La campaña de boicot a Israel empieza a tener consecuencias en el país

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Si quieres asegurarte de que enfadas a un israelí, sólo tienes que pronunciar las tres letras BDS. Pocas cosas son susceptibles de desencadenar una reacción tan epidérmica como el acrónimo del movimiento internacional que promueve el boicot, la desinversión y las sanciones contra el país debido a sus políticas de anexionarse los territorios palestinos. Y casi unánimemente todos los israelíes se apresuran a condenar el BDS y a descartar su eficacia. Como resume Daniel Shek, exembajador israelí en París y figura moderada en la vida política local, “el mayor logro de BDS es volver loco a este país”.

Visto desde el extranjero, el movimiento BDS continúa cosechando éxitos, aunque relativamente pequeños y simbólicos, pero éxitos cuando menos. Desde el punto de vista de Israel, el problema es más complicado. Si bien es cierto que ha “enloquecido al país”, no parece tener efectos serios sobre la economía israelí, que va viento en popa, especialmente en el ámbito de las nuevas tecnologías. Sin embargo, parece que sus consecuencias se están dejando sentir de una manera más clandestina e insidiosa.

Contrariamente a las afirmaciones del Gobierno y de la mayoría de los propios israelíes, el impacto el movimiento BDS no es benigno: es uno de los principales factores del deterioro de la situación democrática y del debate intelectual en el país porque, por primera vez quizás desde las guerras de los Seis Días y del Kippur, Israel se siente vulnerable. No se trata de una vulnerabilidad existencial que amenace la propia supervivencia del Estado fundado en 1947, sino de una fragilidad frente a un movimiento que expone las derivas nacionalistas y religiosas de la misma manera que el movimiento antiapartheid denunció el racismo y la violencia del Gobierno blanco en Sudáfrica, a pesar de que fue considerado por muchos hasta su caída (empezando por los Gobiernos occidental e... israelí) como perfectamente recomendable.

Coincidiendo con el fin de año, el movimiento BDS hizo pública una lista de sus principales éxitos en los últimos 12 meses: la cancelación de un partido amistoso de la selección argentina de fútbol antes de la Copa del Mundo, la cancelación de los conciertos de Lana Del Rey, Shakira o Lorde en Tel Aviv por la presión de algunos de sus seguidores, el fin del patrocinio de Adidas a la federación israelí de fútbol, el voto de Dublín y de ciudades españolas e italianas sobre las resoluciones por las que se aprobaba el BDS o la decisión de Airbnb de dejar de publicar anuncios de alojamiento en los asentamientos israelíes, ilegales con arreglo al Derecho internacional. Por no mencionar un éxito indirecto como es la elección para el Congreso de los Estados Unidos de un puñado de representantes abiertamente partidarios del BDS, toda una novedad.

Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí se apresuraba a descartar estos hechos con un gesto escéptico cuando se le pregunta por ellos: “Honestamente, no son las acciones de unos pocos artistas mal informados las que nos afectarán. En su lugar, elabore una lista de los éxitos diplomáticos o económicos de Israel en el último año y verá que el movimiento de BDS es anecdótico”. Sin embargo, a juzgar por las páginas enteras de periódicos y sitios web dedicados a las diversas actividades de boicot, es difícil argumentar que estos acontecimientos hayan dejado impertérritos a los israelíes.

Un tribunal llegó incluso a exigir que los dos activistas neozelandeses que habían iniciado la campaña para convencer a Lorde de que no cantara en Israel indemnizara a los apenados fans del cantante. También se difundieron innumerables informes sobre propietarios (ilegales) en asentamientos que ya no podían llegar a fin de mes, publicitando sus casas en la plataforma de alquiler temporal más grande del mundo. Difícil, ante tal avalancha de recriminaciones, aducir despreocupación.

“A pesar de las garantías oficiales de que se trata de fenómenos marginales, está empezando a haber un impacto real del movimiento de BDS en Israel”, dice Ofer Neiman de Boycott From Within. “Por ejemplo, me sorprendió saber que cientos de DJ internacionales se estaban movilizando para negarse a tocar en Israel. Conozco este mundo y normalmente no está muy politizado. Si tenemos en cuenta que ciudades como Tel Aviv o Haifa en los últimos años cuentan con una economía basada en el turismo joven y de carácter lúdico, esto les afectará inevitablemente”.

La pérdida de ingresos es siempre más difícil de medir que los beneficios. Y los daños en términos de imagen también son complicados de evaluar. Por ejemplo, ¿los incidentes en Gaza en la primavera devaluaron más o menos la imagen de Israel en 2018 que las acciones del BDS? Imposible de contestar. Para Omar Barghouti, uno de los cofundadores del movimiento BDS, “es mejor mirar indicadores objetivos que pedir la opinión de los israelíes. ¿Qué es lo que vemos? El Gobierno israelí ha dedicado todo un Ministerio [el de Asuntos Estratégicos] a la lucha contra el BDS. Si las pérdidas relacionadas con el BDS no estuviese cifradas en miles de millones de dólares, ¿por qué gastar cientos de millones contra el movimiento?”.

“En sus embajadas de todo el mundo, Israel emplea ahora a personas a tiempo completo para contrarrestar el BDS, hay dos en Gran Bretaña, por ejemplo, o para minar la reputación de los activistas”, continúa. “El Gobierno, a través de sus Ministerios y enlaces, organiza regularmente conferencias sobre el tema: ‘¿Cómo luchar contra el BDS?’ Si el movimiento es tan ineficaz, ¿por qué llegar tan lejos? Por último, cabe señalar que cada vez son más las grandes empresas internacionales que se niegan a participar en licitaciones en Israel por temor a ser acusadas de complicidad con un régimen que comete graves violaciones de los derechos humanos”.

Varios estudios han intentado medir el coste económico potencial del movimiento. Uno de los más recientes, dirigido por la Brookings Institution de Washington, cree que “la economía israelí es menos susceptible que antes a los boicots... debido a sus exportaciones que han evolucionado hacia productos de alta calidad, que no pueden ser fácilmente reemplazados por sus clientes. A menos que los socios más importantes de Israel, como Estados Unidos o la Unión Europea, impongan sanciones formales, los BDS no deberían producir el nivel de presión económica esperado por sus partidarios”.

"Boicot a mi país"

Sin embargo, estudios previos eran más pesimistas; un informe interno del Gobierno israelí calculaba que las pérdidas en exportación ascendían a 1.400 millones de dólares al año y la Rand Corporation, que dista mucho de ser un bastión izquierdistas, fijó el listón tres veces por encima, en 47.000 millones de dólares en diez años.

La otra reacción, muy visible, del Gobierno de Benjamín Netanyahu ha sido la multiplicación de leyes o medidas para silenciar a los promotores del BDS. El más emblemático, y el que más impacto ha tenido en la imagen del país, es obviamente el que prohíbe a cualquier extranjero entrar en el país o la expulsión de cualquier extranjero que apoye el boicot de Israel. Una especie de test de opinión previo a la concesión de un visado.

Retomando las palabras de Daniel Shek sobre el hecho de que el BDS “había vuelto loco al país”, el exdiplomático añadió, tras su comentario que “está al servicio de la derecha”. No hay duda de que el Gobierno actual, el Gobierno más derechista que ha conocido el país, ha elevado al BDS a la categoría de amenaza existencial, al igual que Hezbolá, Hamás e Irán, y que encaja perfectamente en la estrategia de victimización desplegado a la vez a título personal por Netanyahu como por parte de Israel en general. Lo más importante es que el movimiento BDS ha dividido profundamente a los activistas por la paz y a los derechos humanos dentro de Israel.

A sus 81 años, Ruchama Marton es uno de esos activistas de siempre. Es psiquiatra y la fundadora de la ONG Physicians for Human Rights (PHR), que reúne a médicos israelíes y palestinos. El año pasado, ni siquiera fue invitada a las celebraciones del 30º aniversario de la organización que creó y de la que sigue siendo presidenta honoraria. ¿La razón? Apoyar la campaña de boicot, pese a que PHR se manifestó en contra, “sin ningún debate real entre nosotros, porque el debate intelectual está, en su mayor parte, muerto en Israel”, explica Rushama.

“Las organizaciones en favor de la paz más o menos han desaparecido porque no hay paz por la que trabajar”, dice. “Quedan asociaciones en defensa de los derechos humanos, que no son muy numerosas. La paz es el futuro; los derechos humanos, ahora. Por lo tanto, debemos centrarnos en ello, llamando a las cosas por su nombre: ocupación, apartheid, lo que pocas personas se atreven a hacer en Israel. Como somos pocos en número, necesitamos encontrar aliados. El BDS es uno de ellos. Aunque no estoy de acuerdo con todas sus opiniones, no me importa pedir que se boicotee mi país. Hay un precio que pagar por todo. Mis colegas y amigos de Gaza, a quienes hace 11 años que no pudo visitar, se ven privados de sus derechos culturales, artísticos y científicos”.

Rodeada de sus dos gatos, una taza de té y cigarrillo en mano, Ruchama Marton ilustra la fractura causada por el BDS en la izquierda y activistas israelíes. Muchos de ellos no están dispuestos a seguir el BDS, que les recuerda demasiado al movimiento antiapartheid de los años 70-80 y tiene una imagen difícil de aceptar. Frente a una sociedad que ha cambiado definitivamente a la derecha durante los últimos 12 años, y frente a un Gobierno que reduce todos los argumentos a consignas y que ya no duda en buscar a sus amigos entre los antisemitas, si son nacionalistas, esta izquierda que solía hacer campaña a favor de la paz se encuentra ahora perturbada y dividida. Obviamente este no era el objetivo de los activistas del BDS, pero es la realidad actual.

Como una tirita del que no te puedes deshacer, la campaña del BDS va a marear de nuevo a Israel en 2019, especialmente en un evento que normalmente hace sonreír: el festival de Eurovisión. La última ganadora fue la cantante israelí Netta, por lo que su país será el anfitrió en la próxima edición en mayo. La alegría sincera que sintió Israel cuando ganó dio paso inmediatamente a la política. Porque el ministro de Cultura quiso, en un primer momento, organizar el evento en Jerusalén, antes de desdecirse ante las posibles retiradas de algunos países, dada la controvertida situación de la ciudad. El resultado fue que el evento se celebrará en Tel Aviv, pero el movimiento BDS ya ha comenzado a presionar a la Unión Europea de Radiodifusión (UER) para que garantice el respeto de sus propias normas.

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De hecho, existe la posibilidad de que se prohíba a los telespectadores de Eurovisión entrar en el país por sus opiniones políticas, debido a la ley mencionada, algo contrario a las normas de la UER. Además de la compleja cuestión del reparto de frecuencias entre Israel y los territorios ocupados, porque la carta de radiodifusión de la UER estipula que todo el mundo puede tener acceso al mismo contenido. “No nos hacemos ilusiones, no conseguiremos que se cancele la celebración de Eurovisión en Israel”, dice Omar Barghouti. “Pero aprovecharemos el festival para hacer mucha publicidad y aumentar el precio de la complicidad”.

Contra Sudáfrica, una de las campañas mediáticas más exitosas y exitosas, dirigida por el guitarrista de Bruce Springsteen Steve van Zandt, fue la que instó a los músicos a negarse a actuar en Sun City, el centro de ocio más famoso del país. Incluso el canal musical MTV se sumó a dicha campaña y llegó a parte de la juventud estadounidense y europea y Nelson Mandela, una vez liberado, acogió con satisfacción su impacto. Incluso en el mundo de la canción, el BDS socava poco a poco a Israel. ____________

Traducción: Mariola Moreno

Si quieres asegurarte de que enfadas a un israelí, sólo tienes que pronunciar las tres letras BDS. Pocas cosas son susceptibles de desencadenar una reacción tan epidérmica como el acrónimo del movimiento internacional que promueve el boicot, la desinversión y las sanciones contra el país debido a sus políticas de anexionarse los territorios palestinos. Y casi unánimemente todos los israelíes se apresuran a condenar el BDS y a descartar su eficacia. Como resume Daniel Shek, exembajador israelí en París y figura moderada en la vida política local, “el mayor logro de BDS es volver loco a este país”.

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