El jueves 28 de noviembre, durante la suspensión de la vista para comer, en una callejuela a un centenar de metros del tribunal, un grupo de abogados defensores pasa junto a un cartel feminista en el que se lee “20 años para todos”. Uno de los abogados se detiene, se vuelve hacia la pared, intenta despegar un trozo, fracasa, desiste, se vuelve hacia sus colegas y dice: “No tengo suficientes uñas”. Pero los abogados que defienden a los 50 encausados junto a Dominique Pelicot en el juicio por la violación, previamente drogada, de su ex mujer durante diez años, sí que sacaron las uñas.
Cargaron contra las peticiones formuladas a principios de semana por el ministerio público –entre cuatro y veinte años para los 51 acusados– y contra los abogados de la parte civil –que pidieron que este juicio sirviera de ejemplo–, contra la prensa –que se habría puesto del lado de la víctima en detrimento de la presunción de inocencia–, y contra la sociedad también, ese amplio movimiento que ha sacudido Francia, pero no sólo, al elevar a debate público las cuestiones de la cultura de la violación, del consentimiento y de la sumisión química.
La abogada de Dominique Pelicot, Béatrice Zavarro, fue muy elogiada el miércoles por la mañana por su moderado alegato final, pero no puede decirse lo mismo de los demás casos. Una característica notable de estos primeros alegatos fue la presencia de tres mujeres que usaron argumentos jurídicos , y dos hombres que lo hicieron pensando en otra época.
Ese fue el caso de Patrick Gontard, abogado de Jean-Pierre M., el miércoles por la tarde. Su cliente no es cómplice de Dominique Pelicot, que acudió a Mazan por sugerencia suya para violar a su mujer. Al contrario, inspirado por Dominique Pelicot, el propio Jean-Pierre M. drogó a su propia mujer para violarla y para que la violara Dominique Pelicot, a lo largo de cuatro años.
Los investigadores han contabilizado al menos doce violaciones, filmadas a menudo. Se han pedido para él diecisiete años de prisión. En la vista, el conductor de una cooperativa agrícola afirmó: “He sido un violador. Un criminal y un violador”.
Pero su abogado, Patrick Gontard, no pretendía simplemente defender a su cliente. En un alegato final farragoso y lleno de digresiones, se dedica ante todo a juzgar el proceso, o incluso al juicio paralelo de la sociedad que ilustra y conlleva este proceso.
“Este juicio nos desborda a unos y a otros en el día a día porque, desde que empezó, no ha habido un solo día en que los medios de comunicación no se hayan hecho eco, por la tarde, de lo que se ha dicho”, dice con cara de lamentarlo. “Por su repercusión, nos lleva a reflexionar sobre el papel de las distintas personas que intervienen en esta sala”.
Unos y otros se llevan una reprimenda. Primero los dos fiscales: “Han dicho ustedes que este juicio es un juicio para la historia y que debe ser el punto de partida de una nueva relación entre hombres y hombres”. Tras un breve silencio, bajó el tono: “Ustedes son ambiciosos. Muy ambiciosos.” Luego añade: “Porque no todos los hombres son como los cincuenta y un acusados”. Dirigiéndose en particular a la fiscal Laure Chabaud, según la cual “habrá un antes y un después”, dice: “Quizá sea su juventud lo que le supera. Pensar que este juicio será un acto fundacional... No es cierto.”
Gaza, Irán, Siria, LFI y la CGT
Patrick Gontard también se dirigió al tribunal: “¡Ustedes tienen que juzgar en nombre del pueblo, no por lo que dice el pueblo! Esa es la diferencia entre el populismo y la República”. También a Gisèle Pelicot, la demandante: “Ha estado aquí todos los días, señora. Quizá su posición la ha superado. Ya no nos pertenecemos y a veces somos el juguete de otros. No la reconocí en los insultos que hemos recibido, en las manifestaciones con banderas de la CGT, LFI y no sé qué Estado palestino”.
En la sala de retransmisión al público, su alegato provocó fuertes reacciones de repulsa, horror y consternación. Suspiros, comentarios en voz alta: “¿Pero de qué va?” Hasta el punto de que el guardia de seguridad tuvo que llamar al orden varias veces. El público que había acudido a presenciar la audiencia llegó incluso a abandonar la sala rápidamente.
Sobre todo cuando el abogado pareció desviarse completamente del tema. Comenzó un largo pasaje en el que comparó la lucha contra la violencia sexista y sexual con la lucha contra el antisemitismo. Habló mucho de sí mismo y recordó que él era el portavoz de la comunidad judía francesa cuando profanaron el cementerio de Carpentras. “¡Nunca más! Todos suplicamos: ¡nunca más antisemitismo en Francia!” A continuación citó un sondeo según el cual el 12% de los franceses considera que la marcha de los judíos de Francia es “algo bueno”. A continuación cita a “diputados de LFI”, y da a entender que imaginar que la sociedad va a cambiar en la lucha contra la violencia contra las mujeres es tan inútil como imaginar que nos libraremos del antisemitismo.
En su arrebato, habló de la difícil situación de las mujeres “en Gaza, Irán y Siria” y añadió: “Es fácil decir en democracia que todos los hombres son violadores. Vayan a dar una vuelta por Irán y vean cómo son las condiciones de las mujeres”. Y hablando de aquí, arremete contra las manifestaciones feministas: “A mí no me importa que la gente vaya a los tribunales y grite: '¡Son unos violadores! El otro día, cuando vi las bengalas de humo [el 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, las activistas acudieron a manifestarse ante el Palais con bengalas de humo violeta -ndr], ¡pensé que estaba en el Velódromo!”.
Pero finalmente pasa a hablar de su cliente. Describe su infancia atroz y a un padre violento e incestuoso. “El padre ataba a sus hijos a un árbol y les dejaba pasar la noche fuera.” Y hablando por boca de su cliente: "Le hacía una paja a mi padre y luego podíamos irnos tranquilos a pescar. Luego grita: "¿Eso es una infancia? ¿Es ése el contexto en el que se piden diecisiete años?”
Y añade, dirigiéndose a los fiscales: "Les diré algo sobre Jean-Pierre M.: nunca mancilló a la señora Pelicot. Lo que me devuelve a la orilla del proceso Pelicot es el propio Pelicot. Y si Jean-Pierre M. hubiera comparecido solo ante un tribunal, se lo digo: sé que NUNCA habrían pedido diecisiete años de cárcel, sino una condena justa y adecuada.
Se trata de un intento de violación, no del delito de violación
El jueves por la mañana, una nueva vista, nuevos abogados, pero una defensa no tan nueva. Las primeras en subir al estrado fueron Rajae Yassine-Dbiza y Charlotte Donat, que defienden a Andy R. Se han pedido once años de cárcel para este hombre, nacido en 1987, que, aunque sólo había estado una vez en Mazan para visitar a la familia Pelicot, ya había tenido problemas con la justicia por llamadas telefónicas malintencionadas y actos de violencia contra la madre de sus hijos.
Para su abogada, Rajae Yassine-Dbiza, se trata ante todo de un “juicio de miseria emocional”, en el que tiene una “tarea difícil” porque es un juicio “que molesta, fuera de lo común por el número de acusados, su duración y su repercusión política y mediática”. Pero, recuerda, este juicio es “el del acusado, no el de la víctima, no el de la cultura de la violación, no el del patriarcado, ni siquiera el de la sumisión química”. El objetivo de su alegato final es culpabilizar a Dominique Pelicot.
Describió a Gisèle Pelicot como víctima de un “dominio inconfesable durante cincuenta años” e insistió: “La señóra Pelicot no es culpable de nada, es víctima de la crueldad y la perversidad de Dominique Pelicot y sólo de él”. Para ella, Dominique Pelicot es un “manipulador, un calculador, un mentiroso”. Calculador porque convertía a su mujer en “un objeto”, y mentiroso porque cuando se puso en contacto con él, dijo que estaba en un restaurante con su mujer, cuando los vídeos muestran lo contrario.
En cuanto a su cliente, Andy R., todo empezó para él aquella famosa Nochevieja del 31 de diciembre de 2018: al principio es rechazado por su propia familia, luego se emborracha, se droga y entra en la web Coco. Se pone en contacto con Dominique Pelicot dos horas antes de presentarse allí. “En dos horas”, Dominique Pelicot le “tranquilizó” y “le habló de la pareja libertina”. La abogada cita un informe pericial, según el cual “Andy R. fue sin pensárselo” a Mazan, en un “contexto de rechazo y frustración”, en el que “no había pensado en nada”.
Una vez en el dormitorio, Andy R. dijo que había tocado a Gisèle Pelicot sin notar ninguna reacción, según su abogada. “Él dijo: ‘Me hago preguntas después de algunas caricias.’ No había llegado a la erección. Estamos hablando de intento de violación, no del delito de violación”, afirma Rajae Yassine-Dbiza, que pide por ello al tribunal que modifique los cargos contra su cliente. Y no importa que su cliente admitiera esos hechos, tanto en la vista como durante la investigación. Como hubo ese reconocimiento, no se mostraron los vídeos durante los debates. Y aún así, añadió su colega Charlotte Donat un poco más tarde, “los vídeos y las imágenes son sólo lo que Dominique Pelicot estaba dispuesto a dejarnos ver, que no son más que montajes”.
Las dos abogadas concluyen cuestionando las acusaciones. Rajae Yassine-Dbiza: “La fiscalía ha tenido miedo de la opinión pública porque tenía una imagen que defender. Hoy le digo a la fiscalía que ésta no es una decisión que ayude a educar a nuestros hijos e hijas”. Por ello, pidió al tribunal que “tome una decisión que no sea ni filosófica ni política, sino únicamente jurídica”. Charlotte Donat, en otras palabras: “El tribunal debe juzgar a 51 hombres; el juicio de la sociedad tendrá lugar en otro lugar”.
Un juego de evasión
Tras una breve pausa, es el turno de Fanny Pierre, defensora de Quentin H., que fue policía y guardia de prisiones y ahora es conductor de ambulancias. También se han pedido once años contra él, que fue a Mazan en noviembre de 2019. Admitió los hechos durante la vista. En respuesta a una pregunta de Antoine Camus, uno de los abogados de Gisèle Pelicot, que le preguntó por qué, a diferencia de muchos de los acusados, no negó que tenía intención de violarla, respondió: “Yo no me subo al coche y me digo: voy a violar a alguien que está dormida. Ahora los hechos están ahí, bien podría haberme ido de allí por propia iniciativa, así que los asumo”.
Para Fanny Pierre, la petición de once años es excesiva. Describe a un joven –tenía 29 años en el momento de los hechos– atrapado en una especie de “juego de evasión” con varias etapas que atravesar: el aparcamiento, el portal, la puerta de la casa, la cocina, el pasillo donde tenía que desnudarse, luego el dormitorio de los Pelicot. Esas etapas llevaban a un “condicionamiento” que retrasaba su “toma de conciencia”.
Durante su alegato final, la abogada hizo hincapié en el carácter “carismático” de Pelicot, que a ella le dio “la impresión de alguien muy culto”. “Cuando me encuentro cara a cara con este hombre, me resulta muy difícil no respetar sus canas. Deduzco que es muy probable que Quentin H. haya caído en sus redes.”
Sobre el tema del consentimiento, para el que pide “volver a la ley”, Fanny Pierre hace esta extraña demostración, partiendo de nuevo de la sentencia del 2 de mayo de 1978 en el caso de violación de Aix-en-Provence, citado por las partes civiles la semana pasada, el caso de dos chicas jóvenes que estaban de acampada y fueron violadas por tres hombres.
“El primer hombre que entró en la tienda se llevó un martillazo. ¿Acaso se llevó un martillazo el señor H. cuando entró en la habitación?, se pregunta la abogada. Y luego sigue: “El consentimiento sin martillo marca los límites del consentimiento interrumpido cuando llegó Quentin H., durante el primer encuentro carnal, en los últimos cuatro minutos”.
Fanny Pierre juzga también a los medios de comunicación y, en cierta medida, a las feministas. Su cliente, al que debe defender “contra viento y marea y contra todos”, ha sido, según ella, “lanzado como carnaza al foso mediático”. Recordó al tribunal el primer día de la vista, el 2 de septiembre, con su “comité de bienvenida de bengalas de humo violeta” y la gente “coreando: ‘Violador, abogado cómplice’”.
Y para concluir: “Quentin H. será condenado, pero debe serlo a una pena justa”, recordando que su cliente –cuya detención fue “ejemplar” y que “iba a misa los domingos”– tiene “treinta años, la edad en que la gente se casa”. Por último, cita a Paul Éluard y su poema Libertad : “Y por el poder de una palabra / vuelvo a empezar mi vida / Nací para conocerte / Para nombrarte / Libertad”.
Me gusta, no me gusta
Sólo quedaba un alegato final para el jueves por la tarde, tras la reanudación a las 14:00 horas, en vísperas de una pausa de tres días. Quizá por eso Olivier Lantelme, abogado de Patrick A., soltó su caballo de demostración y lo dejó galopar durante dos horas y media.
Patrick A. fue una vez a Mazan. Admitió los hechos pero siempre explicó que era homosexual y que sólo había ido allí para mantener relaciones sexuales con Dominique Pelicot, aunque le habían dicho que su mujer estaría allí y dormida. Se piden diez años contra él.
Pero durante más de una hora, apenas se mencionó a su cliente en el alegato final de su abogado Olivier Lantelme. Éste comenzó con un relato personal largo, muy largo, demasiado largo, porque durante el juicio “ciertas cosas le han gustado y ciertas cosas francamente no”. No le gustó la famosa frase de Gisèle Pelicot “La vergüenza debe cambiar de bando”, frase que, recuerda, pronunció Emmanuel Macron en 2017 durante una entrevista. Tampoco la frase “Todos somos Gisèle” que le recuerda a “Todos somos Charlie”, porque aquí no estamos hablando de terrorismo.
Se suceden las digresiones, al igual que las frases enrevesadas –“Este juicio no pasará a la historia porque hemos cambiado nuestra historia aunque, por desgracia, no hayamos cambiado”– o “¿Necesitamos verlo todo para juzgar correctamente?. Creía que seríamos capaces de resistir a la actualidad, en la que hay que verlo todo a una velocidad tan vertiginosa que ya no sabemos lo que vemos.”
A Olivier Lantelme tampoco le gustan los carteles “20 años para todos”, ni “los que gesticulan en las redes sociales o en los medios de comunicación”, ni “las invectivas y los insultos” en la Sala de los Pasos Perdidos. Sobre todo, no le ha gustado la difusión de los vídeos –aunque no afecte a su cliente porque reconoce los hechos– porque para él “podría haberse llevado el proceso sin acceso a las imágenes”. En resumen, un hombre, Olivier Lantelme, piensa por una mujer, Gisèle Pelicot, lo que ella debería haber pensado y hecho...
Gisèle Pelicot no asistió a la vista del jueves, lo que no impidió que Olivier Lantelme se dirigiera a ella. Aunque “le ha gustado su dignidad” , le ha extrañado que la mujer que había vivido con Dominique Pelicot “durante todos esos años nunca hubiera percibido ni sentido nada, ni una sola mirada fugaz, ni una sola gota de sudor, ni un solo rubor”. “Quedan esas dos preguntas que me hacen pensar que no se ha dicho todo”, añadió un poco más tarde. El abogado relató entonces el episodio en el que Gisèle Pelicot había sido despertada por su marido penetrándola y le preguntó: «¿No estarás violándome, verdad?”, seguido de otro episodio en el que ella había notado una mancha de lejía en su ropa y le preguntó a Dominique Pelicot: “¿No estarías drogándome por casualidad?”.
“Estas preguntas no equivalen en absoluto a atribuir intención alguna a la señora Pelicot, sino a subrayar el poder de los mecanismos inconscientes y de la ceguera psicológica”, añadió el abogado, que pidió al tribunal que “metiera esas dos preguntas al cesto de su decisión”. En el banquillo de las partes civiles, esas observaciones dejaron impasible a Stéphane Babonneau, uno de los abogados de Gisèle Pelicot.
Bola frágil y bomba parafílica
Otra digresión nos lleva por Irán y la represión de las mujeres por no llevar velo, Kabul “repleta de sombras”, y hasta las Torres Gemelas, y por tanto al 11 de septiembre de 2001. Y ya que estamos en Estados Unidos, unas breves palabras sobre la reelección de Trump, y luego de vuelta a Francia con el caso del Carlton de Lille, con estrellas de la pequeña y la gran pantalla implicadas en casos de violencia sexista y sexual, y “el abate Pierre también”.
Luego viene la denuncia de la pornografía, lo que significa que “nuestros hijos disfrutan de una insensata pérdida de virginidad virtual”, esa pornografía que proporciona “un modelo erótico basado en la dominación masculina”. Cuántos de los cincuenta y un acusados “fueron criados en esos escenarios”, en los que “los tríos se presentan como algo normal”, se pregunta el abogado.
Pero finalmente le toca mencionar al propio Dominique Pelicot. Pasó primero por las ciencias humanas y la literatura dedicada a pervertidos narcisistas y otros manipuladores perversos. Considera que los demás acusados han sido “reducidos a la categoría de objetos de las parafilias” del ex marido de Gisèle Pelicot, que ha sabido “mostrarse como un amable pedagogo para manipular mejor”.
El abogado llevaba ya más de una hora con su alegado mientras los policías encargados de la vigilancia de Dominique Pelicot en su palco se estaban medio durmiendo. Quentin H., otro acusado, bosteza ostentosamente. Stéphane Babonneau se concentra en su ordenador. Los fiscales parecen perplejos. El presidente del tribunal, Roger Atara, intenta permanecer concentrado y atento pero a sus asesores les cuesta bastante.
De repente, el abogado empieza a hablar de su cliente. Para él, Patrick A. no era más que un “campo de experimentación, un laboratorio de pruebas” para Dominique Pelicot. Tesis principal del abogado: Patrick A. es una “bola de fragilidad” que se encontró con “una bomba parafílica”. Este último término lo utiliza repetidamente.
Dominique Pelicot habría “embarcado” a Patrick A. en su vorágine criminal. Entre ambos, añade el abogado, “La distancia entre los perfiles penales es enorme”, con Dominique Pelicot por un lado y Patrick A. por otro, que “no filmó bajo la falda de ninguna mujer, no estuvo en casa de los Maréchal, no violó 200 veces a su mujer y no tuvo un proceso judicial en 1999”. Patrick A. “que nunca ha dejado de sufrir por ser gay”.
“Les pido ahora, por el beneficio de la duda, que crean a Patrick A. cuando dice que se presentó como gay, que no esperó a que le enseñaran las imágenes para admitirlo todo, que le crean cuando les dice que vino por él, no por ella, que le crean cuando les dice que no conocía el programa y que si lo hubiera conocido nunca habría venido”, suplica finalmente el abogado.
“Van ustedes a condenar a Patrick A., él no espera otra cosa”, concluye –casi– Olivier Lantelme. “Van a condenarle porque es víctima de una bomba parafílica”. A continuación, dedicó diez minutos a hablar de los fiscales, que “han pasado por todo el caso” y que “no han hecho ninguna distinción”.
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Por último, abogó por que se permita a su cliente salir en libertad en el momento del veredicto, evitando un “tiroteo masivo”, porque “este hombre ya no necesita la cárcel, ya no necesita un estrado, ya no necesita una toga azul sino una bata blanca”. En su opinión, necesitaría “un veredicto con rostro humano que se llama libertad”, porque, reitera, “Patrick A. ha sido también, y sobre todo, víctima de una bomba parafílica inesperada”.
Traducción de Miguel López
El jueves 28 de noviembre, durante la suspensión de la vista para comer, en una callejuela a un centenar de metros del tribunal, un grupo de abogados defensores pasa junto a un cartel feminista en el que se lee “20 años para todos”. Uno de los abogados se detiene, se vuelve hacia la pared, intenta despegar un trozo, fracasa, desiste, se vuelve hacia sus colegas y dice: “No tengo suficientes uñas”. Pero los abogados que defienden a los 50 encausados junto a Dominique Pelicot en el juicio por la violación, previamente drogada, de su ex mujer durante diez años, sí que sacaron las uñas.