A medida que el coronavirus se ha ido abriendo paso por todo el mundo, la preocupación por el impacto que pueda tener sobre las regiones más pobres del planeta se ha incrementado. El pasado 19 de marzo, ocho días después de que se decretara oficialmente la pandemia, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, pidió a África que se despertase y se preparara para lo peor. Por aquellas fechas, en el continente tan sólo se habían detectado 233 positivos. Ahora, un mes después, el número de contagios se sitúa por encima de los 14.000, según los datos recopilados por la Academia Africana de las Ciencias. Son menos que los muertos en España, que ya superan los 20.000. Sin embargo, no es descabellado pensar que pueda haber otros tantos casos sin detectar. El continente afronta la pandemia, como ocurre en muchos otros lugares del mundo, con una notable escasez de pruebas de diagnóstico, además de las importantes carencias que arrastra en materia sanitaria. Del mismo modo, no consigue alzar el vuelo en la batalla científica contra el virus: apenas se están desarrollando un par de investigaciones, una de ellas con miel natural.
África es un continente joven con bastante experiencia en la gestión de epidemias. Pero, al mismo tiempo, es una auténtica bomba de relojería. Apenas tiene dos médicos por cada 10.000 habitantes, según Save the Children, una cifra que Ayuda en Acción rebaja hasta uno por cada 10.000. La Organización Mundial de la Salud estima que la cantidad adecuada debería estar en los 23. España, por ejemplo, tiene 250. Una carencia de trabajadores sanitarios que se une a la falta de material considerado de primera necesidad a la hora de hacer frente a este tipo de epidemias. En todo el continente, según las cifras dadas a conocer esta semana por la OMS, hay menos de 5.000 camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) repartidas en 43 países, lo que equivale a 5 por cada millón de personas –en Europa son 4.000 por millón–. Y el número de respiradores en los servicios públicos de salud no llega a los 2.000. A ojos del Comité Internacional del Rescate, preocupan en este sentido cinco Estados: Sudán del Sur, Burkina Faso, Sierra Leona, Somalia o República Centroafricana. En este último, apenas cuentan con 3 ventiladores.
El principal foco, por el momento, se sitúa sobre Sudáfrica, que cuenta con más de 2.700 positivos, seguido por Egipto y Argelia, que contabilizan más de 2.400 cada uno. En el primer país, el presidente, Cyril Ramaphosa, ordenó el confinamiento de la población durante tres semanas en el momento en el que superaron los 400 casos. Y ahora el país centra su estrategia para contener la expansión, como buena parte del mundo, en el llamamiento a los “test, test y más test” lanzado desde la OMS. Con más de 50 millones de habitantes, Sudáfrica había hecho hasta los primeros días de abril algo más de 47.000 pruebas. Una cifra insuficiente a ojos del Gobierno que ha llevado a las autoridades a reforzar el número de laboratorios públicos y a desplegar una flota de laboratorios móviles. Un puerta a puerta con el que pretenden a lo largo del mes de abril incrementar notablemente su capacidad de detección. Si hasta ahora hacían un aproximado de 3.000 diarios, para finales quieren estar trabajando a un ritmo de 30.000.
En otros Estados, sin embargo, el ritmo es muy diferente. En Nigera, la principal potencia de la región, el último dato que se ofreció al respecto hablaba de unos 800 test realizados –el país tiene capacidad para unos 1.500 diarios–. En el caso de Zimbawe se han realizado unas 400 pruebas, mientras que en Namibia esa cifra se situaba a comienzos de abril en las 306. En Sudán del Sur, uno de los países más pobres del mundo, se han hecho poco más de una docena de test. Y en República Democrática del Congo se están realizando diariamente una media de 50 pruebas en el Instituto Nacional de Investigación Biomédica. Buena parte del material que se utiliza ha llegado en algunos casos a través de la Organización Mundial de la Salud. O de donaciones como la realizada por el magnate de Alibaba a 54 Estados africanos. Porque, además, no es nada sencillo hacerse con ellos en el mercado internacional. De hecho, según ha publicado The New York Times, algunas empresas fabricantes ya han informado a científicos en África de que los pedidos de kits de prueba se van a retrasar porque toda la producción se está dirigiendo hacia Estados Unidos y Europa.
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El continente también se está quedando atrás en la batalla científica. Según los datos del United States National Institutes of Health, actualmente se están llevando a cabo en el mundo más de cuatro centenares de investigaciones sobre el covid-19. De ellas, más de la mitad se están realizando en los países del norte. En África únicamente referencia cuatro, de las que sólo dos guardan relación con tratamientos. La primera de ellas se está haciendo en la Universidad del Witwatersrand, en Johannesburgo, donde están trabajando con la cloroquina, un fármaco que se utiliza en el tratamiento y la prevención de la malaria y en enfermedades autoinmunes como la artritis. La segunda la está desarrollando un investigador de la egipcia Misr University for Science and Technology. En este caso, el estudio está centrado en la miel natural. El objetivo es comparar qué efectos tiene sobre un enfermo con coronavirus y compararlos con los de un tratamiento basado en la hidroxicloroquina o en el antirretroviral lopinavir, autorizado contra el VIH.
África también aparece infrarrepresentada en el ensayo clínico internacional puesto en marcha por la Organización Mundial de la Salud. Bajo el nombre Solidaridad, se trata de estudiar a lo largo y ancho del planeta si funciona alguno de los siguientes tratamientos: remdesivir –probado contra el ébola–, el interferón beta-1 a –empleado para tratar la esclerosis múltiple– y los anteriormente citados lopinavir y cloroquina. A través de este proyecto, la OMS quiere evitar que múltiples ensayos pequeños no terminen generando pruebas sólidas para determinar la eficacia del tratamiento. Por eso, considera fundamental que participen el mayor número de países. Solidaridad arrancó con un pequeño número de Estados. A finales de marzo, ya eran más de medio centenar los que se habían sumado a la iniciativa. Del continente africano solamente participa Sudáfrica. Sin embargo, la revista Nature señaló la semana pasada que Senegal y Burkina Faso también estaban con los trámites para entrar a formar parte del estudio.
La ausencia de países africanos puede suponer un problema. “El continente tiene una increíble diversidad genética. Si esa diversidad no está bien representada en los ensayos clínicos, los hallazgos no podrán generalizarse a grandes poblaciones”, señalaba el pasado lunes en un artículo en The Conversation Jenniffer Mabuka, profesora de la Universidad de Washington e investigadora de la Academia Africana de las Ciencias, quien apuntaba que África tiene tanto la infraestructura como las capacidades para realizarlos. El problema, señalaba, está en la desigual distribución de los recursos. “La gran mayoría se encuentran en Egipto y Sudáfrica”, apuntaba Mabuka, que recordaba que el establecimiento de “centros de excelencia” para estos ensayos clínicos requiere “mucho tiempo e inversión financiera”. “La mayoría de los que conozco en el continente se han desarrollado con un fuerte apoyo de socios o patrocinadores externos”, completaba.