las vacaciones sólo las usamos para descansar en nuestra casa".

Fenómenos como el agotamiento, la precariedad y la falta de expectativas, actúan como agentes desmovilizadores. "Es verdad que la mayoría de la plantilla está sindicada y cada vez hay más participación de las mujeres, pero sigue costando que se impliquen y se incorporen a las listas", dice al otro lado del teléfono Encinas. Especialmente, completa el diagnóstico, por un asunto clave: la conciliación. "Recae sobre nosotras el rol de los cuidados". Según los datos relativos al primer trimestre del año, el 85% de las excedencias solicitadas para cuidados de hijos o familiares dependientes fueron demandadas por mujeres. Cuidar y organizarse son a veces tareas incompatibles.

Toda la vida trabajando

En la última nómina de Concepción Real figuran impresos los números 940 euros por 32 horas semanales. En esas tres cifras se incluyen pluses por transporte y antigüedad. El económico es sólo uno de los mucho frentes: la trabajadora habla también de contratos parciales, ausencia total de una evaluación de riesgos laborales e incluso de acoso sexual. El 19,5% de las mujeres que dicen haber sufrido acoso sexual, señalan a jefes o compañeros de trabajo como sus agresores, según la última Macroencuesta de violencia sobre la mujer. En consecuencia, tampoco hay relevo generacional. "Esto se sostiene por las que vienen de fuera, pero sus hijas no van a trabajar de lo que han trabajado sus madres", lamenta la auxiliar. 

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También Encinas habla de una cada vez más abismal desproporción entre los sueldos y fuerza de trabajo. "Cuesta muchísimo llegar a fin de mes y hay una descompensación con el precio de la vida", asiente. Según la EPA, el 54,5% de las personas que se dedican a la hostelería son mujeres, un sector que se caracteriza precisamente por la inestabilidad, los sueldos bajos y las jornadas abusivas.

Pero ni siquiera el final de la vida laboral concede una tregua a las mujeres. "La brecha salarial se va incrementando a lo largo de toda la vida", explica Antoñanzas. La grieta escala a un 33,1% cuando se trata de las pensiones, pero además sucede un fenómeno llamativo ligado a la edad: "Durante toda nuestra vida profesional, hay más hombres trabajadores que mujeres. Pero a partir de los 65 años la situación se invierte porque las mujeres tenemos que alargar nuestra vida laboral para llegar a la jubilación".

A Real le acaba de llegar una carta de la Seguridad Social. Es la respuesta a una petición que ella misma formuló para estimar el valor de su futura pensión. "Si te lo digo, me pongo a llorar", reconoce. "Si pudiera jubilarme en diciembre de este año, me quedaría una pensión de 858 euros. Y llevo toda la vida trabajando".

Sheila Encinas coge el teléfono llena de orgullo: es el primer día de huelga en la empresa donde trabaja. Es, también, víspera del Primero de Mayo y las razones para agarrar el megáfono no son pocas. No sólo para ella, sino para la clase trabajadora en general y para las mujeres en particular. Más paro, más trabajo a tiempo parcial, más contratos temporales y, en definitiva, más precariedad que sus compañeros. "Los motivos para salir siempre sobran", exclama Cristina Antoñanzas

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