Bukele y el bitcoin, un proyecto descabellado para un presidente megalómano y en plena deriva autoritaria

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Romaric Godin (Mediapart)

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¿Está el sueño de la comunidad bitcoin a punto de hacerse realidad? Por primera vez, un Estado soberano, El Salvador, ha anunciado su intención de dar curso legal a la criptomoneda. Así lo declaró en vídeo el 6 de junio el presidente de la república centroamericana, Nayib Bukele, en un evento sobre bitcoin en Miami. En Twitter, donde el presidente de 40 años acostumbra a compartir sus decisiones políticas, confirmó que presentaría una propuesta al Parlamento del país, donde cuenta con una amplia mayoría.

También en esta red social, Nayib Bukele defendió su idea, asegurando que el bitcoin podría lograr la “inclusión financiera” de los 6,5 millones de salvadoreños, de los cuales casi el 70% carece de cuenta bancaria. En su opinión, esta inclusión es un “imperativo moral” y permitirá mejorar “la vida y el futuro de millones de personas”. La decisión ha sido muy bien recibida en la comunidad de defensores de las criptomonedas, que ven en ella un reconocimiento por parte de los Estados del poder y la utilidad de las criptodivisas.

A primera vista, podría decirse que El Salvador es el laboratorio perfecto para este experimento. Es una economía pequeña (27.000 millones de dólares en 2019), totalmente dolarizada (el dólar es la única moneda del país desde 2001) y muy dependiente de las remesas de los 2,5 millones de expatriados, principalmente en Estados Unidos, que envían el equivalente al 22% del PIB. Por tanto, el país está acostumbrado a no disponer de soberanía monetaria, es lo suficientemente pequeño como para, en teoría, no quedarse sin bitcoins (su PIB representa aproximadamente el flujo diario de bitcoins negociados en el mercado y el 5% de todos los bitcoins creados actualmente). Por último, y este es un argumento que esgrimió Nayib Bukele, las transferencias de los expatriados dejarían de estar sujetas a las comisiones de los intermediarios, como ocurre en la actualidad.

Pero la cuestión principal es otra, ¿cómo se organizaría una economía en bitcoins? La ventaja del dólar –y este es un argumento para las economías de fuera de Estados Unidos que lo adoptan como moneda– es su amplia disponibilidad y que se acepta en casi todo el mundo. No ocurre lo mismo con el bitcoin. Actualmente, El Salvador puede utilizar los dólares que compra en los mercados o que provienen de las exportaciones para financiar sus necesidades de importación.

Con este sistema, el país puede hacer frente a una fuerte necesidad de importaciones. En 2019, El Salvador, que tiene una capacidad productiva muy débil, importó 11.000 millones de dólares de bienes y tiene un déficit comercial del 24% del PIB. Incluso considerando las remesas de los expatriados, el déficit por cuenta corriente sigue siendo elevado: casi del 5% del PIB. En el caso de que el bitcoin sustituyese al dólar como moneda nacional de El Salvador, el país volvería a estar sujeto al riesgo cambiario, ya que tendría que volver a convertir sus criptodivisas para pagar a los proveedores en dólares.

Como, además, el precio del bitcoin es muy volátil, este riesgo no sería menor y los ingresos de los importadores se verían amenazados. Esto afectaría inevitablemente al resto de la economía, dado el peso de las importaciones en la economía. En dos semanas, el valor del bitcoin ha caído, tras las declaraciones de Elon Musk y de China, un 40%. En un caso así, el poder adquisitivo en dólares de los importadores salvadoreños habría disminuido inmediatamente en la misma cantidad. Las consecuencias para la pequeña economía habrían sido devastadoras, y por eso El Salvador, a diferencia de sus vecinos Honduras y Guatemala, optó por la dolarización en 2001.

Otra cuestión es la liquidez. El bitcoin es un sistema descentralizado. No existe un banco central, sino un mercado regulado por la oferta y la demanda. En una economía totalmente bitcoinizada, en la que los salarios se pagaran en bitcoins, las empresas tendrían que comprar inicialmente bitcoins directamente para transferirlos a sus empleados. Como la economía salvadoreña necesita financiarse cada año, será necesario realizar continuas compras de bitcoins y, como éstos se compran en dólares, será necesario encontrar dólares y, por tanto, seguir endeudándose en billetes verdes en el mercado internacional. Con, allí también, un riesgo considerable ligado a la volatilidad del activo monetario.

Veamos un ejemplo concreto. En un año, el bitcoin valía 3,4 veces menos dólares que hoy. Si los salarios salvadoreños se fijaran en criptodivisas, ¿qué harían las empresas del país ante esta medida? En teoría, los salvadoreños se encontrarían con un mayor poder adquisitivo en dólares. Siempre que conviertan sus bitcoins, por supuesto. En ese caso, se produciría un descenso del número de bitcoins en la economía y una forma de sustitución de las importaciones para la economía local. Esto tendría consecuencias nefastas para la economía. Las empresas, incapaces de comprar nuevos bitcoins que se habrían vuelto demasiado caros, buscarían entonces reducir sus costes en esta moneda. Por lo tanto, reducirían sus suministros locales y sus salarios. Se producirían quiebras y desempleo. El Estado tendría que pedir préstamos masivos en dólares para comprar bitcoins y pronto se encontraría en peligro.

Bien es verdad que actualmente también existe peligro para El Salvador si el dólar sube. Su competitividad sufre un retroceso frente a las monedas menos fuertes. Pero hay dos formas de evitarlo: endeudarse en dólares puede ser más caro, pero sólo pagando un tipo de interés más alto, que rara vez es de la magnitud de un cambio en bitcoin. Durante el shock Volcker de finales de los años 70, el tipo de descuento de la Reserva Federal se multiplicó por cuatro en cuatro años, de 1977 a 1981. Por no hablar de que sólo era un tipo de interés, mientras que en el caso del bitcoin, es un precio de compra, la necesidad de moneda es mayor.

Ciertamente, el Banco Central salvadoreño, que retuiteó los mensajes de Nayib Bukele, podría acumular reservas en bitcoin para cubrir las necesidades y eventualmente prestar a las empresas que necesiten divisas. Pero entonces tendría que reponer las divisas con una prima, arriesgándose a no poder mantener la demanda. Y al alimentar la economía con bitcoins, se corre el riesgo de echar más leña al fuego al aumentar la demanda de bienes importados. Por último, si el precio del bitcoin cae, las reservas efectivas de dólares del banco central se desplomarían y se necesitarían políticas de austeridad para reducir la demanda interna y fomentar una entrada neta de dólares.

Así que seamos claros, El Salvador no puede convertirse en un país sólo de bitcoin. Este activo no es lo suficientemente estable, ni suficientemente aceptado internacionalmente. Sigue siendo necesario pasar por el dólar, por lo que adoptar el bitcoin multiplica el riesgo y no lo reduce. ¿Quién se atrevería hoy a invertir en la herramienta productiva de un país bitcoinizado?

En realidad, lo que Nayib Bukele anunció es una especie de régimen de dos monedas, bitcoin y dólar. El bitcoin se aceptará para todas las transacciones, incluido el pago de impuestos, pero el dólar también seguirá siendo aceptado universalmente. Por la razón que acabamos de exponer, es probable que las empresas prefieran ir a lo seguro y pagar a sus proveedores y salarios en dólares. Por lo tanto, la moneda estadounidense seguirá siendo la moneda dominante del país.

En este caso, las fuentes de bitcoins serán dos, compras directas de particulares y remesas de expatriados. Pero, ¿cuál será el interés de elegir este criptoactivo en lugar del dólar? Para los expatriados, el coste de las comisiones es sin duda un argumento. Pero pasar por el bitcoin no es un camino de rosas. Las transferencias de este tipo realizadas hace dos semanas ya habrían perdido no menos del 40% de su valor en dólares.

A la inversa, ese valor también podría aumentar significativamente, dando teóricamente mayor poder adquisitivo a quienes se benefician de estas remesas. Pero el aumento de la demanda provocará un aumento de los precios en dólares. Y como El Salvador tiene poca capacidad productiva, las importaciones serán las primeras en beneficiarse de este aumento de la demanda. Entonces, el déficit por cuenta corriente no hará más que aumentar y los dólares serán cada vez más escasos en El Salvador.

El Banco Central tendrá entonces que aplicar una política deflacionaria para contener la demanda de dólares. Pase lo que pase, la economía se desestabilizará y los primeros perdedores serán los que cobran en dólares, es decir, los trabajadores salvadoreños que perderán nivel de vida. Los ganadores, en cambio, serán los que puedan conservar sus bitcoins como depósito de valor. Pero en un país donde el 29% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, cabe pensar que es problemático.

En general, la promesa del bitcoin para un país como El Salvador parece muy engañosa. Bitcoin es un sistema de pago descentralizado que sólo reconoce la ley de la oferta y la demanda. Por lo tanto, el Estado que la adopta se compromete a someterse únicamente a esa ley. Esto es, de hecho, lo que defienden los partidarios libertarios de esta moneda, la moneda impone la ley del mercado a los Estados, que, a partir de entonces, ya no pueden trampear con ella. “Hay en el bitcoin un elemento casi religioso que quiere someter la economía al dios mercado”, analiza Jean-François Ponsot, economista de la Universidad de Grenoble y especialista en economías dolarizadas. En este contexto, una economía frágil y pobre como la de El Salvador tiene poco que ganar con esta sumisión.

¿Una operación de comunicación de un presidente megalómano?

Además, los beneficios prometidos por el bitcoin para El Salvador son poco convincentes. Ya hemos visto lo que ha pasado con la lucha contra la pobreza. Jean-François Ponsot nos recuerda que “cada cinco años nos venden un método milagroso contra la pobreza que fracasa; antes fue el microcrédito, ahora es el bitcoin”. En general, lo que reduce la pobreza es el desarrollo y la redistribución, no una moneda desvinculada de cualquier Estado y que, por tanto, hace que el Estado en cuestión esté a merced de la evolución del mercado. Bitcoin es un activo descentralizado. Por lo tanto, el Estado que lo utiliza acepta la ley de su mercado. Y sus ciudadanos, también. Es difícil de entender que lo que fracasó con la dolarización (el Estado salvadoreño acepta la ley de Washington) tenga más éxito con el bitcoin, incluso una nueva restricción.

¿Mejorará la inclusión financiera una moneda que se negocie directamente en plataformas electrónicas? Eso sería posible, pero el objetivo principal de esa inclusión es permitir la distribución del crédito. Por tanto, la verdadera pregunta es ¿por qué los bancos salvadoreños no hacen esto hoy? Por falta de necesidad, y por tanto de perspectivas de crecimiento, pero también por prudencia en una economía en la que el dólar escasea. El bitcoin no cambiará las cosas. Si el objetivo es sólo tener una cuenta bancaria, los intereses son reducidos.

Entre las economías dolarizadas, El Salvador es, de hecho, una de las menos valientes. Incapaz de convertirse en un centro financiero extraterritorial como Panamá y carente de los recursos naturales de Ecuador, el crecimiento económico de El Salvador ha sido débil (alrededor del 2% de media en los últimos diez años). Como hemos visto, la base productiva del país es prácticamente inexistente. Para hacer frente a la crisis del covid-19, que ha debilitado aún más al país, se ha recurrido al Fondo Monetario Internacional (FMI). El país está negociando un préstamo de 1.300 millones de dólares del FMI, la única forma de conseguir billetes verdes para un país que ya está muy endeudado en divisas dada su situación (90% del PIB en deuda pública).

En general, como señala Jean-Francois Ponsot, la adopción del bitcoin en El Salvador, una economía integrada en gran medida en la economía estadounidense, es por tanto una “aberración”. A menudo, las economías pequeñas deciden renunciar a su soberanía monetaria para ganar estabilidad interna y credibilidad internacional ante los inversores. En este caso, el efecto sería finalmente el contrario. Por lo tanto, el origen de este estruendoso anuncio hay que buscarlo en otra parte que en cualquier racionalidad económica. El bitcoin es ante todo una pantalla para otro propósito. 

Esta debilidad económica ha favorecido la corrupción y la violencia. Las bandas locales, las maras, han hecho de este país uno de los más violentos del mundo. En concreto, Nayib Bukele resultó elegido presidente en 2018 gracias a un programa vertebrado en la lucha contra esta violencia. Este hijo de un inmigrante palestino, hombre nuevo, puso fin a un panorama político aún marcado por la guerra civil que ensangrentó el país de 1980 a 1992, dejando cerca de 75.000 muertos. Los dos grandes partidos de ambos bandos, la extrema derecha militarista de la Arena y la izquierda marxista del Frente Martí de Liberación Nacional, fueron barridos por este joven de 38 años, que rechaza las divisiones entre izquierda y derecha y quiere encarnar una cierta forma de modernización del país.

Desde entonces, Nayib Bukele reina con una autoridad que roza el abuso de poder. Además, en 2019, irrumpió en el Parlamento con el Ejército para obligar a los diputados a votar su presupuesto de seguridad. Muy popular gracias al descenso real de la criminalidad organizada en el país, ganó este año ampliamente las legislativas y, desde entonces, organiza una concentración de poder a su favor. Ha destituido a ocho jueces del Tribunal Constitucional que no colaboraron lo suficiente y al fiscal general del país.

Y aquí es donde hay que buscar más bien los motivos de este anuncio. La nueva administración Biden ha condenado la decisión y la Policía estadounidense ha suspendido su cooperación con El Salvador. Tanto es así que Nayib Bukele ha iniciado un acercamiento a Pekín y ha firmado un acuerdo de cooperación con China, lo que, en el actual tira y afloja chino-estadounidense, es una provocación.

La decisión de Nayib Bukele de adoptar el bitcoin aparece, pues, sobre todo como un acto de comunicación. Es, ante todo, una provocación hacia Washington que muestra la voluntad de desafiar al dólar. El joven presidente, que pretende encarnar una cierta forma de modernidad, retoma así la idea de los libertarios que admiran el bitcoin. Esta criptodivisa sería, para ellos, un competidor real para el dólar, pero un competidor sin Estado, enteramente moderado por un mercado donde cada uno pesa lo que vale, sin intervención externa. Por lo tanto, sería un verdadero contrapoder para el Estado federal estadounidense y sus instituciones.

Al adoptar el bitcoin, Nayib Bukele ha despertado el entusiasmo de una parte de la derecha estadounidense. La influencia de esta tendencia es fuerte en este país centroamericano. Junto con el presidente salvadoreño, varios miembros de la comunidad bitcoin se han trasladado al país. En El Zonte, una localidad de la costa del Pacífico, están intentando crear un "ecosistema bitcoin", el Bitcoin Beach Project, similar a las comunidades socialistas utópicas del siglo XIX. Pero también está muy cerca de Nayib Bukele el fundador de la aplicación de pago Strike, Jack Mallers, que habló de la decisión salvadoreña como "un paso de gigante para la humanidad". Todo esto encaja bien con la imagen que el presidente salvadoreño intenta dar de un joven rebelde impregnado de cultura pop. Pero la realidad es muy diferente.

¿Podrá Nayib Bukele hacer temblar al dólar con su economía dolarizada en déficit y sus aplicaciones móviles? No es probable. Si bien tiene tendencias megalómanas que podrían verse reforzadas por esta decisión que está siendo comentada en todo el mundo, el hombre adolece de una enorme falta de credibilidad y está plagado de contradicciones. Defiende un proyecto de moneda sin Estado mientras se dedica a una deriva autoritaria y es celoso de su poder. Es la encarnación de la genialidad, inaugura campeonatos de surf y envía al Ejército a resolver una disputa con los diputados. Alcanza un acuerdo con China, que acaba de defender la prohibición del bitcoin y ha provocado una fuerte caída del precio de la moneda. Pretende luchar contra la corrupción y legalizar una moneda que permite escapar del control en un país manchado por la delincuencia. Por último, pretende desafiar la hegemonía del dólar al negociar una línea de crédito en esa moneda con el FMI.

Si los partidarios del bitcoin ven a Nayib Bukele como un héroe, se van a llevar una gran decepción. El presidente salvadoreño sin duda se mueve menos para los demás o para el bitcoin que para sí mismo.

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Traducción: Mariola Moreno

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