Alepo: Putin o la barbarie intencionada

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El agitador André Glucksmann (1837-2015) habría soltado un exabrupto con su acento de parisino arrogante venido a menos. Ya no vive. No es razón para no decir tranquilamente que Vladimir Putin preside por segunda vez un crimen de guerra que hace que diezme una población situada en su punto de mira: los habitantes de Alepo, en Siria, en las postrimerías de 2016; como tuvo sometidos de forma canalla a los habitantes de Grozny, capital chechena, a finales de 1999 y principios del año 2000.

Bombardeos obtusos y feroces que van acompañados del avance en dirección al centro urbano, según un plan sin cuartel concebido por etapas, dirigido a reducir una a una todas las líneas de defensa de los sitiados: se reproduce el mismo escenario de masacre. Hasta parecen oírse otra vez las palabras del general Viktor Kazantsev, pronunciadas hace ahora 17 años, cuando ya reinaba Putin: “Vamos a limpiar Grozny de sus combatientes como limpiamos Ourous, Martane, Gudermés y otros lugares. Los que sobrevivan serán considerados terroristas y aniquilados por la artillería y la aviación”.

Sobre montañas de ruinas y de muertos, lo que sigue no deja lugar a dudas: fabricarse “interlocutores válidos” a partir de “rebeldes” títere con los que negociaciones truncadas darán paso a un simulacro de “reforma constitucional”, como sucedió en Chechenia en la primavera de 2003. Bashar al Assad está avisado, caerá en el olvido cuando Moscú juzgue oportuno sustituirlo por un Ramzan Kadyrov sirio, Kadyrov, salido del movimiento independentista checheno, marioneta de Kremlin...

Los montones de cadáveres nunca han impedido las maniobras bizantinas, con el ruego de interesarse por los segundos olvidando los primeros. ¡La tierra sigue girando, qué diablos!

Los ajusticiados de Alepo, como las víctimas de Gernika –“Su muerte servirá de ejemplo/La muerte corazón derrumbado” (Paul Éluard)–, serán considerados, después, como el signo funesto del horror próximo. Una repetición general, ante la que permanecimos ciegos y sordos. En nombre de las cómodas cobardías habituales: Putin va a permitir fijar pueblos sobre el terreno evitando las migraciones musulmanas. Si cada uno se dedicara a lo suyo, cuánto mejor irían las cosas...

Una vez más, distinguimos cierto retorno al orden (brutal, pero ¿no era el precio que había que pagar?), allí donde se abre una caja de los truenos con su secuela de horrores, de terror y de confusión. Dejar a Putin llevar el baile sangriento sirio consiste en renunciar a cualquier regla diplomática basada en la inteligencia colectiva, en beneficio de los derechos del más violento. Bienvenidos a un mundo dirigido con mano de hierro, con látigo y a golpe de tuit por la China de Xi Jinping, la Rusia de Vladimir Putin y los EEUU de Donald Trump!

La ONU está muerta, lo mismo que su Carta aprobada en 1945 en la Conferencia de San Francisco, cuyo preámbulo dice: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos

  • a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles,
  • a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas,
  • a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional,
  • a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad [...]”.

El capitalismo desenfrenado, cuya cadencia imprimen China y Rusia desde hace 20 años –con el apoyo tácito de EEUU, de buen grado esclavista–, ha sorprendido a la Europa irenista. Ella que pensaba en el tiempo ganado al trabajo. No nos hemos repuesto de este shock: apenas somos conscientes.

Y he aquí que en el ámbito internacional: se impone un nuevo aggionarmento en nuestro Viejo continente abatido. ¡Atrás los compromisos, abran paso a las baladronadas y a otras bravuconerías, sanguinarias si hace falta, que nada ni nadie podría frenar!

Aprovechando errores gravísimos de esas nuestras democracias desnortadas en Irak y, después, en Libia, Vladimir Putin inscribe, en una trayectoria poco razonable, la razón del más fuerte. Ésta se convierte en la mejor –¡oh, regresión que se lleva a cabo ante nuestros ojos tímidamente virtuosos!–.

Europa, que nunca ha dejado pasar una desde la caída del muro de Berlín, se encuentra flagelante en un mundo de desenfreno y conjeturas. Y si las técnicas avanzadas, en lugar de la liberación anunciada, engendraran servidumbre –la electrónica, ¿desempeña el papel del ferrocarril de antaño, de modo que el ordenador pase a ser un vagón de plomo? Vigilar y castigar, clasificar y aniquilar; en un mundo digital...–.

Habría hecho falta, y hasta el final, que nos mostrásemos solidarios con los sirios, cobayas de nuestras destrezas futuras. Lo que hoy se juega en Alepo puede llevar, dentro de poco, al homo europeanus a recitar el Salmo 115: “Plata y oro son su ídolos, obra de la mano del hombre. Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no pueden oír; tienen nariz pero no huelen; tienen manos, pero no palpan; pies, pero no andan; su garganta no emite sonido alguno. Semejantes a ellos son sus hacedores [...]”. _____________

Los bombardeos en Alepo continúan horas después del inicio de la tregua

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

El agitador André Glucksmann (1837-2015) habría soltado un exabrupto con su acento de parisino arrogante venido a menos. Ya no vive. No es razón para no decir tranquilamente que Vladimir Putin preside por segunda vez un crimen de guerra que hace que diezme una población situada en su punto de mira: los habitantes de Alepo, en Siria, en las postrimerías de 2016; como tuvo sometidos de forma canalla a los habitantes de Grozny, capital chechena, a finales de 1999 y principios del año 2000.

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