Joe Biden es el presidente electo de los Estados Unidos y, si ninguna argucia del saliente, Donald Trump, lo impide, en enero sacará al país de la senda del negacionismo del cambio climático. El republicano se ha definido, entre otros ámbitos, por rechazar la importancia y el origen humano del calentamiento global, sacar a la nación del Acuerdo de París, eliminar trabas ambientales y apoyar a los combustibles fósiles. El demócrata no solo ha hecho campaña representando lo opuesto al magnate populista, sino que cuenta con una extensa agenda climática que ha despertado las esperanzas de la acción climática global. Sin embargo, contará con obstáculos: su acción legislativa dependerá de las mayorías de un Senado que solo aspira a empatar. Y con limitaciones: ha prometido que EEUU será neutra en carbono para 2050 (compensando lo que emita), pero no ha puesto cifra a las metas a corto plazo, de 2025 y 2030, vitales para poner al país en el buen camino.
Estados Unidos es el segundo país que más CO2 emite del mundo, en términos absolutos, y el quinto en relación a su población: solo superado por los países petroleros del Golfo Pérsico. Una acción climática poderosa del país son buenas noticias para todo el planeta y malas para un cambio climático que no entiende de fronteras –pero sí de desigualdades–. Superado el match ball, y asumiendo que Joe Biden será el 46º presidente de la nación de las barras y las estrellas, toca analizar hasta dónde quiere llegar la ambición de Biden, hasta dónde puede llegar y hasta dónde debería llegar. El presidente electo ha prometido buscar la neutralidad climática para 2050, en el mismo sentido que la Unión Europea y otros muchos países. No implica emitir 0 gramos de dióxido de carbono, sino emitir tan poco que lo expulsado sea compensado por técnicas de absorción de CO2 de la atmósfera, ya sea artificiales o naturales –como los árboles–. Los expertos han echado cuentas y han concluido que, de cumplir el demócrata su objetivo y China el suyo, postergado a 2060, el mundo tendría más de un 60% de posibilidades de no superar el grado y medio de calentamiento a finales de siglo, el objetivo del Acuerdo de París.
Pero también consideran que es más importante poner a corto plazo al país en la dirección correcta, dibujando unos objetivos fuertes cinco y diez años vista, que hacer una promesa de cara a un futuro más lejano en el que Joe Biden no vivirá y el contexto político, económico y social puede ser muy distinto. "Lo que suceda en los próximos cinco años es más importante que la neutralidad de carbono", aseguró a Climate Home News un dirigente del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, siglas en inglés), una de las organizaciones ambientales más poderosas de Estados Unidos. Otra de ellas, el Instituto de Recursos Mundiales (WRI, siglas en inglés), ha estimado que Estados Unidos debería reducir dentro de diez años un 45% o un 50% sus emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a 2005. La primera cifra, explican, "es lo mínimo consistente con el objetivo del Acuerdo de París". La segunda "haría más para ayudar a Estados Unidos a reestablecer una posición de liderazgo en las negociaciones internacionales".
Pero WRI apunta al principal escollo que puede tener Biden a la hora de establecer metas a corto plazo: el Senado. El poder legislativo de Estados Unidos recae en el Congreso, dividido en la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata y con representación de los Estados por población, y el Senado, donde dichos Estados tienen el mismo número de representantes y donde Biden solo puede aspirar a empatar –aún no ha terminado el recuento y en algunas zonas habrá segunda vuelta–. En caso de equilibrio entre los dos partidos, desempataría la vicepresidenta, Kamala Harris. Es el mejor de los escenarios. En el peor, cobra especial importancia el líder de los republicanos en la cámara, Mitch McConnell, que marcará el sentido del voto de sus compañeros de bancada.
Los más optimistas creen que sus buenas relaciones con el presidente electo, cultivadas en la época de senador del demócrata, pueden ayudar. Los más pesimistas opinan que la base electoral del partido conservador empujará para rechazar cualquier avance climático. Así lo explica la CNN, que cita declaraciones del senador de Utah Mitt Romney, habitual crítico de Trump: "Está bastante claro que no quieren el Green New Deal.Green New Deal No quieren impuestos más altos. No quieren deshacerse del petróleo, el gas y el carbón. Cualquier argumento en contra se encontrará con mucha resistencia del pueblo estadounidense y de los miembros del Congreso".
El programa electoral de Joe Biden reconoce la necesidad de objetivos cortoplacistas, pero, a diferencia de la prometida neutralidad climática para mitad de siglo, no da cifras, quizá anticipando que será una dura batalla. Su página de campaña llama a "establecer un mecanismo de aplicación para lograr emisiones netas cero a más tardar en 2050, incluido un objetivo a más tardar al final del primer mandato de Biden en 2025 para garantizar que lleguemos a la línea de meta". Su agenda se basa en el Green New Deal, el concepto revitalizado por el ala izquierdista del partido demócrata Green New Dealy, que a semejanza del New Deal original de Roosevelt para salir de la Gran Depresión, apuesta por una gran inversión pública enfocada, sobre todo, en el sector energético, para reducir la huella ambiental del país mientras se generan empleos de calidad y se evita que los sectores más vulnerables sufran los impactos de la transición.
El poder ejecutivo de Joe Biden
Lo principal y prioritario tendrá que pasar por el Senado: así funciona la separación de poderes de una democracia funcional. Pero el presidente de los Estados Unidos tiene margen para hacer y deshacer al margen del Congreso. En primer lugar, se da por hecho que Estados Unidos volverá al Acuerdo de París, el histórico pacto firmado en la cumbre del clima de 2015, que fija como objetivo para el planeta dejar el calentamiento global en, como mínimo, dos grados a finales de siglo. También podría "comprometerse de nuevo con el Fondo Verde por el Clima", un mecanismo de apoyo a los países menos desarrollados para que aborden sus transformaciones, "impulsar la prohibición mundial de los subsidios a los combustibles fósiles y pedir a otros países que fortalezcan la ambición climática. También podría restablecer y fortalecer los reglamentos ambientales que fueron desmantelados bajo la Administración Trump, exigir la adopción de energía limpia y restringir el desarrollo de energías sucias", explica una fuente experta en negociaciones climáticas.
El programa del presidente electo, además de una inversión masiva en renovables, promete impulsar el vehículo eléctrico en un país enormemente dependiente de las cuatro ruedas, abordar la adaptación al calentamiento global y la recuperación de la biodiversidad, apostar por la eficiencia energética y mantener la energía nuclear, libre de CO2 pero no exenta de impactos ambientales, como parte del mix energético de Estados Unidos. Recetas habituales de cualquier candidato mínimamente progresista en un contexto de emergencia climática. Pero llama la atención una promesa en concreto: denunciar y señalar a los "climate outlaws", un término que puede ser traducido como malhechores, bandidos, forajidos, delincuentes o criminales. climate outlawsmalhechoresbandidosforajidosdelincuentescriminales
El cambio climático es uno de los principales temas de conversación en el multilateralismo: es un fenómeno global que requiere de soluciones globales y en las que nadie quiere dar un paso adelante si teme quedarse solo. Y Joe Biden no necesitará la aprobación del Congreso para apretar las tuercas a los habituales incumplidores, aunque las regañinas suelen surtir más efecto en las cumbres del clima si previamente se hacen los deberes en casa. El presidente electo promete "adoptar nuevas y sólidas medidas para evitar que otros países hagan trampa en sus compromisos climáticos. Ya no podemos separar la política comercial de nuestros objetivos climáticos. Biden no permitirá que otras naciones, incluida China, jueguen con el sistema convirtiéndose en economías de destino para los contaminadores, socavando nuestros esfuerzos climáticos y explotando a los trabajadores y empresas estadounidenses".
"Incluida China"
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El "incluida China" tiene su miga. El gigante asiático no tenía muchas esperanzas puestas en que una victoria del demócrata destensara demasiado las relaciones con su principal competidor en la hegemonía mundial. El país es el primer emisor de CO2 en términos absolutos y, si bien ha prometido ser neutra en carbono para 2060, también está inmersa en un programa de renovación de sus centrales de carbón, altamente emisoras, para estimular la recuperación económica tras el tsunami del covid y ganar en soberanía energética ante un futuro lleno de curvas.
Pero no es el único país en el que Biden podría fijarse: Australia, antiguo aliado económico y diplomático del país americano, se ha negado repetidamente a aumentar su ambición, a pesar de que los incendios forestales fortalecidos por la crisis climática han arrasado recientemente la isla. El presidente electo también ha atacado con dureza al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, compañero de filas de Trump en el populismo ultraderechista, y su campaña para acabar con la Amazonía a golpe de desregularización. El líder del país latinoamericano podría despedir a su ministro de Medio Ambiente, informan los medios brasileños, para suavizar las relaciones con la administración entrante. Otras naciones con pocas ganas de luchar contra el cambio climático podrían estar en el punto de mira del demócrata: Rusia, viejo rival, los vecinos de México o Indonesia, cuyos apoyos descarados a los combustibles fósiles han levantado protestas en todo el país.
Muchos líderes mundiales, sin embargo, han citado la política medioambiental como parte de los deseos de un buen entendimiento entre Estados Unidos y sus países. Así lo hizo el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson: uno de los primeros que telefoneó a Biden y reconoció su victoria. El país acoge la próxima COP26 en Glasgow, trasladada a diciembre de 2021 por la pandemia. Los dirigentes de Fiji y de Maldivas, países insulares en serio peligro de ser consumidos por las aguas, celebraron específicamente el compromiso climático del demócrata. Pero no solo se trata de un esfuerzo por salvar al planeta del caos climático: también se trata de resguardar al propio país norteamericano de los peores efectos del calentamiento global. Ya se perciben con claridad: la campaña de huracanes del Atlántico de este año ha batido récords. "Partes del sur de Luisiana fueron devastadas por el huracán Laura a fines de agosto, que trajo vientos de 150 mph e inundaciones severas que cobraron 42 vidas, solo para luego ser golpeadas nuevamente por el huracán Delta y el huracán Zeta el mes pasado", explica The Guardian. Hay poco tiempo y mucho por hacer.
Joe Biden es el presidente electo de los Estados Unidos y, si ninguna argucia del saliente, Donald Trump, lo impide, en enero sacará al país de la senda del negacionismo del cambio climático. El republicano se ha definido, entre otros ámbitos, por rechazar la importancia y el origen humano del calentamiento global, sacar a la nación del Acuerdo de París, eliminar trabas ambientales y apoyar a los combustibles fósiles. El demócrata no solo ha hecho campaña representando lo opuesto al magnate populista, sino que cuenta con una extensa agenda climática que ha despertado las esperanzas de la acción climática global. Sin embargo, contará con obstáculos: su acción legislativa dependerá de las mayorías de un Senado que solo aspira a empatar. Y con limitaciones: ha prometido que EEUU será neutra en carbono para 2050 (compensando lo que emita), pero no ha puesto cifra a las metas a corto plazo, de 2025 y 2030, vitales para poner al país en el buen camino.