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El aceite de palma que consumes está destruyendo Indonesia

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Mantequilla. Donuts, rollos rellenos de chocolate, de crema, todo tipo de bollería industrial. La Nutella, siempre tan tentadora. Pasando por cremas, embellecedores, productos precocinados o quesos para untar. Todos esos productos contienen aceite de palma. Un ingrediente que puede pasar desapercibido para el consumidor medio, pero que mata lentamente el entorno natural de Indonesia, que castiga la calidad de vida de sus habitantes y que tampoco es recomendable para la salud del receptor final. El cultivo del aceite de palma convierte al país asiático en uno de los mayores emisores de gases contaminantes a la atmósfera, destruye sus selvas y sus bosques, y ofrece trabajos a los indonesios donde los derechos laborales son en muchas ocasiones ignorados. Las grandes corporaciones son o directamente cómplices o ambiguas con respecto a la problemática de su plantación. La lucha mantiene en pie de guerra a las grandes asociaciones ecologistas y, aunque se producen avances, las batallas se vuelven cuesta arriba cuando la rentabilidad económica es la que dicta el destino de un país.

Algunos datos. El aceite de palma es el aceite más usado del mundo. La palma de aceite es una planta tropical, originaria de África occidental e introducida en el sudeste asiático a principios del siglo XX. El 50% de los alimentos procesados que consumimos contienen este ingrediente. En la Unión Europea (UE) cada persona consume de media al año 59,3 kilos de este alimento, según datos de la OCDE, y en el continente también se utiliza para elaborar biocombustible.

Malasia e Indonesia son los dos grandes productores de aceite de palma. Aquí, pequeños propietarios, empresas medianas y grandes corporaciones cuentan con miles de hectáreas para instalar sus plantaciones. El fruto no se puede obtener en cualquier terreno, por lo que provoca la deforestación de miles de hectáreas de selva. Los malayos establecieron que el 50% de su territorio debía ser bosque, por lo que las multinacionales se instalaron en Indonesia.

Los devastadores fuegos forestales que azotan el archipiélago son una pista para saber que las plantaciones se establecen sin ningún tipo de mesura. Pero no siempre se quema para plantar, sino que también se quema porque se planta, según explica Laura Villadiego, periodista afincada en el país y una de las autoras de Carro de Combate, blog contra el consumo desmedido. El subsuelo de las islas es abundante en turba, la antesala del carbón vegetal. La palma de aceite necesita un suelo seco, por lo que se drena el terreno lleno de este material orgánico. Cuando la turba está seca es extremadamente inflamable y si arde emite unas cantidades escandalosas de CO2 a la atmósfera, lo que explica que Indonesia suela encabezar los ránquines de emisiones de este gas a pesar de su tamaño.

El aceite de palma también está en el foco de las críticas por las condiciones laborales de los trabajadores que la cultivan. Los indonesios, explica Villadiego, copan tanto las plantaciones malasias como las de su propio país, y es en las primeras donde sufren las mayores penurias debido a su condición de inmigrantes. Algunos viven en las propias plantaciones, con el pasaporte limitado.

En Indonesia depende de la plantación. Las grandes corporaciones, siempre más exigidas, suelen brindar mayores derechos a sus empleados: no es el caso, en general, de las plantaciones medianas de agentes locales. “Se suelen quejar de que tienen unas cuotas diarias muy altas. Por ejemplo, tienen que recoger 25 racimos del fruto en un tiempo limitado”, cuenta la periodista. No tienen la posibilidad de hacer horas extra para cumplir con lo establecido, por lo que los jornaleros necesitan pedir ayuda a sus mujeres e hijos, que no tienen contrato. “Es el motivo de las escenas que vemos de trabajo infantil y no remunerado”, puntualiza Villadiego.

La autora de Carros de Combate es pesimista, un estado de ánimo casi obligatorio dado el reto medioambiental. “La situación es muy grave”, admite. Indonesia se ve abocada a la pérdida de selva y de recursos económicos porque, literalmente, se están quedando sin espacio. Afortunadamente, señala, “no va a acabar totalmente deforestada porque parte de las islas son territorio montañoso y ahí no se puede cultivar”. Es el consuelo que queda.

¿Y qué podemos hacer como consumidores?

Hay grandes empresas que han sido señaladas en varias ocasiones por su desprecio hacia la cuestionable obtención de esta materia prima. Unilever, que aglutina marcas como Dove y sus cremas, está en boca de todos los ecologistas. Otras marcas como Nestlé han sido atacadas por asociaciones como Greenpeace y han cedido: anunciaron en 2010 que dejarían de usar aceite de procedencia dudosa en la elaboración del famoso snack Kit Kat.

La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) elaboró en 2012 un ranking de compañías de mayor a menor compromiso con la gestión sostenible del aceite de palma. El informe señala de manera clara a El Corte Inglés, Eroski, la marca de bollería industrial Dulcesol o Panrico Donuts, artífice de, entre otros, los famosos bollicaos. Fueron señalados por la organización por no facilitar el número de productos compuestos por esta materia prima y por no contar con ningún certificado de los existentes que avalan las buenas prácticas. Y, si vamos más allá, muchísimos productos de los que encontramos en el supermercado cuentan con aceite de palma cuestionable: la mantequilla Tulipán, las patatas Lay's, los helados Ben & Jerry's –producto del gigante Unilever–… La lista es inmensa.

Sin embargo, tampoco podemos fiarnos de los certificados. La Mesa Redonda sobre el Aceite de Palma (RSPO, en sus siglas en inglés) es una ONG que une a empresas de la industria del aceite de palma que se comprometen en un futuro a utilizar materia prima sostenible. Sin embargo, la pertenencia de una empresa a la RSPO no garantiza nada, puesto que la promesa no afecta al presente de sus plantaciones. “Se puede ser miembro sin tener una sola hectárea certificada”, explica el responsable de la Campaña de Bosques de Greenpeace España, Miguel Ángel Soto.

Esta ONG emite un certificado llamado CSPO (acrónimo traducido al español como Aceite de Palma Sostenible Certificado). En teoría, si un bollo o una crema cuenta con el logo de CSPO, el aceite que contiene no ha sido fruto ni de la deforestación ni de la explotación de trabajadores. Sin embargo, Soto denuncia que el aceite se mezcla: si un 10% de los productos de una marca cuentan con esta garantía, no es que el 100% del aceite de esos productos sea sostenible, sino que el 10% de la materia prima procede de plantaciones responsables.

Estos sistemas, para nosotros, son bastante fallidos. En la práctica son un fraude”, sentencia el activista. Desde Ecologistas en Acción, su miembro Manuel Tapia opina que, sea cual sea el certificado, "deberían tener un concepto más global del medio ambiente". "Si lo que se produce va destinado a occidente, se pierde el asunto ecológico", ya que el transporte contamina. "(Los cultivos) deberían ser más acordes con las necesidades de la población". 

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La respuesta ideal como consumidores no parece ser el boicot a los productos que contienen este tipo de aceite, que se puede identificar en los ingredientes gracias a una normativa de 2014. A ello se oponen grandes asociaciones como Greenpeace o WWF. María Suárez y Alejo Sabugo, autores de una página de difusión del problema, afirman que si el mercado occidental deja de consumir palma los productores venderían a otros mercados. Además, bajaría el precio, por lo cual las malas prácticas se extenderían. Y el aceite de soja, que necesita más terreno para cultivarse y propicia la deforestación, ganaría adeptos.

Soto, además, incluye un punto de vista interesante. “No conviene estigmatizar el aceite de palma, porque tiene que ver con la identidad de los pueblos. Es la base alimenticia del mundo tropical”. Afirma que en España tampoco podemos darnos golpes en el pecho: el aceite de oliva es infinitamente más sano, pero los “aceituneros altivos” también han recurrido a la deforestación. La solución, defiende, pasa por crear consumidores activos y críticos que presionen a las empresas para que no promuevan la pérdida de la biodiversidad y la explotación de los jornaleros.

Debemos mirar la etiqueta para buscar la sostenibilidad de nuestro carrito de la compra, pero también por nuestra salud. El portavoz del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO), Rubén Bravo, sentencia que el aceite de palma es “el peor aceite del mundo”. El equilibrio de sus grasas es perjudicial en comparación con otros aceites. Contiene hasta un 50% de grasas saturadas, asociadas con el aumento del colesterol malo y el riesgo de problemas cardiovasculares, pese a que las empresas quieren “meter miedo dentro de la información veraz”, a juicio del experto en nutrición. Además, cuenta con un 9% de las beneficiosas grasas poliinsaturadas, a diferencia del aceite de girasol, que presume de un 61%. El consumo responsable es vital para Indonesia, pero también para nuestro corazón.

Mantequilla. Donuts, rollos rellenos de chocolate, de crema, todo tipo de bollería industrial. La Nutella, siempre tan tentadora. Pasando por cremas, embellecedores, productos precocinados o quesos para untar. Todos esos productos contienen aceite de palma. Un ingrediente que puede pasar desapercibido para el consumidor medio, pero que mata lentamente el entorno natural de Indonesia, que castiga la calidad de vida de sus habitantes y que tampoco es recomendable para la salud del receptor final. El cultivo del aceite de palma convierte al país asiático en uno de los mayores emisores de gases contaminantes a la atmósfera, destruye sus selvas y sus bosques, y ofrece trabajos a los indonesios donde los derechos laborales son en muchas ocasiones ignorados. Las grandes corporaciones son o directamente cómplices o ambiguas con respecto a la problemática de su plantación. La lucha mantiene en pie de guerra a las grandes asociaciones ecologistas y, aunque se producen avances, las batallas se vuelven cuesta arriba cuando la rentabilidad económica es la que dicta el destino de un país.

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