Según estaba previsto, Aleksandr Lukashenko ha optado por la fuerza para conservar su sillón. Pero muchos bielorrusos parecen no querer dejarse torear y han dado voz a su enfado el domingo por la noche. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando numerosos elementos materiales o testimoniales –principalmente presidentes de mesas electorales que se han atrevido a dar los verdaderos resultados– muestran lo absurdo del resultado oficial a favor del líder bielorruso?
Tras una campaña popular, a la inesperada opositora a Lukashenko, Svetlana Tsikhanovskaya, profesora de inglés, madre de familia y novicia en política, la comisión electoral sólo le ha concedido oficialmente un 9,9% de los votos, a pesar de una fuerte participación del 84%. Estas últimas semanas, varios estudios independientes y sondeos a pie de urna anticipaban un resultado casi a la inversa (70%) en su favor. Su humillante resultado final solo podía encender la mecha a la pólvora de una oposición y de una juventud bielorrusas que han visto como se burlaban de sus votos.
“Lo he visto con mis ojos y la mayoría está con nosotros”, afirmaba a posteriori Tsikhanovskaya, de 37 años. El lunes, el día de después todavía tenso, también ella ha reivindicado la victoria pidiendo un debate con Lukashenko, que para ella debería dejar el poder. “Ayer por la noche, la población ha sido simplemente insultada”, aseguró. Este martes, la líder opostirora decidió exiliarse en Lituania con su familia por miedo a represalias y pidió a sus seguidores que no se enfrentaran a las fuerzas de Lukashenko.
En una calle de Minsk, el domingo por la noche | Iliya Pitalev / Sputnik via AFP.
En unas treinta ciudades de Bielorrusia (entre ellas Brest, Homiel o Grodno) y sobre todo en la capital, Minsk, miles de ciudadanos se echaron a la calle, incluso antes de conocer los resultados, que ya se sabían de antemano. El “último dictador de Europa”, como a veces se le llama, sabe bien que su apoyo popular, sostenido hasta 2010, es actualmente bastante débil, por lo que había previsto la jugada visitando muchos cuarteles y estaciones de policía antes de la votación, por si las cosas se complicaban.
Seguro por ahora del apoyo de las fuerzas del orden, Lukashenko las ha enviado con mucho gusto contra los manifestantes en la noche del domingo. Minsk rápidamente parecía una ciudad bajo la ley marcial y luego en estado de sitio, con cordones de OMON (antidisturbios postsoviéticos) bloqueando las calles. Los opositores se mantuvieron en las calles hasta bien entrada la noche enfrentándose a gases lacrimógenos, cañones de agua y balas de goma. El resultado terminó en decenas de heridos y unas 3.000 detenciones, según el ministerio del interior.
Hubo que lamentar al parecer un manifestante muerto, que habría sido aplastado por un camión de la policía que arroyó a los manifestantes según varias fuentes, entre ellas el grupo Viasna de defensa de derechos humanos. La información ha salido a la luz a pesar del corte de Internet en varios barrios de la capital.
Aleksandr Lukashenko no parece en absoluto estar dispuesto a ceder o a reconocer el fuego en casa. En una declaración quijotesca que hizo el lunes, comparaba el período electoral a unas vacaciones que habrían sido arruinadas por alborotadores, unos “borregos” dirigidos desde el extranjero. El día antes había ya adelantado que “nadie va a autorizar una pérdida de control” o la “caída del país en el caos”. Durante la jornada, los medios de comunicación le mostraban visitando tranquilamente, una vez más, una granja agrícola, la gran pasión de este ex director de granja soviética.
Aunque el sátrapa de Minsk permanezca en el poder, estas elecciones presidenciales de 2020, más movidas y duras de lo previsto, podrían marcar un antes y un después. El régimen podría verse amenazado a medio plazo porque las elucubraciones y amenazas de Lukashenko ya no hacen gracia a nadie. Cuando había intentado mirar un poco más hacia el Oeste después de la anexión rusa de Crimea, la Unión Europea acaba de responder con firmeza a Minsk a través de un comunicado que condena “la inaceptable y desproporcionada violencia de Estado contra manifestantes pacíficos”.
“La represión violenta no es admisible en Europa”, escribió en un tuit la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen, pidiendo un nuevo recuento de votos. Las imágenes de Minsk de manifestantes ensangrentados han impactado en todas partes. Por su parte, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, ha dicho que “apoya al pueblo bieloruso en su búsqueda de libertad” y ha pedido la celebración de una cumbre extraordinaria de la UE sobre la situación.
Incluso en Moscú, la popularidad está ya muy mermada para un Lukashenko que ataca cada vez más a Rusia esgrimiendo una vaga “amenaza rusa”. El lunes por la mañana la prensa rusa publicaba titulares sobre el triste espectáculo del día anterior; Nezavissimaya Gazeta publicaba que, en vista del escaso apoyo que le queda, no podría mantenerse en el poder más que con una dictadura militar. Vladimir Putin, que en esta ocasión no le había apoyado oficialmente, ha felicitado a Lukashenko el lunes, pero lo ha hecho después de China o de los Estados de Asia Central.
Putin ha dado a entender a su compadre que tiene que hacerse cargo de la situación: el Kremlin está una vez más en posición de fuerza en su relación bilateral con un líder debilitado. Ello permitirá pedir a Minsk una mayor voluntad en el “proceso de integración reforzada” de Bielorrusia en el espacio ruso –un viejo proyecto del Kremlin para su aliado natural– y una mayor cooperación económica.
Los próximos meses serán decisivos en Minsk. La oposición y la sociedad civil bielorrusas, que han recuperado el gusto por el compromiso cívico en esta campaña y reforzadas por un apoyo al parecer mayoritario en el país, no van a quedarse ahí. Las manifestaciones podrían continuar. Y un hecho raro: en Jlobine, al Este del país, este lunes ha comenzado una huelga en una acería controlada por el Estado, la BMZ, en protesta por los resultados de las elecciones.
El desgaste del poder de Lukashenko, tras veintiséis años gobernando, llega a un punto crítico. El presidente puede contar aún con el apoyo de las estructuras de seguridad (a pesar de algunas deserciones en varias ciudades). Las élites bielorrusas son tradicionalmente poco aventureras y fieles al líder, pero ¿hasta cuándo?. Muchos observadores cuentan con que el régimen va a endurecerse aún más, lo mismo que la situación entre los dos bandos.
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Como explica el investigador Maxime Samorukov, del Centre Carnegie, sin duda Lukashenko no está amenazado a corto plazo porque tanto en el Este como en el Oeste se le ve como un mal menor, útil para la estabilidad del país. El Kremlin siempre le preferirá a una revolución del tipo Maidan ucraniano, llena de demasiadas incógnitas. Pero su pedestal es más frágil que nunca.
Traducción: Miguel López.
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Según estaba previsto, Aleksandr Lukashenko ha optado por la fuerza para conservar su sillón. Pero muchos bielorrusos parecen no querer dejarse torear y han dado voz a su enfado el domingo por la noche. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando numerosos elementos materiales o testimoniales –principalmente presidentes de mesas electorales que se han atrevido a dar los verdaderos resultados– muestran lo absurdo del resultado oficial a favor del líder bielorruso?