City Plaza: un hotel en Atenas donde los refugiados han sustituido a los turistas

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Helena Vázquez | Atenas

Un imponente edificio se levanta en el centro de Atenas. Tiene siete plantas y, a cien metros de distancia, se puede leer en su fachada: “Hotel City Plaza”. Parece de todo menos un hotel convencional: la ropa cuelga de forma desordenada de los balcones, no hay botones, los niños parecen haber tomado el control del edificio, gritan y corren escaleras arriba y abajo y las paredes de su recepción están plagadas de carteles reivindicativos. No hay clientes ni trabajadores, sólo pueden encontrarse activistas y voluntarios que trabajan codo a codo con sus huéspedes. Tampoco se puede hablar de turismo o placer. Los que habitan en este recinto turístico no buscan un descanso, sino un refugio en Europa.

Una red de académicos, activistas y ciudadanos griegos ocuparon el 22 de abril del 2015 un prominente hotel abandonado en el centro de la capital griega para proveer ayuda a migrantes y refugiados. A día de hoy, son 386 las personas que se hospedan en este agradable hotel que había permanecido cerrado durante siete años y que las autoridades locales no parecen tener prisa en desalojar.

Migrantes sin fecha de salida

Grecia fue una puerta de entrada para más de 850.000 refugiados en 2015. Desde febrero, con el cierre de la ruta balcánica, el país se convirtió en una prisión; los migrantes no pueden seguir su camino porque sus vecinos sellaron sus fronteras. A su vez, los llegados después del 20 de marzo del 2016, después de la entrada en vigor del tratado entre la Unión Europea y Turquía, tienen más dificultades para obtener permisos que legalicen su estancia temporal y se encuentran encerrados en sórdidas prisiones de las islas del Egeo.

A partir del 8 de junio de 2016, el Servicio de Asilo Griego, en colaboración con Acnur, empezó a repartir tarjetas de asilo válidas para un año, permitiendo a los refugiados residir legalmente en Grecia y tener acceso a servicios. Según Acnur, solo 1.970 solicitantes de asilo habían sido recolocados el 29 de junio. Este pre-registro es solo el punto de partida para que en un futuro los migrantes puedan completar sus solicitudes de asilo, acogerse a los programas de recolocación y reunificación familiar. La mayoría no saben cuándo podrán continuar su trayecto.

Una alternativa a los campos oficiales

El barrio ateniense de Exarcheia, célebre por ser el barrio joven y bohemio de la capital, dispone de cuatro edificios ocupados y autogestionados que dan cobijo a refugiados. Algunos de ellos se crearon inmediatamente después de que la oleada de refugiados llegara a la capital, en setiembre de 2015. Los espacios que en un principio simplemente proveían ayuda para que los refugiados tomaran de nuevo su camino, se convirtieron después del cierre de fronteras en una nueva residencia casi permanente. En ese contexto, hace tres meses tuvo lugar la ocupación del Hotel City Plaza, que se encuentra a unos cinco minutos de Exarcheia y acoge, con diferencia, a más migrantes que ningún otro edificio de la capital. “Aquí los refugiados tienen lo que el gobierno no les ofrece: comida, privacidad, solidaridad y acceso a la ciudad”, explica el activista Nasim Loami desde el otro lado del mostrador de la recepción del hotel.

A día de hoy, son 57.193 los migrantes que permanecen encallados en el país heleno. La mayoría de ellos se hospedan en decenas de campos militares que el gobierno griego ha habilitado para su estancia, todos alejados de los centros urbanos. En estos campos los migrantes suelen dormir bajo tiendas de campaña; la asistencia médica y la comida a veces escasean. Sin embargo, esto no es lo único que diferencia este proyecto de los campos oficiales. Para Loami, “es obvio que las condiciones son mejores aquí [refiriéndose al hotel City Plaza], pero la cuestión principal es que en el hotel disfrutan de todos los beneficios de la ciudad”.

Un grupo de personas reunidas en el interior del Hotel City Plaza en Atenas. | FACEBOOK

Encontrarse en una ciudad que no descansa, con más de tres millones de habitantes, permite a los refugiados acceder con comodidad a los servicios básicos, desde hospitales a servicios legales. Esa es la razón por la cual dos jóvenes sirias, que bajan risueñas las escaleras, han optado por el hotel. Aseguran que pasar las noches aquí les permite dirigirse a diversas entidades benéficas por las mañanas, recoger el dinero de sus familiares y buscar asesoramiento legal. Describen con una sonrisa cada uno de los rincones de la ciudad que han podido descubrir como dos turistas y las personas que se han encontrado por el camino. Para ellas, este ha sido el primer paso para integrarse en la sociedad griega.

La capital de Grecia no ofrece más alternativas para los refugiados en esos momentos que no sean sus calles o el campo improvisado en el antiguo aeropuerto de Elleniko, que acoge a alrededor de 1.000 personas, sobre todo afganos. En este campo, el hacinamiento y la falta de instalaciones de saneamiento convierten la vida en un auténtico martirio. “Muchas personas, incluyendo niños, mujeres embarazadas y personas de edad avanzada, están durmiendo en tiendas de campaña fuera del edificio para buscar algún grado de privacidad”, reporta un reciente informe de Amnistía Internacional. Estas precarias condiciones hacen que la tensión entre ellos crezca; a mediados de julio una pelea colectiva entre migrantes causó un muerto y tres heridos graves. Los desencuentros entre migrantes, a menudo de distintas nacionalidades, son muy frecuentes en los campos oficiales.

Hotel en lucha

Sin embargo, iraníes, iraquíes, palestinos y otros conviven pacíficamente en el recinto hotelero ateniense. El clima de cooperación y ayuda mutua que se respira no deja espacio para la violencia. “Aquí todos somos iguales, no hay nadie que sea más importante que otro”, explica un refugiado del Kurdistán sirio, Kawa Horo, mientras observa una exposición de fotografías que alegra las paredes del comedor. Las imágenes que contempla el joven kurdo son fotografías donde aparecen rostros de los huéspedes del hotel y voluntarios. En ellas, se puede observar la diversidad que impera en esta gran casa y también su unidad.

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Su retrato favorito es el de una manifestación organizada por migrantes y refugiados que recorrió el centro de la capital helénica. Cuatro carritos encabezaban el bloque, detrás suyo se ven decenas de manos alzadas, bocas abiertas que congelan gritos y pancartas que piden la apertura de fronteras. Con optimismo, Horo comenta que “lo mejor que podemos enseñar a los niños es que ellos también tienen derechos”.

City Plaza no es sólo un espacio para proveer ayuda inmediata a los refugiados sino que se ha convertido en uno de los centros de lucha de los derechos de los migrantes. En colaboración con una coordinación de sindicatos de profesores local, activistas y refugiados han conseguido que alrededor de 60 niños puedan asistir a partir de septiembre a la escuela.

El funcionamiento del proyecto pretende ser democrático. Una vez por semana se llevan a cabo asambleas en el comedor. En medio de una cacofonía de griego, inglés, árabe y persa, se solucionan los problemas logísticos del hotel. Los huéspedes comparten las responsabilidades para la limpieza, suministro de comidas y seguridad. En este recinto todo se organiza colectivamente. Se ofrecen excursiones para visitar la ciudad, clases de idiomas y se proporcionan recursos para encontrar trabajo. Algunos de sus huéspedes han conseguido su primer salario en Europa trabajando en cafeterías o en el campo. El hotel ha sido capaz de convertir la pesadilla de encontrarse retenido en Grecia en un viaje más llevadero.

Un imponente edificio se levanta en el centro de Atenas. Tiene siete plantas y, a cien metros de distancia, se puede leer en su fachada: “Hotel City Plaza”. Parece de todo menos un hotel convencional: la ropa cuelga de forma desordenada de los balcones, no hay botones, los niños parecen haber tomado el control del edificio, gritan y corren escaleras arriba y abajo y las paredes de su recepción están plagadas de carteles reivindicativos. No hay clientes ni trabajadores, sólo pueden encontrarse activistas y voluntarios que trabajan codo a codo con sus huéspedes. Tampoco se puede hablar de turismo o placer. Los que habitan en este recinto turístico no buscan un descanso, sino un refugio en Europa.

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