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Semer le trouble [Sembrar el caos]. Este es el bonito título de un número especial de Techniques et culture, la revista de antropología de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS, por sus siglas en francés), cuya portada muestra los famosos paraguas desplegados por los manifestantes de Hong Kong para protegerse durante los enfrentamientos con la Policía.
En un contexto de movilización de universidades y laboratorios contra la Ley de Programación Plurianual de Investigación (LPPR), que da prioridad a la actuación individual sobre la investigación colectiva, los antropólogos de la EHESS decidieron dedicar a un número especial, pidiendo a varios de ellos que observaran, en sus respectivos campos, los “fragmentos de lucha” y las técnicas de resistencia que podían observar.
El resultado es un panorama de objetos y técnicas de lucha utilizados en todo el planeta, cuya conexión tiene todavía más sentido dado que las circulaciones históricas y geográficas son numerosas. Estos préstamos y reapropiaciones son tan antiguos como las movilizaciones políticas. La asociación Droit au Logement [Derecho a la vivienda] hizo suyos los métodos de inversión en edificios desarrollados por Georges Cochon a principios del siglo XX. La asociación pacifista árabe-israelí Ta'ayush se puso en contacto con el ANC para averiguar cómo difundir su causa en una sociedad dividida.
Pero estos intercambios se han intensificado con la globalización, incluso para resistir a ella. Así, uno de los artículos de la revista toma el llamativo ejemplo del neumático, símbolo de la aceleración del comercio y la contaminación correspondiente, del que se producen 12.000 millones de unidades cada año en el mundo. Pero, desde Fos-sur-Mer hasta Argentina, el neumático, esta vez incendiado, se ha convertido también en la encarnación del bloqueo y la voluntad de detener la carrera mercantil. En el artículo que dedica al uso militante del incendio de los neumáticos, el antropólogo Yann-Philippe Tastevin, sin embargo, identifica otro uso más reciente, que consiste en “hacer pantalla”. Esto es lo que hicieron los revolucionarios de Alepo en 2016 para desviar los aviones del régimen que los bombardeó o de Hamas, que organizó en Gaza en 2018 un “día de los neumáticos viejos” para cegar a los drones israelíes y poder acercarse al muro de seguridad.
Al centrarse en los neumáticos y las barricadas, en el black fax y en las cartografías autóctonas, los autores pretenden “rematerializar la política” en un contexto caracterizado por grandes trastornos ecológicos y “violencias natural-culturales sin precedentes”, lo que lleva a la filósofa Donna Haraway a decir que es necesario “habitar el caos”, pero también aprender a sembrarlo.
La revista señala también dos escollos de este tipo de acercamiento a la política a través de técnicas de control. El primero es un enfoque fascinado por las tecnologías y, por lo tanto, frágil frente a los “riesgos éticos vinculados a un examen de las formas de hacer las cosas de forma aislada de la causa que se defiende”. Esta dimensión se analiza, en particular, desde una contribución que cuestiona las formas de introducir en el museo objetos de los movimientos sociales, como vemos cada vez más a menudo.
El segundo es juzgar las técnicas de lucha única o principalmente sobre la base de un criterio de “violencia”. Los autores se refieren a la famosa frase de Brecht –“al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”–, que subraya la dimensión relacional, incluso sistémica de la violencia, para no dejarse cegar por lo que es más visible: destrucciones, enfrentamientos, saqueos…
Una originalidad del proyecto es desmarcarse, en el análisis de las técnicas de lucha, de la noción hegemónica de “repertorio de acción”, forjada por el sociólogo Charles Tilly, para aprehender las movilizaciones políticas no electorales.
Esta concepción tiene varios defectos a los ojos de los autores de la revista. En primer lugar, “asociar acciones y actuaciones de protesta dentro de un repertorio que tiende a socavar su potencial de cambio social”. Sobre todo, la tesis del repertorio de acción tiende, para ellos, a “distinguir sólo modos de protesta visibles, heterogéneos y destacados”.
¿Qué pasa entonces con la “resistencia de las sombras, las formas de protesta establecidas como estilos de vida (como las ocupaciones artísticas o militantes)” o las posturas de luchas individuales y silenciosas, al menos en apariencia, como las exploró el antropólogo James C. Scott?
Al estudiar los actos de resistencia difusos calificados de infrapolíticos, estos últimos distinguían entre un “texto público”, a veces imposible de expresar, y un “texto oculto” que daba a los subordinados cierta agencia, incluso cuando no se expresaba en el espacio público. James C. Scott definió así las “artes de resistencia” y técnicas de lucha más variadas, que se reflejan en el número de la revista, por ejemplo con un análisis de las “estrategias de lucha taoístas”, de la Gamarada, el dispositivo de resistencia e incubadora de resistencia de los aborígenes australianos, o de las técnicas de atención en la calle desarrolladas por los médicos callejeros.
“Allí donde la historiografía del repertorio de acción alienta a limitar el stock de medios de lucha y a cerrar el repertorio, la tecnología cultural se interesa en cambio por el juego y la apertura que caracterizan el registro material de las movilizaciones”, juzgan los autores de Techniques & Culture.
“Resistencias eléctricas”
Este número 74 de la revista de antropología de la EHESS alterna artículos relativamente cortos sobre objetos o técnicas de lucha, y avances diacrónicos y más largos. Así, desde el estudio del sabotaje, que abre el número y se extiende desde los conflictos llamados Plug Plot en 1842, mientras que Gran Bretaña atravesaba una crisis económica y los trabajadores saboteaban las máquinas de vapor mediante la eliminación de una pieza esencial que impedía su uso, para presionar a los “amos del vapor”, hasta la difusión de esta práctica a finales del siglo XIX, especialmente bajo el impulso del sindicalista anarco-revolucionario Émile Pouget.
Para este último, esta práctica de lucha fue pensada como un arma complementaria a la huelga y atacó el proceso de producción, más que a las máquinas mismas, lo que implica no tomarla como una simple recreación de las prácticas ludistas de principios del siglo XIX. El sabotaje pierde su aura durante el siglo XX con la institucionalización del sindicalismo, antes de recuperar, en los últimos tiempos, una relevancia “entre quienes desean hacer descarrilar el sistema productivo contemporáneo, acusado de conducir al colapso social y ambiental”, en un contexto de decadencia del sindicalismo organizado.
Este número también examina la noción de bloque en la política. Esta técnica de lucha contemporánea, que inicialmente recibió el nombre de una categoría policial, el schwarzer block, que dio su nombre al black bloc, y que se articuló muchas veces desde entonces, en particular con el book bloc, que apareció a finales del decenio de 2000, durante las huelgas de estudiantes en Italia; el book bloc consiste en dotarse de escudos reforzados decorados como tapas de libros y “alegorizados como ataques al conocimiento en general”.
La noción extrae su filosofía de principios del siglo XX, tanto de los análisis del médico como del sociólogo Gustave Le Bon, un teórico de la “psicología de las multitudes” que subrayó la necesidad de decapitar a las multitudes sublevadas apuntando a sus supuestos líderes, y del filósofo y figura del sindicalismo revolucionario de la Belle Époque Georges Sorel, que resumió por contra la ecuación de la autonomía de los trabajadores valorando el bloque en el sentido de que, para él, “el sindicalismo no tiene cabeza para hacer una diplomacia útil” y acabar con los levantamientos. Como el “bloque amarillo, durante la insurrección de los chalecos de ese color mostraba de nuevo.
Si ciertas técnicas de lucha analizadas por la revista son muy, incluso demasiado, conocidas para aportar en unas pocas páginas elementos realmente nuevos, como la barricada o el die in, otras destacan por el contrario por su originalidad. Es el caso de los frascos de “perfumes solidarios”, vendidos por los trabajadores de la fábrica de plásticos de Bourgogne Application en Côte-d'Or para apoyar su huelga contra el cierre del sitio en 1996.
Así, de nuevo de la “ofensiva de la basura” dirigida por los Young Lords, un grupo revolucionario puertorriqueño nacido en Chicago presente sobre todo en Nueva York, activo de 1969 a 1976. Inspirados en las Panteras Negras y en su lema servir al pueblo, hicieron la observación de que la gente de El Barrio, un gueto del Spanish Harlem, reivindica sobre todo el derecho a calles limpias, cuando los servicios municipales iban por allí poco o nada.
Equipados con boinas guevaristas, los Young Lords comienzan a limpiar las calles: una acción que deriva hasta el antagonismo frontal cuando los servicios municipales se niegan a proporcionarles escobas. Los Young Lords y los residentes en el barrio terminan por bloquea el tráfico con los contenedores, que cuando les prenden fuego, se convierten en barricadas.
“Al transformar la basura [en español en el original], símbolo de la discriminación que sufren los habitantes del Barrio [en español en el original], en palanca de movilización y luego en un arma, los Young Lords demostraron ser una fuerza local creíble”, señala el autor del artículo, que ya dedicó una obra a este grupo de activistas latinos.
Una de las experiencias estudiadas en la revista, que combina la desobediencia civil, la transmisión de conocimientos y la lucha política en general, es la de las “resistencias eléctricas” del movimiento Luz y Fuerza del Pueblo, en Chiapas. Este grupo, con un componente esencialmente campesino e indígena, que incluye a los pueblos tojolabal, ch'ol, mam, tzotzil, q'anjob'al y chuj, descendientes de los antiguos mayas, fue creado en 2004 y lucha por el acceso a la electricidad.
A través de las conexiones incontroladas y del control capilar del territorio, ahora gestiona la infraestructura eléctrica en 15 regiones de Chiapas, evitando que la empresa nacional, CFE y las concesionarias privadas corten la electricidad mediante la formación sistemática de los electricistas, de los cuales un millar han adquirido conocimientos técnicos altamente especializados, “lo que les permite trabajar en el lugar de CFE, en los cables y en los transformadores de media y baja tensión “.
Estos conocimientos se adquirieron mediante la transmisión “subversiva”, que emana originalmente de trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), y de la creación de arneses de seguridad hechos con cuerdas de cuero trenzadas y forradas con palos de madera, para subir a los pilones, y postes aislantes construidos con palos de madera, en cuyos extremos se ancla un soporte de PVC.
Uno de los aspectos más interesantes de esta práctica es combinar una fuerte lógica anticapitalista y antiglobalización, que se puede encontrar en otras latitudes, con las cosmovisiones mayas que creen que la naturaleza y la Madre Tierra están habitadas y no poseídas, y que por lo tanto sus frutos, de los que la luz forma parte, deben poder beneficiar a todos y no pueden ser sometidos a la tiranía de la propiedad y el beneficio.
Al postular que las técnicas de lucha no pueden reducirse ni a las fichas de bricolaje variadas producidas por los movimientos, ni tampoco pueden dejarse captar por or las grandes nociones de “repertorio de acción” o “capital militante”, los autores de Sembrar el caos esbozan los elementos de una “tecnología de la contestación” que permite convertir una idea en un arsenal, pasando por una antropología del cuerpo y de las técnicas.
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
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