LA ELECCIÓN DE UN NUEVO PAPA

El Espíritu Santo, por encima de la geopolítica: la Iglesia no mira al mundo para elegir papa

Cardenales asisten a la Misa funeral del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro.

A los 94 años, Pedro Martínez de Luna ya está cansado de vivir. Durante su larga travesía vital ha viajado por todo el mundo, enfrentado a cientos de enemigos y resistido hasta la infinidad. Los años han hecho mella en su físico e incluso en su posición de poder, pero una cosa se ha mantenido inmutable durante sus más de nueve décadas: su mítica obstinación. Por cambiar, Martínez de Luna cambió hasta el nombre. En 1394 se convirtió en Benedicto XIII, antipapa de la Iglesia Católica durante el llamado Cisma de Aviñón, en el cual llegó a haber dos figuras que se disputaban el liderazgo religioso cristiano, una en Roma y otra en Francia. Martínez de Luna, apodado y conocido como el papa Luna, pese a ser repetidamente destituido y desautorizado, incluso después de haber terminado el cisma, continuó haciéndose llamar papa en su castillo de la costera ciudad de Peñíscola hasta su muerte. 

De la historia de Benedicto XIII tenemos dos herencias que continúan hasta la actualidad. La primera es la frase popular de mantenerse en sus trece, que como homenaje a su número papal sirve para calificar a alguien que se mantiene en su posición pase lo que pase. Y la segunda es que los pontificados están muy condicionados por el contexto político global. En el caso del cisma de Aviñón, el rey de Francia, Felipe IV tras años de conflictos con el papado logró trasladar la sede a la ciudad francesa (aunque entonces perteneciente al reino de Nápoles), para influir en las acciones de los papas. Ahora, en pleno ascenso de la extrema derecha global y con la muerte de Francisco, uno de los dirigentes eclesiásticos más reformistas de las últimas décadas, el cónclave de este año se anticipa como uno de los más importantes para definir el papel de la Iglesia en el mundo.

Desde que murió el papa el pasado 21 de abril y en los días previos a que comience el cónclave, el miedo a que la Iglesia se vea influida por la ola reaccionaria que parece asolar el mundo se ha acrecentado. El perfil de Francisco, si bien sin grandes cambios doctrinales o reformas profundas, supuso un giro sustancial al que mantuvieron sus predecesores en el trono de San Pedro, Benedicto XVI y, sobre todo, Juan Pablo II, más afines al sector conservador del clero. Ese giro no ha sido del gusto de todos. Durante todo su pontificado, muchos cardenales importantes se mostraron muy críticos con la línea que el papa quería aplicar a la Iglesia, llegando incluso, en el caso del purpurado Carlo Maria Viganò, a ser excomulgado por el propio Francisco por acusarle de encubrir abusos sexuales.

Trump y la Iglesia estadounidense

Aunque esos cardenales opositores al papa recién fallecido se encuentran por todo el mundo, están especialmente concentrados en Estados Unidos. “La Iglesia estadounidense es diferente a la europea, aunque ambas formen lo que llamamos Occidente. Massimo Faglioli, uno de los mejores historiadores de la Iglesia, califica a la de Estados Unidos como ‘aconciliar’. Es decir, ni siquiera plantean sus posiciones en el marco de conservadores y reformistas que hubo antes, durante y después del Concilio Vaticano II, sino que siguen una lógica distinta”, explica Gorka Larrabeiti, profesor de español residente en Roma y gran conocedor de los asuntos Vaticanos, que recuerda que más allá de la extrema derecha global, es esta Iglesia estadounidense quien, desde dentro, está tratando de influir decisivamente en un cónclave que llevan mucho tiempo esperando.

Dentro de la institución en EEUU, además, están algunos de los representantes más importantes del ala conservadora y que, incluso, podrían tener posibilidades en el cónclave. Quizás el más conocido es el cardenal Raymond Leo Burke, por muchos llamado el candidato de Trump y uno de los grandes azotes de Francisco durante su pontificado. Tanto es así que el propio papa lo alejó del Vaticano, donde había desempeñado cargos muy importantes durante el mandato de Benedicto XVI, y le retiró el sueldo. Su intransigencia doctrinal y conservadurismo en materias como el papel de las mujeres o la posición eclesiástica en los derechos LGTBI, además de sus teorías conspiranoicas sobre el covid le hacen del agrado de Trump, que buscará así tener a su servicio a una de las instituciones más importantes del mundo.

El intento de influencia del presidente estadounidense se ha notado ya durante el propio funeral de Francisco con su asistencia. Aunque sin duda el pontífice ha sido alguien incómodo para Trump, el magnate es conocedor de la importancia que aún tiene la fe en el mundo, y también en Estados Unidos, donde el catolicismo tiene en el vicepresidente, J.D. Vance, uno de sus puntales. No fue casualidad que el segundo de Trump insistiera tanto en ver a Francisco, pese a ser rechazado en primera instancia por el pontífice, durante su viaje a Roma en Semana Santa. Un encuentro que le convirtió en la última persona con la que se reunió el papa antes de morir. Vance abandera en política las posiciones más radicales de la Iglesia estadounidense a las que siempre se opuso el papa, enfrentándole muchas veces con la Administración Trump.

El volantazo de Francisco

Y es que Francisco, durante su papado, redefinió la posición geopolítica que tradicionalmente había tenido el Vaticano. “La Iglesia estaba alineada, como una suerte de imperios paralelos, con lo que llamamos Occidente, la OTAN y Estados Unidos. Francisco rompió en cierta manera esa lógica, y eso molestó a mucha gente con sus posiciones algo más cercanas a China y críticas con EEUU, por ejemplo con el tema de las deportaciones”, afirma Larrabeiti. Algo que también se pudo ver con las críticas del papa a los bombardeos de Israel en Gaza y a sus llamadas constantes a la parroquia católica de la Franja, incluso durante su enfermedad, que hicieron que Israel retirara las condolencias por su muerte.

Para el profesor, el Vaticano tiene la oportunidad de seguir esta línea de Francisco en el próximo cónclave y mandar así un mensaje a Trump. Para él, la elección de un papa europeo (algunos de los principales candidatos lo son, como Pietro Parolin o Matteo Zuppi) sería toda una declaración de intenciones en un momento en el que Estados Unidos se está moviendo en una dirección contraria al fortalecimiento de los lazos con sus aliados europeos. En este sentido, recuerda, el Vaticano no es solo una personalidad religiosa, sino también un Estado, y uno que ha jugado de forma decisiva en la construcción europea y con unos lazos con el Viejo Continente que son muy difíciles de romper.

La Iglesia se mira a sí misma

Sin embargo, ¿hasta qué punto este tipo de pensamientos serán decisivos a la hora de elegir un nuevo papa en el próximo cónclave? Para Cristina Sánchez Aguilar, directora del suplemento religioso del diario ABC, Alfa y Omega, este tipo de condicionantes geopolíticos tendrán un peso muy escaso en quién será el próximo líder de la Iglesia. “Estoy convencida de que la política no va a influir en los 133 cardenales que entren en la Capilla Sixtina. Es cierto que esas presiones económicas de grandes lobbys pueden existir, pero la Iglesia se guía por otro tipo de dinámicas”, afirma la periodista.

Para ella, además, la composición del propìo Colegio Cardenalicio que elegirá al nuevo papa hace mucho más complicado que las presiones políticas se hagan patentes. “Francisco intentó expandir la Iglesia, llevarla a la periferia y eso también se nota en los cardenales electores. Este cónclave es muy característico porque todos vienen de lugares muy diversos y diferentes del mundo, la mayoría han sido nombrados muy recientemente, no hay un peso tan grande de los cardenales italianos, se conocen entre ellos muy poco y por eso no creo que ninguno de ellos terminará convenciendo a otro con un argumento político”, defiende Sánchez Aguilar.

En una línea muy parecida se coloca Montserrat Escribano, presidenta de la Asociación de Teólogas Española, la cual también piensa que las lógicas internas de la Iglesia tendrán más peso que las políticas, aunque admite que el papa jugará un papel importante en la geopolítica global. “La Iglesia no es algo ajeno al mundo y está muy influida por lo que pasa en él, también por este auge de los movimientos de extrema derecha. Lo hemos visto durante el pontificado de Francisco, ese ala más conservadora se ha hecho oír de forma clara y fuerte. Estos movimientos dentro de la Iglesia tienen mucho poder, también económico, pero yo pienso que hay otro de base que puede contrarrestarlo”, defiende Escribano.

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La teóloga explica que el fortalecimiento de la base de la Iglesia que ha hecho Francisco será fundamental para determinar qué sucederá en el cónclave. “Ahora mismo, la Iglesia está muy cambiada. El papa se preocupó por incluir a grupos que antes estaban muy excluidos, como pueden ser las mujeres o las personas LGTBI. Y por eso mismo no sé muy bien si un cambio muy radical de este tipo de enfoques sería aceptado por las bases de la Iglesia. Eso se está viendo en la reacción a la muerte del papa, que tiene mucho que ver con qué tipo de Iglesia se está pidiendo”, comenta.

Por todo ello, piensa Larrabeiti, y aunque la influencia política de la Iglesia es clara, la elección de un pontífice responde a muchos más factores que al auge de una ideología en un momento determinado. “Los tiempos de la Iglesia son diferentes a los del resto de instituciones. El pontificado de Francisco duró 11 años, pero algunos pueden llegar incluso a los 20, eso no es comparable al de ningún otro dirigente político. Por tanto, harían mal los cardenales en elegir a un papa en base a que Trump gobierna en Estados Unidos ahora o algunos partidos ganan las elecciones. No sabemos donde estará el magnate en un año y medio con las elecciones de mitad de mandato o lo que pasará en 10 años”, cree Larrabeiti.

Así, según los expertos, los cardenales se harán la pregunta de en qué lugar le toca estar la Iglesia en el mundo y, ya en base a eso, decidir si se ubican más en una línea reformista como la de Francisco o, si por el contrario, vuelven a una dinámica más conservadora. Aun así, remarcan, los cónclaves son tan imprevisibles y secretos que nunca terminan por conocerse los verdaderos motivos de las elecciones de los cardenales. Y, además, casi siempre se cumple una máxima que va en contra de las apuestas: en un cónclave, quien entra papa, sale cardenal y quien entra cardenal suele salir papa.

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