El 15 de marzo de 2011 estalló un levantamiento pacífico de la población siria contra el presidente del país, Bashar al Asad. No era el único. Otros países de Oriente Medio y el norte de África –como Túnez, Egipto, Libia o Yemen– fueron también el escenario de manifestaciones similares de sus ciudadanos. Era lo que se bautizó como Primavera Árabe, la oleada de protestas en las que miles de personas se levantaron contra los gobiernos de sus países para reclamar más democracia y más derechos. Pero no todos estos levantamientos acabaron bien. Y no terminó en horror: Siria.
Se cumplen siete años del comienzo de una de las guerras civiles más brutales y sangrientas. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, el conflicto ha supuesto ya 511.000 muertes, de las que tan solo han sido identificadas 353.935. 106.390 son civiles, y entre ellos hay 19.811 menores. Otras 155.000 víctimas mortales todavía no han sido identificadas.
Esta situación ha provocado, a su vez, millones de desplazados. Concretamente, 5,6 millones de sirios se han visto obligados a abandonar sus casas y su país, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Entre ellos, hay 2,6 millones de niños que, principalmente, han buscado refugio en los países vecinos.
Dentro del país, el escenario todavía sigue siendo desolador: hay 13,2 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria, de los que 5,3 millones son menores. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el 69% de la población que todavía continúa en el país "languidece en la pobreza extrema". "La proporción de familias que gastan más de la mitad de sus ingresos anuales en alimentos ha aumentado hasta alcanzar el 90%, mientras que los precios de los alimentos son en promedio ocho veces más altos que los niveles previos a la crisis", informa la institución. "El hambre sigue siendo un arma de guerra", lamentó Víctor Velasco, jefe del equipo de Emergencias de Acción contra el Hambre.
De la Primavera Árabe a la guerra civil
Para entender el conflicto hay que remontarse al año 2011, cuando la oleada de protestas de la Primavera Árabe llegó a Siria. "Reclamaban justicia y libertades tras décadas de una dictadura que ostentaba el monopolio de los recursos", explica Leila Nachawati, profesora de comunicación y especialista en Oriente Medio, a infoLibre. "Pedían la apertura de un régimen muy represivo, con tintes totalitarios y sistemas de represión brutales contra la población", añade Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Mediterráneo y Oriente Medio en el Real Instituto Elcano, en conversación con este diario.
"Todo esto, en realidad, viene del golpe de Estado que dio el padre de Bashar al Asad, que impuso una dictadura militar. Cuando llegó el hijo, la población pensó que sería distinto, pero nos vimos envueltos en lo mismo", cuenta a infoLibre R. A, un hombre procedente de Damasco que huyó del régimen hace 35 años. Prefiere no dar su nombre, pues su mujer, refugiada, aún viaja a Siria.
La represión de esas "movilizaciones pacíficas", precisamente, fue la que recrudeció la situación. "Unos jóvenes hicieron pintadas contra el Gobierno al sur del país. Fueron detenidos, torturados y asesinados. Nadie se podía creer lo que había pasado", recuerda R. A. A partir de ese momento, los enfrentamientos entre los grupos opositores y el régimen del presidente, Bashar al Asad, se intensificaron. La población comenzó a pedir la salida de Al Asad del Gobierno, "siempre de forma pacífica", insiste. En cambio, el régimen respondió de la misma manera. "En cuanto había una manifestación, Al Asad enviaba al ejército contra la población. Si tenían que matar, mataban", lamenta.
Lo que se conoce como "oposición" –quienes desean la destitución del presidente– es, en realidad, una "amalgama de grupos, algunos de ellos yihadistas", según Amirah Fernández. Por ejemplo, el Estado Islámico o el Frente al Nusra, al principio afiliado a Al Qaeda y, más tarde, convertido en Tahrir al Sham –al que se unieron otros cuatro grupos islamistas–. Estos grupos, en cambio, surgen "de repente". "Nadie sabe de dónde salió el Estado Islámico. En Damasco hemos convivido siempre judíos, cristianos y musulmanes. Jamás ha habido ningún tipo de conflicto", recuerda R. A.
Al enfrentamiento interno se suma la "injerencia" de países vecinos "que han querido intervenir dentro del territorio sirio apoyando a distintos bandos enfrentados", explica Amirah Fernández. La confluencia de estos dos factores ha convertido al país en un polvorín que, a día de hoy, parece no tener fin. "El problema es que en Siria hay varios conflictos superpuestos y varias guerras", lamenta Amirah Fernández.
La "injerencia" exterior
"La injerencia de tantos actores es un factor que ha alargado el conflicto y, a la vez, es un efecto de que se haya alargado tanto", explica Amirah Fernández. La complejidad que ha provocado la defensa de tantos intereses contrapuestos ha llevado, inevitablemente, a que la guerra civil cumpla ahora siete años y todavía no se vea el final. "Hoy, el país está secuestrado y la población siria parece no pintar nada en el presente y futuro de su propio país, con cada potencia buscando sus propios intereses", critica Nachawati.
Pero, ¿quién apoya a quién? "El régimen de Al Asad ha contado con el apoyo inquebrantable de Irán –que ha enviado combatientes de la milicia libanesa Hezbolá– y, sobre todo, de Rusia, que ha evitado su caída o derrota", continúa Amirah Fernández. Estos, como explica, tienen un objetivo claro: apoyar al régimen sirio, aliado –aunque no tiene que estar necesariamente personificado en Al Asad–, y evitar una mayor influencia de Occidente en la zona. "Desde el principio, la estrategia de Al Asad y Rusia ha sido acabar con la oposición, por encima de acabar con el Estado Islámico y otros grupos extremistas", añade Nachawati.
Del otro lado, los apoyos a los grupos opositores han sido "confusos y han generado frustración y un sentimiento antioccidental cada vez mayor". Estados Unidos ha apoyado a algunos grupos rebeldes con envío de armamento, aunque este apoyo se vio limitado por el temor de que acabara en manos de grupos yihadistas. De hecho, a partir de 2014, algunos países de Occidente, entre los que se encontraba EEUU, dirigieron ataques aéreos contra el Estado Islámico, pero evitando atacar a fuerzas gubernamentales. No obstante, desde Washington se comunicó que la guerra de Siria no era una prioridad y, de esta manera, la Casa Blanca se limitó a insistir en la necesidad de la renuncia de Al Asad. Aun así, desde el Gobierno, ya con Trump a la cabeza, se han dirigido operaciones militares contra el territorio aun en manos del régimen. "La confusión entre los dichos y los hechos ha provocado la impunidad del régimen", lamenta Amirah Fernández.
Estos cambios de posición y de políticas respecto al conflicto desde su comienzo han dado como resultado, además, "la impunidad del régimen". "Buena parte de esa confusión se debe a las políticas de Barack Obama y sus contradicciones entre las declaraciones oficiales y los hechos sobre el terreno", continúa.
"Es imposible la vuelta a la situación anterior a la guerra"
"La destrucción es tan masiva, ha habido tanta sangre derramada, tanto estropicio, que no hay ningún ganador posible en esta guerra", lamenta Amirah Fernández. La huida masiva de personas, también niños, y los cientos de miles de muertes tiene como resultado la imposibilidad de la vuelta a la normalidad, a la situación que vivía el país en el año 2010. "El régimen podrá alargarse y seguir en el poder en algunas zonas del país, pero de ahí a que la población acepte el Gobierno que ha sido el mayor causante de muertes de civiles y destrucción, hay mucha diferencia", continúa.
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"Estamos asistiendo a masacres diarias de civiles, bombardeos de la aviación de Al Asad y Rusia, y un asedio en el que la población vive con 400 calorías al día y con un miedo constante a que su edificio sea el próximo bombardeado", lamenta Nachawati. Los ataques, además, "se han cebado en los núcleos de población civil, en hospitales y en niños, con centenares de víctimas sólo en los últimos días", añade.
En este sentido, cabe destacar la ofensiva contra Guta Oriental, que comenzó el pasado mes de febrero. Se trata de una zona controlada por grupos rebeldes y asediada por las fuerzas del régimen, situada en la periferia de Damasco y con unas 400.000 personas que llevan sufriendo el asedio de las fuerzas de las tropas de Al Assad desde hace meses. En menos de un mes, han muerto más de un millar de personas.
¿Cuánto tiempo tiene que pasar para volver a la situación que vivía el país hace siete años? Amirah Fernández es tajante: "Eso es imposible", lamenta. "Tendrá que pasar una generación, probablemente dos", sentencia. R.A., por su parte, afirma que nunca volverá a pisar su país natal. "Nunca voy a volver a ver la Siria que conocí. La herida es tan profunda que ya no es posible que cicatrice", lamenta.
El 15 de marzo de 2011 estalló un levantamiento pacífico de la población siria contra el presidente del país, Bashar al Asad. No era el único. Otros países de Oriente Medio y el norte de África –como Túnez, Egipto, Libia o Yemen– fueron también el escenario de manifestaciones similares de sus ciudadanos. Era lo que se bautizó como Primavera Árabe, la oleada de protestas en las que miles de personas se levantaron contra los gobiernos de sus países para reclamar más democracia y más derechos. Pero no todos estos levantamientos acabaron bien. Y no terminó en horror: Siria.