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Las cinco plagas de Theresa May
Brexit exit y Tories out. Las consignas que corean los presentes resuenan entre los edificios de ladrillo rojo, en Manchester, coincidiendo con la celebración –del 1 al 4 de octubre– de la conferencia anual del Partido Conservador. Sindicalistas y militantes de izquierdas siguen a los manifestantes contrarios al Brexit y, en la marcha, caricaturas y pancartas en contra de la primera ministra británica. Según la Policía, los manifestantes eran unos 30.000. Una minucia para Theresa May, que ya tiene abiertos no pocos frentes que amenazan su futuro político.
El primero de ellos: el Brexit. Las negociaciones con Europa se estancan. ¿Es la salida de la Unión Europea el principal problema del Partido Conservador a día de hoy? “Oh my God, yes!”, exclama James Chapman, exasesor del canciller laborista George Osborne y, posteriormente, efímero colaborador del ministro del Brexit. “No está claro que Theresa May sepa lo que quiere. No hay plan A y todavía menos un plan B”, asevera este ferviente partidario del remain (permanencia en la UE). Acabadas las vaguedades, las negociaciones con Bruselas tienen que empezar a concretarse: ¿hay que pagar o no una factura a Europa, poner en marcha un periodo de transición en el mercado único y a cambio de qué concesiones?...
Pero la incertidumbre persistente alrededor del Brexit inquieta tanto que incluso las bases conservadoras esquivan a la primera ministra. A finales de septiembre, los dirigentes conservadores de los barrios londinenses de Westminster, Kensington & Chelsea y Wandsworth se dirigieron por escrito directamente al negociador europeo Michel Barnier para pedirle que garantice los derechos de los expatriados europeos. La mayoría parlamentaria de Theresa May también está dividida. En la Cámara de los Comunes, más de la mitad de los 317 diputados conservadores abogaron en el referéndum por la permanencia en la Unión Europea.
La vía elegida para poner en marcha el Brexit también es objeto de debate. Theresa May pidió en su discurso de Florencia, el 22 de septiembre, un periodo de transición de dos años. “No me puse a bailar en el escaño, pero puedo vivir con ello”, tuerce el gesto el diputado tradicionalista, partidario del Brexit Jacob Rees-Moog. En cambio, Anna Soubry, diputada de Broxtone, se alegra: “Hasta ahora, el Gobierno no ha gestionado bien el Brexit, pero con el discurso de Florencia, los empleos y la economía se sitúan en el centro”. Esta fractura entre Brexiters orgullosos y partidarios de una transición larga también se percibe en el seno mismo del Gobierno de May. Una portada del semanario de derechas The Spectator resume bien la situación: conservadores pro y anti Brexit, sables en alto, dispuestos a batallar. Y, con una rodilla en tierra, entre las dos líneas del frente, una primera ministra enojada.
El más reconocible de esta portada es el rubio Boris Johnson, ministro de Asuntos Exteriores. El desbocado partidario del Brexit, estrella de los sondeos, es otra piedra en el zapato de Theresa May. Boris Johnson encadena las provocaciones una tras otra. La última, el 1 de octubre, con ocasión de la apertura de la conferencia anual conservadora. El ministro agitador abordaba en el periódico The Sun sus “líneas rojas” relativas al Brexit: son más duras que las de Theresa May, pese a que el asunto no es competencia suya. Por ejemplo, en su opinión, la transición debe durar, dos años y “ni un segundo más”. Respuesta mordaz del ministro de Finanzas Philip Hammond: “Nadie es intocable”, reitera este partidario de un Brexit más suave, al unísono con los círculos económicos.
La víspera, Theresa May, invitada en la BBC, no había conseguido mostrarse categórica: suficiente para alimentar las acusaciones de debilidad mientras algunos diputados se molestan, como Anna Soubry, diputada conservadora: “Para Boris, todo gira en torno a Boris. Es una vergüenza como ministro de Asuntos Exteriores”. Suficiente para desmentir también las palabras muy refinadas de Dan Hannan, cercano a Johnson y presidente del Instituto para el Libre Comercio: “Ahora hay un amplio consenso en el seno del Partido Conservador. No queremos salir de la UE de golpe. Y creo que eso será así, sea quien sea el líder”. ¿Se ha barajado la posibilidad de cambiar?
El desafío de los jóvenes
Si no ahora, varias veces se ha abordado la eventual salida de May. Y ahí encontramos otra plaga de Theresa May: la lealtad fluctuante de su mayoría, más allá de Boris Johnson. El día después de las elecciones generales de junio, los conservadores se encontraban sin mayoría absoluta en el Parlamento cuando creían, semanas antes, que podían imponerse a Jeremy Corbyn. Un libro reciente firmado por Tim Shipman (editorialista político en The Sunday Times) narra la carrera al poder posterior. La Disputa: un año de caos político resume no menos de tres intentonas, en un verano, de echar a Theresa May. La más espectacular tiene como protagonista al ministro de Economía Hammond, que dio su apoyo al rival Johnson. Otros complots ponen sobre la mesa a David Davis, ministro del Brexit, o a Amber Rudd, ministra del Interior supuestamente moderada.
Por más que el secretario de Estado para el Comercio Exterior, Greg Hangs, repita que “Theresa May hace un trabajo fabuloso”, ni él ni nadie parece querer adelantar cuál será el papel que desempeñe en 2022, año en que, si nada cambia, habrá nuevas elecciones legislativas. Y, como dice el diario The Telegraph, “el concurso de belleza” sigue. También entre los diputados donde Jacob Rees-Mogg, elegante cristiano tradicionalista, desata ovaciones y protestas. Un estudio reciente del instituto ConservativeHome, realizada a 1.300 votantes conservadores, lo sitúa en cabeza con el 23% de los votos. “No soy un heredero y no espero nada”, se defiende sonriente Jacob Rees-Mogg. ¿Theresa May dirigirá el partido a las próximas elecciones? “Hmm, creo que el futuro lo dirá”, titubea el diputado.
Por tanto, hay diputados estrella, pero también rebeldes, no menos peligrosos para Theresa May. Para mantener la mayoría, la jefa del Gobierno debe escuchar al DUP, los unionistas de Irlanda del Norte. Estos aliados circunstanciales recientemente se tomaron la libertad de votar con la izquierda para descongelar los salarios del NHS, el sistema de salud pública británica. Una primicia. Pero sobre todo los parlamentarios parecen decididos a hacerse oír en cuestiones como los precios máximos de la energía: 192 diputados –entre ellos 72 conservadores– han reclamado por escrito la medida a la jefa del Gobierno. Una docena se ha mostrado contrario al universal credit, la renta universal que agrupa las diferentes ayudas. Aplicado ya en algunas regiones, debe hacerlo en todo el país, pero estas enormes demoras de pago transforman esta ayuda en una bomba de efecto retardado. Frente a tanta desunión en el seno de la mayoría, el secretario de Estado de Sanidad lanza un llamamiento vibrante: “Si todo el mundo no apoya a Theresa [...], abriremos la puerta a Jeremy Corbyn y probablemente al más peligroso Gobierno de izquierdas que este país haya conocido nunca”.
Porque el Laborismo está al acecho. Supera a los conservadores en algunos sondeos. Y, sobre todo, los laboristas cuentan con 600.000 miembros –lo que lo convierte en el mayor partido de Europa por su número de afiliados, cuando los tories apenas suman 100.000–. Con su programa de nacionalizaciones, alojamientos y supresión de las tasas universitarias, la izquierda parece haberse adelantado en el plano social. En los pasillos donde se celebraba la conferencia de los conservadores, se escuchaba una musiquilla que ofrece al laborista Jeremy Corbyn posibilidades de llegar al 10 de Downing Street. “Tenemos un desafío con los electores más jóvenes”, reconoce David Willets, exsecretario de Estado para la educación y miembro de la Cámara de los Lores. “No se han unido al Laborismo porque sean marxistas, sino porque se sienten mal por no alcanzar un modo de vida burgués. Estos jóvenes no tendrán su propia casa, una jubilación decente, ni un trabajo estable”.
Resultado, según el Instituto Yougov, el elector medio del Partido Conservador en las legislativas tenía más de 47 años. ¿Qué respuesta ofrecen para recuperar a los jóvenes? “Hipotecas más baratas, favorecer la jubilación por capitalización, pero sobre todo un esfuerzo en el alojamiento”, resume David Willets. La primera ministra traduce ya en anuncios estas apuestas: una congelación de las tasas universitarias en las 9.250 libras anuales (10.500 euros) y 10.000 millones de libras (11.300 millones de euros) para ayudar a conseguir alojamientos nuevos. “Un paso en la buena dirección, pero no es suficiente”, juzga David Willetts. El desafío que supone rehacer completamente el partido tory, hasta hacerlo atractivo para los jóvenes, supone un enorme reto para Theresa May.
La división en el Brexit, el agitador Boris Johnson, los ministros desleales, la base rebelde y la fuga del electorado más joven. Todo eso debilita a Theresa May. Sin embargo, la primera ministra sigue mostrando cierta ambición: “Dirigiré la próxima campaña electoral. No soy una cobarde, el encargo es a largo plazo”. El tiempo lo dirá. ___________
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Traducción: Mariola Moreno
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