“Ya no decidirán por nosotras" es el eslogan de un cartel de 1971 del Movimiento por la Libertad del Aborto (MLA). En él se ve a una mujer embarazada tumbada rodeada por un médico, un cura, un empresario y un juez. Un año después, ante el tribunal de Bobigny (Seine-Saint-Denis), la abogada feminista Gisèle Halimi decía: "Cuatro mujeres comparecen ante cuatro hombres... ¿Y para hablar de qué? ¡De sondas, úteros, vientres, embarazos y abortos!”
Las feministas han querido consagrar el derecho al aborto para que las mujeres no tengan que defender nunca más su derecho a controlar su propio cuerpo (ante los hombres). Desde que conquistaron ese derecho, temen perderlo. Saben lo difícil que es luchar y lo frágiles que son los logros conseguidos. Para las mujeres, la historia está hecha de victorias y de crueles derrotas.
En materia de aborto, el recordatorio brutal de esa fragilidad llegó de Estados Unidos cuando, en junio de 2022, el Tribunal Supremo anuló la sentencia Roe contra Wade, que había garantizado el acceso al aborto desde 1973. En Europa, Polonia y Hungría han seguido su ejemplo.
Este lunes 4 de marzo, Francia ha tomado un camino radicalmente distinto. Los parlamentarios reunidos en Congreso (reunión conjunta de la Asamblea Nacional y el Senado, ndt) decidieron añadir esta frase al artículo 34 de la Constitución: "La ley determina las condiciones en las que se ejerce la libertad garantizada a la mujer de recurrir a la interrupción voluntaria del embarazo".
Se trata de una votación histórica, pues Francia se convierte en el primer país del mundo que menciona el aborto en su Constitución. El acontecimiento es especialmente significativo porque la aprobación por diputados y senadores ha sido abrumadora: 780 votos a favor y sólo 72 en contra.
Es producto de un consenso pacientemente construido en el Parlamento, primero por iniciativa de la izquierda (Mathilde Panot, de La France insoumise) y de los ecologistas (Mélanie Vogel), luego con el apoyo de las mujeres de la mayoría (Aurore Bergé), después de Emmanuel Macron, y finalmente Les Républicains (LR).
Estos últimos se vieron empujados por el fuerte apoyo de la opinión pública a esta propuesta. Thierry Meignen, senador de LR por Seine-Saint-Denis, votó inicialmente en contra de la propuesta, pero luego aprobó la última versión. Entretanto, según explicó, "su pareja le había pedido que reflexionara, pero también por sus sobrinos, sobrinas, nueras...". El primer ministro Gabriel Attal también habló al Congreso de su condición de "hijo, hermano y amigo".
Esta aprobación por el Congreso no debe verse empañada por la pompa y la ceremonia de Versalles: es a la vez la culminación de un trabajo parlamentario ejemplar y de un deseo profundamente arraigado en la sociedad. Es un acontecimiento lo suficientemente raro como para merecer elogios.
Una "revolución copernicana”
Tampoco hay que minimizar su importancia: la lucha por el derecho al aborto y a la contracepción es relativamente reciente. Con la excepción del caso de Madeleine Pelletier, encarcelada por haber defendido y practicado el aborto en 1939, esta lucha se remonta a la segunda ola del feminismo, iniciada en los años setenta.
"Sin dejar de combatir las desigualdades, sobre todo en el mundo del trabajo, las activistas dieron a la libertad nuevos registros, que antes sólo se atrevían a abordar las más radicales, en particular las neomalthusianas. Ser libre significa ahora ser dueña del propio cuerpo, de la propia capacidad reproductiva y del placer sexual que proporciona", señala un libro de reciente publicación, Les Féminismes. Une histoire mondiale, 19e-20e siècles (Yannick Ripa y Françoise Thébaud, edit. Textuel, 2024).
Esta batalla, consagrada en la ley Veil de 1975, no es una más: es, en términos de historia de la humanidad, una ruptura antropológica teorizada por Françoise Héritier y una "revolución copernicana", según la expresión de la historiadora Geneviève Fraisse. Lo que estamos viviendo en los últimos años, con el poderoso movimiento #MeToo, es una continuación de eso. Sigue sacudiendo las relaciones hombre-mujer, la idea que tenemos de nosotros mismos y la noción de sexo y género.
Señalemos también, de paso, que la conquista del derecho al aborto es una victoria del laicismo, como ha escrito en varias ocasiones el investigador Jean Baubérot, un laicismo que se emancipa de las confesiones religiosas para establecer el derecho común, mucho más allá de la visión estrecha de quienes solo lo utilizan para atacar a los musulmanes en nuestro país.
Derecho formal, derecho real
Dicho todo esto, recordemos que la votación del lunes 4 de marzo no garantiza el acceso real de las mujeres al aborto. Sigue siendo desigual en todo el territorio, y a veces muy difícil.
El colapso parcial del sistema sanitario, el cierre de centros donde se practica, la objeción de conciencia de los médicos que se niegan a practicar abortos, la creciente precariedad de una parte de la población y el debilitamiento del estatus de las mujeres migrantes o trans, todos estos son obstáculos que amargan la vida de las personas que desean abortar. En unas regiones más que en otras, en unos barrios más que en otros.
Ni la presidenta de la Asamblea Nacional francesa, Yaël Braun-Pivet (que recordó, con razón, que era la primera mujer de la historia que presidía el Congreso tras pasar por la galería de los bustos, "bustos sólo de hombres"), ni el primer ministro, Gabriel Attal, se han comprometido lo más mínimo sobre esta cuestión.
En el día a día, quienes trabajan por el derecho al aborto también son objeto de ataques, a menudo de la extrema derecha. Es el caso de la organización Planificación Familiar, cuyos locales son objeto de ataques frecuentes. Según Bénédicte Paoli, miembro del consejo de administración de la asociación, entrevistada en France TV-Info, el lunes se denunció un tag de "Planificación asesina". Habló de "antiabortistas cada vez más visibles y desacomplejados".
En los últimos años, el gobierno ha venido guardando silencio sobre el tema, cuando algunos ministros arremetían, off the record, contra las posiciones de Planificación sobre el velo o sobre la identidad trans.
Instrumentalización de los derechos de la mujer
Lo que hay sobre todo es un grado intolerable de manipulación política por parte de los gobernantes. La causa merece algo mejor que los pequeños arreglos tácticos de Emmanuel Macron. En realidad no quería constitucionalizar el aborto, pero finalmente se decidió cuando se dio cuenta de que podía alimentar su ilusorio "al mismo tiempo", después de la ley de inmigración y la ley de pensiones.
El presidente de la República lo anunció el año pasado, de forma oportunista, después de organizar un homenaje de última hora a Gisèle Halimi, boicoteado en su momento por numerosas organizaciones feministas. La ceremonia oficial para consolidar la aprobación del 4 de marzo tendrá lugar el viernes 8 de marzo, Día Internacional de los Derechos de la Mujer.
Pensar que se puede insertar el derecho al aborto en la Constitución y arremeter contra el "tribunal público", y la "sociedad inquisidora" a propósito del #MeToo, como ha hecho el presidente de la República, es un contrasentido. Como hacer de Gérard Depardieu un "orgullo francés", o defender a ministros acusados de violencia sexual tras una discusión "de hombre a hombre".
Desde los años 70, la batalla por el derecho al aborto ha solido ir acompañada de una feroz crítica del patriarcado. Desde #MeToo, ha quedado aún más claro que el control sobre los cuerpos de las mujeres y las personas LGTBIQ+ no se puede cortar en trozos.
La histórica aprobación del Congreso no borra el virilismo del Elíseo. Afortunadamente, la Constitución permanece, los presidentes cambian.
Caja negra
La mención del cartel del MLA y la cita de Gisèle Halimi en Bobigny son mérito de Les Féminismes. Une histoire mondiale, 19e-20e siècles (Yannick Ripa y Françoise Thébaud, edit. Textuel, 2024).
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Traducción de Miguel López
“Ya no decidirán por nosotras" es el eslogan de un cartel de 1971 del Movimiento por la Libertad del Aborto (MLA). En él se ve a una mujer embarazada tumbada rodeada por un médico, un cura, un empresario y un juez. Un año después, ante el tribunal de Bobigny (Seine-Saint-Denis), la abogada feminista Gisèle Halimi decía: "Cuatro mujeres comparecen ante cuatro hombres... ¿Y para hablar de qué? ¡De sondas, úteros, vientres, embarazos y abortos!”