It’s the economy, stupid! (¡Es la economía, estúpido!) es ya uno de los lemas más célebres y perdurables de la historia política reciente de los Estados Unidos. Jim Carville, asesor del entonces candidato a la presidencia Bill Clinton, destiló con agudeza el que sería el mensaje clave de las elecciones de 1992. En aquel entonces, Bill Clinton, un ambicioso gobernador de Arkansas, logró arrebatarle la presidencia a George Bush (padre) con una campaña centrada en la economía, en medio de una grave crisis económica en los Estados Unidos. ¿Volverá la economía a marcar el rumbo en las elecciones del próximo martes?
A pocas horas de la jornada electoral, las encuestas sitúan a los dos candidatos en un ajustado pulso. Un empate técnico. Parece que el desenlace dependerá de unos pocos miles de votos en Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Carolina del Norte, Nevada, Arizona y Georgia. ¿Cómo entender que, a pesar de haber sido uno de los presidentes más impopulares de las últimas décadas, Donald Trump resurja como la apuesta de casi la mitad de los votantes? En parte la respuesta es: It’s the economy, stupid!
Según la mayoría de las encuestas, la situación económica es la máxima preocupación de los estadounidenses. Y también según estas encuestas, la mayoría de los votantes confía más en Donald Trump que en Kamala Harris en la gestión económica. Desafortunadamente para la californiana, sus cuatro años como vicepresidenta han estado marcados por el periodo inflacionario más crítico que ha atravesado Estados Unidos (y el mundo occidental) en más de veinte años. En este sentido, los republicanos, encabezados por Trump, han logrado instalar la idea de que los demócratas han (mal)gastado el dinero de los estadounidenses sin control, en lugar de centrarse en frenar la subida de precios. Aunque esta inflación no ha sido causada directamente por la gestión de Biden y Harris, sí es cierto que la administración saliente ha aprobado las mayores inyecciones de dinero público en décadas, y muchos votantes lo han interpretado como un error de gestión.
Además, estos períodos de inflación tienden a afectar más a los ciudadanos de rentas bajas, quienes carecen de margen para ajustar su consumo al aumento de precios. Y son precisamente estos votantes en estados como Michigan, Wisconsin y Pensilvania los que más decididamente han abandonado al Partido Demócrata para abrazar la retórica trumpista en los últimos años. Un cambio en esta demografía, por pequeño que sea, puede coronar a Trump como el 47º Presidente de los Estados Unidos. Recordemos que Biden ganó Pensilvania con un margen del 1,17% de los sufragios, mientras que Trump lo lideró con una diferencia de solo un 0,7% de los votos.
Sin embargo, no todo está perdido para la vicepresidenta. La inflación actualmente está prácticamente bajo control y muchos de los indicadores macroeconómicos denotan una gran fortaleza de la economía estadounidense. Por ejemplo, esta misma semana se ha publicado que la confianza de los consumidores está en los mejores niveles del año. Kamala Harris, en consecuencia, está recortando distancias con Trump en el ámbito de la gestión económica y algunas encuestas ya la colocan por delante del expresidente en este tema. Un empate técnico, así se podrían resumir estas elecciones.
En este duelo, ¿qué proponen ambos candidatos en materia económica para los más de 330 millones de estadounidenses? Las dos opciones no podrían ser más distintas. Kamala Harris defiende una política económica relativamente continuista. En primer lugar, apuesta por seguir invirtiendo dinero público en la transición energética, tal y como Biden ha hecho durante los últimos cuatro años. Según ella, estas inversiones a largo plazo asegurarán un control más eficiente de los precios de la energía en el futuro. No es casualidad que el paquete de estímulos económicos dedicados a la economía verde más importante de la historia americana, aprobado en 2022, se llamara Inflation Reduction Act (Ley de Reducción de la Inflación). En segundo lugar, Harris ha propuesto una reducción de impuestos a las clases trabajadoras, ayudas para la compra de una primera vivienda y un plan para construir miles de viviendas de protección social.
Trump, en cambio, ofrece a los estadounidenses un proyecto económico de corte radical, mucho más extremo que el que lo llevó a la Casa Blanca hace ya ocho años. Su plan es claro: menos impuestos para los estadounidenses y más aranceles para el resto del mundo. Por un lado, Trump propone una reducción de impuestos aún más intensa que la que ya realizó durante su primer mandato para todos los contribuyentes, incluyendo a los multimillonarios. Por otro lado, aranceles del 20% para todos los productos provenientes del exterior, más de diez veces superiores a las tasas actuales. En definitiva, una versión moderna de un estado mercantilista decimonónico.
Esto debería ser de especial preocupación para los europeos, que seríamos unos de los grandes damnificados de este cambio. Pero también deberían preocuparse los estadounidenses: según más de 20 premios Nobel de economía, estos aranceles desatarían una gran crisis inflacionaria, no solo por culpa de la subida de precios directamente relacionada con la escalada de los aranceles, sino también por la más que segura guerra comercial que esta política generaría. Este grupo de economistas califica al programa económico de Harris como “notablemente superior al contraproducente” plan de Trump. Otra carta abierta redactada por más de 80 premios Nobel en física, química, economía y medicina también apoya directamente a Harris, sosteniendo que otra legislatura con una Casa Blanca liderada por Donald Trump destruiría todos los esfuerzos recientes en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, no parece que las advertencias de la comunidad académica hayan cambiado mucho las cosas: muchos de los votantes trumpistas no suelen confiar en los expertos, ya sean economistas, físicos o epidemiólogos.
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En definitiva, la economía es una de las grandes inquietudes del electorado estadounidense y los dos candidatos ofrecen alternativas muy distintas para la locomotora estadounidense. Aunque la economía puede haber decidido algunos votos en los últimos meses, auguro que, paradójicamente, ya no será el factor decisivo para los pocos estadounidenses que aún permanecen indecisos. La sociedad estadounidense está muy polarizada y muchos votantes llevan meses, si no años, habiendo decidido su voto para las elecciones del 5 de noviembre. En este punto de la campaña electoral, otros detalles serán más relevantes para inclinar las elecciones a favor de uno de los candidatos. Por ejemplo, el comentario de un humorista en un mitin de Donald Trump en el Madison Square Garden de Nueva York calificando a Puerto Rico como una isla de basura podría ser mucho más determinante que cualquier propuesta económica que puedan ofrecer los candidatos. Los votantes hispanos se han comenzado a distanciar del Partido Demócrata, pero este insulto podría ser un revulsivo e inclinar la balanza a favor de Harris en estados como Pensilvania, donde residen casi medio millón de boricuas. Como contexto, Biden ganó este estado por menos de cien mil votos.
Cualquier pequeño detalle puede ser decisivo para lograr los valiosos 270 votos del Colegio Electoral que dan acceso a las llaves de la Casa Blanca. Pero en las pocas horas que quedan, tal vez it’s not the economy, stupid.
* Carles Aules es investigador doctoral en el Departamento de Economía de la Universidad de Yale. Es fellow de Future Policy Lab.
It’s the economy, stupid! (¡Es la economía, estúpido!) es ya uno de los lemas más célebres y perdurables de la historia política reciente de los Estados Unidos. Jim Carville, asesor del entonces candidato a la presidencia Bill Clinton, destiló con agudeza el que sería el mensaje clave de las elecciones de 1992. En aquel entonces, Bill Clinton, un ambicioso gobernador de Arkansas, logró arrebatarle la presidencia a George Bush (padre) con una campaña centrada en la economía, en medio de una grave crisis económica en los Estados Unidos. ¿Volverá la economía a marcar el rumbo en las elecciones del próximo martes?