En el imaginario colectivo francés, la agricultura es vista como una actividad aparte, una actividad verdadera, noble y artesanal, que sufre los embistes de la industria del mismo modo que antaño tuvo que ceder sus excedentes a la aristocracia ociosa. Esta imagen en el inconsciente colectivo, que podría plasmarse en el Angelus de Millet, cuadro presentado en 1865, echa en falta una parte esencial de la reciente evolución del sector.
Porque la agricultura es ante todo una actividad capitalista, muy industrializada y muy concentrada. Para comprender su crisis actual, hay que analizarla como tal. Sin embargo, la evolución global de este sector es un reflejo casi químicamente puro del impasse del capitalismo contemporáneo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo agrario francés se aceleró, con el apoyo de los poderes públicos deseosos de convertirlo en un sector competitivo en el mercado mundial. Contrariamente a lo que se piensa, el objetivo de la producción agrícola francesa ya no es "alimentar a Francia", sino afianzarse en los mercados mundiales y aumentar los beneficios.
Hasta los años 90, el sector agrícola era uno de los más productivos de la economía francesa. Como consecuencia, la producción era abundante, los agricultores (y los intermediarios) podían confiar en los volúmenes para ganar cada vez más, mientras que los consumidores se beneficiaban de precios más atractivos.
En esas condiciones, la apertura de los mercados internacionales permitió a la agricultura francesa especializarse en los cultivos más rentables y más mecanizados para conquistar los mercados extranjeros, al tiempo que los consumidores podían encontrar productos baratos procedentes de países menos productivos.
Sobre el papel, era el mejor de los mundos, pero todo eso llegó a su fin en la década de 2000. En ese momento, la productividad del sector agrario francés empezó a estancarse o incluso a disminuir, según un documento publicado en 2022 en una revista de las cámaras agrarias francesas. El documento estima que las ganancias de productividad acumuladas entre 1980 y 2022 ascienden a 25.000 millones de euros, pero tres cuartas partes de esta suma se explican por los aumentos de productividad logrados antes de 1995.
El imposible retorno de los aumentos de productividad
Con este giro, la situación del sector agrario ha cambiado por completo, sobre todo porque el sector se enfrenta a vientos en contra: crisis climáticas repetidas, una competencia internacional cada vez más fuerte y un escaso crecimiento de la demanda mundial. Sin un aumento significativo de la productividad, la competitividad en los mercados internacionales lógicamente se deteriora. El sector sigue registrando un superávit comercial, pero Francia ha salido del top 5 mundial y su cuota de mercado se estancó en 2022, a pesar de que el año había sido muy bueno gracias a la crisis de Ucrania.
El resultado es que la presión sobre las ventas no puede compensarse con una mayor eficiencia en la producción. En otras palabras, la presión sobre los beneficios es considerable.
Sin aumento de la productividad, aumentar los beneficios no es tarea fácil. Se pueden reducir los salarios reales por hora o subir los precios, pero ninguno de esos métodos es realmente satisfactorio para el sector agrícola.
Es cierto que los trabajadores agrícolas siguen estando muy explotados, sobre todo los temporeros, que a menudo se encuentran en situación irregular. Pero la mayor parte de los salarios del sector se pagan ahora a las familias de los productores, lo que explica que su parte en el valor añadido se haya estabilizado entre 2010 y 2023, pasando del 19,4% del valor añadido subvencionado al 19,8%. Pero vemos que esta partida no puede compensar la caída de la productividad.
Las ayudas públicas compensan ahora la ausencia de ganancias de productividad
En cuanto a los precios, también son un arma peligrosa. Los acontecimientos de los dos últimos años han mostrado los límites de la subida de precios. En 2022, los beneficios del sector se dispararon gracias a los precios. Los volúmenes aumentaron un 2,8% y los precios un 17%, pero el consumo de alimentos se desplomó al caer los ingresos reales de los hogares. El resultado ha sido que, en 2023, los precios y los volúmenes han caído bruscamente, y el beneficio bruto del sector agrícola en 2023 ha caído casi un 8,5% interanual.
¿Qué otras soluciones quedan? La primera son las ayudas públicas. En 2023, el Estado aportó 8.400 millones de euros en subvenciones, lo que equivale al 21,2% del valor añadido bruto del sector o al 92,4% de los salarios pagados. Se trata de una ayuda considerable, pero se ha estancado desde 2010. Su antigua función de apoyo a la "modernización", es decir, al aumento de la productividad, ha cambiado, ya que ahora compensa la ausencia de aumentos de productividad.
Pero estas subvenciones no garantizan el crecimiento. Lo que queda es una huida hacia delante: "inversiones" financiadas con préstamos para modernizarse una y otra vez con la esperanza de que la productividad vuelva a subir. Desde hace años, la bajada de los tipos ha permitido una disminución considerable de los intereses pagados por el sector. En 2020, el importe de los intereses pagados fue de 381 millones de euros, un 78% menos que en 2007.
Fue un soplo de aire fresco para el sector, pero la fiesta se ha acabado: los intereses pagados en 2023 fueron de 657 millones de euros, lo que supone un aumento del 72% en dos años. Sobre todo, el recurso a la deuda no ha mejorado la productividad.
Una doble crisis...
El núcleo del problema del sector agrícola reside en el estancamiento de su productividad. Entre 2021 y 2023, los beneficios del sector crecieron únicamente gracias a la subida de los precios, pero ahora los precios se están invirtiendo y están presionando a los productores. El crecimiento basado únicamente en los precios no es sostenible en el contexto actual.
Porque ese es el problema: la agricultura es una especie de vanguardia de la actual crisis capitalista, pero ella misma está incrustada en esta crisis. Si los salarios están bajo presión porque los aumentos globales de productividad son bajos, una estrategia basada en los precios, aunque los agricultores eliminen a todos los intermediarios, es insostenible a largo plazo.
En realidad, parece muy difícil encontrar una solución interna al capitalismo agrícola. Porque ¿de dónde viene el agotamiento del aumento de productividad? Los argumentos esgrimidos por las Cámaras de Agricultura en el análisis antes citado, en particular la caída de la producción, no son convincentes.
En su lugar, hay que plantear la hipótesis de que este fenómeno está vinculado a razones estructurales que pueden ser numerosas, pero todas relacionadas con las consecuencias de un aumento muy fuerte de la productividad en el pasado. La primera explicación es similar a la que propuso el economista Robert Gordon en 2010, cuando argumentó que, una vez alcanzado cierto nivel tecnológico, resultaba más difícil obtener beneficios de cualquier otra innovación. La agricultura francesa, altamente mecanizada, ya no le quedarían más aumentos de productividad.
Eso es así porque el sector está muy concentrado, a pesar de los repetidos recordatorios de su "diversidad": entre 1982 y 2023, el número de agricultores se redujo en un 75%, hasta 446.400.
La situación de la agricultura francesa es un buen ejemplo de los límites de la precipitación productivista basada en el propio capital
Pero esta hipótesis puede, de hecho, ampliarse aún más. La industrialización de la agricultura en el pasado ha conducido a un doble impasse ecológico y económico.
No nos detendremos mucho en el primer problema, que es evidente. El uso excesivo de fertilizantes y pesticidas, así como la mecanización y la agricultura intensiva, destruyen los ecosistemas y contribuyen al cambio climático. Son por lo tanto la fuente de numerosas calamidades que afectan a la capacidad de producción y los ingresos de los agricultores. Cuanto mayor es el rendimiento, mayor es el riesgo para los beneficios futuros.
Desde el punto de vista económico, la situación de la agricultura francesa es un buen ejemplo de los límites de la precipitada carrera productivista basada en el propio capital. Al industrializarse masivamente, el sector agrario ha adquirido un stock considerable de capital que hay que mantener. Cuanto mayor es la productividad, mayor es la necesidad de obtener beneficios para mantener el rendimiento de la actividad a pesar de ese capital fijo. Así que hay que mecanizar aún más, lo que agrava el problema.
Y cuando desaparecen los aumentos de productividad, ese stock de capital fijo se convierte en una carga considerable, incluso aunque disminuya el afán de lucro. Según las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos, INSEE, el consumo de capital fijo en la agricultura francesa ha pasado del 31,6% de la renta bruta del sector, excluidas las subvenciones, en 1980, al 53,9% en 2023. En estas condiciones, la presión sobre los beneficios es considerable y creciente.
Para expresarlo en términos marxianos, podríamos decir que el sector sufre actualmente un deterioro de la composición orgánica del capital: la parte del capital fijo impide conseguir beneficios suficientes para lograr una rentabilidad satisfactoria de las inversiones.
La parte del consumo de capital está siendo tal que la rentabilidad de la agricultura francesa cae inexorablemente. En teoría, la ausencia de aumento de la productividad permitiría frenar el fenómeno reduciendo ese consumo, pero en la medida en que también pesa sobre los beneficios, como hemos visto, no hace sino agravarlo.
... y un callejón sin salida
En estas condiciones, las "normas" o "los impuestos" que son precisamente las condiciones que permiten mantener la producción, respetando los ecosistemas y financiando las cuantiosas subvenciones pagadas al sector, son para los responsables de las explotaciones obstáculos inaceptables para su rentabilidad sometida a presión. Atrapados en el círculo vicioso de la lógica productivista, buscan una huida hacia delante que sólo conducirá a un desastre aún más seguro.
La indignación actual refleja el impasse en el que se encuentra actualmente la agricultura capitalista francesa. Este sector, que para algunos como la historiadora canadiense Ellen Meiksins Wood fue uno de los primeros motores del capitalismo, parece haberse convertido en el símbolo de su doble crisis actual: ecológica y económica.
La agricultura francesa está llegando al final de su desarrollo capitalista, y no hay soluciones internas sostenibles para esta doble crisis, sólo soluciones de emergencia que agravarán la crisis.
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La incapacidad del sector y de los poderes públicos para proponer una nueva organización en la que el beneficio ya no sea lo más importante, sino en la que se dé prioridad a la necesidad de alimentar al país, no parece augurar el final de esta crisis estructural.
Traducción de Miguel López
En el imaginario colectivo francés, la agricultura es vista como una actividad aparte, una actividad verdadera, noble y artesanal, que sufre los embistes de la industria del mismo modo que antaño tuvo que ceder sus excedentes a la aristocracia ociosa. Esta imagen en el inconsciente colectivo, que podría plasmarse en el Angelus de Millet, cuadro presentado en 1865, echa en falta una parte esencial de la reciente evolución del sector.