El MR, el partido liberal francófono belga, anunció el fin de semana que el actual presidente del Consejo Europeo y ex primer ministro belga, Charles Michel, será su cabeza de lista al Parlamento Europeo en las elecciones continentales del próximo 9 de junio. Michel se adelanta así a su eterno amigo-enemigo Didier Reynders y muestra aspiraciones a otros altos cargos en la Unión Europea. Pero el movimiento de Michel, que fue recibido principalmente como una muestra de egoísmo por buscarse su futuro político personal antes que cumplir un mandato que llegaba hasta diciembre (y que casi nadie fuera de su entorno ve como un éxito), obliga a los líderes nacionales a adelantar el reparto de altos cargos que no tenían previsto empezar a estudiar al menos hasta julio y probablemente no acordarían hasta septiembre.
Michel se va, pero si el 16 de julio no hay un nuevo presidente o presidenta del Consejo Europeo ya elegido por los dirigentes nacionales, el papel lo asumirá el jefe del Gobierno del país que ostente la Presidencia semestral del Consejo de la Unión Europea, es decir, el húngaro Viktor Orban. Más allá de las diferencias ideológicas con la Hungría de Orban, los 26 saben que el húngaro en esa silla provocaría un bloqueo institucional que quieren evitar. Ver a Orban sentado de septiembre a diciembre en la silla del presidente del Consejo Europeo, mientras su aliado Vladimir Putin sigue bombardeando Ucrania y Donald Trump podría ser de nuevo en noviembre presidente estadounidense, es un escenario de pesadilla que ningún gobierno querría tener que enfrentar. Porque si el papel de las presidencias es limitado, sí pueden (y España jugó sus cartas muy bien en ese aspecto) mover unos temas y guardar otros, poniendo así por delante los dosieres que más le interesen.
Así que la solución es adelantar la elección del sucesor o sucesora de Michel, pero encajar el puzle de los altos cargos europeos es tan complejo (equilibrios regionales, ideológicos, de género) que tendrán que adelantar, aunque no sea oficialmente, todo el reparto de sillones.
Mientras Michel se busca un futuro político que su partido no parece garantizarle en la política nacional, desata una cascada de inconvenientes a los dirigentes nacionales, que difícilmente puedan esperar a ver el resultado electoral del 9 de junio para ponerse a hablar de nombres.
Michel ha servido para varias cosas para las que no estaba en principio destinado, como para hacer que su puesto perdiera importancia y lo ganaran los jefes de gobierno y sobre todo los representantes diplomáticos de los 27 en Bruselas reuniones en el Coreper, así como los ministros de Exteriores o de Asuntos Europeos cuando el Consejo de la UE se reúne en forma de Consejo de Asuntos Generales. Si la UE es más intergubernamental (más poder a los gobiernos) y menos comunitaria (menos a la Comisión), necesitará una persona con más peso en el Consejo.
Las cartas vuelven a la mesa. En las barajas aparecen varias caras. Por turno ideológico y regional debería ser alguien del sur y socialdemócrata. El sucesor de Michel debía ser el portugués Antonio Costa, pero su dimisión por un asunto de corrupción pone esa candidatura en duda. Tras Costa hay otros nombres, desde la primera ministra socialdemócrata danesa Mette Frederiksen hasta el liberal holandés Mark Rutte (que ya se postuló para la OTAN) o el belga (también liberal) Alexander de Croo, que no debería repetir como primer ministro después de las legislativas que se celebrarán el 9 de junio juntos a las europeas. Algunos llegan a poner en la lista de candidatos a Pedro Sánchez e incluso a un Mario Draghi ya retirado y que muchos dirigentes verían con malos ojos porque acapararía demasiado protagonismo. El socialdemócrata italiano Enrico Letta y la liberal estonia Kaja Kallas son otros citados normalmente.
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Los populares no tienen candidatos claros y si su apuesta sigue siendo la alemana Úrsula Von der Leyen para otro mandato de cinco años en la Comisión Europea se cerrarían las puertas del Consejo Europeo. Si fuera un socialista sí podrían aspirar al puesto de alto representante para la Política Exterior, el que sustituyera a Borrell. Y ahí aparecen varios populares, desde el polaco Radek Sikorski hasta el finlandés Alexander Stubb.
La rivalidad, que a nadie se le escapa, entre Michel y Von der Leyen, explica el anuncio del primero según algunos mal pensados en Bruselas. Michel habría pensado que si su puesto cae en un popular entonces Von der Leyen tendría casi imposible repetir en la Comisión, aunque parece un escenario de película de serie B.
España puede darse por satisfecha con el nombramiento de Nadia Calviño para la presidencia del Banco Europeo de Inversiones, que cierra la posibilidad de que otros españoles presidan otras instituciones. Pero podría aspirar a una de las tres vicepresidencias ejecutivas de la Comisión Europea si tras las europeas promueve a la vicepresidenta Teresa Ribera.
El MR, el partido liberal francófono belga, anunció el fin de semana que el actual presidente del Consejo Europeo y ex primer ministro belga, Charles Michel, será su cabeza de lista al Parlamento Europeo en las elecciones continentales del próximo 9 de junio. Michel se adelanta así a su eterno amigo-enemigo Didier Reynders y muestra aspiraciones a otros altos cargos en la Unión Europea. Pero el movimiento de Michel, que fue recibido principalmente como una muestra de egoísmo por buscarse su futuro político personal antes que cumplir un mandato que llegaba hasta diciembre (y que casi nadie fuera de su entorno ve como un éxito), obliga a los líderes nacionales a adelantar el reparto de altos cargos que no tenían previsto empezar a estudiar al menos hasta julio y probablemente no acordarían hasta septiembre.