A las 07.58 los primeros alumnos llegan al St John’s, una escuela de primaria del este de Londres. El timbre no suena hasta las 9 pero, cada mañana, el comedor recibe a medio centenar de niños, la cuarta parte del alumnado matriculado en esta escuela pública de Tower Hamlets. Cereales, copos de avena, bagels enriquecidos con proteínas, fruta y zumos: los estudiantes reciben todas las mañanas un desayuno completo, gratis.
Para participar en el Breakfast Club, no hace falta cumplir ningún requisito. No obstante, a los estudiantes procedentes de las familias más desfavorecidas, numerosas en el barrio, se les anima a tomar la primera comida del día en el recinto escolar. Hace cuatro años que el St John’s instauró esta rutina matinal. El servicio de desayuno, un momento cálido y lúdico, cumple una función vital: hacer que ningún alumno empiece la jornada escolar con el estómago vacío.
“El número de participantes del club del desayuno ha aumentado con los años. Muchos de los padres de los estudiantes perciben sueldos muy bajos. Cada vez tienen más problemas para salir adelante”, confía Sharon Taylor, directora del St John’s. La constatación que hace la responsable del establecimiento es extrapolable a todo el Reino Unido. En cinco años, el número de trabajadores pobres ha aumentado 1,1 millones. Según un informe de la Joseph Rowntree Foundation, publicado a principios de diciembre, en la actualidad, 7,4 millones de británicos viven en situación de pobreza, pese a que un miembro de la familia desempeña al menos una actividad remunerada.
Carmel McConnel se sabe de memoria las dificultades a las que deben hacer frente estas familias. “El precio del alquiler sube, la factura de la luz y del gas, también. De modo que, para tratar de equilibrar las cuentas, reducen el presupuesto en comida al mínimo indispensable”, resume la fundadora del Magic Breakfast. Hasta el punto de que a menudo no da para llenar los armarios de la cocina. “Muchos de los niños que puede ver aquí se despiertan en casas en las que no hay nada que llevarse a la boca”, insiste esta extrabajadora de la City, que lucha contra la pobreza alimentaria al otro lado del Canal de la Mancha.
Gracias a la organización benéfica fundada por Carmel McConnel, 437 escuelas de primaria de todo el país sirven, a diario, un desayuno gratis a los estudiantes. Para responder a la demanda, haría falta que el Magic Breakfast, que no recibe ningún tipo de ayuda pública, duplicase su distribución de bagels y de cereales. Desde el nacimiento de la asociación, en 2003, nunca había recibido tantas demandas como en este 2016. “Nos llaman de establecimientos escolares todos los días. Los docentes nos dicen que los niños tienen demasiada hambre para concentrarse”, advierte Carmel McConnel.
Esta mujer de negocios, nacida en Londres, en el seno de una familia modesta, se quedó estupefacta cuando se enteró de la gravedad de la situación. El shock le sobrevino en el transcurso de una visita a una escuela de Hackney, a pocos kilómetros del centro financiero de Europa. “Los profesores me explicaron que todos los días llevaban comida para los alumnos”. Sucedió en el año 2000, pero Carmel McConnel habla de ello como si hubiese ocurrido el día anterior. Por aquel entonces, la infraalimentación no ocupaba portadas en los periódicos. Los comedores solidarios carecían de equivalente al otro lado del Canal.
Sin embargo, un año antes, en Salisbury, al sur de Inglaterra, se ponía la primera piedra de una red de bancos de alimentos. Entonces, nadie tiene consciencia de su significado. Una pareja de filántropos decidió ponerse al frente de una organización encargada de la distribución regular de productos no perecederos. La llamada desesperada de una mujer que no podía dar de comer a sus hijos llevó a Paddy y a Carol Henderson a reunir productos alimenticios destinados a familias sin recursos de la ciudad, que tiene 40.000 habitantes. Hasta entonces, el hombre y la mujer se dedicaban a ayudar a los niños malnutridos de la calle de Bulgaria.
17 años después, el Trussell Trust es imprescindible. Entre abril de 2015 y abril de 2016, la organización benéfica distribuyó 1,1 millones de paquetes. Esta cifra se ha cuadruplicado en cuatro años. La demanda se disparó en 2013. El conservador David Cameron llevaba entonces tres años en el Gobierno. Los bancos, salvados de la quiebra por los contribuyentes, siguen repartiendo millones de libras en concepto de dividendos. Pero es a los beneficiarios de ayudas sociales, supuestos “especuladores” según las autoridades y una parte de la prensa, a los que se considera enemigos de la prosperidad. En noviembre de 2013, el Ministerio de Asuntos Sociales anunciaba, triunfante, que en un año se había sancionado a 580.000 demandantes de empleo poco escrupulosos. “Estamos poniendo fin a la cultura del asistencialismo”, zanjaba la secretaria de Estado de Empleo, Esther McVey.
Golpes a la Welfare State
En la práctica, cualquier excusa es buena para suspender las ayudas para los desempleados durante un mínimo de un mes. Como Katie, la madre soltera de Yo, Daniel Blake, la última película de Ken Loach, numerosos demandantes de empleo multados –a veces por un retraso justificado en su cita con el job center– no tienen otra elección que recurrir a los bancos de alimentos. Así lo recogen las estadísticas analizadas por Rachel Loopstra, de la Universidad de Oxford. En un artículo publicado en octubre pasado, esta especialista en el Estado del bienestar asegura que, de cada 10 parados sancionados, 5 pasan a engrosar la lista de los beneficiarios del Trussell Trust.
En un país empobrecido como consecuencia de seis años de políticas de austeridad y por el boom de los empleos precarios, los bancos de alimentados proporcionan un servicio fundamental. No reciben ninguna ayuda pública, ni un penique de la UE. A finales de 2013, cuando el Trussell Trust hacía agua por la fuerte demanda, el Gobierno de Cameron rechazó Fondos europeos por valor de 22 millones de libras esterlinas de ayuda a los más necesitados.
¿Explicación oficial? Según el Ministerio de Asuntos Sociales británico, “los Estados miembros de la UE [...] están en mejores condiciones de identificar y de responder a las necesidades de las personas más necesitadas de sus respectivos país”. ¿La verdadera razón? Un acto reflejo, de los de Pavlov, antipobres de David Cameron y de sus ministros, un golpe adicional de los que más tienen al pueblo llano.
Bajada de las ayudas a la vivienda, impuesto bedroom tax a los alojamientos sociales infraocupados, reducción de las ayudas a las personas de movilidad reducida etc.: desde 2010, el Welfare State británico, fundado después de la Segunda Guerra Mundial, no ha dejado de encajar golpes. En seis años, golpeados de lleno por los recortes presupuestarios de la Administración central, la mitad de los ayuntamientos británicos han suprimido la distribución de comida a los jubilados más vulnerables. La mayoría de los ayuntamientos que mantuvieron el sistema de meals on wheels [comida sobre ruedas] incrementó su precio un 20%. Por las mismas razones, la ayuda a domicilio de la que se benefician las personas mayores también ha caído. Según la asociación Age UK, entre los mayores de 65 años que presentan más problemas físicos, hay 1,2 millones de jubilados británicos abandonados a su suerte. Esa cifra supone un 50% más que en 2010, el año en que Cameron llegó al poder.
“Estas personas mayores no pueden arreglárselas solas y terminan en el hospital”, confirma Lizzie Feltoe, responsable de asuntos sanitarias en el Age UK. En la franja población que componen los mayores de 65 años, 1,3 millones de británicos pueden padecer malnutrición. Es uno de los principales problemas sanitarios que acechan a los ancianos residentes al otro lado de La Mancha. La soledad, el duelo, la pérdida de autonomía, las enfermedades son factores que pueden influir en que una persona de edad avanzada no se alimente suficientemente. “¿Qué es primero, la infraalimentación o la enfermedad? Nosotros, como médicos, tendemos a pensar que la enfermedad precede a la malnutrición, pero muy a menudo los factores sociales priman”, explica Rachel Pryke, médico de cabecera.
“El dramático descenso de la ayuda a las personas mayores supone un grave problema del que no se habla lo suficiente”, lamenta esta doctora responsable de asuntos nutricionales en el Royal College of General Practitioners, la asociación de médicos generalistas británicos. A mediados de diciembre, Theresa May acabó por admitir que el drástico descenso de las ayudas a domicilio suponía un grave problema. Pese a todo, la primera ministra rechazó desbloquear fondos adicionales para hacer frente a la crisis. Para cubrir el vacío debido al descenso de las ayudas estatales, el Gobierno le ha propuesto a los ayuntamientos que suban los impuestos municipales un 3%, provocando la indignación general.
Niños infraalimentados, parados sin dinero, mayores vulnerables, etc. En total, ¿cuántos habitantes de la sexta potencia mundial son incapaces de alimentarse correctamente? “Son muchos más que beneficiarios de los bancos de alimentos”, asegura Robin Hinks, de la Food Foundation.
Este laboratorio de ideas está entre las organizaciones que reclaman al Gobierno que realice una investigación sobre el alcance de la pobreza alimentaria nacional. Pero Robing Hinks y sus colegas chocan contra un muro de indiferencia. El único informe reciente es de la ONU: Naciones Unidas calcula que más de 8 millones de británicos tienen problemas financieros regularmente que les impide alimentarse adecuadamente. La situación es peor que en Hungría, en Estonia y en Eslovaquia. Y el Brexit, que pude derivar en una subida de los precios de los alimentados, agravará el problema. Sin lugar a dudas. ____________________
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Traducción: Mariola Moreno
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A las 07.58 los primeros alumnos llegan al St John’s, una escuela de primaria del este de Londres. El timbre no suena hasta las 9 pero, cada mañana, el comedor recibe a medio centenar de niños, la cuarta parte del alumnado matriculado en esta escuela pública de Tower Hamlets. Cereales, copos de avena, bagels enriquecidos con proteínas, fruta y zumos: los estudiantes reciben todas las mañanas un desayuno completo, gratis.