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Las grandes urbes, el espacio donde es difícil toparte con tu ex pero muy fácil con la violencia contra las mujeres

Las ciudades, lejos de ser espacios de libertad e igualdad, se han convertido en territorios donde la violencia hacia las mujeres se despliega de formas sutiles y estructurales. Ana Falú, en Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos, señala que el cuerpo de las mujeres es el eje central donde se manifiestan violencias que trascienden lo individual para volverse políticas, mientras que las ciudades son el lugar donde estas violencias se hacen visibles, se sienten y se sufren. Este fenómeno, intensificado por procesos como la gentrificación y la turistificación, transforma los entornos urbanos en lugares de exclusión, desigualdad y precariedad, especialmente para las mujeres. La expulsión de las comunidades vulnerables, el encarecimiento de la vivienda, la pérdida de redes de apoyo y el control del espacio público son solo algunas de las dinámicas que refuerzan estas violencias, haciendo evidente cómo el diseño y uso del territorio puede convertirse en una herramienta de opresión.

Cuando se habla de gentrificación, se hace referencia al término acuñado por Ruth Glass en los años 60. La socióloga inglesa comenzó a observar cómo las clases medias londinenses que se desplazaban a los barrios obreros consiguieron expulsar a la población original y cambiaron el carácter general del barrio. Este proceso no solo se refleja en ese desplazamiento de la clase obrera, sino, que a día de hoy y según el libro Urbanismos Feministas del colectivo catalán Punt 6, hace que las ciudades se conviertan en un “producto de consumo”, un modelo encaminado a “sustentar los engranajes del mercado turístico” y que pierde totalmente de vista las necesidades reales de sus ciudadanos. Como resultado, las vecinas experimentan una desaparición del comercio de proximidad, una expansión de la vivienda turística, masificaciones del transporte público y una mayor percepción de  inseguridad, entre otros. Proceso que se entremezcla con la turistificación, acuñado por Rémy Knafou en 1999 y que hace referencia a la conversión de un lugar en un enclave turístico a través de diferentes procesos vinculados al mercado público y privado. 

Zaida Muxí, una de las fundadoras de Punt 6, arquitecta y doctora por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla​, apunta como “la gentrificación es violencia para las mujeres en tanto que hace más caro el acceso a la vivienda” teniendo en cuenta, además, que “las mujeres estamos en situaciones de mayor precariedad y tenemos menos acceso a recursos económicos que los hombres”. Este punto se reafirma, según cuenta Lola Del Gallego, miembro de PAH Vallekas, con que, desde su asamblea, la mayoría de casos que recogen son de mujeres en proceso de desahucio, cabezas de familia dispuestas a luchar por su hogar: “Hay muchísimas mujeres en la asamblea que están en una situación precaria en relación con la vivienda, ya sea porque huyen de situaciones de violencia de género o por otras razones. Estas mujeres cargan con todo el peso de los cuidados de sus hijos y de la responsabilidad de tener un hogar”. 

Del Gallego recuerda que el eje central no es solo la violencia machista, sino que muchas mujeres quieren “simplemente dejar a sus parejas” y no pueden hacerlo porque no tienen a dónde ir. “La vivienda se ha convertido en un bien de lujo”, recalca, “lo que hace que sea muy difícil salir de situaciones de discriminación, desigualdad y violencia por motivos de género”. Además, subraya la situación especialmente difícil de muchas mujeres migrantes, que al encargarse de trabajos —como la limpieza de casa o el cuidado de otras familias— sin contrato, dificulta aún más la búsqueda de una vivienda digna: “Y, por supuesto, ni hablar de la prostitución... Por la inexistencia de derechos laborales se les hace imposible acceder a un contrato de alquiler”. 

En barrios de Madrid como Vallecas, grandes inversores, como el fondo buitre israelí VBARE, compran edificios y aumentan de manera ilegal los alquileres, duplicando los precios y forzando a las vecinas a abandonar sus hogares mediante acoso.  Es el caso de Souad, que pertenece a la PAH de Vallekas, una trabajadora marroquí del sector hostelero. Su edificio fue adquirido por VBARE, y, tanto ella como el resto de inquilinas, experimentaron una subida del alquiler del 200%, pasando de pagar 700 euros a 1400. Según Lola, esto es “completamente ilegal, ya que había contratos vigentes de alquiler que no se pueden romper de esa manera”. La presión inmobiliaria no se detuvo allí. Los cortes de luz, los intentos de desahucio y la campaña de acoso llevaron a muchas vecinas a abandonar sus hogares. Tras dos intentos, consiguieron expulsar a Souad de su vivienda. Y es que la gentrificación no sólo encarece la vivienda, sino que golpea especialmente a las mujeres en situaciones de vulnerabilidad, perpetúa desigualdades y violencias estructurales. 

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De las 26.071 viviendas registradas en el centro de Madrid como alquileres, el 32% son pisos turísticos, según datos del Observatorio del alquiler. Según Ignacio Redrado, portavoz del Sindicato de Inquilinas de Madrid, estos datos hacen que “una zona se vuelva inhabitable”, y, además, “la gente que no puede establecerse tiene la sensación de que no podrá seguir viviendo allí, porque si cambian de vivienda no podrían alquilar o comprar en el mismo barrio”, transformándose en una expulsión de las personas del centro de las ciudades hacia otras barrios más asequibles. Un fenómeno, como relata Lola Del Gallego, que se traduce en que “una persona que ha vivido en Lavapiés y ya no tiene casa allí por la turistificación del barrio, accede ahora a una vivienda en Vallecas, pero las personas que antes podían acceder a la vivienda en Vallecas, se ven obligadas a moverse o a recurrir a alternativas fuera del mercado”.

Como recoge Leslie Kern en La gentrificación es inevitable y otras mentiras, estos desplazamientos no sólo generan un problema de acceso a la vivienda, sino también de acceso a redes y servicios, en especial para las mujeres, quienes cargan con los cuidados domésticos. La autora señala que, a pesar de los “relatos optimistas” sobre la gentrificación en los años 80, que apuntaban a una emancipación para las mujeres, la realidad se tradujo en que solo una pequeña parte privilegiada —mayoritariamente hombres— se benefició de esta situación y fueron las mujeres negras quienes más sufrieron la gentrificación de sus barrios. 

Además, como detalla Punt 6 en su libro, este proceso desemboca en “la proliferación de los espacios de fiesta” y una mayor percepción de la inseguridad en las calles para las mujeres, que necesitan justificar su presencia en el espacio  público, en especial por las noches. Según Muxí, una “idea neotradicional de la asignación de espacios y los roles adecuados a hombres y mujeres” en la que “la mujer debe estar en la casa bien, comportada y tranquila y no debería usar el espacio público sino es acompañada por otro hombre”. 

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En esta línea, Ana Geranios, autora de Un verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del Sol, recuerda que en su pueblo, uno de tantos en la Costa del Sol, “el turista viene con la idea de que todo le pertenece, incluso la población local”. Este tipo de turismo, basado en “emborracharse y drogarse”, hace que “las mujeres estén mucho más expuestas a sufrir algún tipo de violencia sexual”.

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Málaga, ciudad en la que el 26,5% de las viviendas de alquiler son destinadas a uso turístico según datos del Observatorio de Alquiler, ha expandido esta tendencia a los pueblos cercanos. Según Geranios, en “Puerto Banús nos amoldamos a las necesidades del turista. Y, como mujeres, también a las expectativas estéticas y sexuales del sector servicios en general”. Recuerda, además que “se te exige estar depilada, peinada de cierta forma, llevar un uniforme que suele ser entallado si eres mujer. En estos espacios, en estos negocios, se busca a mujeres guapas”. 

Geranios hace hincapié en que en las zonas donde predomina este turismo de ocio, el acceso a drogas, coches deportivos, prostitución, comida 24 horas, etc. es algo que está normalizado. Mientras la presión sobre las mujeres aumenta, “lo único que se le exige al turista es tener dinero para pagar esos servicios”. 

Desde las distintas asambleas y asociaciones, como en el caso de PAH Vallekas y el Sindicato de Inquilinas, se lucha por recuperar el espacio público, las fuentes, las plazas, en recuperar los espacios para poder vivir y, según el portavoz del Sindicato, “tratar de feminizar el espacio público, huir de posturas de dominio para poder aparecer e intentar que ese espacio público sea más agradable, con dinámicas más colaborativas, más horizontales”.

Las ciudades, lejos de ser espacios de libertad e igualdad, se han convertido en territorios donde la violencia hacia las mujeres se despliega de formas sutiles y estructurales. Ana Falú, en Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos, señala que el cuerpo de las mujeres es el eje central donde se manifiestan violencias que trascienden lo individual para volverse políticas, mientras que las ciudades son el lugar donde estas violencias se hacen visibles, se sienten y se sufren. Este fenómeno, intensificado por procesos como la gentrificación y la turistificación, transforma los entornos urbanos en lugares de exclusión, desigualdad y precariedad, especialmente para las mujeres. La expulsión de las comunidades vulnerables, el encarecimiento de la vivienda, la pérdida de redes de apoyo y el control del espacio público son solo algunas de las dinámicas que refuerzan estas violencias, haciendo evidente cómo el diseño y uso del territorio puede convertirse en una herramienta de opresión.

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