En enero de 2008, el terrorismo recorrió Europa como un fantasma. A mediados de mes, un hombre subió a un tren en París, viajó toda la noche y amaneció en Barcelona, donde catorce inmigrantes fueron detenidos tres días después, acusados de querer atentar contra el metro de la ciudad. El viajero de París, aunque la sentencia afirma que había sido enviado por Al Qaeda, no fue detenido. Cuando reapareció, ya era testigo protegido y tenía un nombre en código: F1. Ahora, el hombre que oficialmente evitó que se repitiera la tragedia del 11-M se revela como un delincuente perfecto. Es uno de los traficantes de personas más buscados de Pakistán, pero ni siquiera puede publicarse su identidad actual.
Los hechos desmienten la versión oficial. La red de financiación de Al Qaeda de la que F1 juró formar parte nunca existió y una de las personas que señaló como tesorero resulta ser un discapacitado mental. F1 tampoco llegó a Barcelona enviado desde los campos yihadistas de Pakistán, como se dio a entender durante el proceso. Había dejado Islamabad siete meses antes, después de que la policía pakistaní empezara a investigarlo por tráfico de inmigrantes. Era junio de 2007 y F1, residente en Francia, colaboraba también con los servicios secretos franceses desde hacía al menos dos años.
Asim Iqbal, como F1 se llamaba hasta que llegó a Barcelona, es un pakistaní de 42 años, 1,80 de alto y piel clara. “¿Cómo habéis conseguido mi dirección?”, fue lo primero que preguntó cuando hablamos con él por teléfono. Horas después, delante de su nueva casa, saludó hablando en inglés, como ante el tribunal, aunque esta vez sin micrófono y de cara. Calvo, con enormes orejas y los dientes salidos, comentó que desde que declaró contra los 11 acusados de querer atentar contra el metro de Barcelona, lleva una vida tranquila como una balsa de agua. “Vosotros sois como una piedra arrojada en ese estanque”, dijo. Los dos reporteros estaban llamado a su puerta a finales de 2014, casi siete años después del atentado fantasma de Barcelona.
Las víctimas, testigos y documentos de la actividad como traficante de personas de F1 se acumulan desde Europa a Pakistán, sin que de momento hayan alterado la nueva vida del delincuente en Inglaterra, según esta investigación publicada conjuntamente por infoLibre y El Periódico de Catalunya. Traficante de personas, estafador y moroso pendiente de embargo, Asim vive bajo el paraguas de su nueva identidad obtenida en tanto que testigo protegido. A falta de pruebas, la justicia española le otorgó esa condición a cambio de que testificara contra los 11 inmigrantes del Raval condenados en 2009.
Asim Iqbal, conocido como 'F1' durante la investigación en la que fue testigo protegido.
Falso testigo
Cantata, según la RAE, es una composición “escrita para que se le ponga música y se cante” y es el nombre policial con que se bautizó la operación de Barcelona. Su principal artífice, el hombre del tren, produjo un relato espectacular. Además del metro, los supuestos planes terroristas incluían atentados en “Alemania; y si no se accedía [a las condiciones de los terroristas] habría uno en Francia; si no se accedía, uno en Portugal y, si no se accedía, atacarían Inglaterra”.
Eso contó, con notable pulso dramático, Asim, el autodenominado terrorista suicida llegado desde París y que decía haberse arrepentido en el último momento. En cambio, no explicó qué condiciones habrían de cumplirse para evitarlos. La cadena europea de atentados resultó también un bluff. Los 11 inmigrantes del Raval fueron condenados a partir de este falso testigo que, presentándose como miembro de Al Qaeda, actuaba en verdad como agente encubierto.
Hoy tiene DNI español con una identidad legalmente protegida, por lo que usamos su nombre de cuna. Asim vive en una casa con el tejado a dos aguas, en una pequeña ciudad residencial inglesa. Era una tarde de noviembre, caían unas gotas como globos y nos invitó a subir a su coche. Le propusimos ir a la cafetería de un centro comercial cercano. Anocheciendo, y después de girar para embocar la calle anterior, dijo que prefería hablar en el parking trasero, dentro del coche. Aparcó el Renault Scénic y apagó las luces.
“He tenido muchos problemas familiares”. “En verdad habéis tenido suerte de que esta familia tenga mi número”, dijo, dando a entender que él y su familia ya no vivían allí, pero contradiciendo lo que poco antes había admitido por teléfono y el rastro documental que lo evidencia. Él sí vive en esa casa, con su mujer y sus tres hijos, según el registro electoral inglés, que llevan su mismo nuevo apellido.
En noviembre de 2009, protegido de la vista del público por un estor, contó al tribunal que había sido miembro de Al Qaeda durante tres años. “El primer año y medio llevando dinero a diferentes países de Europa. El último año y medio, me enviaron varias veces a Pakistán y Afganistán a campos de entrenamiento [terrorista]”, declaró. El 15 de enero de 2008, según añadió, había sido enviado desde París a Barcelona para atentar contra el metro junto a una supuesta célula del Raval. “El tribunal considera probado que los hechos ocurrieron tal y como el testigo relata”, sentenció la Audiencia Nacional.
Sin embargo, el relato de Asim, como ya adelantaron infoLibre y Mediapart, es en gran parte falso y según la fiscalía, no era miembro de Al Qaeda, sino que actuaba como “agente encubierto de un tercer país”. Así lo reconoció el fiscal, Vicente González Mota, aunque en privado y después del juicio, según un cable diplomático revelado por Wikileaks años después. “Yo sigo bajo protección”, advierte ahora el falso terrorista. Sobre los siete años transcurridos, asegura: “me mantengo callado y soy feliz”.
El 19 de enero de 2008, la Guardia Civil, alertada por el Centro Nacional de Inteligencia, irrumpió de madrugada en un par de mezquitas y domicilios del Raval. (Asim había contactado previamente con los servicios de inteligencia franceses, que a su vez habían avisado al CNI.) Los guardias civiles entraron buscando nombres: “No se conocían las fisonomías de esas personas”, declaró el coordinador de la Operación Cantata.
La mayoría vivían y trabajaban desde hacía años en Barcelona. Diez de los once condenados cumplieron sus seis años de cárcel en enero de 2014. Salvo Mohamed Ayub, un jubilado de nacionalidad española que vive desde los años setenta en el Raval –donde abrió la primera pastelería pakistaní de la ciudad–, los otros nueve fueron deportados a Pakistán e India, donde siguen reivindicando su inocencia. El supuesto líder fue condenado a ocho años y seguirá preso hasta 2016.
En marzo de 2008, la fiscalía española puso el relato de Asim sobre la mesa de varios colegas europeos reunidos en Madrid. Para los fiscales italianos, se trataba de “noticias de policía absolutamente inutilizables”, según consta en el sumario. Según la fiscal holandesa, en la reunión quedó “claro” que “se necesitaba prueba adicional”. Sólo las autoridades españolas dieron crédito a sus palabras.
Confidente encubierto
En París, antes de viajar a Barcelona, Asim vivió durante un tiempo en una casa de las afueras, enfrente de una sinagoga. “Cobraba la ayuda a la vivienda pero no pagaba el alquiler”, cuenta el propietario, T. Hussain, frente al jardín común que compartían. “Como había un solo contador y estaba en mi casa, le dije que si no se iba le cortaba el agua”. “Era muy hábil para liar a la gente”, explica Hussain, francés de origen pakistaní, que recuerda cómo la mujer de Asim colaboraba también a la hora de ganarse la confianza de las familias inmigrantes en busca de papeles.
Un empresario pakistaní, residente en Francia desde los años setenta y que conoció de cerca a Asim y su familia, subraya también esa colaboración de la esposa. La mujer tiene hoy 37 años. “Era todo lo contrario a una mujer con velo”, según el propietario: “pelo corto, pantalón estrecho y tacones; una mujer moderna, si quieres”, dice. “Asim decía que tenía un cuñado en la marina pakistaní, pero yo creo que no tenía estrictamente nada”, añade.
Pero Asim no siempre mentía. Uno de los hermanos de su mujer fue oficial de la marina pakistaní durante 22 años, según él mismo destaca en su perfil de Linkedin. Uno de los inmigrantes estafados por Asim lo confirmaba hace un par de meses en una tetería al norte de París: él mismo fue a ver al cuñado en persona. Es un albañil pakistaní que pagó 6.000 euros a Asim para que ayudara a su hermano a entrar en Francia en 2006. Su hermano nunca pudo emigrar y al albañil –desaparecido Asim– no se le ocurría otra forma de reclamar su dinero, dice, así que se fue a buscar al cuñado militar. Y lo encontró.
El cuñado militar, Asad Q., se jubiló de la marina a finales de 2008 y dirige ahora su propia compañía de seguridad privada en Islamabad, donde descolgó el teléfono el mes pasado. Especializado en la prevención de ataques terroristas, dijo que lleva “los últimos 10 ó 15 años (..) operando en las zonas del norte de Pakistán”, incluida “Waziristán”. Asim dijo haber entrenado allí como yihadista durante un año y medio.
Cuando le preguntamos por Asim, Asad Q. negó conocerlo y que fueran cuñados, algo confirmado por Asim dentro de su coche y por numerosos perfiles online. “¿Por qué llamáis a Pakistán? Investigad a partir de la gente de Inglaterra, o de la de España. ¿Para qué me queréis a mí?”. Asad colgó sin despedirse.
Cuando el albañil pakistaní, residente legal en Francia desde hace una década, fue a verlo, Asad no quiso saber nada de las deudas de Asim. El albañil, con un refresco entre las manos, explica su impotencia. A las características del delito, en que la víctima participa a sabiendas y entrega el dinero sin registro, se añade la doble baraja del delincuente: “¿si no puedo confiar en la policía, en quién voy a confiar?”, dice señalando el otro lado de la calle. Asim, mientras traficaba con papeles, colaboraba con los servicios secretos. Al menos con los franceses.
Él lo negó en el juicio –“jamás en mi vida”, declaró– y sigue negándolo. En el parking, dentro del coche, dice que quienes así lo publicaron, desde El Periódico de Catalunya a The New York Times, mienten: “No podemos decirles no escribas esto o lo otro”. ¿Mentía también el fiscal González Mota cuando lo reconoció ante la embajada americana en enero de 2010? “Qué puedo decir yo… les dije todo lo que sabía”, responde. Y pide tiempo: “Necesito un día más para pensar sobre esto”.
Asim, electricista esporádico, tenía permiso de residencia al año de su entrada oficial en Francia. En la tetería de París se sentaba otro inmigrante estafado, Nadeem. Asim lo condujo a Italia prometiéndole la regularización en 2006, aunque en vano. Finalmente, le consiguió un contrato mediante una empresa de otro de sus cuñados, éste afincado en Lisboa, a cambio de 1.500 euros. Meses después, el gobierno portugués comunicó a Nadeem que el contrato era falso.
Permiso de residencia en Francia de Asim.
En sus declaraciones de la operación Cantata, Asim usó datos y nombres de ese viaje a Italia (el de Nadeem y el de un conocido de ambos, Tariq, entre otros) para describir una red de financiación terrorista que nunca existió. A pesar de que aseguró que en París residía el jefe de Al Qaeda que lo había enviado a Barcelona, Francia nunca dio curso a su relato. Nadeem y Tariq no han sido ni siquiera interrogados al respecto.
Traficante de papeles
La red de financiación que describió unía varios países europeos y despuntaba en el norte de Italia. Como tesorero, señaló al imán de un pueblo cercano a Brescia, que estaba bajo seguimiento y cuya fotografía había sido remitida por la fiscalía italiana a Madrid. Pero no supo dar el nombre del hombre al que, según declaró, habría entregado hasta tres millones de euros al año.
Sí nombró, sin embargo, al supuesto ayudante del tesorero, Abdelwahab, un marroquí que hoy tiene 48 años. Abdelwahab, epiléptico, tuvo un accidente laboral en 2003 que le dejó graves secuelas físicas y psíquicas, según la seguridad social de Turín, donde vive. Condenado en dos ocasiones por hurto, según su abogada, hoy está procesado por intentar robar una cartera en un mercado. Varios vecinos de Gardone, el pueblo cercano a Brescia, comentan que “no está bien de la cabeza”.
La noche del parking, cuando le preguntamos por estas dos personas a las que, según declaró, habría entregado hasta 100.000 euros, “entre 20 y 30 veces por año”, Asim dijo primero que no las conocía. Luego, que no las recordaba. Tampoco el pueblo que en varias ocasiones señaló como escenario de esos encuentros. “Os he dicho que no recuerdo nada y por esa razón es mejor que hablemos mañana.”
Abdelwahab, visitado en su domicilio de Turín, sí lo recuerda a él. “De la mezquita de Gardone, aunque lo vi solo un par de veces”. Abdelwahab tiene hoy un permiso de residencia concedido por el gobierno italiano por motivos humanitarios, a partir del informe elaborado por uno de los dos centros de salud mental a los que acude. La Guardia Civil terminó abandonando la pista italiana, según un informe del sumario.
En julio de 2006, Asim y su familia habían dejado la casa con deudas al norte de París. La familia se mudó al entresuelo de un edificio en un complejo HLM (Vivienda de Alquiler Moderado, por sus siglas en francés). En septiembre, el banco empezó a reclamarle también cheques sin fondos que había firmado y a finales de mes acumulaba 2.300 euros de descubierto en una cuenta del Banque Nationale de Paris.
La jubilada francesa del piso de al lado cuenta que apenas tenía contacto con él y su familia. El empresario, el propietario de su anterior casa y el albañil estafado, entre otros, recuerdan que a las puertas del piso solían encontrarse a otros compatriotas preguntando también por Asim. Su actividad como conseguidor de papeles era un secreto a voces, pero también empezaba a rechinar un rumor entre dientes: Asim cogía el dinero y no cumplía su parte del trato.
Es entonces, supuestamente, cuando habría empezado a viajar a los campos yihadistas de Afganistán y Pakistán. “Muchas veces, cuando me enviaban allí, me hacían volver tras 20 días o un mes”, declaró ante el tribunal.
Según el registro del control de fronteras de Pakistán, Asim aterrizó tres veces en la capital del país. Estuvo seis días en agosto de 2006, luego 18 en navidades y la tercera, en febrero de 2007, permaneció cuatro meses. Las tres denuncias contra él en el Red Book de los traficantes de personas más buscados de Pakistán se refieren a hechos ocurridos en esa primavera de 2007 en Islamabad. Las tres señalan que ofrecía Italia como destino laboral.
Historial de entradas y salidas de Asim en Pakistán.
Según la primera, el denunciante le pagó 450.000 rupias pakistaníes (unos 5.500 euros de entonces), en presencia de un testigo. “El [falso] permiso de trabajo había sido proveído por D. Asim Iqbal”, se lee. El acta policial cita como evidencia una carta de la embajada italiana en Islamabad, fechada el 6 de junio de 2007.
Una semana después, Asim salió del país por una frontera terrestre con Irán –“estoy en la Lista de Control de Salidas”, admite durante la entrevista. Contra lo que dio a entender durante el proceso, Asim abandonó Pakistán mucho antes de llegar a Barcelona en enero de 2008. Siete meses antes, de hecho, aunque esto no constó en la investigación judicial.
Desde entonces, está en busca y captura en su país. Pero bajo su vieja identidad, cancelada de facto por el gobierno español, por lo que difícilmente será detenido.
Según él, todo se debe a una conspiración: “En Pakistán puedes conseguir cualquier cosa con dinero”, dice, insinuando que alguien habría pagado para inscribirlo entre los traficantes más buscados. ¿Y Nadeem y Tariq –los supuestos miembros de Al Qaeda que “fundamentalmente” movían el dinero con Asim– también forman parte de la conspiración? “Otra vez estás hablando del tema que tenemos que hablar mañana”, responde.
Una mentira práctica
El papel de Asim, su identidad misma, está en función de que niegue, contra toda evidencia, lo que el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, tampoco puede reconocer hoy. ¿Usted sabía que era un agente infiltrado? “Si lo sabía o no eso no es el tema. Yo no puedo decir eso, ¿sabes? No te lo puedo decir”, explica Rubalcaba por teléfono desde su despacho en la Universidad Complutense.
Tampoco lo podía decir el fiscal, González Mota, porque de ello dependía que el proceso pudiera seguir adelante. La figura del “agente infiltrado“ sólo está contemplada para agentes españoles: “es incuestionable que F1 no integra la figura legal denominada “agente encubierto” (...) porque no es miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado”, sostuvo el Supremo en su sentencia de diciembre de 2010.
Y sin embargo, actuaba como tal, según el propio Mota reconoció ante el embajador americano después del juicio. El presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, asegura que no lo sabía. “Cuando yo sé que un testigo protegido está mintiendo, lo escribo en la sentencia y tiene sus consecuencias legales”, declaró a infoLibre el año pasado. Javier Martínez Lázaro y Manuela Fernández de Prado completaban el tribunal.
Quien sí lo reconoce es el entonces agregado de Interior de la embajada francesa en Madrid, Michel Zueras, que recuerda cómo el caso provocó tensiones entre ambos gobiernos: “Hubo un problema bastante importante. Francia se enfadó porque tuvieron que revelar su identidad”, cuenta por teléfono. F1, en efecto, admitió en el juicio que su nombre real era Asim Iqbal, aunque no trascendieron otros detalles sobre su identidad ni sobre su actividad como traficante de personas.
Desde 2008, Asim vivió en España varios años. En su BMW rojo, comprado de segunda mano en Europa y rematriculado en España, se saltó un semáforo en Lérida el año pasado. Durante cuatro años, faltó al pago del impuesto de matriculación, por lo que tiene un embargo judicial pendiente en Galicia, donde vivió un tiempo. Es improbable que nada llegue a ningún puerto.
Los estafados, los señalados y condenados, desde el enfermo de Turín al jubilado de Barcelona, pasando por los sin papeles de Francia, no parece que puedan emprender ninguna acción judicial seria. Los deportados a Pakistán e India, tras denunciar su caso en ruedas de prensa, se encomiendan a su nuevo abogado, un pakistaní residente en Inglaterra, Jan Khan, seguidor de la doctrina Tabligh, como la mayoría de los condenados, y que trabaja de forma voluntaria, sin cobrar.
“Mañana hablaremos de esto”, se fue diciendo Asim, con la noche cerrada. Pero al día siguiente, sábado, no descolgó el teléfono. El domingo seguía lloviendo y tampoco abrió la puerta de su casa, donde, a pesar de los dos coches aparcados en la entrada y de los paraguas bocabajo junto a la puerta, nadie respondió al timbre. Al tercer intento, el Renault Scénic había desaparecido y su mujer deslizó un post-it con una dirección de correo electrónico de Asim. No ha respondido al mail que le enviamos.
Un mes después, en la cuenta de Facebook de su hija, se le pudo ver la cara. Aparecía junto a sus tres hijos —la chica, de 12 años, y los dos chicos de 16 y 18— de pie, rodeando a una mujer sentada en el centro, con velo, un abrigo abotonado, guantes y bolso negro. Por detrás, con gafas de sol y abrazando a sus hijos, Asim sacaba la cabeza sonriendo. La cuenta fue desactivada días después.
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Andrés Aguayo colaboró en esta investigación
periodística desde Madrid.
En enero de 2008, el terrorismo recorrió Europa como un fantasma. A mediados de mes, un hombre subió a un tren en París, viajó toda la noche y amaneció en Barcelona, donde catorce inmigrantes fueron detenidos tres días después, acusados de querer atentar contra el metro de la ciudad. El viajero de París, aunque la sentencia afirma que había sido enviado por Al Qaeda, no fue detenido. Cuando reapareció, ya era testigo protegido y tenía un nombre en código: F1. Ahora, el hombre que oficialmente evitó que se repitiera la tragedia del 11-M se revela como un delincuente perfecto. Es uno de los traficantes de personas más buscados de Pakistán, pero ni siquiera puede publicarse su identidad actual.