No hacía falta un gran impulso para prender la llama. Las historias, las vivencias compartidas, los traumas, la violencia que resultó no ser aislada, sino estructural, estaban presentes desde hacía años, instaladas en la normalidad de las mujeres como un secreto a voces. Y el detonante llegó hace ahora cinco años en forma de dos palabras: Me too. La afirmación yo también fue capaz de congregar un grito común e iniciar una batalla de las mujeres contra sus agresores. Algunos anónimos, otros poderosos.
Octubre fue el mes clave. El día 5 de aquel mes, el New York Times destapó en un artículo décadas de agresiones sexuales a manos del reputado productor Harvey Weinstein. A aquella primera piedra le siguieron montañas. A partir del 15 de octubre, el hashtag #MeToo comenzó a popularizarse en las redes sociales: la marejada de denuncias empezaba a revolverse. A las voces de actrices como Alyssa Milano, Rose McGowan o Angelina Jolie les siguieron los gritos de eurodiputadas, periodistas o artistas que dieron un paso al frente para destapar la violencia sufrida.
Meses después, el fenómeno encontró su expresión en España gracias a una mujer. Se trata de la periodista Cristina Fallarás, quien a través de la misma red social lanzó la iniciativa #Cuéntalo. "En dos días se juntaron cien mujeres contando voluntariamente" sus historias de violencia, recuerda al otro lado del teléfono. "A las dos semanas fueron cien mil y en diez días, tres millones. Fue una barbaridad".
Para Fallarás, el #MeToo tenía un problema: el relato de las estrellas internacionales podía ser leído, a ojos de los negacionistas de la violencia, como algo aspiracional. Cientos de miles de mujeres entonando el yo también solo para seguir los pasos de sus ídolos. Una hipótesis perversa, pero que podía convertirse en un arma poderosa para aplacar el potencial del movimiento. Sin embargo, cuando las historias brotan de voces anónimas, el fenómeno se vuelve "irrefutable" y genera "un relato que crea mecanismos de identificación", reflexiona la periodista.
El objetivo que tenía Fallarás con su #Cuéntalo se cumplió: "Las mujeres hemos sido capaces de crear memoria colectiva desde lo testimonial", una labor que a su juicio venía siendo descuidada por los medios de comunicación tradicionales. Sin embargo, no todo está ganado. Fallarás reconoce que cinco años después del #MeToo y cuatro desde el #Cuéntalo, no hay lugar para el optimismo. "Ha cambiado muy poco. Yo nunca me habría imaginado los gritos de los del Elías Ahuja, ni la inmensa fuerza del negacionismo, en las instituciones y en las aulas", lamenta. A todo avance, le sigue una reacción.
Política, testimonios de violencia y leyes
No son pocas las mujeres que, dentro del ámbito de la política, han alzado la voz para verbalizar los abusos sufridos. La congresista demócrata Alexandria Ocasio Cortez lo hizo en febrero de 2021 y utilizó, una vez más, las redes sociales como arma. En un vídeo publicado en su perfil de Instagram, la política estadounidense conjugaba la primera persona: "Yo misma soy una superviviente de un abuso sexual".
En España, diversos rostros han puesto sobre la mesa la violencia experimentada en sus propias carnes. La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, lo hizo en sede parlamentaria y como respuesta al negacionismo de la ultraderecha. "Yo he sufrido violencia sexual", decía. Desde las filas de ERC, Pilar Valluguera lanzaba en la Cámara Baja: "Una diputada ha sido violada y no ha denunciado porque la Justicia no le daba ninguna credibilidad. Si quieren se la presento". Isabel Franco, diputada de Unidas Podemos, cogía el testigo al afirmar haber sufrido violencia machista dentro y fuera del ámbito de la pareja. "Hay que normalizarlo. Empezar a vencer ese miedo, esa vergüenza y ese silencio, porque es el primer paso para salir de ello".
Aquellas palabras de Isabel Franco, pronunciadas en marzo de 2021, salieron de las entrañas de la parlamentaria "sin ser muy consciente y sin haberlo pensado", evoca en conversación con infoLibre. El #MeToo, reflexiona, fue "una chispa más" para las mujeres y para el feminismo, pero no todo está conseguido. "Cada avance significa que hay otro polo de poder que va a oponerse", esgrime la parlamentaria. Lo sabe bien: frente a las mujeres que trabajan para desplegar políticas feministas, la extrema derecha trata de contener los avances. "Quieren amarrarnos y violentarnos", afirma Franco.
Pero sí hay pasos adelante que emergen en el ámbito político. "La ley del solo sí es sí ha conseguido que se consideren otras violencias machistas" más allá del ámbito de pareja, ha tejido "una respuesta legal y judicial" a todas ellas y ha puesto "el consentimiento en el centro". Además, introduce la diputada andaluza, los avances del feminismo se han materializado en otros proyectos como la ley trans, una norma que también pone el foco en una forma de violencia tradicionalmente silenciada: la que sufren las mujeres trans. "Los derechos de las personas trans también son derechos del feminismo", apostilla.
Un revulsivo en la cultura
Fue en el ámbito de la cultura donde el #MeToo brotó enérgicamente para impugnar relatos, crear otros nuevos y situar a las mujeres en el centro. Las artistas alzaron la voz en un mundo que no solo no contaba con ellas, sino que las relegaba a un segundo plano, a veces plagado de violencia. Pero no les tembló el pulso a la hora de señalar a sus agresores: de Harvey Weinstein a Plácido Domingo.
"El #MeToo fue un revulsivo, sobre todo porque se puso de manifiesto lo que era el acoso y el abuso", estima Cristina Andreu, presidenta de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA). Andreu sí percibe cambios sustantivos desde que el fenómeno entrara como un tifón en el terreno de la cultura. "De pronto somos conscientes de que algo estaba pasando para que todavía las mujeres estuvieran sufriendo aquella violencia y empezamos a hacernos preguntas: dónde estamos las mujeres, qué queremos, por qué los hombres no están en la misma batalla".
El #MeToo impregna dos planos: la representación de las mujeres en la cultura y las dinámicas internas de la industria cultural. En ambas caras siembra conciencia. "Nos damos cuenta de la nula representación femenina y de que el mundo audiovisual no habla de mujeres normales, ni de la menstruación, la conciliación o la maternidad", relata Andreu. "Todo eso ha ido saliendo a la luz", poniendo en evidencia que "el punto de vista de las mujeres es absolutamente necesario".
¿Qué ocurre de puertas para adentro? Ocurre que decenas de alumnas dan el paso de denunciar veinte años de abusos sexuales en el Aula de Teatre de Lleida, pero también que la justicia confirma la condena del Teatro La Abadía por pagar menos a las mujeres. Andreu considera que el fin de la impunidad abre la puerta a un futuro prometedor para las mujeres artistas, pero llama a no bajar la guardia porque "no está todo conseguido". "El #MeToo fue importante, pero tenemos que seguir porque nos van a poner trampas para hacernos creer que lo hemos conseguido todo".
Hablar de acoso en los centros de trabajo
La serie Intimidad, protagonizada por Itziar Ituño y Verónica Echegui, relata el acoso contra una reputada política y el que sufre una obrera. Este segundo caso, llevado a la ficción, representa el hostigamiento que condujo a Verónica, trabajadora de Iveco, al suicidio después de que un vídeo de carácter sexual corriera de mano en mano entre sus compañeros.
Aquello lo tiene grabado en la memoria Carolina Vidal, secretaria confederal de Igualdad de CCOO. "Parecía que los centros de trabajo estaban reservados al acoso laboral, pero ahí también hay violencia machista", sostiene la sindicalista. El #MeToo ha permitido a las víctimas "hablar del acoso sexual" para después "buscar los recursos jurídicos, sociales y sindicales", pero sobre todo ha contribuido a convertirlo "en una lacra social" que dé pie a formar un "cordón sanitario en los centros de trabajo para proteger a esas mujeres". Según la Macroencuesta de la Violencia de Género, el 19% de las mujeres que dicen haber sufrido acoso sexual señalan a un jefe u otro hombre de su entorno laboral como autor de los hechos. Solo el 2,5% de las mujeres que han sufrido acoso sexual lo denunció.
El principal mérito que le atribuye Vidal al movimiento internacional es su componente pedagógico. "Saber que es algo sancionable que no tenemos por qué soportar", señala. Ahora, abunda, es necesario terminar de dar pasos hacia adelante a través del "compromiso de los compañeros". Las mujeres van a "protegerse por empatía y sororidad, pero los hombres también están en estas, no pueden ser cómplices".
Los baches en la justicia
Muchos de los casos que ocuparon titulares en el último lustro aterrizaron directamente en los tribunales. Aunque con resultados dispares. "Lo que ocurrió no tiene vuelta atrás: se rompió el silencio de manera colectiva, en parte por la gran involucración de las mujeres jóvenes". Habla Viviana Waisman, abogada especializada en derechos de las mujeres.
Pero, a pesar del gran avance en el plano social e incluso de las victorias en la esfera judicial –más de veinte años de cárcel para Weinstein–, la justicia es terreno baldío. Existe, estima la jurista, una ofensiva judicial por parte de los hombres, quienes "utilizan el derecho para silenciar a las mujeres, como ha ocurrido entre Johnny Depp y Amber Heard". Es, lamenta, el reverso del #MeToo, una ofensiva para "seguir con la violencia" que demuestra quiénes son los que siguen manejando el poder. "Ahí se ve la misoginia que existe y que permea lo judicial", añade, de ahí la reticencia de las mujeres a denunciar la violencia. Una cosa es contarlo públicamente y otra bien distinta es acudir a los tribunales. Actualmente, un 30% de las empresas dice que no tiene protocolos contra el acoso sexual aunque es una infracción grave.
Waisman reconoce las conquistas. Algunas de la mano de sentencias históricas que han integrado la perspectiva de género y el derecho internacional entre sus páginas. Pero también los "muchos retrocesos en el mundo", empezando por el acceso al aborto en Estados Unidos. También en España, el segundo país de la Unión Europea con el techo de cristal más grueso en el Supremo. "Las sociedades democráticas deben preguntarse cómo tratan a sus mujeres y actualmente no lo preguntamos lo suficiente".
Otro peldaño para el feminismo
Pero si en algún sitio ha dejado huella el #MeToo, ha sido –no podía ser de otra manera– en el feminismo. La activista Justa Montero lo concibe como un eslabón más en una cadena de reivindicaciones específicas que se han ido retroalimentando a lo largo de los años hasta construir un feminismo robusto y global. Reivindicaciones ligadas fundamentalmente a la "lucha contra las violencias en sus distintas manifestaciones".
En 2015, Argentina arde bajo el fulgor de la campaña Ni una menos. "Ese movimiento va a prender la mecha del proceso que enciende las huelgas feministas", reflexiona Montero. Solo un año después, España estalla en protesta contra la violación de La Manada, lo que provoca una "contestación brutal en todo el país, con las chicas jóvenes como protagonistas".
Hay, por tanto, "todo un movimiento internacional muy potente que tiene un impacto en cadena" donde el #MeToo tiene mucho que aportar. Para empezar, analiza la activista, tiene una "resonancia internacional y además surge a partir de personas de cierto poder, por lo que tiene un impacto mediático enorme". Se construye así un "movimiento de contestación" que se cimenta a partir de "manifestaciones individuales de mujeres que se atreven a hacer públicas sus historias", por lo que se trata también de un "movimiento que arropa y da una expresión política contundente". Pero sobre todo, expone la activista, el #MeToo responde a una de las máximas consignas del feminismo: "Lo personal es político".
No hacía falta un gran impulso para prender la llama. Las historias, las vivencias compartidas, los traumas, la violencia que resultó no ser aislada, sino estructural, estaban presentes desde hacía años, instaladas en la normalidad de las mujeres como un secreto a voces. Y el detonante llegó hace ahora cinco años en forma de dos palabras: Me too. La afirmación yo también fue capaz de congregar un grito común e iniciar una batalla de las mujeres contra sus agresores. Algunos anónimos, otros poderosos.