El 18 de enero de 1957, Pierre Mendès France (1907-1982) interviene en la Asamblea nacional francesa en el debate sobre el proyecto del Tratado de Roma que, firmado dos meses más tarde, el 25 de marzo, instituirá la primera Comunidad Económica Europea, compuesta por Alemania, Francia, Italia y los tres países del Benelux, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos. Entonces figura del Partido Radical, había abandonado la presidencia del Consejo dos años antes, después de siete meses y 18 días de Gobierno cuya brevedad no impedirá un recuerdo perdurable, el de un hombre de Estado virtuoso, informado en materia económica, preocupado por las cuentas públicas, respetuoso del debate democrático y, además, en búsqueda de una salida a la crisis colonial.
Cerca de 60 años después, este discurso olvidado parece una advertencia profética, en tanto que Mendès France pone en evidencia los vicios originales de un mercado económico común que, políticamente, no podía producir sino un alejamiento progresivo de los pueblos y del ideal europeo. Mendès France, que estaría entre los 207 votos contra la continuación de las negociaciones sobre la elaboración del Tratado (322 a favor, 30 abstenciones), no duda, de hecho, en afirmar que este proyecto “se basa en el liberalismo clásico del siglo XIX”, y en ver en él, si la política económica de Francia debía sometérsele, “la abdicación de una democracia”.
Dicho de otro modo, para Mendès France que, sin embargo, se tomaba la economía en serio, esta no podía ser el absoluto de una política. O, más bien, la política, como bien común, deliberación permanente y confianza compartida, no podía disolverse en ella, a riesgo de perder por el camino la democracia en sí misma, sus ideales y su vitalidad. Escuchemos, entonces, a este profeta, muy lúcido y siempre joven, que, para empezar, habla en nombre de exigencia social y, sobre todo, predice el engranaje fatal de una pedagogía antidemocrática de la futura Unión Europea.
“La armonización debe hacerse en el sentido del progreso social”, afirma el diputado Mendès France, “en el sentido de la recuperación de los beneficios sociales y no, como los Gobiernos franceses temen desde hace tanto tiempo, en beneficio de los países más conservadores y en detrimento de los países socialmente más avanzados”.
“Queridos colegas”, prosigue Mendès France, “a menudo he recomendado más rigor en nuestra gestión económica. Pero no me resigno, les confieso, a hacer juez de ella a un aerópago europeo en el que reina un espíritu que está lejos de ser el nuestro. Sobre este punto, advierto al Gobierno: no podemos dejarnos despojar de nuestra libertad de decisión en las materias que tocan de tan cerca nuestra concepción misma del progreso y de la justicia social; las consecuencias pueden ser demasiado graves tanto desde el punto de vista social como desde el punto de vista económico”.
“Pongámonos en guardia: el mecanismo, una vez puesto en marcha, no podremos pararlo. (…) No podremos librarnos de él. Estaremos enteramente sujetos a las decisiones de la autoridad supranacional ante la cual, si nuestra situación es demasiado mala, estaremos condenados a implorar derogaciones y exenciones que no nos concederá, estad seguros, sin contrapartidas y condiciones”.
Con la lectura de estas viejas palabras, Mendès France toma de pronto estatura de adivino trágico, anticipando lo que sus contemporáneos no ven, porque están ciegos o porque se ciegan ellos mismos. Porque es poco decir que la continuación, notablemente la vivida estos últimos 30 años por los gobiernos de izquierda, elegidos bajo promesas sociales alternativas, habría dado la razón a esta profecía.
Al final de su discurso, Mendès France señala el corazón del desacuerdo: este proyecto de mercado común, resume, “está basado en el liberalismo clásico del siglo XIX, según el cual la competencia pura y simple resuelve todos los problemas”. Dicho de otro modo, un liberalismo económico que arruina todo liberalismo político, imponiento la ley de hierro de la competencia a la vida social, en detrimento de las solidaridades colectivas y de las libertades individuales.
“La abdicación de una democracia puede tomar dos formas”, concluye Mendès France, “bien el recurso a una dictadura interna mediante la rendición de todos los poderes a un hombre providencial, bien la delegación de estos poderes a una autoridad exterior, la cual, en nombre de la técnica, ejercerá en realidad el poder político, porque en nombre de una sana economía se llega fácilmente a dictar una política monetaria, presupuestaria, social, finalmente una política, en el sentido más amplio del término, nacional e internacional”.
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“Decir esto”, añadía Pierre Mendès France, “no es ser hostil a la construcción de Europa, sino no querer que la empresa se traduzca, mañana, en una decepción terrible para nuestro país, después de unas grandes esperanzas, por el sentimiento de ser la víctima de aquello y, ante todo, de que lo sean sus elementos más desfavorecidos”.
Por no escucharle,vivimos hoy esos tiempos de “decepción terrible” predichos por Mendès France.
________________Traducción: Clara Morales
El 18 de enero de 1957, Pierre Mendès France (1907-1982) interviene en la Asamblea nacional francesa en el debate sobre el proyecto del Tratado de Roma que, firmado dos meses más tarde, el 25 de marzo, instituirá la primera Comunidad Económica Europea, compuesta por Alemania, Francia, Italia y los tres países del Benelux, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos. Entonces figura del Partido Radical, había abandonado la presidencia del Consejo dos años antes, después de siete meses y 18 días de Gobierno cuya brevedad no impedirá un recuerdo perdurable, el de un hombre de Estado virtuoso, informado en materia económica, preocupado por las cuentas públicas, respetuoso del debate democrático y, además, en búsqueda de una salida a la crisis colonial.