La catedral de Santa Sofía y los monasterios de las Cuevas, la ciudad antigua de Lviv, las tserkvas o los bosques de los Cárpatos. La Unesco declaró estos siete lugares de Ucrania como Patrimonio de la Humanidad. El patrimonio cultural siempre se ve dañado por la guerra. Puede ser de forma intencionada, o no, pero las bombas y los disparos no distinguen entre monumentos, estatuas o cuadros. La guerra en Ucrania comenzó el pasado 24 de febrero, cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó la invasión del país. Desde entonces, numerosas ciudades ucranianas han sido arrasadas, como Mariúpol, Kiev, Irpín o Chernígov.
Muchos lugares han sufrido daños, en especial la ciudad de Járkov, la segunda más grande de Ucrania. Allí, el teatro Estatal de la Ópera y el Ballet, el monumento al Holocausto, la catedral de la Asunción, o Plaza de la Libertad en Járkov –la novena plaza más grande del mundo– han sufrido las consecuencias de las bombas rusas. O el Museo de María Primachenko, la artista ucraniana que cautivó a Picasso y que se encuentra entre las más importantes del país. El domingo 27 de marzo, los bombardeos hicieron que más de 20 de sus obras se pierdan para siempre. En Kiev, decenas de estatuas han sido protegidas con sacos de arena para intentar que no se destruyan. El museo de antigüedades de Chernígov, el teatro de Mariúpol y el museo Nacional Andrey Sheptytsky de Lviv –donde se encuentra una Maja de Goya y un San Jerónimo de José de Ribera, trasladados ahora a un búnker– han sido también atacados.
Pero la destrucción del patrimonio cultural, y su protección, no es algo del siglo XXI. Ya a finales del siglo XIX se intentó preservar los bienes culturales a través de la Conferencia de Bruselas de 1874 o las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907. Pero, pese a estos esfuerzos, cualquier conflicto desarrollado en territorio europeo, como es el caso de la invasión de Ucrania, ha sufrido las consecuencias de esta destrucción. “El siglo XX y, desgraciadamente, también el XXI nos aporta demasiados ejemplos y no sólo los clásicos de la II Guerra Mundial y las acciones expoliadoras y/o destructoras del patrimonio cultural europeo”, asegura Glòria Munilla, catedrática de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya.
¿Qué puede significar la desaparición de su patrimonio para un pueblo? “Contribuirá desde la perspectiva rusa al aniquilamiento del pueblo ucraniano”, afirma Glòria Munilla. La historiadora del arte Nuria Poncel concuerda con la catedrática: "Si despojamos a un pueblo de su patrimonio en el que se ve reflejado, representado y del que se siente orgulloso, es inevitable que te acabes llevando parte de su identidad". La historia demuestra que lo que están haciendo las tropas rusas es un patrón. En la guerra de Bosnia (1992-1995), la destrucción de la biblioteca de Sarajevo se convirtió en uno de los símbolos de la barbarie. “Esa imagen contribuyó de una forma u otra al acercamiento y la concienciación de la ciudadanía respecto a lo que significaba el conflicto y lo que se pretendía”, añade la catedrática Glòria Munilla. Otro caso más reciente sucedió en 2012, cuando la histórica Ciudad de los 333 Santos, conocida como Tombuctú, en Malí, fue arrasada por la filial magrebí de Al Qaeda y el grupo rebelde Ansar al Dine durante la revolución tuareg.
La aniquilación de la identidad
No solo hay que resaltar qué significa la destrucción del patrimonio cultural, sino también el porqué. Los conflictos y los ataques bélicos tienen un único objetivo: la aniquilación de la identidad de un pueblo. Pero es importante destacar que no es lo mismo su destrozo como daño colateral de un ataque, con el aniquilamiento sistemático y consciente del patrimonio de una cultura. “Después del ser humano y su situación en tiempos de conflicto, el patrimonio es la herramienta fundamental para atacar precisamente las bases culturales e identitarias de un grupo cultural”, explica Glòria Munilla. La Unesco, el organismo de Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, respalda las palabras de la catedrática pues considera que acabar con los monumentos y la representación artística de esta forma es llevar a cabo campañas deliberadas de “limpieza cultural” destinadas a la destrucción del “ser inmaterial de los pueblos”.
Existe, además, una relación muy estrecha entre patrimonio e identidad. El concepto de patrimonio evidencia la identificación de un pueblo, una cultura con su patrimonio histórico y cultural. "Durante conflictos armados en los que se pretende acabar con un enemigo, el rival va a utilizar todos los elementos que tenga a su alcance para minar la moral de una población que se resista", asegura Nuria Poncel. Así pues, cuando las tropas rusas derriban un edificio, "es como atacar directamente la identidad de un pueblo, hiriendo sin remedio su espíritu que, en situaciones tan excepcionales como esta, es tan doloroso como la mutilación física".
Por otra parte, acabar con el patrimonio de una cultura tiene sus consecuencias. “La más inmediata es la pérdida real de monumentos y otras evidencias patrimoniales de la identidad cultural de un pueblo”, asegura Glòria Munilla. A todo ello hay que añadir el trabajo de reconstrucción, que no siempre es posible, y la pérdida económica que, según señala la catedrática, es muy importante “dado el alto valor del patrimonio como recursos económico y cultural de la sociedad”. Nuria Poncel, por su parte, considera que "no solo se va a perder un bien que daba beneficio económico a un país, sino que, además, estamos atacando directamente la personalidad, el legado y la herencia cultural de una civilización".
El comercio ilegal de arte no es solo cosa de series y películas
En un escenario de conflicto armado, la conexión entre el comercio ilegal del patrimonio y el mercado negro es indiscutible. “En cualquiera de los casos que queramos y podamos analizar, uno de los aspectos más destacados es precisamente esta conexión. Ejemplos de este tipo de financiación son muchos y de diferentes causas, pero siempre implican un componente de beneficio económico”, afirma Glòria Munilla. "De hecho, los expolios y saqueos durante las emboscadas se remontan hasta, posiblemente, el Imperio Romano. Sin embargo, empieza a ser un problema flagrante durante el siglo XIX", añade Nuria Poncel.
En el caso de Ucrania, la historiadora del arte Nuria Poncel explica que "se ha optado por la no devolución de su patrimonio que se encuentra en otros países, a la vez que se intentan proteger los monumentos a pie de calle de todas las formas posibles, intentando evitar lo que pasó en Nuremberg, Palmira o Bamiyan". En otros conflictos bélicos ha sucedido algo similar, aunque en un contexto diferente. En 2003, los museos de Irak fueron saqueados. Esto favoreció su entrada en el circuito ilegal de venta de un gran número de materiales arqueológicos, y, según explica Glòria Munilla, muchas obras de arte están “perdidas definitivamente dentro de las redes ilegales del mercado negro”.
Unesco ha instado recientemente a reforzar la cooperación entre los Estados, la Organización Mundial de Aduanas, el Consejo Internacional de Museos, las casas de subastas y las agencias policiales a nivel internacional para detener las redes de tráfico ilícito de obras de arte y que los bienes sustraídos de una zona de conflicto no sean vendidos por sumas millonarias. El Consejo de Seguridad aprobó en 2015 la Resolución 2199 para prohibir el comercio ilegal de bienes culturales procedentes de Siria e Irak. Sin embargo, la falta de armonización de las regulaciones nacionales todavía favorece lagunas legales que disminuyen la eficacia de las convenciones internacionales en esta materia.
Reconstrucción y desafíos pendientes
La reconstrucción de algunos lugares históricos, atacados durante las guerras, podría ser una posibilidad para no perder ese patrimonio. “Siempre es posible, pero dependiendo de la situación es más o menos compleja”, comenta Glòria Munilla. “Todavía en la actualidad, y después de tres cuartos de siglo del final de la Segunda Guerra Mundial, las consecuencias del saqueo de los tesoros artísticos europeos por la Alemania nazi continúan sin resolverse”, continúa la catedrática. El caso contrario es el de Francia, que ha creado unos fondos documentales destinados a la identificación de los propietarios legítimos de obras que forman parte de las colecciones nacionales francesas y, así, proceder a su devolución.
En la actualidad, existen planes de conservación patrimonial que, previniendo cualquier desastre, hacen modelos 3D de los monumentos para poder tener archivos detallados de estos por si fuera necesarios en el futuro. No obstante, Nuria Poncel tiene sus reservas en cuanto a la reconstrucción de estos lugares: "¿Qué sentido tendría recuperar en su totalidad un monumento/sitio histórico destruido, con un resultado 100% fidedigno, y ocultando al visitante que fue destruido durante un conflicto bélico?". Es la paradoja de Teseo, ¿hasta qué punto un objeto sigue siendo auténtico si se reemplazan todas sus partes? También que su reconstrucción significaría obviar una parte importante de la historia del país. "Borrar un suceso tan importante para un pueblo como son los estragos que deja tras de sí una guerra no tiene cabida en la concepción actual de patrimonio. Ese desastre y el resultado material que deja son muestras del paso del tiempo y de la vida de ese monumento/lugar histórico", explica Nuria Poncel.
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Por otro lado, otra de las propuestas más sonadas para cuidar del patrimonio cultural de un país durante la guerra, como el caso de Ucrania, es que otros países se hagan cargo de cuidar las obras. Pero esta iniciativa puede llegar a resultar problemática, pues cuando se ha llevado a cabo, ha sido en contextos históricos sin base legal para la preservación de ese patrimonio. “Entonces se interpretaba como una de las argumentaciones para defender esas acciones, que las instituciones que recibieron ese patrimonio expoliado garantizaban un nivel cultural superior y, por tanto, una mejor casuística para la conservación de ese patrimonio”, explica Glòria Munilla. Hoy en día, casi todos los países europeos, incluido España, poseen piezas de otros países que fueron traídas entre los siglos XVIII-XIX y XX. Pero este argumento, según afirma la catedrática, no podría utilizarse en la actualidad.
Las iniciativas de la ONU y la Unesco, por su parte, han demostrado que son ineficaces. La idea de qué es patrimonio es diferente en muchos países, y ahí empieza el problema. “Algunos dirigentes llegan a considerar dicha destrucción como un problema menor dentro de las tensiones políticas, sociales y económicas que les afectan, mucho más profundas y acuciantes que la conservación de las obras de arte”, sostiene Glòria Munilla.
El patrimonio cultural está siendo destruido durante las guerras como una forma de acabar con el enemigo. "Destruir monumentos y edificios, sin duda, deja un borrón en la historia de un pueblo", explica Nuria Poncel. Ucrania se suma a una larga lista de países que han sufrido esa aniquilación de su identidad, su historia y su cultura.
La catedral de Santa Sofía y los monasterios de las Cuevas, la ciudad antigua de Lviv, las tserkvas o los bosques de los Cárpatos. La Unesco declaró estos siete lugares de Ucrania como Patrimonio de la Humanidad. El patrimonio cultural siempre se ve dañado por la guerra. Puede ser de forma intencionada, o no, pero las bombas y los disparos no distinguen entre monumentos, estatuas o cuadros. La guerra en Ucrania comenzó el pasado 24 de febrero, cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó la invasión del país. Desde entonces, numerosas ciudades ucranianas han sido arrasadas, como Mariúpol, Kiev, Irpín o Chernígov.