La capital belga, entre el fatalismo y la conmoción

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Ludovic Lamant (Mediapart)

Habitualmente no se les ve. Hace meses que trabajan detrás de los muros, a salvo de las miradas, en la construcción de una nueva sede para el Consejo Europeo cuya inauguración estaba prevista para dentro de unos meses. En la mañana de este 22 de marzo estas decenas de obreros, con sus trajes amarillo o naranja flúor, se agolpaban tras las ventanas de las diferentes plantas del edificio todavía en obras. Desde abajo, desde la rue de la Loi, se adivinaban sus rostros aturdidos, como los de todo el mundo este martes en Bruselas. 

Ellos también se sobresaltaron con la detonación que se había escuchado unos minutos antes, a las nueve y once minutos de la mañana, a alrededor de 200 metros de su lugar de trabajo. Miraban cómo el humo que se escapaba por la estrecha escalera que lleva a la estación de metro de Maelbeek. A esa hora, nadie sabía todavía que esa explosión, la tercera de la mañana, iba a ser la última de una siniestra mañana en Bruselas. 

Esa detonación provocó la muerte de al menos 20 personas e hirió a otras 106, según el balance provisional de la STIB, la empresa de movilidad de la capital belga. En la noche de este martes todavía era difícil tener claro el modus operandi de este ataque, el primero que vive el barrio europeo después del nacimiento de la UE. Una hora antes, en el aeropuerto internacional de Zaventem, en territorio flamenco, dos explosiones habían causado la muerte a 14 personas y herido a un centenar, según el recuento todavía no definitivo de la fiscalía federal. El Estado Islámico reivindicó estos atentados, calificados de "detestables y cobardes" por el primer ministro belga, Charles Michel.

La explosión en la parada de metro de Maelbeek se produjo a la hora en que batallones de funcionarios europeos se dirigen a sus puestos de trabajo. Sobre las 9.30 horas un grupo de policías se afanaba en establecer un perímetro de seguridad en los dos extremos de la rue de la Loi para mantener a cierta distancia a los periodistas que ya comenzaban a aparecer. Mientras, dos trabajadores de los servicios de emergencia sacaban de la boca del suburbano un cuerpo cubierto con una manta térmica. 

"Sabíamos que iba a pasar. La cuestión no era si esto iba a pasar, sino cuando", resume, fatalista, Thierry Callens. Este belga de 53 años se define como un verdadero bruselense –es decir, según el dialecto local– como "un bruselense nacido en Bruselas". A pesar de que este martes fue atacado el corazón de su ciudad, Callens avisa de que no quiere tener miedo: "No sirve de nada estar escondido en casa". "Mis padres viven en Molenbeek y nunca han tenido miedo, no tiene sentido", asevera. 

A la hora de la explosión, este funcionario acudía a pie a su despacho de la Dirección General de Agricultura de la Comisión Europea, situado a pocos pasos de la salida del metro. Recuerda un humo espeso, un olor irritante difícil de soportar y una veintena de heridos tendidos por el suelo. Durante toda la mañana no paró de recibir en su teléfono móvil los mensajes de allegados interesándose por su estado. "Por un lado, me parece extraño que todo esto no hubiera pasado antes de los atentados de París. Pero es cierto que no pensaba que fuera a suceder tan rápido tras la detención de Salah Abdeslam". Y aprovecha para lanzar un dardo al país vecino: "Puedo deciros que la policía belga está trabajando mucho desde hace meses y que las críticas de los franceses nos molestan"

A lo lejos, el humo comienza a disiparse. Y llegan otras ambulancias, seguidas de un vehículo especializado en desactivar explosivos. También varios coches de policía y del ejército intentan avanzar por el denso tráfico de la rue de la Loi. En el cielo, un helicóptero controla el barrio, contribuyendo a hacer todavía más complejo el caos sonoro en el que anda inmerso la ciudad. Grupos de personas son evacuados en intervalos de tiempo más o menos regulares. Algunos están en estado de shock, otros lloran... pero no son supervivientes del atentado. Son empleados que trabajan en edificios anexos y que han sido evacuados por precaución. Una joven inglesa, funcionaria europea, repite ante cámaras de varias televisiones que si no hubiera tenido ganas de fumar un último cigarro antes de coger el metro quizá no estaría ahí. 

A la entrada del Lex Building, uno de los edificios más importantes del Consejo Europeo en la rue de la Loi, un vigilante de seguridad interpela a los curiosos: "Dense prisa en entrar, vamos a cerrar". Fuera, los rumores no cesan. Se habla de una nueva explosión en la estación central, en el centro de la ciudad, que permaneció cerrada al público durante toda la jornada. También de otras detonaciones en las estaciones de Schuman y Arts-Loi. Son sólo especulaciones descartadas oficialmente después, pero que contribuyen a generar un clima de conmoción general. Entre tanto, los teléfonos móviles siguen sin funcionar. Y cuando, de forma intermitente, la red vuelve todos se apresuran a intentar contactar con sus allegados. 

Ataque a los expatriados  

En la geografía del barrio europeo, la parada de metro de Maelbeek –al que da nombre un río ya desecado– es ineludible. En sus alrededores hay varios espacios significativos en la vida de la ciudad. Por ejemplo, en el número 75 de la rue de la Loi, está un hotel de la lujosa cadena Thon en el que habitualmente hay cocktails y conferencias. En el 61 está la representación permanente de Bélgica ante la UE. En el 89, la sede del partido Cristiano-Demócrata y Flamenco (CD&V, por sus siglas en neerlandés), que forma parte de la actual coalición de Gobierno. Sin olvidar, claro está, varios edificios oficiales de la Comisión Europea. 

A menos de 300 metros de allí está la zona donde se sitúan las principales instituciones comunitarias, conocida como Schuman. A saber: el Edificio Berlaymont, que es la sede de la Comisión Europea en la que están los despachos de los 28 comisarios; el Justus Lipsius, un cubo granate que es la sede del Consejo Europeo que dirige Donald Tusk; o los edificios del Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea de la italiana Federica Mogherini. Caminado unos metros se encuentran también algunas oficinas del Parlamento Europeo. Por azar del calendario, la estación de metro de Schuman –por fin terminada después de años de obras– iba a inaugurarse por el rey el jueves 24 de marzo, Todo ha sido anulado. 

Atentar en la rue de la Loi por la mañana, e incluso en el aeropuerto internacional, es hacerlo contra la comunidad expatriada de la capital belga. Ningún bruselense que no trabaje para la UE transita por este barrio vacío de sus habitantes y de sus comerciantes y generalmente detestado por los belgas. A lo largo de los años, y a causa de la especulación inmobiliaria, esta zona de la ciudad se ha convertido en un bosque de despachos sin alma en el que se agolpan las instituciones públicas y los lobbies. La rue de la Loi, y sus cuatro carriles para automóviles, tiene apariencia de autopista ruidosa en medio de la urbe. Ninguna de sus fachadas aloja viviendas particulares. 

A mediodía, la Comisión Europea optó por mantener su tradicional convocatoria de prensa. En la sala no había la afluencia de los grandes días, en parte porque el barrio europeo estaba colapsado y el acceso era complicado incluso para los periodistas. El portavoz Jean-Claude Juncker intentó enviar un mensaje de firmeza y prometió una reacción "serena y sobra" del Ejecutivo europeo. Pero evitó responder a los periodistas que le interpelaron sobre si, con este atentado, se había apuntado directamente a la Unión Europea y su diplomacia. Horas después Juncker aseveró: "Europa en su totalidad está en el punto de mira. La UE y las instituciones deben estar unidas frente al terror". 

Cinco interrogantes sobre los atentados en Bruselas

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El último atentado sobre suelo belga se remonta al 24 de mayo de 2014. Mehdi Nemmouche mató a cuatro personas a la entrada del Museo Judío de Bruselas. El aeropuerto de Zaventem también fue escenario de un ataque. Fue en 1979, cuando un comando de cuatro terroristas palestinos perpetró un ataque en el que trece personas resultaron heridas leves. Pero para muchos bruselenses, los atentados del 22 de marzo han reactivado un recuerdo menos lejano, el lockdown de noviembre de 2015, cuando la capital belga vivía al ritmo de "una amenaza seria e inminente" de ataques coordinados. Los bruselenses vivieron durante días esperando un atentado que no acabó de llegar

Aunque detención de Salah Abdeslam, el pasado miércoles, fue vivida como un alivio colectivo, la ciudad volvió a despertarse este martes en estado de sitio. Bastaba con observar las calles desiertas del barrio europeo para darse cuenta. El nivel máximo de alerta se extendió por todo el país. El aeropuerto de Zaventem permaneció cerrado, al igual que las estaciones. También se suspendieron los conciertos y las sesiones en los cines... hasta tal punto que el presidente de la región bruselense, el socialista Rudi Vervoort, creyó necesario enviar un comunicado a última hora para explicar que esta vez no habría lockdown en la capitallockdown . El metro, por ejemplo, volvió a funcionar al caer la tarde. En los colegios –de los que se impidió salir a los niños durante la jornada– "el objetivo es mantener una vida normal desde el miércoles". Está por ver, no obstante, si los bruselenses tienen fuerza para ello. 

Traducción: Elena Herrera 

Habitualmente no se les ve. Hace meses que trabajan detrás de los muros, a salvo de las miradas, en la construcción de una nueva sede para el Consejo Europeo cuya inauguración estaba prevista para dentro de unos meses. En la mañana de este 22 de marzo estas decenas de obreros, con sus trajes amarillo o naranja flúor, se agolpaban tras las ventanas de las diferentes plantas del edificio todavía en obras. Desde abajo, desde la rue de la Loi, se adivinaban sus rostros aturdidos, como los de todo el mundo este martes en Bruselas. 

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