En 2014, para celebrar el décimo aniversario del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de la ciudad de Estambul (Istanbul Modern), se montó en la fachada del edificio una obra en forma de arco iris. El museo había encargado a Sarkis, uno de los artistas más renombrados de Turquía, una instalación de neón de 7,50 x 15 metros.
En el comunicado de prensa que acompañó a la inauguración, el artista, que vive en París desde 1964, no hizo referencia a las luchas de la comunidad LGTBIQA+ sino más bien a los comienzos de la creación artística, cuando todo es aún una vorágine de ideas, colores y formas.
Pero en una región donde la homosexualidad sigue siendo castigada con pena de muerte, como en Arabia Saudí e Irán, muchos lo vieron como un fuerte gesto político. ¿Podría por fin reconocerse a la comunidad LGTBIQA+ en Oriente Próximo? ¿Serían aceptados sus miembros y se establecerían sus derechos? La esperanza era real: ese mismo año, una espectacular Marcha del Orgullo reunió a más de 100.000 personas en Estambul. Unos años más tarde, en 2017, se celebró en Beirut el primer Orgullo Gay del mundo árabe.
Cinco años después, la reacción ha sido tan violenta que todo parece haber tenido que reconstruirse. En Turquía, donde los homosexuales siguen siendo víctimas de la violencia y los crímenes de honor, el Istambul Modern ha reabierto este año tras cuatro años de obras en el elegante edificio diseñado por el arquitecto italiano Renzo Piano, pero el Rainbow de Sarkis ha desaparecido por completo.
Ha sido sustituido por aportaciones de artistas internacionales con mensajes políticos más neutros, como Tony Cragg, cuyo Runner, una estatua blanca de 6 metros de altura, decora ahora la explanada del museo de arte moderno de la capital turca.
Una amenaza constante
En Beirut, donde la comunidad LGTBIQA+ se enfrenta a una ola de intolerancia desde el verano de 2023, el Orgullo Gay queda descartado. Al contrario, los partidos políticos locales hablan de aumentar las penas de prisión por "delitos de homosexualidad" (castigados con entre un mes y un año de cárcel), pena que les gustaría ver ampliada a tres años.
Esos dirigentes también pretenden ilegalizar cualquier referencia explícita a la homosexualidad. De aprobarse, esta nueva ley pondría bajo amenaza permanente a las ONG que defienden los derechos de las minorías sexuales, así como al mundo de la cultura.
Pero esto no es ninguna sorpresa. También en Bagdad, el Parlamento iraquí está elaborando un proyecto de ley para castigar las relaciones homosexuales, esta vez con la pena de muerte o cadena perpetua, mientras que "promover la homosexualidad" se castigaría con siete años de cárcel y una multa de 10.000 euros.
Incluso el "afeminamiento", es decir, la "práctica de imitar a las mujeres", e incluso tomar "preparados médicos a base de hormonas" se convertirían en delitos castigados con tres años de cárcel y 7.000 euros de multa.
Eternos chivos expiatorios
En un clima así, las producciones artísticas resultan cada vez más complicadas. "Nadie quiere ver su espacio destruido, a sus artistas o a sí mismo amenazados. Hay un riesgo de seguridad, pero también financiero. "Fomenta la autocensura", admite Antoine Haddad, fundador de ArtLab, una galería itinerante que en 2018 acogió la primera exposición individual del artista queer iraní Alireza Shojaian. Mientras tanto, el mundo ha asistido a un ascenso meteórico del conservadurismo político.
En Oriente Medio, en concreto, la cuestión de la identidad sexual sirve de distracción a los líderes políticos incapaces de aportar soluciones a unos sistemas plagados de corrupción y nepotismo.
"Para ellos, somos el chivo expiatorio más interesante porque la comunidad LGTBIQA+ ha estado en la vanguardia de las batallas que desafían su supremacía. Detrás de nosotras se libra un combate por las libertades fundamentales: en cierto modo, somos la encarnación de todas las discriminaciones de 'raza', género, clase, religión...", denuncia Anissa Krana, drag queen libanesa que se ha visto obligada a cancelar sus espectáculos hasta que "la situación se calme".
Este nuevo ciclo de intolerancia está obligando de facto a los artistas a actuar con cautela, hasta el punto de que ha sido difícil encontrar personalidades dispuestas a hablar con su propio nombre para este artículo.
"Cada vez es más difícil existir", confirma el fotógrafo y cineasta libanés Mohamad Abdouni, ganador del premio Lafayette Anticipations 2024, que dice que se ha negado a varias entrevistas.
Su última exposición, "Trátame como a tu madre. Historias trans del pasado olvidado de Beirut", es sin embargo reciente: se presentó en 2022 en Beirut. "Pero hoy, inevitablemente, nos preguntamos qué podemos mostrar y cómo mostrarlo. Por miedo a nosotros mismos, pero también a nuestros seres queridos y a las personas con las que trabajamos", añade.
En el fondo subyace la cuestión del exilio. "Estando aquí vivo con un miedo constante, pero no pienso en irme: para mí, actuar en la escena local es un factor determinante. Quiero tener un impacto en mi sociedad", afirma este hombre que vive entre Beirut y Estambul.
Más tolerancia en el pasado
Alireza Shojaian abandonó Teherán en 2016 para refugiarse en Líbano, antes de trasladarse a Francia en 2019. Su exilio no ha impedido la censura. Invitado a una feria regional en 2021, su exposición, un Paycan, coche emblemático de la industria iraní de los años 70, decorado con pinturas que relatan el calvario de un joven gay asesinado por su identidad sexual, fue considerada demasiado atrevida y retirada.
"Pero aún tengo esperanzas: la revolución de las mujeres en Irán no habría sido posible hace veinte años. Han sido las activistas feministas quienes, gracias a un metódico esfuerzo por educar a la sociedad, han forzado el cambio. Lo que las mujeres han sido capaces de hacer, nosotros también podemos hacerlo", quiere creer.
Lo cierto es que las sociedades de Oriente Próximo han sido durante mucho tiempo más tolerantes con la homosexualidad que las occidentales, como demostró a principios de 2023 la exposición "Habibi" en el Instituto del Mundo Árabe de París.
Por mucho que les pese a los actuales movimientos religiosos y políticos locales, que han hecho de la defensa de una cierta moral y de la familia "tradicional" su caballo de batalla, la cuestión del género era más fluida en el pasado y estaba más extendida la tolerancia de una cierta "homosensualidad", de la homosexualidad e incluso de la bisexualidad .
"El hecho de considerar el género como masculino-femenino es un imperativo de la era moderna", recuerda el fascinante libro Mujeres con bigote y hombres sin barba. Ansiedades sexual y de género de la modernidad iraní, de Afsaneh Najmabadi (Universidad de California, 2005).
"La cultura iraní del siglo XIX tenía otras formas de nombrar a los homosexuales, como amrad (joven adolescente imberbe susceptible de atraer el deseo de los hombres adultos) y mukhannas (hombre adulto que es objeto de deseo de otro hombre adulto), que no se equiparaban al afeminamiento", escribe la autora, que cree que sólo en el siglo XIX, al mismo tiempo que aumentaban las fricciones con Occidente, Irán se inclinó hacia la heteronormatividad.
Esta profunda transformación ha tenido repercusiones incluso en términos de opciones estéticas. Según esta especialista, el arte persa ha sido durante mucho tiempo notablemente andrógino. En la época de la dinastía Qajar (1875-1910), por ejemplo, rasgos idénticos –labios dulces, mejillas sonrosadas, etc.– se aplicaban tanto a hombres como a mujeres, y un mismo atributo –el bigote– caracterizaba la belleza de forma indistinta.
A falta de un bigote real, el artista podía sugerir su presencia en mujeres o en efebos con un simple trazo de lápiz, mientras que la barba simbolizaba la virilidad.
En la actualidad, para artistas como Mohamad Abdouni y Alireza Shojaian, reexaminar el género es también una forma de repudiar el legado del Mandato –en Líbano, el Código Penal, que castiga las "relaciones contra natura", incluida la homosexualidad, fue heredado del Mandato francés– y de distanciarse de un pasado colonial sinónimo de envilecimiento y eliminación.
"En el arte occidental, la belleza del hombre está ligada a su sufrimiento o a la guerra; el deseo y la belleza pertenecen al cuerpo femenino. Pero hay que recordar que estos cánones estéticos no han existido siempre. La belleza, el deseo y el amor se han feminizado... Lo que intento hoy es sustituir a Venus por un hombre, o más bien volver a situar al hombre en el corazón del deseo", concluye Alireza Shojaian.
Caja negra
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Este artículo se publicó originalmente en Le Quotidien de l'Art el pasado mes de noviembre. Está escrito por Muriel Rozelier, corresponsal en Beirut.
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Traducción de Miguel López
En 2014, para celebrar el décimo aniversario del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de la ciudad de Estambul (Istanbul Modern), se montó en la fachada del edificio una obra en forma de arco iris. El museo había encargado a Sarkis, uno de los artistas más renombrados de Turquía, una instalación de neón de 7,50 x 15 metros.